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viernes, 19 de abril de 2019

“¡Resucitó el Señor!” – Monseñor Enrique Díaz Díaz 18042019

Resurrección del Señor © Cathopic
Resurrección Del Señor © Cathopic

“¡Resucitó el Señor!” – Monseñor Enrique Díaz Díaz

Domingo de Pascua
Romanos 6, 3-11: “Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no morirá nunca”
Salmo 117: “Aleluya, aleluya”
San Lucas 24, 1-12: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?”
¿A qué hora sucedió? ¿Cómo fue? Nadie sabe explicarlo y todos lo experimentan. Como la semilla que guardada en el surco brota con nueva vida, así Jesús brota glorioso con una nueva vida. Jesús está vivo y se hace presente en medio de sus discípulos, se “aparece” a las mujeres, fortalece a los que se alejan, retornan los que habían huido y en torno a la mesa se comparte el alimento y se fortalece la fe en Jesús resucitado.
Contrario a lo que se esperaría después de la crucifixión y muerte de Jesús, después de la deserción de los más valientes, después de la negación de Pedro y de la traición de Judas, después de los horribles acontecimientos que dejarían un sentimiento de abandono y fracaso, apenas en el primer día de la semana, aparecen unas mujeres anunciando la vida e invitando a recordar sus palabras.
Ha iniciado en el silencio de la noche y en la oscuridad del sepulcro el proceso de la resurrección del Señor y se manifiesta en el actuar de sus discípulos.  La acción más palpable de la resurrección de Jesús es su capacidad de transformar el interior de los discípulos. A ellos que se habían manifestado disgregados, egoístas, divididos y atemorizados, llega Jesús para devolverles la esperanza, convocarlos y reunirlos en torno a la comunidad, manifestarse valientes al defender el Evangelio y llenarlos de su espíritu de perdón.
La pequeña comunidad de los discípulos no sólo había sido disuelta por la condena y el asesinato de Jesús, sino también por el miedo a los enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes. Nada duele más que el mirarse traicionado y abandonado por aquellos en quienes hemos puesto nuestra confianza y nuestro amor. La traición y el abandono rompen la comunidad. Los corazones de todos estaban heridos.
A la hora de la verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón.
Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles unidad interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad, parecía humanamente un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del Resucitado lo logran. Cristo resucita y da nueva vida que se manifiesta en una renovada energía y una reforzada integridad de la comunidad.
Las mujeres, pasado el reposo sabático, a primera hora se alistan para ir a encontrar un cadáver. Los recuerdos y el cariño no les permiten dejar en el olvido el cuerpo del Maestro y no quieren que la corrupción y la descomposición toquen aquel cuerpo querido.
Unos perfumes y las caricias de quienes habían sido sus discípulas, pretenden retardar lo inevitable. Sin embargo, buscan entre los muertos y esperan encontrar en el sepulcro ¡al que está vivo! Y con desconcierto y asombro reciben la noticia de los “varones” que les recriminan esa búsqueda donde no se encuentra El que ahora está vivo. Les recuerdan sus palabras anunciando su pasión, su muerte y su resurrección. No las habían entendido, pero ahora suenan de una forma diferente.
Ellas habían escuchado sus palabras, pero, igual que los demás apóstoles, no las habían comprendido. Y ahora empiezan a reconocer y entender que Dios no puede dejar en el fracaso a su Hijo Jesús. Es la primera experiencia de Dios que rescata a su Hijo del sepulcro.
Para los primeros cristianos, por encima de cualquier otra representación o esquema mental, la resurrección de Jesús es una actuación de Dios que, con su fuerza creadora, lo rescata de la muerte para introducirlo en la plenitud de su propia vida. Así las mujeres inician lo que será el camino de todo discípulo: recordar y creer la palabra; una experiencia viva de encuentro con el Señor resucitado; y una misión que brota incontenible de la seguridad emocionante de tener al resucitado en el corazón.
La resurrección de Jesús para nosotros sus seguidores es también un punto de arranque y una piedra de toque para nuestra fe. No podemos buscar entre los muertos y en una cultura de muerte al que está vivo. Se ha dicho que sus palabras no tendrían sentido para el mundo actual, que han quedado en el olvido sus acciones, que no ya puede estar presente en medio de nosotros; que está condenado a la muerte en una sociedad de poder, de consumo y de intereses; sin embargo Jesús sigue vivo y tiene una palabra de vida para nuestra sociedad y para nuestros ambientes.
Su resurrección es la fuerza transformadora de una sociedad que se pierde en la oscuridad de la injusticia, del terrorismo, de la corrupción y del materialismo, donde el hombre parece estar muerto también. Sólo la resurrección de Jesús será capaz de mover el pesado fardo que llevamos a cuestas cuando se ha perdido la fe, cuando reina el pesimismo y cuando se ha enseñoreado la mentira. Jesús resucitado nos lanza a una nueva acción, no hay fuerza más poderosa que la muerte y Jesús la ha vencido. Los cristianos no podemos darnos por vencidos vamos siguiendo a Cristo triunfador, tenemos una nueva esperanza.
Hoy, en el día de la resurrección, es inútil ir a la tumba a embalsamar y a hacer duelo por Jesús. Hoy está más vivo que nunca y despierta nuestra esperanza y nuestra ilusión. Al igual que Jesús debemos pasar por la muerte para tener la vida, pero al igual que Jesús no nos podemos quedar en la frialdad de la tumba, tenemos que resucitar con Él y generar nueva vida, nueva esperanza y nuevas energías para construir su reino.
“No buscar entre los muertos” es una consigna de renovación de la vida, de la sociedad, de las estructuras opresoras que nos sumergen en el miedo. El verdadero cristiano, experimentando la resurrección de Jesús, tiene una alegría plena y una entrega a toda prueba para construir el mundo de amor que Él nos propone.
Dios nuestro, que por medio de tu Hijo venciste a la muerte y nos has abierto las puertas de la vida plena, concede a quienes celebramos hoy la Pascua de Resurrección, resucitar también a una nueva vida, renovados por la gracia del Espíritu Santo. Amén.

Padre Antonio Rivero: “Cristo resucitó. ¡Aleluya!” 18042019

Domingo De Resurrección © Cathopic

Padre Antonio Rivero: “Cristo resucitó. ¡Aleluya!”

Comentario litúrgico del Domingo de Resurrección
DOMINGO DE PASCUA
Ciclo C
Textos: Hechos 10, 34a. 37-43; Col 3, 1-4; Jn 20, 1-9
Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.
“Los cincuenta días que median entre el domingo de Resurrección hasta el domingo de Pentecostés se han de celebrar con alegría y júbilo, como si se trata de un solo y único día festivo, como un gran domingo” (Normas Universales sobre el Calendario, de 1969, n. 22).
En Pascua no leemos el Antiguo Testamento que es promesa y figura. En Pascua estamos celebrando la plenitud de Cristo y de su Espíritu. Como primera lectura, leemos los Hechos de los Apóstoles. La segunda lectura, este año o ciclo C, se toma del libro del Apocalipsis, en que de un modo muy dinámico se describen las persecuciones sufridas por las primeras generaciones y la fuerza que les dio su fe en el triunfo de Cristo, representado por el “Cordero”. Los evangelios de estos domingos pascuales no van a ser tanto de Lucas, el evangelista del ciclo C, sino de Juan.
Podemos resumir en tres aspectos a qué nos compromete la pascua: primero, a la fe en Cristo resucitado; segundo, esa fe tiene que vivirse en comunidad que se reúne cada domingo para celebrar esa pascua mediante la Eucaristía y crea lazos profundos de caridad y ayuda a los necesitados; y tercero, esa fe nos impulsa a la misión evangelizadora. Por todas partes tiene que resonar esta buena noticia: “Cristo ha resucitado”.
Idea principal: Inspirados en las famosas preguntas del famoso filósofo alemán del siglo XVIII, Kant, en su obra Crítica de la Razón Pura, responderemos a estas tres preguntas: qué puedo saber de la resurrección de Cristo, qué debo hacer por la resurrección de Cristo y qué puedo yo esperar de la resurrección de Cristo.
Síntesis del mensaje: Hoy es el domingo más importante del año. Domingo que da sentido a todos los demás domingos del año. Daremos respuestas a esas preguntas.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, ¿qué podemos saber de la resurrección de Cristo? Hagamos caso a los testigos que vieron a Cristo resucitado. Ellos habrán tenido sus vivencias religiosas, sus dudas, sus convencimientos y discrepancias. Pero todos coinciden en esto: tres días después de ir al entierro de Jesús, como 35 horas después de cerrar su tumba, la encontraron abierta, vacía, con los centinelas a la puerta y atolondrados. ¿El cadáver…? ¿Sabotaje? ¿Secuestro? ¿Truco?  Resulta que las tres mujeres madrugadoras, al llegar al sepulcro y encontrarse con la tumba vacía y dentro la noticia: “ha resucitado”, salieron corriendo a llevar la noticia a los discípulos. Leyendas, pero de un hecho.
Luego resultó que Jesús se les hizo el encontradizo de jardinero, caminante, comensal, animador. Ausencias misteriosas y presencias repentinas que los traían en jaque. Vivencias místicas, pero de un acontecimiento. Sabemos que los Evangelios, que lo cuentan, son libros históricos porque pertenecen a la época y autores como hoy se dice. Autores que vivieron con Jesús, le vieron, le trataron, convivieron…Y hasta se jugaron la cabeza por la resurrección. Y la perdieron. Nadie muere por un mito, un bulo, un truco. Eso es así. La resurrección es verdad.
En segundo lugar, ¿qué debemos hacer por la resurrección de Cristo? Si realmente creemos en la resurrección de Cristo y en su fuerza transformadora, entonces tenemos que hacer algo aquí en la tierra para llevar esta buena noticia por todos los rincones del mundo, a todas las familias y amigos, y también enemigos. ¿Qué puedo hacer por esas favelas de são Paulo o de Rio en Brasil, o por las calles del Bronx negro en Nueva York? ¿No me llaman la atención las chabolas de cañas y barro de Calcuta, hambruna en tantas regiones, guerras locas, injusticia, pobreza, pecado? ¿Me dejan dormir tranquilo el analfabetismo, la enfermedad, la explotación, la amargura, la desesperanza, la sangre de Abel y de la tierra que ponen el grito en el cielo?
Y la situación sanitaria, escolar, laboral, humana del mundo es un pecado social, solidario y atroz. Y familias rotas. Y jóvenes en los paraísos perdidos de la droga. Políticos sin escrúpulos que pisotean la ley de Dios, la ley natural y la justicia conmutativa, social y distributiva. Esto es lo que debemos hacer en bien de los hombres y mujeres del mundo, por quienes el Hijo de Dios tal día como el Viernes Santo murió para su liberación y tal día como hoy resucitó para su gloria inmortal.
Finalmente, ¿qué podemos nosotros esperar de la resurrección de Cristo? Si somos esos Tomás incrédulos, podemos esperar que Cristo resucitado en esta Pascua nos resucite la fe en Él y en su Iglesia, y nos deje meter nuestros dedos en su llagas abiertas y benditas. Si somos esos discípulos de Emaús desencantados y desilusionados, podemos esperar que se cruce por nuestro camino y nos renueve la esperanza en Él, aunque nos tenga que llamar de necios y desmemoriados por no creer o no leer con detención las Sagradas Escrituras.
Si somos esa Magdalena triste y compungida, porque se nos ha derrumbado nuestro amor, nuestra familia, podemos esperar que Cristo resucitado nos vuelva a mirar y a llamar por nuestro nombre como hizo con ella en esa primera Pascua, y así recobrar la alegría de la presencia de Cristo en nuestra vida que se hace presente en los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía y Penitencia.
Si nos parecemos a esos discípulos encerrados en el cenáculo de sus miedos, contagiándose la tristeza y los remordimientos por haber fallado al Maestro, dejemos alguna rendija de nuestro ser abierta para que entre Cristo resucitado y nos traiga la paz, su paz. Si nos sentimos como Pedro que negó a Cristo, esperamos que Cristo resucitado se nos haga presente y podamos renovar nuestro amor: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que yo te amo”.
Para reflexionar: ¿Creo en Cristo resucitado? ¿Dónde encuentro a Cristo resucitado en mi vida de cada día? ¿Tengo rostro de resucitado o vivo en perpetuo Viernes Santo: triste, pesaroso y lleno de pesadumbre?
Para rezar: recemos con san Agustín: “Tarde te amé, Dios mío, hermosura siempre antigua y siempre nueva, tarde te amé. Tú estabas dentro de mí y yo afuera y así por fuera te buscaba y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me llamaste y clamaste y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré y ahora te anhelo; gusté de Ti y ahora siento hambre y sed de Ti” (Confesiones, libro 10, cap. 27).
Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, arivero@legionaries.org

domingo, 16 de abril de 2017

Domingo de Resurrección

Domingo de Resurrección

Domingo de Resurrección






















Cristo resucitado, este es el mensaje central de la liturgia de Pascua. Ante todo, Jesucristo resucitado, como objeto de fe, ante la evidencia del sepulcro vacío: "vio y creyó" (Evangelio). Cristo resucitado, objeto de proclamación y de testimonio ante el pueblo: "A Él, a quien mataron colgándolo de un madero, Dios lo resucitó al tercer día" (primera lectura). Cristo resucitado, objeto de transformación, levadura nueva y ácimos de sinceridad y de verdad: "Sed masa nueva, como panes pascuales que sois, pues Cristo, que es nuestro cordero pascual, ha sido ya inmolado" (segunda lectura).

Mensaje doctrinal del Domingo de Resurrección

1. Cristo resucitado, objeto de fe. El sepulcro, aunque esté vacío, no demuestra que Cristo ha resucitado. María Magdalena fue al sepulcro y llegó a la siguiente conclusión: "Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto". Pedro entró en el sepulcro y comprobó que "las vendas de lino, y el paño que habían colocado sobre su cabeza estaban allí". Ni María ni Pedro creyeron, al ver el sepulcro vacío, que Jesucristo había resucitado. Sólo Juan, "vio y creyó", porque el sepulcro vacío le llevó a entender la Escritura, según la cual Jesús tenía que resucitar de entre los muertos (Evangelio). "Esto supone, nos enseña el catecismo 640, que constató en el estado del sepulcro vacío que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana". El conocimiento que, hasta entonces, Juan tenía de la Escritura era nocional, por eso afectaba solamente sus ideas; ahora, al entrar en el sepulcro vacío, ver las vendas y el sudario, el conocimiento de la Escritura se convierte en experiencial y vital. Todavía Cristo resucitado no se le ha aparecido, pero ya lo ha "visto", porque la Palabra de Dios es verdadera; las apariciones de Cristo a los discípulos no harán, sino confirmar la fe en la resurrección.
2. Cristo resucitado, objeto de proclamación. Cuando el hombre vive una experiencia profunda, no la puede callar, por más que sea consciente de que sus palabras no lograrán nunca expresar la intensidad, viveza y plenitud de la experiencia. La experiencia de Cristo resucitado fue tan marcada en el alma de los apóstoles y discípulos, que necesariamente tenían que hablar de ella, a quienes no la habían tenido. Bueno, no sólo hablar de ella, sino también testimoniarla, es decir, proclamar su verdad, incluso, llegado el caso, con el sufrimiento y con la vida. Callar esa experiencia, hubiese sido una muestra de egoísmo imperdonable. Por eso, los cristianos, durante los primeros años, y como primer anuncio, eran monotemáticos. Lo único que decían era que "Cristo fue matado por los judíos, pero que Dios lo resucitó de entre los muertos". Todo lo demás gira en torno a este grande mensaje. No proclaman ideas, por muy bellas que puedan ser, sino acontecimientos vividos en primera persona. Esta experiencia de Cristo resucitado no fue pasajera, sino que llegó a incorporarse, por así decir, a su misma existencia en este mundo, y por este motivo, nunca cesaron de proclamar con sus labios y con su vida la resurrección de Jesucristo.
3. Cristo resucitado, objeto de transformación. Hay una relación estrechísima entre resurrección de Jesucristo y transformación del hombre. Cristo, hombre perfecto, es el primero transformado al ser resucitado por Dios, llegando a ser un hombre totalmente penetrado por el Espíritu. San Pablo nos habla de la transformación ética, que comporta la experiencia de Cristo resucitado, una transformación que toca las raíces mismas del hombre: la sinceridad y la verdad. A su vez, el hombre transformado por Cristo resucitado, es capaz de transformar a otros, como la levadura es capaz de hacer fermentar toda la masa. Esta transformación ética y misionera se fundamenta en la transformación interior, operada por el Espíritu de Cristo, que hace de todo el que ha experimentado a Cristo resucitado un hombre enteramente espiritual, impregnado del Espíritu.

Sugerencias pastorales para el Domingo de Resurrección

1. Experimentar a Cristo resucitado. La experiencia se hace o no se hace, se tiene o no se tiene. No puedes mandar un representante para que haga la experiencia por ti. El cristianismo es una fe, pero penetrada por una experiencia vital, a fin de que la fe no decaiga. La experiencia viva de Cristo resucitado la puede hacer cualquier cristiano. Puesto que es un don que Dios concede, lo primero que habrá que hacer es pedirla. ¡Qué mejor día que el domingo de Pascua para pedir al Señor la gracia de esta experiencia! El cristiano puede disponerse a recibir el don de esta experiencia, mediante el desarrollo de una sensibilidad espiritual creciente. Al contacto con Dios, el hombre va gustando a Dios y las cosas de Dios, va adquiriendo una mayor capacidad de escucha y de docilidad al Espíritu, va sintonizando más con la fe de la Iglesia. Esto constituye el terreno cultivado para que en él pueda nacer y florecer la experiencia de Cristo resucitado. Todos sin excepción estamos llamados a hacer esta experiencia. No pensemos que es sólo para unos cuantos místicos, que tienen una cierta propensión a estos estados del alma. Es importante, para todo cristiano, el hacerla, porque, quien la haya hecho, no podrá seguir viviendo de la misma manera, incluso si ya se llevaba una vida cristiana buena. Esa experiencia viva e intensa toca y cambia la mentalidad, las costumbres, el estilo de vida, el modo de relacionarse con los demás, los criterios de acción, las mismas obras, hasta el mismo carácter. Si has hecho ya esta experiencia de Cristo resucitado, creo que estarás de acuerdo conmigo en que con ella nos vienen todos los bienes. Si todavía no la has hecho, pide al Señor que te conceda hacerla cuanto antes. ¡Ojalá sea el don que Dios te concede esta Pascua!
2. La resurrección de Jesucristo y la ética cristiana. ¿Existe una ética cristiana? Digamos, al menos, que existe un modo cristiano de vivir la ética. Existe sobre todo un fundamento de la ética cristiana, que es la persona de Jesucristo, principalmente el misterio de su resurrección. Una ética que no esté fundada en la persona y en el mensaje de Jesucristo, no podrá recibir el nombre de cristiana. Y cuando hablo de ética cristiana, no me refiero ni sólo ni principalmente a los profesores de ética en las universidades, en los institutos o en los seminarios, sino al comportamiento cristiano en su trabajo, ante los medios de comunicación, en el ámbito de la familia, ante los impuestos, ante el pluralismo religioso, etcétera. Cristo resucitado nos ha hecho partícipes de su vida divina mediante el bautismo y la gracia santificante, y desea continuar repitiendo en nosotros su presencia ejemplar en la historia. Vivamos la experiencia de Cristo resucitado, y estemos seguros de vivir siempre un comportamiento ético digno del hombre. Entonces realmente la resurrección de Jesucristo será el centro de nuestra vida y de nuestra fe.

Autor: P. Antonio Izquierdo

domingo, 5 de abril de 2015

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor 05042015


Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor



Domingo de Resurrección
La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes.Contempla los lugares donde Cristo se apareció después de Su Resurrección 

Importancia de la fiesta

El Domingo de Resurrección o de Pascua es la fiesta más importante para todos los católicos, ya que con la Resurrección de Jesús es cuando adquiere sentido toda nuestra religión.

Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas del Cielo. En la Misa dominical recordamos de una manera especial esta gran alegría. Se enciende el Cirio Pascual que representa la luz de Cristo resucitado y que permanecerá prendido hasta el día de la Ascensión, cuando Jesús sube al Cielo.

La Resurrección de Jesús es un hecho histórico, cuyas pruebas entre otras, son el sepulcro vacío y las numerosas apariciones de Jesucristo a sus apóstoles.

Cuando celebramos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación. Celebramos la derrota del pecado y de la muerte.

En la resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar?

Cualquier sufrimiento adquiere sentido con la Resurrección, pues podemos estar seguros de que, después de una corta vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para siempre.

San Pablo nos dice: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” (I Corintios 15,14)

Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos que fuera realmente Dios.

Pero, como Jesús sí resucitó, entonces sabemos que venció a la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios, sabemos que nosotros resucitaremos también, sabemos que ganó para nosotros la vida eterna y de esta manera, toda nuestra vida adquiere sentido.

La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Debemos tener cara de resucitados, demostrar al mundo nuestra alegría porque Jesús ha vencido a la muerte.

La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa misma luz a todos los hombres haciéndolos partícipes de la alegría de la Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico.

Debemos estar verdaderamente alegres por la Resurrección de Jesucristo, nuestro Señor. En este tiempo de Pascua que comienza, debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para crecer en nuestra fe y ser mejores cristianos. Vivamos con profundidad este tiempo.

Con el Domingo de Resurrección comienza un Tiempo pascual, en el que recordamos el tiempo que Jesús permaneció con los apóstoles antes de subir a los cielos, durante la fiesta de la Ascensión.

¿Cómo se celebra el Domingo de Pascua? 

Se celebra con una Misa solemne en la cual se enciende el cirio pascual, que simboliza a Cristo resucitado, luz de todas las gentes.
En algunos lugares, muy de mañana, se lleva a cabo una procesión que se llama “del encuentro”. En ésta, un grupo de personas llevan la imagen de la Virgen y se encuentran con otro grupo de personas que llevan la imagen de Jesús resucitado, como símbolo de la alegría de ver vivo al Señor.

En algunos países, se acostumbra celebrar la alegría de la Resurrección escondiendo dulces en los jardines para que los niños pequeños los encuentren, con base en la leyenda del “conejo de pascua”.

La costumbre más extendida alrededor del mundo, para celebrar la Pascua, es la regalar huevos de dulce o chocolate a los niños y a los amigos.

A veces, ambas tradiciones se combinan y así, el buscar los huevitos escondidos simboliza la búsqueda de todo cristiano de Cristo resucitado.

La tradición de los “huevos de Pascua”

El origen de esta costumbre viene de los antiguos egipcios, quienes acostumbraban regalarse en ocasiones especiales, huevos decorados por ellos mismos. Los decoraban con pinturas que sacaban de las plantas y el mejor regalo era el huevo que estuviera mejor pintado. Ellos los ponían como adornos en sus casas.

Cuando Jesús se fue al cielo después de resucitar, los primeros cristianos fijaron una época del año, la Cuaresma, cuarenta días antes de la fiesta de Pascua, en la que todos los cristianos debían hacer sacrificios para limpiar su alma. Uno de estos sacrificios era no comer huevo durante la Cuaresma. Entonces, el día de Pascua, salían de sus casas con canastas de huevos para regalar a los demás cristianos. Todos se ponían muy contentos, pues con los huevos recordaban que estaban festejando la Pascua, la Resurrección de Jesús.

Uno de estos primeros cristianos, se acordó un día de Pascua, de lo que hacían los egipcios y se le ocurrió pintar los huevos que iba a regalar. A los demás cristianos les encantó la idea y la imitaron. Desde entonces, se regalan huevos de colores en Pascua para recordar que Jesús resucitó.
Poco a poco, otros cristianos tuvieron nuevas ideas, como hacer huevos de chocolate y de dulce para regalar en Pascua. Son esos los que regalamos hoy en día.

Leyenda del “conejo de Pascua”

Su origen se remonta a las fiestas anglosajonas pre-cristianas, cuando el conejo era el símbolo de la fertilidad asociado a la diosa Eastre, a quien se le dedicaba el mes de abril. Progresivamente, se fue incluyendo esta imagen a la Semana Santa y, a partir del siglo XIX, se empezaron a fabricar los muñecos de chocolate y azúcar en Alemania, esto dio orígen también a una curiosa leyenda que cuenta que, cuando metieron a Jesús al sepulcro que les había dado José de Arimatea, dentro de la cueva había un conejo escondido, que muy asustado veía cómo toda la gente entraba, lloraba y estaba triste porque Jesús había muerto.

El conejo se quedó ahí viendo el cuerpo de Jesús cuando pusieron la piedra que cerraba la entrada y lo veía y lo veía preguntándose quien sería ese Señor a quien querían tanto todas las personas.

Así pasó mucho rato, viéndolo; pasó todo un día y toda una noche, cuando de pronto, el conejo vio algo sorprendente: Jesús se levantó y dobló las sábanas con las que lo habían envuelto. Un ángel quitó la piedra que tapaba la entrada y Jesús salió de la cueva ¡más vivo que nunca!

El conejo comprendió que Jesús era el Hijo de Dios y decidió que tenía que avisar al mundo y a todas las personas que lloraban, que ya no tenían que estar tristes porque Jesús había resucitado.

Como los conejos no pueden hablar, se le ocurrió que si les llevaba un huevo pintado, ellos entenderían el mensaje de vida y alegría y así lo hizo.

Desde entonces, cuenta la leyenda, el conejo sale cada Domingo de Pascua a dejar huevos de colores en todas las casas para recordarle al mundo que Jesús resucitó y hay que vivir alegres.

Sugerencias para vivir la fiesta
  • Contemplar los lugares donde Cristo se apareció después de Su Resurrección
  • Dibujar en una cartulina a Jesús resucitado
  • Adornar y rellenar cascarones de huevo y regalarlos a los vecinos y amigos explicándoles el significado.