Mostrando entradas con la etiqueta Espiritualidad de la Liberación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Espiritualidad de la Liberación. Mostrar todas las entradas

lunes, 1 de junio de 2015

Espiritualidad de la Liberación (Capítulo tercero, tercera parte) (Pedro CASALDÁLIGA y José María VIGIL)

78
CONTEMPLATIVOS EN LA LIBERACIÓN

Todo lo que es el movimiento cristiano de la Liberación, es decir, teología de la Liberación, Iglesia de los pobres, comunidades de base, participación de los cristianos en los movimientos populares, todo el imaginario social y religioso de la liberación -poesía, música, literatura-, toda la experiencia pastoral popular acumulada durante estos años, la interminable lista de testigos de sangre que ha avalado con su martirio esta «caminata»… todo esto es inexplicable sin la experiencia espiritual que forma el patrimonio-fuente176 que inspira y mueve a esta nube de testigos.
Los anteriores movimientos de espiritualidad experimentaron a Dios sobre todo en el desierto (anacoretas, padres del desierto…), en la oración y el trabajo del monasterio (ora et labora, ora y trabaja), en el estudio y la oración para la predicación (contemplata aliis tradere, pasar a otros lo contemplado), en la acción apostólica (contemplativus in actione, contemplativo en la acción)177…
Nosotros creemos que hoy, en fidelidad creativa a esta tradición viva, nos toca a nosotros en América Latina vivir la contemplación en la acción liberadora (contemplativus in liberatione), descodificando la realidad mezclada de gracia y pecado, de luz y sombra, de justicia y de injusticia, de violencia y paz… descubriendo en ese proceso histórico de la liberación, la presencia del Viento que sopla donde quiere, descubriendo y tratando de construir la Historia de la Salvación en la única historia, descubriendo la Salvación en la Liberación. En el llanto de un niño, o en el clamor violento de un pueblo178, tratamos de «escuchar»179 a Dios, haciéndonos al propio oído de Dios, que escucha el clamor de su pueblo (Ex 3).
La tradición cristiana anterior nos educó bajo un modelo de oración que sólo subía, y no bajaba. Plásticamente lo sugiere el título clásico de «la subida del monte Carmelo». El elevador de la oración nos podía dejar ahí, en las nubes, inactivos. Y eso no vale. Porque Dios no necesita de nuestra oración, ni está en las nubes. Los que necesitamos de la oración somos nosotros y los hermanos, y tampoco andamos por las nubes, sino por el trabajado y conflictivo camino de la construcción del Reino. Nosotros creemos que hay que subir y bajar, y que tanto más subimos por la falda del monte del Reino cuanto más bajamos y nos sumergimos en la kénosis de la encarnación, en la pasión por la realidad y la historia…
Al hablar pues de ser «contemplativos en la liberación» hablamos de la experiencia de Dios típica de los cristianos latinoamericanos. Es el secreto, el corazón, la clave de nuestra espiritualidad. Sin captar esto no es posible entenderla; sería malinterpretada como un reduccionismo cualquiera.
176 «Detrás de toda práctica innovadora en la Iglesia, en la raíz de toda verdadera y nueva teología, late una experiencia religiosa típica que constituye la palabra-fuente: todo lo demás proviene de esa experiencia totalizante; todo lo demás es simplemente el intento de traducirla dentro de los marcos de una realidad históricamente determinada. Sólo a partir de este presupuesto pueden entenderse las grandes síntesis de los teólogos del pasado, tales como san Agustín, san Anselmo, santo Tomás, san Buenaventura, Suárez, o del presente, como Rahner y demás maestros del espíritu. Toda experiencia espiritual significa un encuentro con el rostro nuevo y desafiante de Dios, que emerge de los grandes desafíos de la realidad histórica». L. BOFF, Contemplativus in liberatione, en VARIOS, Espiritualidad de la liberación, CEP, Lima 21982, pág. 119-120.
177 Una pequeña referencia a esta evolución histórica de la contemplación cristiana en relación con la espiritualidad de la liberación ha sido presentada por Leonardo BOFF en Ibid., 119ss. Sobre la influencia mística platónico-oriental en la contemplación cristiana, cfr S. GALILEA, Espiritualidad de la liberación, en Religiosidad popular y pastoral, Cristiandad, Madrid 1980. pág. 148ss. Sobre la polémica católico-protestante de mediados de este siglo en torno a la helenización de la mística cristiana, cfr L. BOUYER, Introducción a la vida espiritual. Manual de teología ascética y mística, Barcelona, Herder 1964, pág. 332-344.
178 Puebla 87-89.
179 La contemplación, que ha sido clásicamente definida como «visión» sin imágenes, intuitiva, puede ser descrita también como «audición o escucha» sin imágenes, intuitiva, radar abierto en contacto directo, panel solar que se ofrece al sol, estar ante…
79

La materia o contexto sobre la que hacemos la experiencia de Dios
Ya hemos dicho que la espiritualidad de la liberación se caracteriza típicamente por su «realismo», por su «pasión por la realidad», por su afán machaconamente insistente en «partir de la realidad y volver a ella»180. ¿Será de extrañar que también su experiencia de Dios parta de y vuelva a la realidad? Esa es la primera novedad: la materia, el campo, el lugar a partir del cual nosotros en América Latina hacemos la experiencia de Dios no es «lo puramente espiritual», ni «lo apartado del mundo», ni el mundo intelectual de las abstracciones teológicas, sino «la realidad» más real…
Se trata de la realidad en todas sus dimensiones:
-la realidad histórica, es decir, la historia misma, percibida como ámbito de la libertad, de la responsabilidad humana, de la creatividad del ser humano, para el ejercicio de la tarea que Dios le encomendó;
-la realidad política: la construcción de la sociedad, las tensiones de la convivencia, la correlación de fuerzas, los conflictos entre los intereses de los distintos sectores;
-con especial énfasis, el movimiento popular, los pobres organizados: sus estrategias, sus triunfos y sus derrotas, sus desánimos y sus esperanzas;
-la dimensión geopolítica, los esfuerzos de los pueblos por ser sujetos soberanos y libres, los imperialismos viejos y nuevos, la transnacionalización y la mundialización, la ola de neoliberalismo triunfante y la resistencia de los pobres, el reacomodo del viejo orden internacional en un mundo unipolar y el persistente esfuerzo por un nuevo orden internacional…
-los problemas diarios de nuestra vida181: el deterioro del nivel de vida, la carestía, la lucha por la sobrevivencia, la amenaza de estallido social, la represión, el desempleo, la marginación, los menores abandonados, el narcotráfico, las diarias consecuencias sociales de la Deuda Externa, la sacudida de los «ajustes económicos» que los organismos financieros internacionales nos imponen, los problemas más reales y «materiales» de nuestra vida…
En esta «realidad tan real» es donde hacemos nuestra experiencia de Dios como contemplativos en la liberación182. No negamos el sentido que tiene también para nosotros el «retirarse», la soledad, la «experiencia de desierto»… Pero entre nosotros se trata siempre de un apartamiento sólo metodológico, instrumental, no de contenido: nos retiramos «con la realidad a cuestas», con el corazón grávido de mundo. No nos retiramos del mundo; simplemente nos adentramos en su dimensión de profundidad, que para nosotros es religiosa183.

Las mediaciones para esa experiencia de Dios
La primera mediación para la realización de esta experiencia es, lógicamente, la realidad misma. No se puede experimentar a Dios en la realidad si nos alejamos de ella. Se trata pues de estar presente en la realidad: la apertura a la realidad, la encarnación, la «inserción»… Esta es la mediación que nos proporciona la materia o el contexto sobre el que hacemos esta experiencia.
Otra gran mediación es la fe184. La fe nos da una visión contemplativa de la realidad185. La contemplación de la que hablamos se da a la luz de la fe. Experimentamos a Dios en medio de la
180 Cfr el apartado «Pasión por la realidad».
181 V. CODINA, Aprender a orar desde los pobres, en De la modernidad a la solidaridad, CEP, Lima 1984, pág 221-230.
182 «El compromiso liberador está significando para muchos cristianos una auténtica experiencia espiritual, en el sentido original y bíblico del término: un vivir en el Espíritu que nos hace reconocernos libre y creativamente hijos del Padre y hermanos de los hombres». G. GUTIERREZ, Prassi di liberazione e fede cristiana, en R. GIBELLINI (coord.), La nuova frontiera della teologia in America Latina, Queriniana, Brescia 1975, p. 35.
183 Ya decimos en otro lugar que nuestra espiritualidad no huye de la ciudad, del mundo, del conflicto, de la ambigüedad, de la vida diaria más trivial: cfr el apartado «Santidad política» de E2.
184 P. CASALDALIGA, El vuelo del Quetzal, Maíz Nuestro, Panamá 1988, pág. 128.
185 La fe nos introduce en una «ruptura epistemológica»: vemos la realidad desde otra óptica, con una perspectiva nueva. «Con los ojos de la fe ya no se habla de simples injusticias estructurales, sino de una verdadera situación colectiva de pecado; no decimos únicamente que el diagnóstico social es desolador, sino que denunciamos la situación como contraria al designio histórico de Dios. La liberación no es vista tan sólo como un proceso social global, sino como una forma de concretarse y
80

realidad y de la historia, pero en la fe, por la fe. Ella es la luz que desvela presencias y dimensiones que sin ella permanecen ocultas186.
Otra mediación es la Palabra de Dios en la Biblia. Dios escribió dos libros: un primer libro, el de la Vida (la creación, la realidad, la historia…), y para que pudiéramos interpretarlo escribió un segundo libro: la Biblia187. Tomar la Biblia como encerrada en sí misma, cosificada, como la reserva total y autosuficiente de todos los misterios humanos y divinos, es una nueva idolatría, fanatizada. La Biblia es una mediación (peculiar, sumamente valiosa y venerable por demás) que el Señor nos ha dado para ayudarnos a discernir su Palabra viva, que nos sorprende agazapada en cualquier lugar de la historia, porque hoy Dios sigue «revelándose» y sigue pronunciando su Palabra viva. Encerrados en el libro de la Biblia no es posible ser contemplativos en la liberación. «La Biblia y el periódico» son dos columnas capitales sobre las que asentar una vida cristiana liberadoramente contemplativa.
La Biblia -que es narración, historia, vivencia de un pueblo, de Jesús, de las primeras comunidades cristianas- es, por eso mismo, una exposición contemplativa de la presencia de Dios actuando en el mundo. En América Latina ese carácter actuante del Dios de la Biblia se privilegia como nota esencial de la teología y de la espiritualidad de la liberación. Esta es la nueva lectura de la Biblia entre nosotros. Una relectura sumamente legítima, a nuestro entender, porque es la vuelta a la «lección» que la Biblia quiere darnos.
Esa lectura se ha salido de las manos y de los ojos de los especialistas, para hacerse proféticamente «lectura popular». Como políticamente el Pueblo latinoamericano ha conquistado en la Sociedad la voz prohibida, así en la Iglesia las comunidades latinoamericanas se han apropiado de la Biblia. «La Biblia en las manos del Pueblo» es uno de los fenómenos espirituales de más fecundo porvenir para la Iglesia de América Latina. Puede hablarse con razón de la «cultura de las comunidades eclesiales de base como una nueva cultura bíblica»: la Biblia esparcida por el día a día de la vida del Pueblo, en su oración y en sus luchas. Una vivencia y una interpretación, no escritas sistemáticamente, pero múltiplemente expresadas, en celebraciones y cánticos, poesías y dramatizaciones, visitas y fiestas, encuentros y asambleas, mantas y camisetas… «Exactamente como la Palabra de Dios misma antes de recibir su forma escrita de Biblia»188.
Utilizamos también como mediaciones los diferentes recursos de los que podemos echar mano para un mejor conocimiento de la realidad: los análisis sociológicos y económicos, la antropología, los análisis culturales, la psicología, la experiencia acumulada en las prácticas de educación popular, comunicación popular, metodología de reflexión/acción, métodos participativos, métodos de análisis popular de la realidad, etc. Con todo ello procuramos hacer nuestro discernimiento cristiano189 de la realidad.
Junto a todas estas mediaciones (unas más iluminadoras, como la Biblia, otras más analíticas, como los análisis, la teología o las diversas metodologías pastorales), la mediación que completa el cuadro es la práctica asidua de la oración misma (Lc 18, 1). La experiencia de Dios, en efecto, es una experiencia contemplativa190. Por eso, la oración personal, la oración comunitaria, el espíritu de fe
anticiparse la liberación absoluta de Jesucristo»; cfr L. BOFF, Fe en la periferia del mundo, Sal Terrae, Santander 1981, pág. 225.
186 La fe produce aquella transfiguración a la que podía referirse BERDIAEFF: «Cuando mi hermano tiene hambre eso es un problema material para él, pero para mí es también un problema espiritual».
187 Henri de LUBAC, Esegesi medievale, I quattro sensi della Scritta, Ed. Paoline, Roma 1952, pp 220-221.
188 Culturas oprimidas e a evangelização na America Latina, Texto base, 8º Encontro Intereclesial das Cebs, Editora Pallottti, Santa María, RS, Brasil 1991, pág. 90.
189 «El recurso al auxilio de las ciencias sociales no proviene de una mera curiosidad intelectual, sino de una profunda preocupación evangélica»: P. R. HILGERT, Jesús histórico, ponto de partida da cristologia latinoamericana, Vozes, Petrópolis 1987, pág. 39. Cfr también: J. M. CASTILLO, El discernimiento cristiano, Sígueme, Salamanca 21984. J. SOBRINO, El seguimiento de Jesús como discernimiento, «Concilium» 14/3(1978)
190 «La presencia de Dios en nosotros no puede conocerse más que por experiencia; no puede expresarse con sólo palabras»: antífona 3B del oficio de lectura del día de santo Tomás de AQUINO propio de la Orden de Predicadores, pág. 564. Otro tanto afirma san Juan DE LA CRUZ: «ni basta
81

que hace plantearse las cosas cuasiespontáneamente desde la perspectiva de la profundidad, un habitual «estado de oración» (1 Tes 5, 16-18; Hch 17, 28), y un cierto nivel alcanzado de contemplación… son también mediaciones para nuestra experiencia de Dios en la realidad.
Nuestra experiencia tiende a conjuntar las mediaciones. Ninguna de ellas vale por sí sola. Hay que «leer los dos libros, el de la Biblia y el de la Vida». Hay que iluminarse con la Palabra de Dios, pero igualmente hay que echar mano de las mediaciones analíticas, hermenéuticas, en una actitud interdisciplinar191. Hay que hundirse en la Biblia, pero también en la realidad. Hay que aplicar «un oído al Evangelio y otro al pueblo», en palabras del argentino obispo mártir Angelelli.

Contemplar… ¿desde dónde?
Lo que contemplamos en cuanto «contemplativos en la liberación» no es igualmente accesible desde cualquier lugar, bajo cualquier ángulo de visión. Análogamente a lo que ocurre en la visión espacial normal, también en las realidades del espíritu hay «perspectiva», es decir, el lugar en el que nos situamos influye en cuanto que sitúa en primer plano unos aspectos determinados, pone a un lado otros, y aleja o incluso oculta algunos. A cada punto de vista corresponde una perspectiva: «no se piensa igual desde una choza que desde un palacio».
Unos puntos de vista son mejores y otros peores. Hay puntos de vista inviables, y hay otros pri-vilegiados. El lugar privilegiado para contemplar la historia y la Historia de la Salvación es el lugar social de los pobres192. El punto de vista de los poderosos niega la Liberación193. Ser contemplativo en la Liberación supone una opción por los pobres.
El mismo Señor Jesús lo dejó claramente establecido: «Te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has mostrado a los pequeñitos» (Lc 10, 21-24). Por contraposición a «sabios y entendidos» Jesús no dice «tontos» sino «pequeñitos». Los «sabios y entendidos» a los que se refiere son pues los que comparten la «sabiduría de los grandes». Frente a esta sabiduría Jesús opta por la otra, la de los pequeñitos, la única que logra entender «estas cosas», lo cual a Jesús le alegra, le hace exultar. Hay pues cosas que los pequeñitos ven, comprenden, contemplan, y a las que los grandes permanecen ciegos. ¿Cuáles son «estas cosas»?
Para Jesús, «estas cosas» no son otras que las que él mismo lleva continuamente entre manos: las preferencias del Padre, las cosas del Reino, lo relativo al anuncio de la Buena Noticia a los pobres, los anhelos de liberación de los pequeñitos, la lucha por una sociedad justa y fraterna, la construcción del Reino de Dios. En realidad es simplemente de sentido común que los poderosos, los bieninstalados, los explotadores, los grandes del sistema, no pueden entender «estas cosas». No quieren siquiera oír hablar de la Buena Noticia para los pobres. No miran las cosas desde la perspectiva de la Liberación. No quieren entrar en la dinámica del Reino: «¡Qué difícil es que un rico entre en el Reino…!» (Lc 18, 24-25).
Para acceder nosotros a la contemplación de «estas cosas» necesitamos ponernos en el lugar adecuado desde el que se dejan contemplar, en el lugar social y con la perspectiva apropiada: la de «los pequeñitos», la de los pobres.
ciencia humana para lo saber entender, ni experiencia para lo saber decir; porque sólo el que por ello pasa lo sabrá sentir, mas no decir»; Subida al monte Carmelo, prólogo, § 1.
191 El Concilio Vaticano II alentó ya esta interdisciplinariedad: GS 62, 44; PO 19; OT 15, 20…
192 «El lugar teológico fundamental es el punto de vista de los pueblos oprimidos en lucha por la liberación. Tanto, porque siendo el lugar donde más profundamente se manifiesta el sentido de la historia humana es de prever que allí se manifieste más profundamente la presencia divina, como porque la elección de ese lugar parece ser la traducción geopolítica más coherente con la opción evangélica por los marginados». Cfr G. GIRARDI, La conquista, ¿con qué derecho?, DEI-CAV, San José/Managua 1988, pág. 14.
193 «Las metrópolis están impedidas de tener esperanza: están amenazadas por los “stablishments”, que temen todo futuro que los niegue. Para pensar, en las metrópolis, es necesario, primero, “hacerse” hombres del Tercer Mundo». Cfr P. FREIRE, Tercer Mundo y teología, en «Perspectivas de Diálogo», 50(1970)305.
82

Contemplativos «en la liberación»
Ello significa varias cosas.
Significa en primer lugar que contemplamos la realidad desde la perspectiva de la Liberación Mayor que descubre la fe, la perspectiva del Reino194. La realidad sobre la que hacemos nuestra experiencia espiritual, mirada a la luz de la fe y desde la opción por los pobres (desde los «pequeñitos»), la miramos a la luz del gran proceso de la Liberación, el proceso mismo del Reino que enmarca los particulares procesos históricos de nuestros pueblos y de cada una de nuestras personas.
Significa que nuestra contemplación se da en medio de un proceso de liberación195: con sus agitaciones, sus condicionamientos, sus riesgos, limitaciones y posibilidades. No se da de hecho fuera del mundo, en las nubes, en un Olimpo celestial, en la pura intimidad, en la abstracción, en la neutralidad política, en la contemplación puramente intelectual…
Significa que dentro de la realidad global nosotros enfocamos especialmente la realidad de la Liberación196, es decir, los procesos liberadores de nuestros pueblos, sus luchas por construir el Mundo Nuevo, liberado.
Y significa también que contemplamos la realidad de liberación no desde fuera, sino desde dentro, «en la liberación», en la liberación misma, involucrados en ella, participando en sus luchas, asumiendo sus Causas. Contemplamos en la liberación, realizándola también, «liberando»197 y liberándonos.
Contemplamos liberando. Y contemplando también aportamos a la Liberación.
«Contemplativos»: qué vemos, qué contemplamos
Antiguamente se decía que el «objeto» de la contemplación eran las «cosas divinas»198, la misma «gloria eterna futura» ya presente anticipadamente en el alma por la Gracia199. Estas «cosas divinas», tal como las describen las diferentes escuelas clásicas de ascética y mística, están de hecho muy alejadas de la realidad de este mundo200. Más aún, con frecuencia se observa en esas escuelas una especie de competencia o rivalidad entre la atención dedicada a las «cosas divinas» y la dedicada a las «cosas del mundo»201.
194 Sería este el objeto formal o pertinencia.
195 Este sería «lugar en el que» contemplamos, un locus ubi ambiental o pasivo.
196 Se trataría del objeto material específico de nuestra contemplación.
197 Este sería un «lugar en el que» contemplamos, o locus ubi activo.
198 Según Tomás de AQUINO, la contemplación es «una visión simple e intuitiva de Dios y de las cosas divinas, que procede del amor y lleva al amor» (Cfr Sum. Theol., 2-2, q. 180, a.1 y 6; cfr. A. TANQUEREY, Compendio de teología ascética y mística, Desclée, París 1930, pág. 885. San FRANCISCO DE SALES da una definición semejante: «una amorosa, simple y permanente atención de la mente a las cosas divinas»; cfr Tratado del Amor de Dios, l. VI, c. 3.
199 J. ARINTERO, La evolución mística, BAC, Madrid 1952, pág. 112-131.
200 «Tengo para mí que cuando su Majestad hace esta merced, es a personas que van dando de mano a las cosas de este mundo», dice Sta. Teresa DE JESUS, Castillo interior, moradas cuartas, cap. II y III. El PSEUDO-DIONISIO, que tanto influyó en la mística cristiana, lo dice de otra manera: «Separada del mundo del sentido y del mundo del entendimiento, entra el alma en la misteriosa oscuridad de una santa ignorancia, y, abandonando todo saber de ciencia, piérdese en aquel a quien nadie puede ver ni asir; unida con lo desconocido por la parte más noble de sí misma, y porque renuncia a la ciencia…»; cfr Théologie Mystique, c. I, § 3. Luis BLOSIO lo expresa también plásticamente: «El alma, muerta a sí misma, vive en Dios, sin conocer ni sentir cosa alguna fuera del amor que la embriaga. Piérdese en la inmensidad de la soledad y de las tinieblas divinas… El alma se desnuda de todo lo humano… uniéndose con él sin cosa intermedia… Los así arrebatados y abismados en Dios llegan a diversas alturas…», cfr L'Institution spirituelle, c. XII, § 2, pág. 89-90.
201 «No creas que te basta pensar en mí cada día una sola hora. Quien desea oír interiormente mis dulces palabras, y comprender los secretos y misterios de mi sabiduría, debe estar siempre conmigo, siempre pensando en mí… ¿No es vergonzoso tener en sí el Reino de Dios, y salir de él para pensar en las criaturas?» Cfr Beato SUSON, La eterna Sabiduría, 15. La misma Sta.Teresa DE JESUS afirma: «Tengo por imposible, si trajésemos cuidado de acordarnos de que tenemos tal huésped dentro de nosotros, que nos diésemos tanto a las cosas del mundo; porque veríamos cuán bajas son para las que dentro poseemos…». Cfr Camino de perfección, c. 28.
83

Sin negar lo que haya de intuición correcta en lo que los grandes místicos y teólogos querían decir con esas expresiones, nosotros, aquí y ahora, en esta «hora» histórica tan peculiar de nuestro Continente -y en cualquier hora y lugar, si se quiere superar el dualismo y la desencarnación-, con toda la carga de experiencias que hemos acumulado, realizamos nuestra experiencia de Dios desde unos planteamientos y unas categorías diversos.
Para nosotros, las «cosas divinas» objeto de la contemplación mística no pueden ser otras que «estas cosas» que el Padre ha revelado a «los pequeñitos» (Lc 10, 21-24). Son «las cosas del Reino»202: su avance, sus obstáculos, su anuncio, su construcción, la comunicación de la Buena Noticia que libera a los pobres, la acción del Espíritu que excita los anhelos de libertad y subleva a los pobres203 hacia su dignidad de hijos y de hermanos, la deseada llegada del Reino…
Son ciertamente «cosas divinas», pero no por referencia a un Dios cualquiera204, sino en referencia al Dios-del-Reino, al Dios que tiene un proyecto sobre la Historia y nos ha llamado a contemplarlo realizándolo. Es decir, son las «cosas divinas» del Dios de Jesús.
Con los mártires, los testigos, los militantes de todo el Continente comprometidos radicalmente hasta la muerte por «estas cosas», por la Causa del Reino, nosotros testimoniamos nuestra experiencia de Dios cuando decimos que sentimos estar colaborando con el Señor…
…en la creación inacabada, tratando de continuarla y perfeccionarla205;
…en la cosmogénesis, biogénesis, noogénesis, cristogénesis206;
…en la construcción del proyecto histórico de Dios sobre el mundo, la utopía de su Reino207;
…en tareas liberadoras de la opresión, plenamente humanizantes, redentoras de la humanidad, constructoras del Mundo Nuevo, que completan lo que falta a la pasión de Cristo (Col 1, 24),
…en la prosecución de la Causa de Jesús208;
…en el cambio social209;
…en el discernimiento de los signos de los tiempos para encontrar las huellas del Reino que crece entre nosotros;
Con un lenguaje más teológico diríamos que el hecho de ser «contemplativos en la liberación» nos hace
experimentar a Dios en la realidad,
contemplar los avances de su Reino en nuestra historia,
«sentir» la trascendencia en la inmanencia,
descubrir la Historia de la Salvación en la Historia única,
202 En otro lugar decimos que «el Reino» es la gran categoría capaz de reconvertir todas las realidades tenidas habitualmente por cristianas a su genuino ser cristiano. Cfr «Reinocentrismo».
203 C. y L. BOFF, Cómo hacer teología de la liberación, Paulinas, Madrid 1985, pág. 72-73.
204 Un Dios, por ejemplo, que no haga referencia esencial a la realidad ni a la historia, o que pueda ser invocado sin necesidad de compromiso.
205 Lo que expresaron las teologías y/o espiritualidades del trabajo, del progreso, del desarrollo…
206 Teilhard de Chardin no fue solamente un genio espiritual, sino el portavoz de una espiritualidad latente de muchos cristianos que en él se sintieron expresados. La espiritualidad de la liberación considera vigentes numerosos elementos de aquella experiencia espiritual, aunque no utilice explícitamente sus mismos términos y necesite ampliar a nuevas dimensiones sus planteamientos.
207 La relectura «reinocéntrica» del cristianismo a la que ya nos hemos referido (cfr «Reinocentrismo») ha sido sin duda la que más ha contribuido a que muchos militantes cristianos hayan vivido una profundísima experiencia de Dios en medio de sus luchas históricas y sus compromisos políticos.
208 Decir que ser cristiano hoy en América Latina implica «seguir a Jesús, proseguir su obra, perseguir su Causa, para conseguir su mismo objetivo»… no es sólo una feliz expresión de L. BOFF (Fe en la periferia del mundo, Sal Terrae, Santander 1981, pág. 44), sino una lograda traducción de la experiencia espiritual de tantos latinoamericanos comprometidos ardientemente en las luchas liberadoras, en la vivencia ubicada del Evangelio, en la renovación de la pastoral y de toda la vida de la Iglesia, desde el seguimiento de Jesús.
209 Esta experiencia espiritual la expresó autorizadamente Medellín: «Así como otrora Israel, el primer Pueblo, experimentaba la presencia salvífica de Dios cuando lo liberaba de Egipto, cuando lo hacía pasar el mar y lo conducía hacia la tierra de la promesa, así también nosotros, nuevo Pueblo de Dios, no podemos dejar de sentir su paso que salva, cuando se da el verdadero desarrollo, que es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas» (Intr. 6).
84

discernir la Salvación escatológica construyéndose en la Historia210,
captar la «geopolítica de Dios»211 tras la evolución de las coyunturas históricas…
Esta contemplación carga nuestra vida con un profundo sentido de responsabilidad, en cuanto que nos hace saber que está entretejida de responsabilidades divinas212. Configuramos atómica pero realmente el mundo futuro213. Sabemos que en nuestras luchas históricas, al hacer que el Reino avance, estamos gestando ya el Nuevo Mundo, estamos configurando concretamente el futuro absoluto que esperamos, el cielo214…
Por eso, podemos amar este mundo215, esta tierra, esta historia, porque no es para nosotros un simple escenario de cartón destinado al fuego una vez que en él concluya la representación del «gran teatro del mundo», ni es un material vano sobre el que realizar una prueba o un examen que una vez aprobado será premiado con una salvación que nada tendría que ver con nuestra realidad actual (heterosalvación). Podemos amar esta tierra y esta trabajosa historia humana porque es el Cuerpo de Aquel que es y que era, que vino y que viene, al que seguimos esperando bajo los velos de la carne. Y porque en ella y en su inmanencia crece el Reino transcendente que llevamos entre manos.
Para nosotros no es indiferente el curso de la historia. Porque aunque en la fe sintamos como cierto el triunfo final, lo sabemos sometido históricamente al combate de sus enemigos, y estamos entregando la vida en la tarea de acelerarlo.
Amamos esta tierra y esta historia porque es para nosotros la única mediación posible de en-cuentro con el Señor y su Reino. El deseo de Dios y de su Reino no nos hacen apartarnos de este mundo, ni de los avatares históricos. Porque no tenemos otra forma de construir eternidad que en la historia. «La tierra es el único camino para ir al cielo»216. Nadie nos puede acusar de ser desertores217, de evadirnos, de no comprometernos, de no amar locamente el triunfo de la Causa de la Persona Humana, la Causa de los pobres, que es la Causa de Jesús, que es la misma Causa de Dios.
Por eso sabemos que esto que estamos viviendo, nuestras luchas por el amor y por la paz, por la libertad y la justicia, por construir un mundo mejor y sin opresión, es decir, «los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad, en una palabra, todos los frutos excelentes tanto de la naturaleza como de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el Reino eterno y universal, Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz. El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra. Cuando venga el Señor se consumará su perfección»218. Sabemos que esto que contemplamos en la Liberación bajo el signo de la fugacidad y la debilidad, lo volveremos a encontrar. «Que toda la ruta es puerto y el tiempo es eternidad…»
«La consumación que esperamos ya comenzó en Cristo, es impulsada por el Espíritu Santo y por él continúa… La plenitud de los tiempos ha llegado a nosotros (1 Cor 10,11) y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y se anticipa ya en este mundo… Pero mientras no terminen de llegar los nuevos cielos y la nueva tierra donde mora la justicia (2 Pe 3, 13), y aunque poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior (Rom 8, 23) y ansiamos estar con Cristo (Fil 1, 23), en medio de este mundo que gime con dolores de parto en la esperanza de ser liberado del destino de muerte que pesa sobre él y aguardando la manifestación de la libertad y la gloria de los hijos de Dios (Rom 8, 19-22)»219.
210 C. y L. BOFF, Libertad y liberación, Sígueme, Salamanca 1982, pág. 84ss. Cfr también C. BOFF, Teología de lo político, Sígueme, Salamanca 1980, pág. 182-210.
211 P. CASALDALIGA, El vuelo…, pág. 19-20.
212 TEILHARD DE CHARDIN, El medio divino, Alianza Editorial, Madrid 1989, 44.
213 Ibídem.
214 L. BOFF, La vida más allá de la muerte, CLAR, Bogotá 31983, pág. 67; ID, Hablemos de la otra vida, Sal Terrae, Santander 1978, pág. 78.
215 LG 37: «el cristiano puede y debe amar las cosas creadas por Dios, y puede usarlas y gozar de ellas». Sobre el tema del desprecio del mundo y su tradición histórica en la ascética y mística clásicas, cfr BULTOT, Doctrine du mépris du monde, en Occident, de S. Ambroise à Inocent III, Louvain, Nauvelaerts.
216 Según el dicho del famoso misionólogo P. Charles.
217 TEILHARD DE CHARDIN, Ibíd., 43.
218 GS 39.
219 LG 48.
85

Nos sentimos presentes (¡y muy presentes!) en la inmanencia y en la trascendencia, simultáneamente, y sin conflicto, aunque sí con una gran tensión en el corazón. Tenemos sentimientos encontrados en nuestro interior. Si por una parte amamos tan apasionadamente esta tierra y su historia, por otra nos sentimos peregrinos y forasteros (Heb 11, 13), ciudadanos del cielo (Fil 2, 30) y a la vez desterrados lejos del Señor (2 Cor 5, 6); llevamos en nosotros la imagen de este siglo que pasa (1 Cor 7, 31) y a la vez miramos las cosas sub especie aeternitatis; por la Patria Grande caminamos hacia la Patria Mayor (Heb 11, 14-16), corresucitados (Col 3, 1), sabiendo que todavía no se ha manifestado lo que seremos (1 Jn 3, 2; 2 Cor 5, 6).
Cuanto más encarnadamente históricos, más ansiosamente escatológicos nos sentimos220. Cuanto más buscamos la trascendencia, más la encontramos en la inmanencia. Porque el Reino de Dios no es otro mundo, sino este mismo, aunque «totalmente otro»221…Por eso seguimos gritando el grito más verdadero que se ha proclamado en este mundo: ¡Que venga tu Reino! (Lc 11, 2; Mt 6, 10). ¡Que pase este mundo y que venga tu Reino! ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22, 20).
No contemplamos parajes celestiales222, sino que tratamos de escuchar el grito de Dios en el grito de la realidad. Tratamos de contemplarlo en la zarza ardiendo del proceso de Liberación, en el que escuchamos la Palabra que nos envía como a Moisés para liberar a nuestro pueblo. Tratamos de escucharlo obedientemente, con «ob-audientia». La contemplación de la liberación es siempre un llamado a un renovado compromiso con la realidad.

APÉNDICE: EL ANÁLISIS DE LA REALIDAD COMO FORMA DE CONTEMPLACIÓN

La pasión por la realidad, por partir siempre de ella y analizarla lo más a fondo posible, responde a una voluntad firme de conocer la verdad y ser fieles a ella. Es un esfuerzo por ser realistas, honrados, veraces. Por aceptar la luz que Dios nos dio y colaborar con El responsablemente tratando de hacer más luz, de ser hijos del día, nacidos de la luz (1 Tes 5, 5). Tener miedo al análisis o renunciar a él significaría tener interés en ocultar malas obras o amar más las tinieblas que la luz (Jn 3, 19).
No conocer bien la realidad que vivimos o no emplear buen método para conocerla nos dificultaría conocer la voluntad real de Dios sobre nosotros223. «Un error acerca del mundo redunda en error acerca de Dios»224.
Mediante los instrumentos de análisis descubrimos los dinamismos internos de pecado y de muerte presentes en las situaciones que vivimos. Nos hacemos cargo de la realidad, del pecado personal y del pecado social. Nos capacitamos para mejor descubrir los caminos que llevan a su superación, pasando por la conversión y el compromiso transformador. El análisis nos ayuda a descubrir dimensiones de nuestra liberación y de la Salvación, la presencia de la Gracia. Descodificamos las claves de su presencia en nuestra historia.
El análisis nos ayuda también a analizarnos a nosotros mismos, como personas, como comunidad, como Iglesia… Descubrimos que una cosa son nuestras intenciones y otra -a veces muy otra- la lógica de los efectos sociales de nuestras actuaciones225. Estos análisis resultan a veces especialmente dolorosos para nosotros mismos los cristianos, cuando analizando nuestro pasado o
220 La polémica entre escatologismo y encarnacionismo de los años treinta para la espiritualidad de la liberación está resuelta decididamente en la conjugación plena de las dos tendencias. En cuanto a la visión actual de la articulación entre la Salvación y la Liberación, desde un punto de vista de la espiritualidad, cfr C. y L. BOFF, Libertad y liberación, Sígueme, Salamanca 1982, pág. 84-98.
221 L. BOFF, Jesucristo el liberador, Sal Terrae, Santander 1980, pág.67.
222 «Es una tentación muy fuerte para el cristiano sentarse enternecido delante de hermosos paisajes teológicos, mientras la caravana de los hombres prosigue su marcha con los pies sobre las brasas», E. MOUNIER, «Selecciones de Teología» 50(1974)177.
223 El análisis de la realidad no es una cuestión ajena a la teología, ni simplemente preteológica, sino realmente teológica. Hemos desarrollado esta cuestión en J. M. VIGIL, (coord.), El Kairós en Centroamérica, Nicarao, Managua 1990, pp. 137-142.
224 Tomás de AQUINO, Suma contra Gentiles, II, 3.
225 Como un ejemplo, cfr P. RIBEIRO DE OLIVEIRA, O lugar social do missionário, en VARIOS, Inculturação e libertação, CNBB/CIMI, Paulinas, São Paulo 1986, p. 18.
86

incluso nuestro presente nos descubrimos realizando más o menos inconscientemente papeles sociales enteramente contrarios al evangelio que queremos predicar: por ejemplo cuando los cristianos hemos legitimado la conquista y el genocidio, hemos justificado dictaduras, hemos bendecido sistemas de opresión, nos hemos alineado con las metrópolis contra las colonias, acallamos el grito de protesta de los pobres contra sus explotadores, nos dejamos pagar por los latifundistas y hacendados benefactores, explotamos a los pobres desde la religión, o hacemos de hecho en nombre de Jesús las cosas a las que más enérgicamente se opuso El en su vida226…
El «análisis social», con este nombre, es una realidad moderna. Pero su realidad profunda es muy antigua. También Jesús hacía un análisis psicológico y social muy profundo de su propia sociedad y de los deferentes grupos que la componían, aunque, lógicamente, no pensaba con las categorías socioanalíticas modernas227.
El Concilio Vaticano II exhortó claramente a caminar en este espíritu, al decir que «es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del evangelio» (GS 4), vivir a fondo los gozos y las esperanzas de los hombres de hoy, especialmente de los más pobres (GS 1), «auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo» (GS 44), «discernir en los acontecimientos los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios» (GS 11), «reconocer y emplear suficientemente en el trabajo pastoral no sólo los principios teológicos, sino también los descubrimientos de las ciencias profanas, sobre todo en psicología y en sociología, llevando así a los fieles a una más pura y madura vida de fe» (GS 62)…
En nuestra espiritualidad, la actitud de análisis social no es una actitud fríamente intelectual o sociologista. Es todo un espíritu lo que late debajo de esta actitud. Es el espíritu del amor y de la compasión por los hermanos oprimidos el que nos lleva a procurar liberarnos más profundamente. Es el cumplimiento del Evangelio que nos exige el análisis de los signos de los tiempos (Mt 16, 1-4; Lc 12, 54-56). Es la pasión por la Verdad228 que nos hará libres (Jn 8, 32). Con el análisis tratamos de «encarnarnos en la realidad», de «amar eficazmente», de ser «inteligentemente compasivos», de «leer en la interioridad»229 de la realidad opaca de la injusticia, para poder combatirla más y mejor. La verdadera compasión pide inteligencia y eficacia. La teología, el análisis social y la misma sociología, puestas al servicio de la liberación y del anuncio del Reino230, y dentro de su espíritu, se convierten en «intellectus amoris»231.
Visto desde la fe cristiana, el análisis de la realidad es, también, en todo caso, un don de Dios que ilumina los ojos del corazón para captar el caudal divino que se juega en el río del proceso de la realidad. Por eso pedimos con el Apóstol: «que El les ilumine la mirada interior, para que vean lo que esperamos a raíz del llamado de Dios, y entiendan la herencia grande y gloriosa que Dios reserva a sus santos, y comprendan con qué extraordinaria fuerza actúa en favor de los que hemos creído» (Ef 1, 18). Porque la Realidad y su Historia son para nosotros algo más que ellas mismas.
«Con la nazarena María, también nosotros proclamamos la grandeza del Señor, porque mira la humillación de sus pobres, asume la defensa de los oprimidos, derriba del trono a los poderosos y lucha con nosotros para librarnos de la mano de nuestros enemigos. Algo de la utopía del reino se realiza históricamente cuando avanza el proyecto de paz de los pobres, cuando son removidos los obstáculos que les impiden vivir dignamente. Algo de divino tiene el luchar por los derechos de los
226 A. NOLAN, ¿Quién es este hombre?, Sal Terrae, Santander 1981, pág. 13.
227 Cfr SOBRINO, J., Opción por los pobres y seguimiento de Jesús, en J. M. VIGIL, (coord.), Sobre la opción por los pobres, Nicarao, Managua1991.
228 «Se trata de estar en la verdad de América Latina. Vivir la realidad crucificada de América Latina, aceptarla como es y no sofocarla con nada es el primer paso para cualquier conocimiento teológico. La opción de estar en lo real, desde la flagrante situación de miseria en América Latina, es exigida para que pueda haber conocimiento real en el quehacer teológico»: SOBRINO, Jesús en América Latina, Sal Terrae, Santander 1982, 106-107)
229 Es lo que significa entender, «inteligir», intus-legere.
230 «El celo apostólico nos hace escrutar atentamente los signos de los tiempos para adaptar los medios y métodos del sagrado apostolado a las crecientes necesidades de nuestros días y a las cambiantes condiciones de la sociedad». Pablo VI, Concilio Vaticano II, BAC, Madrid 1970, pág.1035.
231 I. SOBRINO, Como fazer teología. Proposta metodológica a partir da realidade salvadorenha e latino-americana, «Perspectiva» 55(dec 1989)285-303.
87
pobres, que son derechos de Dios. Sentimos proclamada la grandeza y la gloria de Dios cuando los pobres tienen acceso a la vida en abundancia y a la paz, cuando luchan como pueblo por construir el Reino en la historia…
«La fe nos dice que la historia del Dios encarnado camina en la historia de los hombres, que la historia de la salvación es la historia de nuestra Liberación total. Por eso, aunque hay que distinguir cuidadosamente entre progreso temporal y crecimiento del Reino de Dios, sin embargo, tanto el progreso temporal como el progreso de los procesos de liberación interesan grandemente al Reino de Dios. Igual que Israel cuando fue liberado de la opresión de Egipto, así nosotros no podemos dejar de experimentar el paso salvador del Señor cuando pasamos a condiciones de vida más humanas, cuando la Paz y la Vida se acercan a nuestro encuentro, cuando damos un paso -por pequeño que sea- hacia la Liberación total.
«No identificamos la liberación histórica con la salvación escatológica, pero tampoco las separamos indebidamente. Ni las separamos ni las confundimos. Hay una presencia de Reino -misteriosa, objeto de fe- en el avance del proceso de Liberación del Pueblo, aunque este proceso tenga su autonomía y su metodología propias. Todo el derroche de esperanza y de generosidad de nuestros Pueblos no es algo que pueda perderse en el abismo de la muerte, sino que está escrito con letras de sangre en el Libro de la Vida y pertenece al Reino definitivo que misteriosamente crece ya y triunfa día a día en nuestra historia camino de su plenitud final.»
«Documento Kairós Centroamericano» (Pascua de 1988), nºs 48, 62 y 63.
88

VIDA DE ORACIÓN

Oración, realidad antropológica
La persona humana es un misterio lleno de profundidad. Y en el hondón de ese misterio habita el espíritu. De allí arrancan sus motivaciones más íntimas, su opción fundamental, su talante radical, su mística… Ese hondón personal, por su propia naturaleza, pide hacer referencia a un punto absoluto. La persona, sobre ese absoluto232, articula la composición de su conciencia y construye su propia representación del mundo, en la que ella discierne y jerarquiza las distintas opciones y valores. De una manera u otra, según su propia psicología, educación, condicionamientos y potencialidades religiosos y culturales, toda persona siente un llamado a volverse a su interior para tomar conciencia de sus propios cimientos personales, para palpar una y otra vez la roca sobre la que se asienta su vida, para saborear las certezas profundas que alimentan su caminar.
Por otra parte, ese absoluto no se presenta como una mera realidad interior o una construcción subjetiva, sino como algo que brota de la realidad, de la cual es fundamento y principio de existencia. Por eso la persona se siente llamada no sólo a reencontrarse consigo misma en presencia del absoluto en su interior, sino también a encontrarse con él y rastrear sus huellas en la realidad histórica, en la vida diaria.
Toda persona necesita encontrarse con el absoluto dentro y fuera de sí misma. Son dos llamados que toda persona siente, de una manera u otra, a su modo, de parte del Absoluto. El en-cuentro que se produce, la referencia explícita y consciente a él, en los niveles profundos de la persona, es siempre una forma de «oración» o «contemplación» en el sentido amplio de la palabra. Orar, en este sentido, es algo humano, muy humano, profundamente humano, que responde a una necesidad antropológica fundamental.
En este sentido amplio, más allá de la determinación religiosa explícita de las religiones convencionales, oración sería -y aquí queremos dar una primera definición- la vuelta de la persona hacia su hondón personal, hacia sus raíces personales, hacia la roca de sus certezas profundas, hacia su opción fundamental, hacia su propio absoluto, aunque éste no sea reconocido como un Dios personal tal como el de las religiones convencionales.
Esta «oración», de hecho mucho más contemplativa que discursiva, se da en todas las personas, con mayor o menor frecuencia, en los momentos más importantes y profundos de la vida. Pero también se da, consciente o inconscientemente, en numerosas formas diarias de reflexión, de soledad, de reencuentro personal. Son muchas las personas que oran habitualmente a Dios, aun sin ser conscientes de ello, o sin terminar de creer en él, sin acabar de entregársele explícitamente, impedidos muchas veces por el testimonio negativo que otros -cristianos, o religiosos en general- les dieron… Muchos hermanos se sienten ante al Misterio sin saber si están ante algo, ante Alguien, ante sí mismos o simplemente ante el vacío…
Esta vuelta hacia la profundidad es un fenómeno que se da en todas las religiones, y es también una interrogación para el ateísmo o agnosticismo moderno. La proliferación moderna de diferentes formas modernas de oración, de «meditación trascendental», «zen»… responden a esta misma necesidad humana permanente233.
232 Ya sea que se le llame «dios» o no, ya se le considere realidad explícitamente religiosa o no, para nosotros lo es, en el sentido antropológico-existencial de la palabra. Cfr para todo esto el capítulo primero.
233 «La presentación conceptual de las verdades religiosas muchas veces ya no satisface ni a los cristianos más sinceros. De ahí que muchos ya no busquen salia en el estudio de la teología sino en la experiencia de la fe, buscándola por distintos caminos. Se trata de un fenómeno típico de nuestro tiempo, que no debería enjuiciarse como paso atrás, porque en el fondo es un adelanto… Al reducir nuestro mundo al ámbito de lo mentalmente perceptible, probablemente no estemos percibiendo sino una tercera parte de la realidad». ENOMIYA-LASSALLE, H.-M., ¿A dónde va el hombre?, Santander 1982, p. 75
89

La oración cristiana
Cuando el hondón de la persona se vive con fe explícita en un Dios personal, esta oración se convierte en una relación mutuamente personal y explícitamente religiosa, lo cual es ya un sentido explícitamente religioso de oración.
Más concretamente, la oración cristiana hace relación no a un Dios genérico o abstracto, sino a un Dios muy concreto: el de Jesús, el Dios cristiano, que es Dios del Reino. De ahí brotan una serie de exigencias específicas de la oración cristiana sin las cuales podría ser una oración muy valiosa, pero no cristiana, ciertamente. Jesús nos dijo: «no oren ustedes como los paganos» (Mt 6, 7). No podemos orar -por ejemplo- por simple miedo o por interés.
Para nosotros no es importante sólo la oración en sí misma, sino que nuestra oración sea cris-tiana. Y la oración sólo es cristiana cuando se refiere al Dios cristiano, a su proyecto (el Reino), y cuando, por tanto, incluye a sus hijos e hijas (los hermanos y hermanas). No basta dirigirse a un dios cualquiera, quizá a un ídolo, ni a un Dios-en-sí que nos aísla de la realidad y nos enemista con el mundo. No es cristiana una oración que no ensambla lo horizontal con lo vertical en una armoniosa cruz de encarnación. Ni es cristiana la oración que no esté grávida de Historia, que no nos lleve a los hermanos. Nuestra oración, en una palabra, ha de ser «oración por el Reino»234.
Por ser cristiana nuestra oración es connaturalmente bíblica. Lo ha sido siempre en la vida de la Iglesia dentro de las más diferentes teologías y escuelas de espiritualidad. Pero es más bíblica en la espiritualidad de la liberación; porque lo es más popularmente, porque la Biblia penetra toda la oración de las comunidades. En torno a la Biblia se hace, cada vez más, esta oración. Las comunidades rezan con los salmos; cantan la Biblia; la manejan con destreza, recurriendo a sus figuras, hechos, palabras más tocantes; hacen de los cursillos bíblicos un hábito, tanto para su formación pastoral como para su vivencia espiritual.
Son particularmente significativas para nosotros, con las lecciones de la tradición cristiana universal, la gran herencia religiosa de los Pueblos y culturas de Abya Yala. Debemos incorporar -siempre con el oportuno sentido crítico- la experiencia y la sabiduría que las distintas religiones235 han acumulado en cuanto a métodos y formas de oración, pues la oración cristiana no es una oración-nirvana, o una pura meditación trascendental impersonal, o unos ejercicios psicosomáticos de relajación interior236.
A partir de estos fundamentos (entre otros) tenemos que decir que no es posible pensar en un cristiano no orante. Vivir en plenitud como persona (desde el hondón personal, lleno de espíritu) es vivir en relación viva con el Absoluto. Vivir la fe cristiana es en gran parte también orar. La oración cristiana es la forma cristiana de vivir una dimensión esencial al ser humano. Para nosotros es importante pues orar, y es importante para nosotros que nuestra oración sea cristiana. Lo primero por el mero hecho de que somos personas humanas. Lo segundo porque somos cristianos.
Debemos vivir la oración, testimoniar la oración… y también enseñar a orar. Los discípulos le pidieron a Jesús: «enséñanos a orar». Los agentes de pastoral deben enseñar a orar. La «pastoral de la oración»237 habrá de ser, necesariamente, una preocupación constante de todas las pastorales.

Espiritualidad y oración
La espiritualidad es más que la oración. La oración es una dimensión de la espiritualidad. Hay mucha gente que hace mucha oración y no tiene nada de espiritualidad cristiana: sólo tiene oración,
234 La oración que nos enseñó Jesús, cuya petición central es, precisamente «¡venga tu Reino!», es el modelo. En todo caso, como hemos dicho en «Reinocentrismo» (E2), la oración es también una de esas realidades de la vida cristiana que la espiritualidad de la liberación reformula transformándolas «por el Reino».
235 UR 3 §2; LG 8, 16; GS 22; AG 9, 11; NAe 2 §2.
236 Sobre la peculiaridad de la oración cristiana frente a otros modelos de oración, cfr. la «Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana», del cardenal RATZINGER, del 15 de octubre de 1989.
237 P. CASALDALIGA,. El vuelo del Quetzal, Maíz Nuestro, Panamá 1988, pág. 55.
90

una oración «de secano», dicotómica, separada de la vida, segregada, aislada de la historia, que acaba siendo fanatismo, mecanismo orante… u oración a otro dios. La espiritualidad es más que la oración238.
Pero la espiritualidad depende en gran medida de la oración: de si hacemos oración o no, de a qué Dios hacemos oración y por qué… Un test fiable para conocer nuestra espiritualidad (o la de cualquier persona, comunidad, equipo, movimiento) consiste en examinar la oración. Nuestra espiritualidad dependerá fundamentalmente de si hacemos oración, de qué tipo de oración, de cuánta oración, pero sobre todo, de al servicio de qué Dios y al servicio de qué Causa hagamos nuestra oración. De ahí la generosidad que hay que derrochar en el cultivo de la vida de oración.

Contemplación
Pensamos que hay muchas personas contemplativas, aunque no hayan recorrido explícita o conscientemente aquellos conocidos «grados» de oración que describieron las escuelas clásicas. Muchas comadres, campesinos, obreros, militantes, revolucionarios, agentes de pastoral, luchadores… de América Latina son grandes contemplativos. Y, por supuesto, las grandes religiones indígenas de la antigüedad y del presente son profundamente contemplativas.
Nosotros pensamos que la contemplación239 es una actitud sosegada ante Dios, sin imágenes:
•ante su proyecto, el Reino
que puede ser contemplado como utopía ético-política, (en una perspectiva de E1)
•ante las obras de Dios,
o ante la naturaleza, la vida… (desde una perspectiva de E1)
•desde el hondón de la persona, hacia la profundidad del misterio de la existencia y del ser humano y del ser del mundo…
La contemplación es también una especie de conmoción que sintoniza con la compasión misma de Dios240, con la santa ira de Dios. La contemplación cristiana liberadora responde a una sensibilidad espiritual, a una compasión, una capacidad de com-padecer con los hombres y hasta con Dios, capacidad de hacerse cargo de las situaciones que atraviesan nuestros hermanos, capacidad de captar y vibrar con la coyuntura espiritual de la historia de la salvación en cada momento241…

Tratados, escuelas, maestros
Respecto a la oración hay tratados, escuelas, maestros, métodos, caminos, vías, etapas, grados, fenómenos… Todos los modelos y escuelas han estado (y estarán siempre) condicionados por su contexto: histórico, cultural, psicológico, teológico… Tanto Eckhart, como Juan de la Cruz, como Teresa de Lisieux, seguirán siendo siempre maestros verdaderos, referencias válidas, pero no todas sus orientaciones ni métodos serán válidos para todo tiempo y lugar, ni para nosotros en concreto, aquí y ahora, en América Latina… Los hallazgos que respecto a la oración hicieron los maestros de Europa, o de Abya Yala, en el siglo XVI, en el VII o en el X antes de Cristo, nos pueden ser valiosos, pero sólo después de un atento y crítico discernimiento. Ellos no conocieron a Freud -que algo nos ha enseñado-, no vivieron el proceso cultural de conciencia que implicó la primera y la segunda Ilustración, no pudieron imaginar el mundo de nuestras modernas ciudades urbanas, no pudieron intuir la posibilidad de un laicado cristiano política y eclesialmente comprometido, ni podían imaginar la irrupción de los pobres en nuestra América… Sería desorientador tomar a estos maestros del pasado al pie de la letra, o considerarlos como las únicas orientaciones. Ahora necesitamos tomar también la lección que el Espíritu directamente dicta para nosotros, aquí y en esta hora, en América Latina, y en cada una de nuestras vidas concretas…
En cuanto a las formas y grados de oración nosotros no distinguiríamos tan milimétricamente como se ha hecho clásicamente entre oración y contemplación (oración vocal, discursiva, de quietud,
238 Ibid., pág. 54.
239 Sto. Tomás de AQUINO la definirá como «visión simple y afectuosa de la verdad» (simplex intuitus veritatis). Cfr Summa Theologica, 2-2, q. 180, a.1 y 6. RAHNER y VORGRIMLER la caracterizarán como «el tranquilo demorarse del hombre en la presencia de Dios» (Diccionario teológico, Friburgo Br. 1961, voz «contemplación»).
240 JEREMIAS, J., Teología del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 41980, pág. 146.
241 Cfr «La compasión está al origen de la teología y de la espiritualidad de la liberación», cfr C. y L. BOFF, Como hacer teología de la liberación, Paulinas, Madrid 1986, pág. 10ss.
91

de unión plena, de unión extática, desposorios místicos, matrimonio espiritual…)242. Estos maestros dan a veces la impresión de que sólo llegan a la contemplación las personas que avanzan por un progreso explícito a través de estos métodos de oración y recorren los diversos grados previos, dando como por supuesto que la mayor parte de las personas no llegan a la contemplación243…
La vida de oración es un proceso, una historia. En todo caso el crecimiento continuo244 en nuestra vida cristiana es una obligación que deriva del mismo llamado a la santidad que el Señor nos hizo: «sean perfectos como es perfecto su Padre que está en el cielo» (Mt 5, 48). El Vaticano II universalizó para todos, oficialmente, lo que en otro tiempo estuvo como reservado a sólo algunos: el llamado universal a la santidad (LG 39-42).
No despreciamos los maestros, las enseñanzas de la tradición, los tratados, los manuales. Valoramos la «pedagogía oficial» de las Iglesias, es decir, la liturgia, los sacramentos (aunque pidamos para ella una mayor encarnación). Sería absurdo que un cristiano liberador prescindiera de la liturgia de la Iglesia245.
No daremos una receta concreta sobre cuánto tiempo para la oración. Cada persona y cada situación son distintas246, pero es idéntica la necesidad de reconocer la gratuidad de Dios en tiempos generosamente entregados a la oración, más allá de la búsqueda de la eficacia247. No podemos olvidar que también de esta generosidad depende en parte la calidad religiosa de los distintos elementos de nuestra vida. En todo caso, la oración es una actitud que se va ejercitando y desarrollando, una dimensión que no se improvisa, sino que hay que cultivar esforzadamente248.
Todo esto no quiere decir que caigamos en la simplificación fácil de decir que «todo es oración». Lógicamente, no pretenderemos establecer fronteras rígidas, pero tampoco debemos perder la claridad: la acción es acción, no es oración. La liberación es la liberación, y la oración es la oración. De la misma forma que no aceptamos que se diga que son pobres también… los ricos que andan aburridos con sus riquezas249. Es cierto que toda acción cristiana realizada realmente en la fe, en «estado de oración», es en algún sentido una vivencia de oración, pero no es equiparable a la oración misma. La caridad es la caridad, el servicio es el servicio, y la oración es la oración.
Para la espiritualidad de la liberación la meta es también, como para tantas otras espiritualida-des, el llegar a vivir en un habitual «estado de oración»250. La peculiaridad de nuestra espiritualidad latinoamericana estriba en que este habitual y difuso estado de contemplación no se realiza en raptos extáticos, en huidas evasionistas o interioridades solipsistas, sino en medio de la vida diaria, en el
242 M. J. RIBET, en su Mystique divine (Poussielgue, Paris 1879, t.I, c. X) enumera las principales clasificaciones. ALVAREZ DE PAZ cuenta 15. SCARAMELLI, en su Direttorio mistico, distingue doce grados…
243 TANQUEREY, Compendio de teología ascética y mística, Desclée, Paris 1930, pág. 900-903) presenta las razones por las que son tan pocos los contemplativos, apoyándose en las opiniones de san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús.
244 Aunque por nuestra parte no intentaremos poner puertas al campo ni marcar fronteras al crecimiento en el espíritu, aludiremos a la clásica obra de GARRIGOU-LAGRANGE Las tres edades de la vida interior, Buenos Aires 1944.
245 Se entiende sin embargo que nosotros no glosemos más detenidamente ni los sacramentos, ni la liturgia en general, porque hay tratados explícitos en torno a esos temas en esta misma colección «Teología y Liberación».
246 Aun sin recetas: «Un agente de pastoral que no haga individualmente siquiera media hora de oración diaria, además de la que haga en equipo, no da la talla necesaria como agente de pastoral…». Cfr CASALDALIGA, l.c., pág. 56.
247 «La oración es una experiencia de gratuidad. Ese acto “ocioso”, ese tiempo “desperdiciado” nos recuerda que el Señor está más allá de las categorías de lo útil y de lo inútil». Cfr G. GUTIERREZ, Teología de la liberación, Sígueme, Salamanca 101984, pág. 270.
248 «En cuanto a la oración es necesaria una cierta ascética, una cierta disciplina, porque la oración no es algo instintivo, que nos salga de dentro sin más. La oración exige su tiempo, y su lugar, y hasta su instrumental. Si no se impone uno una cierta disciplina, es la oración la que acaba siendo perjudicada». Cfr. CASALDALIGA, l.c., pág. 51.
249 Sobre la mala utilización del concepto de «pobre», cfr CASALDALIGA, l.c., pág 51; J. LOIS, La opción por los pobres, Nueva Utopía, Madrid 1991, 13-16.
250 «Vivir en estado de Oración. Vivir en estado de Alegría, de Poesía, de Ecología»: CASALDALIGA, Los rasgos del Hombre Nuevo, en E. BONIN (coord.), Espiritualidad y liberación en América Latina, DEI, San José 1982, 179.
92

marco de una gran pasión por la realidad y por la praxis, sumergidos plenamente en la historia y sus procesos.
El gran maestro de oración para nosotros es en definitiva Jesús, que se retiró al desierto (Mt 4, 1-2), que solía buscar lugares adecuados para orar (Lc 5, 16), madrugaba (Mc 1, 35) y trasnochaba para orar (Lc 6,12), que oró postrado en tierra (Mt 26, 39) y de rodillas y sudando como goterones de sangre (Lc 22, 41-44), que nos insistió en la necesidad de «orar siempre y sin desfallecer» (Lc 18, 1), se preparó a la muerte en oración (Mc 14, 32-42) y murió en oración (Lc 23, 34; 23, 46; Mt 27, 46).
La verdadera oración cristiana debe ser siempre según la oración del propio Jesús. Y su oración paradigmática del Padrenuestro debe no sólo orientar sino también juzgar nuestra oración. Los evangelios nos han dejado dicho con toda claridad que esta oración debería ser, en su contenido, y según sus preferencias, la oración de todo buen seguidor del Maestro. Con esta oración, con su contenido, él respondió, o fue respondiendo a los apóstoles, cuando le preguntaban cómo se debía orar.
Después, la comunidad de los seguidores de Jesús ha organizado públicamente su oración en la Liturgia, sobre todo en la máxima celebración cristiana que es la Cena del Señor, la Eucaristía. El oficio divino, los devocionales, el rezo de los salmos, el rosario, el viacrucis, las novenas o jornadas, las alabanzas o letanías, las romerías antiguas y nuevas, las celebraciones patronales y otras celebraciones populares, han ido completando, según los tiempos y las Iglesias, el estilo y el repertorio de la oración cristiana del Pueblo de Dios. En todo caso, para que esa oración sea verdaderamente cristiana, según el Espíritu de Jesús, habrá de expresar siempre la acción de gracias al Padre y el compromiso con la Historia; porque éste es el culto «en espíritu y en verdad» (Jn 4, 22), el culto agradable a Dios (Rm 12, 1).

miércoles, 27 de mayo de 2015

Espiritualidad de la Liberación (Capítulo tercero, segunda parte) (Pedro CASALDÁLIGA y José María VIGIL)

62
LA TRINIDAD

Creer en el Dios bíblico, desde Jesús, es necesariamente creer en la santísima Trinidad. El Dios de Jesús, el Dios cristiano, es el Padre y el Hijo y el Espíritu, la Santísima Trinidad128.
En Jesús está personalmente el Hijo del Padre eterno. El es históricamente ese Hijo unigénito de Dios. Y en el misterio de Jesús vive y actúa históricamente el Espíritu eterno del Padre y del Hijo.
La unidad comunitaria de las tres personas divinas confluye, se expresa, ama y salva en la tensa unidad histórica de esas dos naturalezas que constituyen el único Jesús, Cristo Señor. El Dios que Jesús es, vive y nos revela, ni es solitario ni es distante; es tanto trascendente como inmanente. Es tan de fe cristiana «la historia de la Trinidad como la Trinidad en la historia»129. Es el Dios-trinamente-consigo-mismo, que se hace el Dios-con-nosotros. Es el Uno-comunidad y es la Eternidad-Historia.
La Santísima Trinidad es la mejor comunidad, proclaman nuestras comunidades eclesiales de base. Es fuente, exigencia y término de toda verdadera comunidad. La Iglesia de Jesús, o es trinitaria o no es cristiana. La espiritualidad cristiana necesariamente es trinitaria. La espiritualidad cristiana en la Iglesia y en el Mundo tiene la vocación de hacer presente el misterio de la Trinidad dentro de los vaivenes y esperanzas de la historia humana.
La Trinidad es, en sí, el principio y el fin del Reino. El Reino, en la tierra y en el cielo, es la efusiva donación, procesual, histórica y transhistórica, de la Trinidad en la plenificación de vida de sus hijos e hijas y de la integridad y belleza de su Creación.
La gloria de la Trinidad es la realización del Reino.
La trinitariedad es nota esencial de toda verdadera evangelización, de la auténtica Iglesia de Jesús y de la espiritualidad que quiera ser cristiana.
La comunitariedad y la historicidad de esa Trinidad que el Evangelio nos ha revelado, deben ser anunciadas por la evangelización, celebradas e «institucionalizadas» en la Iglesia, y vivenciadas -en fe, esperanza y caridad- por todas las personas cristianas y por la entera comunidad eclesial.
Las atribuciones personales del Padre, del Hijo y del Espíritu han de ser también explícitamente vivenciadas, como tales, en una verdadera espiritualidad cristiana y con características propias en la espiritualidad de la liberación.
Como el Padre,
que es fuente-madre de la Vida, creatividad inagotable, y acogida total, origen y regreso de todo cuanto existe…,
los cristianos y cristianas, en América Latina, debemos desarrollar dentro de nosotros y en todos los ambientes de nuestra actuación:
-la pasión por la Vida y su promoción,
-la ecología integral,
-la actitud de comprensión, de acogida, de paternidad-maternidad tanto biológica como espiritual, tanto política como artística,
-la memoria de nuestros orígenes y el sentido de la vida y de la historia.
Como el Hijo,
que es ser humano y ser divino,
el Hijo de Dios y un hijo de mujer,
la Palabra y el Servicio,
el Elegido y el sin-rostro,
el pobre del pesebre y el proclamador de las bienaventuranzas,
el anonadado y el Nombre-sobre-todo-nombre,
la compasión y la ira de Dios,
Muerte y Resurrección…,
128 Véase el volumen dedicado a la Trinidad en esta misma colección: L. BOFF, A Trindade e a Sociedade, Vozes, Petrópolis 31987.
129 Cfr Bruno FORTE, La Trinidad como historia, Sígueme, Salamanca 1988.
63

nosotros debemos integrar armónicamente, superando toda dicotomía:
-la filiación divina y la universal fraternidad humana130,
-la contemplación y la militancia, la gratuidad y la praxis, el anuncio y la construcción del Reino,
-la dignidad de los hijos/hijas de Dios y el «oprobio de Cristo»
-la infancia espiritual y la «perfecta alegría»
-la locura de la cruz y la seguridad de saber de Quien nos fiamos,
-la misericordia y la profecía, la paz y la revolución,
-el fracaso y la victoria de la Pascua.

Como el Espíritu,
que es el Amor interpersonal del Padre y el Hijo y «el Amor que está en todo amor»;
-la interioridad insondable del mismo Dios y de todos los que Lo contemplan, y al mismo tiempo la dinamización de todo lo que es creado, vive, crece, se transforma;
-el «Padre de los pobres», el Consolador de los afligidos, el go'el de los marginados, el incitador de la libertad y de toda liberación y el abogado de la Justicia del Reino;
-el Oleo de la Misión, el Júbilo de Pascua y el Viento de Pentecostés;
-el testimonio en la boca y en la sangre de los mártires; el que levanta, reviste y congrega los huesos secos y las utopías sofocadas…,
nosotros,
-en contemplación militante y en liberación evangélica,
-en conversión permanente y en profecía diaria,
-en ternura, en creatividad y en parresía,
-llevados por ese Espíritu que ya es para siempre el Espíritu del Resucitado, asumiremos:
-todas las Causas de la Verdad, de la Justicia y de la Paz;
-los derechos humanos personales y el derecho de los pueblos a la alteridad, a la autonomía y a la igualdad;
-los procesos de la Sociedad alternativa y las fecundas tensiones de una Iglesia que siempre ha de ser impelida a convertirse131,
-la herencia de nuestros mártires,
-el diario amanecer de la Utopía, por encima de todos sus ocasos, y el Final de la Historia, contra el inicuo «fin de la historia».
En América Latina la espiritualidad de la liberación hace suyo «el lema de los reformadores socialistas ortodoxos de Rusia a finales del siglo XIX: “la Santísima Trinidad es nuestro programa social”»132, sin dejar de ser el programa total de nuestra fe. Porque la Trinidad no es sólo el misterio; es «el programa»; la Trinidad es el hogar y es el destino: de ella venimos, en ella vivimos, hacia ella vamos.
Algún pintor latinoamericano podría transponer muy bien, en figuras y símbolos nuestros, el icono de la Trinidad de Andrej Rubev: los Tres son iguales en la comunión del Amor; los Tres están de camino, con el báculo en la mano, porque han entrado en la historia humana; los Tres están sentados a la mesa compartiendo el alimento de la Vida; los Tres dejan el espacio abierto para acoger en la misma comensalidad a todos los caminantes dispuestos a compartir.
130 Como el hermano Charles de Foucauld, los hermanitos y hermanitas de Jesús y millares de sacerdotes, religiosas y religiosos, y laicos y laicas, en América Latina, han acoplado maravillosamente con la espiritualidad de la liberación esa aspiración tan humanitaria y tan evangélica de ser «hermanos y hermanas universales».
131 La Iglesia «semper reformanda»: UR 6; GS 43; LG 7, 9, 35.
132 L. BOFF, Trinidad, en Mysterium Liberationis, I, pág. 516.
64

REINOCENTRISMO

El tema del Reino de Dios es un tema clave en nuestra espiritualidad. Es un tema central133. Nuestra espiritualidad está tan «centrada en el Reino» que ha creado un neologismo para expresarlo: «reinocentrismo».
Reinocentrismo implica varias cosas. En primer lugar, que el conjunto de la espiritualidad no es uniforme y homogéneo; que tiene dimensiones, valores, temas, exigencias… susceptibles de un ordenamiento; que este ordenamiento es a su modo jerárquico134 y que admite un centro en torno al cual los demás elementos giran. Todas las generaciones cristianas se han preguntado de una manera u otra por la «esencia del cristianismo», por el centro, el absoluto en torno al cual se configura la identidad cristiana. Cada generación, cada teología, cada espiritualidad, ha dado su respuesta.
A la hora de responder a esa pregunta por la esencia o por el centro del cristianismo, la espiritualidad de la liberación esgrime aquí también su criterio de «vuelta al Jesús histórico»135. No quiere filosofar o teologizar sobre la esencia del cristianismo: quiere captar aquello que fue para Jesús su objetivo, su centro, su absoluto, su Causa136. También aquí, al remitirse al Jesús histórico, la espiritualidad de la liberación reivindica una visión de la esencia del cristianismo que entra en polémica con otras respuestas que a su juicio se apartan del seguimiento del Jesús histórico e implican deformaciones y hasta malversaciones del cristianismo.
Así pues, este capítulo de nuestra espiritualidad responde a la pregunta: ¿qué es lo más importante para el cristiano? ¿Cuál es el centro, la prioridad absoluta, lo que se constituye en la fuente última de sentido y esperanza para nuestra vida y nuestra lucha? Y la respuesta la busca nuestra espiritualidad no en una teoría teológica, sino a partir de la práctica misma del Jesús histórico. ¿Qué fue lo más importante, el centro, la Causa, lo absoluto para Jesús?

Lo que no es lo absoluto
Jesús no fue lo absoluto para sí mismo. Jesús no se predicó a sí mismo como el centro. Esto es hoy claro al nivel de la exégesis y de la cristología. Jesús mismo es relacional: «a Jesús sólo se le puede comprender a partir de algo distinto y mayor que él mismo, y no directamente en sí mismo»137.
Ello quiere decir que nuestra espiritualidad no admite absolutizar a Jesús y caer en una reducción personalista de la fe cristiana. Para nosotros, aun siendo tan central el puesto que ocupa el Jesús histórico al que reconocemos como Cristo de nuestra fe -y precisamente por ello-, Jesús nunca es un absoluto que nos encierra en una intimidad personalista aislada de la historia y de la escatología, y alejada por tanto del Reino. Seguir a Jesús en ese reduccionismo personalista (cosa muy fácil cuando se absolutiza a Jesús) es, desde nuestra espiritualidad, una forma de hacer lo que Jesús quiso que no hiciéramos.
Igualmente quedan para nosotros descalificados todos los reduccionismos personalistas, o intimistas, aunque se centren no en Jesús sino en el Espíritu Santo, en la Trinidad, en la «vida de Gracia» o en la misma experiencia religiosa. Los espiritualismos ahistóricos, el cultivo de las experiencias religiosas en sí mismas, de lo religioso por lo religioso, no dan cuenta de lo central cristiano.
133 J. SOBRINO, Centralidad del Reino de Dios en la teología de la liberación, en Mysterium Liberationis, Trotta, Madrid-San Salvador 1991, 467-510. ID, Jesús y el Reino de Dios, en Jesús…, págs. 131-155.
134 El Concilio Vaticano II recuerda que «existe un orden o jerarquía entre las verdades de la doctrina católica, ya que es diverso el enlace de tales verdades con el fundamento de la fe cristiana»: UR 11.
135 Cfr el apartado «Jesús histórico».
136 Este elemento de la espiritualidad de la liberación es esencialmente cristológico, aunque como central que es, implica todas las otras dimensiones: eclesiología, escatología, identidad cristiana, compromiso en la historia…
137 J. SOBRINO, Jesús…, 132-133.
65

Lo central para Jesús no es simplemente «Dios». Jesús no hablaba de «Dios» sin más. Ya hemos desarrollado esto al hablar del «Dios de Jesús», del «Dios cristiano». Jesús no es griego, y nunca concibe hablar de Dios sin relación a la historia, sin relación a sus hijos. Jesús no hablaba de «Dios» sin más, sino del Reino de Dios y del Dios del Reino. «Lo último para Jesús no es simplemente Dios, sino Dios en su relación concreta con la historia»138 y con la plenitud de la misma en el propio Dios.
Nuestra espiritualidad no se centra nunca «sólo en Dios» o en un «Dios solo» ni siquiera en un «sólo Dios». Aquí, el «solus Deus», o el «sólo Dios basta» quedan para nosotros necesariamente reformulados desde el absoluto del Reino.
A nosotros no nos basta la sola invocación de Dios: necesitamos discernir y saber con seguridad si tras el dios invocado está Júpiter, Molok, Mammón o el Padre de nuestro Señor Jesucristo. La simple referencia a «Dios» no garantiza la calidad cristiana.
El objetivo, para Jesús, no era la Iglesia. Esto es algo ya pacíficamente poseído en la teología hace tiempo. Jesús no pretendió fundar una Iglesia, en el sentido convencional del término. Lo cual no obsta a que la Iglesia se funda en Jesús.
Nuestro talante cristiano reacciona contra toda forma de eclesiocentrismo, es decir, toda forma de poner a la Iglesia como lo central, como lo absoluto, ante lo cual todo lo demás debiera supeditarse. El eclesiocentrismo es una de las herejías cristianas que con más inconsciencia e impunidad se han introducido en la historia de la fe, tanto en sus formas más descaradas como en las más sutiles, tanto en el pasado como en el presente.
Lo absoluto para Jesús no es el reino «de los cielos». En el evangelio no aparece que el cielo, «en su versión absolutamente transcendente y en distinción y oposición a que eso último se realice de alguna forma en la historia de los hombres», sea lo central para Jesús. Jesús no parece inculcarnos la obsesión de «la propia salvación eterna», como tantas veces ha ocurrido a lo largo de la historia del cristianismo. Jesús no hace del «cielo» el centro de su vida y mensaje. Sabemos muy bien que «reino de los cielos», en el evangelio de Mateo es un circunloquio sinónimo de «Reino de Dios»; pero nos ha parecido indispensable recordar lo que acabamos de decir con respecto al «cielo» distante y sólo en el otro mundo.
Nuestra espiritualidad no se entrega a las perspectivas sólo trascendentalistas, al más allá de la historia, a un cielo que, de alguna manera139, no está ya aquí y no se construye día a día entre nosotros, a una salvación que es enteramente diversa («heterosalvación»), a la alienación que conlleva el vivir pendientes de fechas apocalípticas para la «vuelta de Jesús».

Lo absoluto para Jesús
Lo absoluto, para Jesús, es el «Reino de Dios». Esto, evidente para la exégesis140, es hoy ya algo pacíficamente poseído en la teología. Él lo expresó claramente en la petición central de su oración: «¡Venga tu Reino» (Mt
De todas formas, no basta afirmar la centralidad del Reino de Dios en el cristianismo; hace falta igualmente estar en lo cierto en cuanto a su interpretación fundamental141. ¿Qué era el Reino de Dios para Jesús?
138 J. SOBRINO, Jesús…, 133-135. Cuando este autor habla de «lo último» se está refiriendo a el «último» objetivo que se persigue, es decir, lo más importante, lo «primero» de todo, en otro sentido.
139 Una manera que en nada niega, lógicamente, una inteligencia correcta de su carácter de don gratuito y trascendente por parte de Dios.
140 Cfr L. BOFF, Jesucristo el liberador, 66, nota; J. SOBRINO, Cristología desde…; E. SCHILLEBEECKX, Gesú: storia di un vivente, Queriniana, Brescia 1980; RAHNER - THÜSING, Cristología. Estudio teológico y exegético, Madrid 1975; J.I. GONZALEZ FAUS, La Humanidad Nueva, Eapsa, Barcelona 1981.
141 El Reino de Dios puede ser interpretado como el «otro mundo», o como la Gracia, o como la Iglesia… «pero también se puede anunciar el Reino como una utopía de un mundo plenamente reconciliado que se anticipa, se prepara y tiene comienzo ya en la historia mediante el compromiso de los hombres de buena voluntad. Creemos que esta última interpretación traduce, tanto a nivel histórico como teológico, la “ipsissima intentio Jesu”»: L. BOFF, Fe en la periferia…, 45.
66

El Reino de Dios es verdadera obsesión de Jesús, su única Causa, porque es la Causa omnicomprensiva. El concepto «Reino de Dios» aparece 122 veces en los evangelios, de ellas 90 en boca de Jesús mismo. El Reino es el Señorío efectivo (reinado) del Padre sobre todos y sobre todo. Cuando Dios reina todo se modifica. «Justicia, libertad, fraternidad, amor, misericordia, reconciliación, paz, perdón, inmediatez con Dios… constituyen la Causa por la que luchó Jesús, por la que fue perseguido, preso, atormentado y condenado a muerte»142. Y todo eso es el Reino. El Reino de Dios es la revolución y la transfiguración absoluta, global y estructural de esta realidad, del hombre y del cosmos, purificados de todos los males y llenos de la realidad de Dios143.
El Reino de Dios no pretende ser otro mundo, sino el este viejo mundo transformado en nuevo144, para los humanos y para el propio Dios: los «nuevos cielos y la nueva tierra». «El Reino es el destino de la raza humana»145. Es la utopía que todos los pueblos han venido soñando y que el mismo Dios propone a la humanidad -en la carne servidora, crucificada y gloriosa de Jesús- para que la vayamos construyendo y esperando.
Para mirar con los ojos de Jesús, todo se ha de mirar sub specie Regni, bajo la perspectiva del Reino, desde sus intereses; para sentir con el corazón de Cristo, todo se ha de sentir desde la pasión por el Reino, al acecho del Reino.

El Reino y la identidad cristiana
Ser cristiano es ser seguidor de Jesús, por definición. Ser cristiano no será otra cosa que vivir y luchar por la Causa de Jesús146. Si el Reino es para Jesús el centro, lo absoluto, la Causa…, también lo ha de ser para sus seguidores. El Reino es la «misión» del cristiano, la «misión fundamental» de todo cristiano; las demás misiones concretas y carismas particulares no serán sino concreciones de aquella única «gran misión cristiana».
Pues bien, siempre que los hombres y mujeres, en cualquier hemisferio de la tierra y fuera cual fuese su bandera, luchan por lo que constituye la Causa de Jesús (la justicia, la paz, la fraternidad, la reconciliación, la cercanía de Dios, el perdón… ¡el Reino!), están siendo cristianos, aun sin saberlo147. Por el contrario, no siempre que las personas se dicen cristianas o seguidoras de Jesús realizan el amor, la justicia… la Causa de Jesús. A veces, incluso, en nombre de Jesús, se oponen a su Causa (al amor, a la igualdad, a la libertad…). Y el criterio para medir la identidad cristiana de una persona, de un valor o de cualquier otra realidad es su relación con el Reino de Dios, su relación con la Causa de Jesús.
Aunque el tema del Reino de Dios sea tan central como acabamos de ver, todos sabemos que de hecho ha sido un tema marginado en la vida real de muchas Iglesias. Muchos de los cristianos actuales no escucharon hablar del Reino de Dios en su educación cristiana fundamental. Muchos de nosotros hemos descubierto el Reino de Dios al ritmo de nuestro ahondamiento en la espiritualidad de la liberación. Y al ritmo también de este descubrimiento hemos tenido que redimensionar y redescubrir todo nuestro cristianismo. Hemos descubierto que todos los temas, elementos, virtudes, valores cristianos… sólo encuentran su verdadero sentido y dimensión en cuanto son situados en su correcta relación con el Reino de Dios. Así, la verdadera oración cristiana es la «oración por el Reino»; la castidad cristiana es sólo la «castidad por el Reino»; la penitencia sólo tiene un correcto sentido cristiano si es «penitencia por el Reino»…

El Reino de Dios en la Historia
Descubrir el tema del Reino de Dios es descubrir la inevitable dimensión histórica del cristianismo en su integralidad. Nuestro Dios es un Dios de la Historia, ha entrado en la historia, tiene
142 L. BOFF, Testigos de Dios en el corazón del mundo, ITVR, Madrid 1977, 281.
143 L. BOFF, Jesucristo Liberador, 67.
144 Ibídem.
145 A. NOLAN, l.c.
146 L. BOFF, Testigos de Dios…, 280ss.
147 Lo están siendo al menos en algún sentido, en el sentido principal. No estamos sin embargo abonando la tesis de los «cristianos anómimos», porque no los consideramos «miembros anónimos de la Iglesia»… Más adelante abordamos más explícitamente este aspecto.
67

una voluntad y un proyecto sobre la historia, y nos lo ha dado a conocer en Jesús. Su proyecto es el Reino de Dios. El Reino de Dios es el sueño, la utopía que Dios mismo acaricia para la Historia, su designio sobre el mundo, su arcano Misterio escondido por los siglos y revelado ahora plenamente en Jesús. Dios nos lo ha manifestado para encomendarlo más explícitamente a nuestra responsabilidad. Por eso, ser cristiano implica una tarea y una responsabilidad sobre la historia. En este sentido, la acogida de la perspectiva del Reino de Dios nos sitúa en la perspectiva de una lectura histórica del cristianismo148.
El sentido de la vida de los seres humanos es el Reino de Dios. La persona se realiza en la medida en que sea capaz de dar la vida por esa utopía que constituye la meta, «el destino de la raza humana» (Nolan). Todos los seres humanos sienten en su corazón la llamada del absoluto, de valores que les llaman a una entrega incondicional, sin reservas. Y todos los pueblos han intuido colectivamente, en su religión, en su cultura, en sus valores más profundos, con uno u otro nombre, la utopía del Reino149. En la medida en que la persona, una comunidad o un pueblo corresponde a esa llamada, está haciendo presente el Reino de Dios, está cumpliendo la voluntad de Dios, está llenando el sentido de su vida , aunque no sea muy consciente de ello.
Los cristianos, -persona, comunidad o pueblo- no son más que personas como las demás, que sienten la misma llamada que las otras en su conciencia, pero que han tenido la suerte (el don, la gracia) de escuchar el mensaje de la revelación, el plan de Dios sobre la historia y sobre el ser humano, ese plan que toda persona, comunidad o pueblo puede ya intuir aun al margen de la revelación. Acceder, por la gracia de Dios, al conocimiento pleno de su plan (¡el Reino!) no hace sino infundirnos un nuevo espíritu y aumentar nuestra responsabilidad.
El Reino de Dios es histórico y transhistórico. Tiene su desarrollo, su crecimiento, su historia. Es la Historia de la Salvación, porque la Salvación es la realización del Reino de Dios. Y es también transhistórico, porque alcanzará su plenitud más allá de la historia. La plenitud de la historia no es «otra» historia («heterosalvación»), sino esta misma historia («homosalvación»), pero llevada a su plenitud, introducida en el orden de la voluntad de Dios150.
El Reino de Dios y su historia (la Historia de la Salvación) no están fuera de la realidad, como en otro plano, en otro nivel. Están en la realidad, en la misma y única historia. No son otra realidad, sino otra dimensión de la única realidad, de la única historia. Sólo hay una historia. Sólo hay una realidad. La fe nos ayuda a descubrir, a descodificar, y a contemplar la dimensión de Reino que hay en la realidad y en la historia «profana», en sus mediaciones.
El Reino está presente ya, pero todavía no lo está plenamente. Nuestra tarea es continuar construyéndolo, con la Gracia de Dios, y tratar de acelerar su venida. Sabemos que no lo podemos «identificar con» ninguna de las realidades de este mundo, pero la fe nos permite «identificarlo en» las realidades de este mundo y nuestra historia.
Para ser fieles a nuestra tarea de construirlo nos vemos precisados a poner mediaciones que lo acerquen. Son mediaciones limitadas, y siempre ambiguas. Ninguna de ellas puede «identificarse con» el Reino de Dios151, pero no por eso es menos urgente para nosotros la tarea de ir echando mano de ellas, porque sólo por su mediación podemos «identificar el Reino en» nuestra historia.
«Sólo el Reino es absoluto. Todo lo demás es relativo»152. Es decir: toda nuestra actividad cristiana ha de ser praxis del Reino, o sea, «vivir y luchar por la Causa de Jesús», militancia por el Reino de Dios. Este es el objetivo, la Causa. Todo lo demás son medios y mediaciones al servicio de Reino. Las mediaciones no valen por sí mismas, ni para sí mismas, sino sólo en la medida en que sirven al Reino.
Para nosotros, la fuerza, el motor, el objetivo, la Causa, la razón y el sentido de nuestra vida, de nuestra acción, de nuestra praxis cristiana, es el Reino de Dios. De su servicio al Reino de Dios cobran sentido precisamente todas las cosas. Nuestra espiritualidad es de servicio al Reino como absoluto. Todo lo demás queda supeditado al Reino de Dios, por muy sagrado e intocable que nos parezca. El centro es el Reino. Nuestra espiritualidad es «reinocéntrica».

148 Y no decimos que esta lectura sea «una entre tantas», «una interpretación entre otras muchas posibles», sino la que está más cercana a la visión misma de Jesús, la que menos tiene de «interpretación», es decir, la que «tanto a nivel histórico como teológico, traduce la “ipsissima intentio Jesu”».
149 Antonio PEREZ, El Reino de Dios como nombre de un deseo. Ensayo de exégesis ética, «Sal Terrae», 66(1978)391-408.
150 GS 39.
151 Es el tema de la «reserva escatológica».
152 Evangelii Nuntiandi 8.
68

En esta dimensión central de «reinocentrismo» que tiene la espiritualidad de la liberación quedan como concentradas en un florilegio sus principales características: es una espiritualidad histórica, utópica, ecuménica, desde los pobres, liberadora, no eclesiocéntrica…
69

ENCARNACIÓN

La espiritualidad de la liberación ha hecho de la encarnación uno de sus temas centrales, dentro del marco del seguimiento de Jesús. La encarnación se da en Jesús. El es el modelo: Dios encarnado. Basta derivar de él todas las consecuencias.
En Jesús Dios se hizo carne. Se hizo humanidad concreta, es decir, tomó carne, sangre, sexo, raza, país, situación social, cultura, biología, sicología… Lo asumió todo. Se hizo enteramente persona. Plenamente humano. No es sólo Dios (monofisismo). No es un hombre aparente (docetismo), ni un simple hombre tampoco (arrianismo). Es plenamente hombre, y en él habita la plenitud de la divinidad (Col 1, 19).
Frente al monofisismo latente en tantas espiritualidades, la espiritualidad de la liberación cree firmemente en la humanidad plena de Jesús. En él Dios amó nuestra carne, la asumió, la hizo suya, la santificó. Ello nos invita a valorar supremamente la humanidad, nuestra humanidad, el ser humano: Dios no se contentó con amarnos a distancia… Nos invita a no huir de la carne de la historia hacia el espíritu sin carne de los espiritualismos. Sólo entrando en la carne podemos ser testimonio y ser testigos del Dios encarnado. No hay otro camino. Sólo se salva lo que se asume, según el adagio clásico de los Padres. La encarnación es para la Salvación. La liberación pasa por la encarnación.
En Jesús Dios se hizo historia. No entró en el Olimpo de las esencias inmutables y ahistóricas en el que los griegos pensaban que habitaban los dioses, sino en la historia. Se reveló en ella asumiéndola153. Hizo imposibles las dicotomías: «El Evangelio es la llegada / de todos los caminos. / ¡Presencia de Dios en la marcha de los hombres! / El Evangelio es el destino / de toda la Historia. / ¡Historia de Dios en la historia de los hombres!»154. No hay dos historias.
La encarnación misma es historia. No es sólo un momento, el momento de contacto metafísico entre dos naturalezas, la humana y la divina, como piensa el mundo griego. Sin negar la innegable dimensión ontológica de la encarnación, elaborada por el Concilio de Calcedonia155, diremos que la encarnación no es un momento, sino un proceso, historia156. Es toda la vida de Jesús la que es un «proceso» de encarnación. No es simplemente el momento de la anunciación a María. «Crecía en edad, sabiduría y gracia, delante de Dios y de los hombres» (Lc 3, 40). En el taller de José, en el desierto, en la tentación, en la oración, en la crisis de Galilea, en la oscuridad de la fe… En Jesús Dios se hizo proceso, evolución, historia.
La espiritualidad de la liberación asume la procesualidad de la vida humana, su evolución, su crecimiento, sus altibajos, sus tentaciones, sus crisis, sus perplejidades, la rutina y monotonía… Y asume también los procesos históricos de los Pueblos, sus angustias y esperanzas, sus luchas de liberación. La «historicidad» de Jesús y la misma forma como él la asumió se convierten para nosotros en modelo y fuente de inspiración.
Desde nuestra espiritualidad tratamos de acercarnos a Dios imitándole, siguiéndole, entrando como él en la historia, con el mismo talante con el que él lo hizo, no precisamente huyendo o evadiéndonos, no buscándolo fuera de la historia. Tratamos de encontrarle encarnados en el día-a-día de la historia y sus procesos. El camino de Dios es el camino de la encarnación en la historia. Por eso, cuanto más tendemos a él más nos encaramos en la historia. Cuanto más escatológicos, más históricos nos hacemos.
153 G. GUTIERREZ, Revelação e anúncio de Deus na historia, en A força histórica dos pobres, Vozes, Petrópolis 1981, págs. 15ss.
154 Missa da Terra sem males, aleluya.
155 L. BOFF, Nova evangelização, Vozes, Petrópolis 1990, 83-84.
156 L. BOFF, Pasión de Cristo, Pasión del mundo, Indoamerican Press, Bogotá 1978, pág. 117ss.
70

En Jesús Dios se abajó, en kénosis. No se hizo genéricamente «hombre», sino concretamente pobre. Tomó la condición de esclavo (Fil 2, 7). Plantó su tienda entre nosotros (Jn 1, 14), entre los pobres157. No entró en el mundo en general -lo que ya supondría un «abajamiento»- sino en el mundo de los marginados. Eligió ese lugar social: la periferia, los oprimidos, los pobres. La kénosis de la «en-carn-ación» no consistió simplemente en asumir «carne»158 sino en asumir también la «pobreza», la pobreza de la humanidad159.
El seguimiento de Jesús en este espíritu ha llevado a un sin fin de latinoamericanos a realizar un éxodo físico y mental hacia los pobres, a insertarse en su mundo y su cultura, trasladándose «a la periferia, a la frontera, al desierto»…
El tema de la «inserción» es un destacado fenómeno actualmente consolidado entre los religiosos latinoamericanos. Ya en 1979 la CLAR afirmaba: «Se puede hablar de un éxodo de religiosos que se desplazan hacia las zonas marginales de las ciudades y hacia el campesinado para atender a los más necesitados y en busca de una vida religiosa más sencilla y evangélica»160. También por entonces Puebla (nº 733) lo confirma. Para algunos este fenómeno de la inserción marca el comienzo de un «nuevo ciclo» de vida religiosa en la historia161.
La Iglesia, como un todo, si quiere ser cada vez más evangélica y más eficazmente evangelizadora, habrá de ir pasando por ese éxodo y entrando en esa kénosis; insertándose -con sus recursos humanos y materiales y con toda su institucionalidad- en las capas populares mayoritarias, entre las mayores urgencias de los pobres, en la periferia de este mundo humano dividido en dos. El cuerpo místico de Cristo ha de estar donde estuvo el cuerpo histórico de Jesús.
En Jesús Dios asumió una cultura, se «inculturó». La eterna Palabra divina se expresó en el temporal lenguaje humano162. «El Evangelio es la Palabra / de todas las culturas. / ¡Palabra de Dios en la Lengua de los Hombres!»163. Y asumió este lenguaje con todas sus limitaciones. La Palabra universal balbuceó en dialecto. Asumió el contexto, se hizo contextual, hundió enteramente sus raíces en la propia situación. Nació en una colonia dependiente, fue reconocido como «el galileo». Acento galileo tenía cuando hablaba.
La encarnación nos pide vivir inmersos en nuestro contexto, adquirir contextualidad, ser lo que somos y serlo donde estamos. Amar nuestra propia carne -tierra, etnia, cultura, lengua, idiosincrasia, forma de ser…-, nuestra autoctonía, nuestra latinoamericanidad, y nuestra peculiaridad local. Un amor verdaderamente encarnado nos exige defendernos frente a la «adveniente cultura» científico-técnica, niveladora, homegenizadora, arrasadora de las riquezas y peculiaridades de nuestros Pueblos, sin que ello obste para asimilar los beneficios reconocidos de los avances científicos y técnicos.
157 Lc 1 y 2; C. ESCUDERO FREIRE, Devolver el evangelio a los pobres. A propósito de Lc 1-2, Sígueme, Salamanca 1978, 460 pp.
158 La visión clásica de la teología y de la doctrina cristiana a nivel popular se ha centrado casi exclusivamente en este aspecto, tomado de la filosofía griega: la unión metafísica de dos naturalezas, la divina y la humana. Cfr L. BOFF, l.c.
159 Ello puede indicarnos la limitación de la misma palabra «encarnación». Porque con no menor sentido podríamos utilizar otras, como: humanización, inculturación, historificación, abajamiento… y sobre todo de «empobrecimiento», o incluso «opción por los pobres», en el sentido de asunción de la pobreza y de la Causa de los pobres…
160 Cfr CLAR, Experiencia latinoamericana de vida religiosa, Bogotá 21979.
161 Cfr V. CODINA. y N. ZEVALLOS, Vida religiosa. Historia y teología, Paulinas, Madrid 1987, pág. 182 y 196. Cfr allí mismo unas páginas sobre «espiritualidad de la inserción» (187-191). Sobre la inserción, más ampliamente, V. CODINA., Fundamentos teológicos de la inserción, Enfoque, CBR, La Paz, 57(agosto 1985)21-24. C. PALMES, Dificultades de la inserción entre los pobres, Enfoque, CBR, 55(1984)5-10. M. PERDÍA, Proceso general de la vida religiosa en América Latina, IX Asamblea de la CLAR, Guatemala 1985. B. GONZALEZ BUELTA, El Dios oprimido. Hacia una espiritualidad de la inserción, Editora Amigo del hogar, Santo Domingo 1988, 143 pp.; editado también en Sal Terrae, 1989.
162 GS 58: «Dios, al revelarse a su pueblo, habló según los tipos de cultura propios de cada época».
163 Missa da Terra sem males, «Aleluya».
71

En cuanto venido el cristianismo de un rincón de la cuenca del mediterráneo europeo, el misterio de la encarnación nos recuerda también la exigencia de inculturación164, de asumir la cultura de cada pueblo para en ella vivir la fe y construir la Iglesia. El Espíritu del «Verbo encarnado» prohíbe la predicación de una «cultura forastera»165 como si fuera contenido de la fe, así como la canonización de una cultura como cristiana, frente a las demás. Ninguna cultura es connaturalmente mejor ante Dios. Dios es «la luz de toda cultura»166. Dios las ama a todas por igual porque todas ellas son destellos singulares de su luz original. Como cada persona es imagen, única, irrepetible, de Dios, cada Pueblo, cada cultura es también imagen, colectiva y diferente, del Dios de todos los nombres, de todas las culturas.
La encarnación exige a la Iglesia no ser forastera, no ser eurocéntrica ni etnocéntrica, descentralizarse, hacerse autóctona, dar cabida y participación al liderazgo local y a toda la comunidad nativa y, sobre todo, respetar la identidad cultural y religiosa de los pueblos por la inculturación y el diálogo interreligioso167.
En Jesús, Dios entró en el proceso histórico de los pueblos. Se hizo ciudadano de una colonia del Imperio. No permaneció al margen del proceso social. Jugó su peso en la correlación de fuerzas sociales. Se pronunció. Se definió inequívocamente en favor del pueblo, de los más pobres.
El Espíritu de Jesús nos lleva en América Latina a entrar en los procesos históricos de nuestros pueblos, asumiéndolos, encarnándonos en ellos, acompañando su marcha, compartiendo sus avances y sus retrocesos, definiéndonos inequívocamente del lado del proyecto popular, frente a cualquier Imperio.
Si creemos en el Dios de Jesús, en el Dios encarnado (no decimos en otro Dios), no es posible no entrar en política. No podemos seguir a nuestro Dios por otro camino que aquel que él siguió, el de la historia concreta y real de nuestros pueblos y sus procesos, historia hoy tejida por el subdesarrollo, la miseria, las dictaduras, los regímenes de Seguridad Nacional, las democracias formales, el imperialismo enmascarado, la deuda externa, las políticas de ajuste, el neoliberalismo, el lucro privado y privativo, la ley del mercado, la falta de salidas al proyecto de los pobres, y para el bien de las mayorías…
En Jesús Dios se hizo acompañamiento del Pueblo, de los pobres, de los marginados, aun cuando parecían sujetos despojados de protagonismo histórico. En Jesús Dios reveló al mundo, a los que se creían protagonistas de la historia, que la Historia de Dios acontece y se gesta desde el reverso, desde los pequeños. Seguir a Jesús hoy implica querer seguir tejiendo la Historia de Dios desde sus verdaderos sujetos históricos, aunque parezca que han sido despojados de todo protagonismo histórico, aunque se nos quiera imponer un «final de la historia». Jesús entró en la historia en un momento también de triunfo del Imperio, pero no creyó en el «final de la historia» de la pax romana, sino en el Reino.
En Jesús Dios asumió el conflicto. Porque la historia es un conflicto permanente. Dios se manchó las manos. No exigió asepsia para la encarnación. Asumió sin repugnancia «una condición carnal y pecadora como la nuestra» (Rm 8, 3). No se desentendió ni se «lavó las manos». No se hurtó al conflicto. Tuvo miedo, pero siguió adelante. Previó que el conflicto iba a ser mortal, pero no se arredró. No «se murió»: le quitaron la vida. Sabía que se la jugaba y la entregó conscientemente (Jn 10, 18).
164 P. SUESS (org.), Culturas e Evangelização, Loyola, São Paulo 1991; ID., Queimada e semeadura, Vozes, Petrópolis 1988; VARIOS, La inculturación del Evangelio, ITER, Caracas 1988; VARIOS, Inculturação e libertação. Semana de estudos teologicos CNBB/CMI, Paulinas, São Paulo 1986; J. COMBLIN, Teología de la misión, Buenos Aires 1974.
165 «Infieles al Evangelio del Verbo Encarnado, te dimos por mensaje cultura forastera». Cfr Misa de la Tierra sin males, Memoria penitencial. La Gaudium et Spes (44) expresa por su parte el deber de la Iglesia: «La Iglesia, desde el comienzo de su historia, aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y en la lengua de cada pueblo y procuró ilustrarlo además con su saber filosófico».
166 Ibídem, entrada.
167 Cfr Redemptoris Missio 52-57. «La conversión a la fe cristiana no significa una destrucción de la identidad cultural y religiosa del evangelizando, sino una plenificación de la misma con el evangelio»: Juan Pablo II. C. MESTERS - P. SUESS, Utopia cativa, Vozes, Petrópolis 1986.
72

Fue marginado por el Templo, tenido por loco (Jn 10, 20; Mc 3, 21), perseguido, se ordenó capturarlo (Jn 11, 57), fue excomulgado por las autoridades religiosas, amenazado de linchamiento (Lc 4,28-29; Jn 8, 59), capturado, ejecutado.
La conflictividad asumida -no buscada pero tampoco evitada cuando están en juego los intereses del Reino- es un rasgo característico de la espiritualidad de la liberación168. Esta no pretende ser neutral, apolítica ni abstracta. Frente a la pasividad y a la indiferencia con que la sociedad humana de los últimos siglos ha observado las diferentes teologías y espiritualidades cristianas, la teología y la espiritualidad de la liberación han suscitado una viva polémica. Han irritado al Imperio y al Sanedrín, como Jesús. Ello puede ser un signo -no una garantía por sí mismo- de que sigue las huellas de su Maestro. La espiritualidad de la liberación se encarna en la historia, entra en el conflicto, en la ambigüedad, no exige que haya una pureza angélica en las partes en conflicto para poder comprometerse con las realidades terrestres.
La encarnación es revelación de Dios. Nos dice mucho sobre él. Es nuestra principal fuente de «información» (Jn 1, 18). Nos habla de cómo es Dios. El Dios de la encarnación es el Dios humanísimo. «Ha aparecido la humanidad de Dios» (Tit 2, 11). «Nuestro Dios es un Dios humanado, encarnado. Su Hijo, el Verbo, Jesucristo, Jesús de Nazaret, nacido de mujer, hijo de María, hombre histórico sometido a una cultura, en un tiempo, bajo un imperio… El misterio de la encarnación, para nosotros los cristianos, es la expresión máxima de la solidaridad humana de Dios. Jesucristo es la solidaridad histórica de Dios hacia los hombres. Con cada una de las personas humanas, con cada uno de los pueblos, con sus procesos históricos. Nuestro Dios es un Dios humanado, humanísimo, históricamente humanísimo. Para nuestra fe, los derechos humanos son intereses históricos de Dios…»
«Para nosotros no hay dos historias humanas: una historia profana y al margen de Dios, y otra historia sobrenatural que Dios cuidaría, que Dios haría suya. Sin negar lo que tradicionalmente los teólogos han llamado “orden natural” y “orden sobrenatural», ”naturaleza” y “gracia”, nosotros confesamos una única historia humana, porque el Dios salvador es el mismo Dios creador…»
«Esta humanitariedad de Dios, de Jesucristo, que es el Dios humanado, pasa por un proceso histórico concreto, determinado, de tensiones, de tentaciones, de conflictos con los intereses de los grandes de su tiempo: del imperio romano, del templo, de Jerusalén, de los latifundistas judíos, del legalismo que sometía al pueblo a un auténtico cautiverio espiritual…»
«Y si creemos en ese Dios, si aceptamos a ese Jesucristo, Dios encarnado, hombre conflictivo, acusado, condenado a muerte, colgado de una cruz, prohibido por los poderes imperiales, religiosos y económicos de su tiempo… necesariamente, como Iglesia, como comunidad de seguidores de Jesucristo, habremos de revisar y transformar nuestra propia teología, o sea, la sistematización de nuestra fe cristiana, la celebración de esta misma fe cristiana que es la liturgia, la administración de la vivencia de esta fe que es la pastoral, y la vivencia de esta misma fe en cada uno de los cristianos, que es la espiritualidad…»169.
Por todo esto, la espiritualidad de la liberación es una espiritualidad de encarnación, apasionada por la realidad170, siempre pendiente de los signos de los tiempos para escrutarlos, analizando la realidad, preocupada por encarnar en ella la fe, por inculturar y adaptar el mensaje a cada
ón171. Este rasgo -también éste- no le vie
168 Cfr el apartado «La Cruz» y «Santidad política».
169 P. CASALDALIGA, Al acecho del Reino, Claves Latinoamericanas, México 1990, pág. 18-19.
170 Cfr los apartados «Pasión por la realidad» y «Contemplativos en la liberación».
171 «Esta adaptación de la palabra revelada debe mantenerse como ley de toda la evangelización»: GS 43, Cfr también ChD 13, OT 16, AA 24. «La predicación no debe exponer la Palabra de Dios sólo de modo general y abstracto, sino aplicar a las circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio» (PO 4). Cfr también GS 43, 44, 76
73

EL SEGUIMIENTO DE JESÚS

Ser cristiano no es pertenecer a una escuela, ni siquiera a la escuela de Jesús. El mismo podría aplicarse y aplicarnos -aunque salvando su plena y consecuente credibilidad- la advertencia que hacía al pueblo con respecto a los maestros de Israel: no os dediquéis a intentar hacer lo que yo digo; haced sobre todo lo que yo hago.
La gran preocupación de Jesús no fue crear una escuela de doctrina o una institución religiosa, sino provocar un seguimiento vital172.
Ser cristiano es ser seguidor de Jesús, y la Iglesia es la comunidad de los seguidores de Jesús. Somos su cuerpo histórico ahora. El es un maestro-profeta, un maestro-camino. No sólo proclama la verdad; es la Verdad, porque la hace. No sólo anuncia la vida; es la Vida, porque la da. Es el Camino de la Verdad hacia la Vida plena.
Los primeros cristianos y hoy día los cristianos de las comunidades en América Latina supieron y saben sintetizar muy bien esta exigencia máxima del seguimiento: ser cristiano era entrar en el «odos», en el camino, en la «caminhada».
Es verdad, como nos recuerdan los exegetas, que no nos interesan tanto las ipsissima verba o las ipsissima facta, cuanto la ipsissima intentio Iesu173, pero esa intención de Jesús sólo podemos verificarla en sus actitudes y en sus actos.
Una cultura muy típicamente «magisterial» -ya en el mundo hebreo, pero sobre todo en el mundo griego- quizá no podía o no estaba preparada para captar más de inmediato la actitud renovadora de ese Maestro nuevo que vino primero a hacer, para después enseñar, que «perdió» treinta años siendo un simple vecino trabajador, que pasó, como caminante y camino, haciendo el bien, que resumió todas sus enseñanzas en la práctica del amor y en la práctica extrema de amar hasta dar la vida. Nadie como él ha proclamado, con la palabra, con la vida y con la muerte que «obras son amores».
Los discípulos de Jesús, desde el primer momento, son invitados a seguirle (Jn 1, 39), y el auténtico discipulado, a lo largo de la historia cristiana, ha sido sinónimo de seguimiento. Simultáneamente, a lo largo de esa historia también, el seguimiento ha sido o tergiversado u ofuscado por una doble tentación: la de codificar en dogmas de doctrina el propio misterio del Jesús histórico y la «revolución» espiritual que traía consigo, o la de reducir a un mimetismo de seguimiento -la imitación- lo que habría de ser, a lo largo de los siglos, sustancialmente igual y constantemente diversificado, un seguimiento responsable, creativo, profético.
Si creemos que en Jesús de Nazaret se da la plena revelación personal e histórica de Dios, es lógico que «los adoradores de Dios en espíritu y verdad» (Jn 4, 23) procuremos ser seguidores en espíritu y en verdad de ese Jesús. A Dios nadie lo ha visto (Jn 1, 18), excepto el Hijo, que es Jesús. Nadie ha «practicado» plenamente a Dios en la historia excepto ese su Hijo histórico. Seguir a Jesús es, pues, en última instancia, «practicar al Dios de Jesús», practicando por el seguimiento al propio Jesús de Nazaret.
La Tradición viva (las primeras comunidades apostólicas o postapostólicas, los santos Padres, el sensus fidei, el magisterio y los santos) siempre ha querido reactivar ese seguimiento de Jesús como la versión auténtica de la pertenencia a la Iglesia de Jesús. Cada coordenada geográfica, cultural, histórica, social, ha posibilitado y ha exigido un modo de seguimiento, o ha reclamado la preferencia por unas actitudes y unas prácticas -siempre, intencionalmente por lo menos, fieles al mismo y único Jesús- que respondieran mejor a la vivencia y al anuncio del Evangelio en una hora y lugar determinados e hicieran presente, con rostro adecuado, a ese único y plural Jesús.
América Latina, como lugar cultural y social diferente, y con su hora de urgencia y de compromiso, debe caracterizar, ubicada y proféticamente, el seguimiento de Jesús hoy y aquí.
172 Los mismos evangelios reflejan esta voluntad de Jesús en la alta frecuencia con que aparece el verbo seguir, «ákoulouzein»: 79 veces, de ellas 73 en relación con Jesús.
173 Es decir, lo que más nos interesa conocer no son «las palabras exactas» que Jesús pudo pronunciar, ni «los hechos precisos» que realizó, conocidos con la mayor certeza histórica posible; lo que más nos interesa es conocer «la verdadera intención», el objetivo fundamental que animó a Jesús en aquellas palabras o hechos.
74

Hoy, en América Latina, con la irrupción de los pobres, y recogiendo toda la búsqueda y los logros de los estudios bíblicos de los últimos tiempos, el Espíritu está haciendo surgir, en la experiencia espiritual de esta hora del Continente, un nuevo rostro de Jesús, y nos pide que asumamos como propias ciertas actitudes suyas más pertinentemente nuestras. Hasta en la literatura y en el arte. A las clásicas «Vida de Jesús» de un Ricciotti o de un Vilariño, replican, entre nosotros, «La práctica de Jesús» de Echegaray o «Jesús, hombre en conflicto» de Bravo; y a la pintura de un Velázquez o de un Rouault, responden, entre nosotros, los dibujos y murales de Cerezo Barredo o de Pérez Esquivel.
Si cambia la imagen de Jesús, cambia consecuentemente la conceptuación que la Iglesia tiene de su misión, de la evangelización, del seguimiento; sin dejar de ser él, Jesús, y sin dejar de ser ella, la Iglesia de Jesús. Por eso, a quienes queremos seguir a Jesús, actualizándolo hoy e inculturándolo aquí, nos importa grandemente estar atentos a este su rostro nuevo que aparece en América Latina y que sacude profundamente nuestras acostumbradas prácticas de seguimiento, de eclesialidad, de evangelización.
Evidentemente, bajo ninguna coordenada cultural o histórica pueden dejarse de lado aspectos esenciales que no pueden sufrir variación. Honestamente creemos que en ciertas coordenadas, de hecho, se han dejado demasiado en la penumbra aspectos fundamentales del real Jesús histórico. Lo que hacemos en este apartado es preguntarnos por los principales rasgos del rostro nuevo de Jesús que emerge en esta hora espiritual de América Latina y qué actitudes suyas debemos hacer más nuestras174.

Los rasgos serían éstos:
•Jesús histórico, revelador de Dios. Dios se nos revela en la historia y, privilegiadamente, en la historia de Jesús. Hoy conocemos a Jesús mejor que nunca y nos sentimos muy cerca del Jesús histórico. Y nos hemos hecho conscientes de que la historicidad de Jesús forma parte constitutiva de la encarnación de Dios. Sus palabras, sus prácticas, sus gestos, todos los rasgos del Jesús histórico son para nosotros destellos de la revelación de Dios, y pistas para el seguimiento de Jesús. El Nuevo Testamento no dice tanto que Jesús sea Dios, cuanto que Dios «es» Jesús; es decir, no es que sepamos previamente o al margen de Jesús quién es «su» Dios, y que esa idea la apliquemos después a Jesús, sino que, por el contrario, es por el Jesús histórico como conocemos al Dios de Jesús. En la historia total de Jesús se nos revela el Dios cristiano.
•Jesús, profundamente humano. Frente a un Cristo entendido casi exclusivamente como Dios, hemos redescubierto al Cristo de nuestra fe -Dios verdadero- en el Jesús histórico, verdadero ser humano, que crece, discierne, valora, duda, decide, ora, se indigna, llora, no sabe, tiene fe, pasa crisis… Todo en su vida es para nosotros ejemplo de humanidad lograda. Sólo Dios podía ser tan profundamente humano.
•Jesús, entregado a la Causa del Reino . El dato histórico más cierto que tenemos de la vida de Jesús es que el tema central de su predicación, la realidad que daba sentido a toda su actividad, fue el Reinado de Dios. Jesús no predicaba a «Dios» simplemente, ni a la Iglesia, ni a sí mismo, sino el «Reinado de Dios». Esa es la Causa por la que él vivió, de la que habló, por la que se arriesgó, por la que fue perseguido, condenado y ejecutado. Fue un hombre entregado a una Causa. El Reino fue su opción radical y absoluta.
•Jesús, anunciador del Dios del Reino. Jesús no hablaba simplemente de Dios. No es un ser metafísico que pueda ser pensado en sí mismo, al margen de los hombres o de la Historia. El Dios de Jesús es el Dios del Reino. Jesús recoge y purifica las tradiciones veterotestamentarias sobre Dios: es un Dios de la Historia, un Dios que escucha los clamores de su Pueblo, que interviene históricamente para liberarlo, que sufre con él, que carga con su proceso hacia la Tierra Prometida… Jesús no predicó a un Dios abstracto, espiritualista, ahistórico, impasible, imparcial ante los conflictos históricos…
174 En torno a los rasgos y a las actitudes de Jesús, para no abrumar con citas bíblicas, nos remitimos simplemente a los cuatro evangelios.
Por el carácter sintetizador que tiene este elenco de rasgos, reunimos aquí, casi simplemente enunciadas, no pocas afirmaciones que están explayadamente expuestas en sus lugares correspondientes.
75

•Jesús, pobre y encarnado entre los pobres. Jesús fue realmente pobre, vivió entre los pobres y se situó siempre en su perspectiva y en sintonía con sus intereses. Asumió su Causa consecuentemente. Se situó frente a los poderosos. Hizo suyos los dolores y las aspiraciones de los pobres. Su pobreza y su ubicación social entre los pobres son un dato esencial que atraviesa la vida toda y el mensaje de Jesús.
•Jesús, subversivo. Jesús no proclamó un mensaje socialmente irrelevante. Más aún; no sólo tenía relevancia su mensaje, sino que se revelaba y se rebelaba concretamente como subversivo. Jesús propone un orden de valores que subvierte el orden establecido; un nuevo tipo de relaciones humanas y un nuevo tipo de relaciones humano-divinas. No acepta las convenciones sociales ni los legalismos religiosos. Define el poder y la autoridad como servicio. Presenta una imagen distinta de Dios. Es un inconformista. Proclama y realiza un Reinado de Dios que implica la reestructuración y transformación del mundo presente.
•Jesús, practicador del Reino. La relación de Jesús con el Reino no fue la de un simple decir, sino la de un hacer. Reveló el Reino con «hechos y palabras». La misión de Jesús no se redujo a dar información sobre el Reino, sino a realizarlo, empeñando la vida toda en esa tarea. Hasta tal punto que un santo Padre, llegaría a llamarle «el Rey y el Reino» personificado. Las prácticas de Jesús tienden a realizar la voluntad de Dios -el Reino- en la historia misma, en su situación concreta. Su palabra y su anuncio forman parte de esa práctica.
•Jesús, denunciador del anti-Reino. Jesús no sólo anuncia la Buena Noticia sino que denuncia lo que se opone a ella. Denuncia grupos sociales -no sólo a personas individuales- que explotan al Pueblo en la esfera social y/o religiosa. Levanta una impresionante protesta social frente a toda forma de opresión, enfrentándose incluso contra el Templo y la religión opresores.
•Jesús, libre. Frente a la familia, frente a la sociedad, frente al dinero, frente a los poderosos y los poderes, frente a la ley, frente al Imperio, frente al Templo, frente a la persecución y a la muerte. Libre incluso frente al Pueblo, cuando éste se comporta interesada o irresponsablemente. Pueblo en medio del Pueblo, Jesús no es «basista»175 ni paternalista, no infantiliza al Pueblo ni lo canoniza.
•Jesús, a favor de la vida del Pueblo. Jesús aparece como testigo del Dios de la Vida, que viene para que el pueblo tenga vida y la tenga en abundancia. Y manifiesta ésta su misión refiriéndola siempre muy concretamente a la infraestructura de la vida humana: pan, salud, vestido, libertad, bienestar, relaciones fraternas…
•Jesús, compasivo. Se compadece de las muchedumbres, de los enfermos, del sufrimiento humano. Se conmueve hasta las entrañas. Se hace escandalosamente solidario de aquellos que estaban oficialmente privados de toda solidaridad (leprosos, prostitutas, publicanos…).
•Jesús, ecuménico. El, hijo de un Pueblo que se sentía elegido en exclusividad, no tiene mentalidad de secta; ha venido incluso para derribar el «muro de la separación». Su óptica se inscribe en el horizonte del macro-ecumenismo del Reino. Declara que está con él quien está con la Causa del Reino. Propone como modélica la conducta del cismático samaritano que se hace prójimo del enemigo judío. Presenta el amor a los pobres como el criterio escatológico de salvación que nos juzgará a todos por encima de credos y fronteras.
•Jesús, feminista. Muestra frente a la mujer un comportamiento revolucionario para los parámetros de su cultura y de su tiempo. Es el «hijo del hombre» que se sabe «hijo de mujer», el «hijo de María». Se deja seguir por mujeres y las incorpora a su comunidad itinerante. Es amigo íntimo de Marta y de María. Entabla alta confidencia, en público, con la mujer samaritana. Las lágrimas de la viudas de Naím y las impertinencias de las cananeas le vencen y le arrancan la más tierna solidaridad. Constituye como primera testigo de su resurrección a la mujer, que en aquella cultura era inhábil para dar testimonio válido.
175 Nos referimos a la postura de quienes absolutizan la opinión de la «base», el pueblo, sin acogerlo también con la necesaria actitud crítica.
76

•Jesús, conflictivo. Su Buena Nueva para los pobres fue a la vez mala noticia para los ricos. No fue neutro o imparcial. Se definió ante el conflicto social y ante la dominación religiosa. Tomó partido inequívocamente en favor de los pobres y de los excluidos. No claudicó en sus posturas pro bono pacis. Fue toda su vida, ya desde niño, «señal de contradicción».
•Jesús, perseguido y mártir. Lo persiguieron los poderes políticos, económicos y religiosos. Vivió la mayor parte de su vida pública habitualmente difamado y perseguido. Varias veces tuvo que buscar formas de huir y de posponer la muerte prematura que no logró evitar finalmente. Vivió «marcado para morir». Su vida fue puesta a precio oficialmente y en su muerte se conjugaron los intereses sociales, políticos y religiosos. Murió asesinado por el Latifundio saduceo, por el Templo/Banca y por el ejército imperial. Y pasó a ser conocido como el Crucificado y el Testigo Fiel.
•Jesús, camino, verdad y vida del Reino. Los evangelios nos presentan a Jesús como un hombre en camino hacia «su hora», que es la Pascua. La «crisis galilea» que él vive discerniendo el modo del Reino y las sucesivas decepciones que experimenta por causa del Pueblo y de sus propios discípulos -que esperan y piden otro Reino-, así como la agonía del huerto o el abandono de la cruz no le impiden a Jesús seguir siendo el testigo del Reino que se acerca inexorablemente. El ha sido, como nadie, en vida, la «esperanza contra toda esperanza», al mismo tiempo que ha sido el más fracasado de los maestros y el profeta maldito del madero. Y por eso ha llegado a ser, para todos, no sólo el Camino y la Verdad, sino también la Resurrección y la Vida.
Donde la enumeración anterior pone «Jesús», cada uno de nosotros debería poner, con humildad, pero también con asumida responsabilidad, su propio nombre. O, de lo contrario, el seguimiento de Jesús se nos quedaría en una fórmula vana o en una práctica claramente desubicada.
Como debemos dar razón de nuestra esperanza escatológica, debemos dar razón de nuestro seguimiento histórico.
Insistimos en que se trata de los rasgos del Jesús histórico y en que la espiritualidad latinoamericana de la liberación es específicamente una espiritualidad de compromiso histórico, en la praxis, por la asunción de las causas vitales de las mayorías pobres, y en la concretización de la solidaridad. Siempre, debemos hacer hincapié en vivir esos rasgos en los varios sectores a donde ha de llegar nuestra espiritualidad, para ser íntegra y armónica: el temperamento personal, la vida privada, la familia, el trabajo, la comunidad eclesial, la organización militante… También, en este sentido, el Hombre y la Mujer Nuevos del Continente reclaman un Cristiano y una Cristiana Nuevos. El obispo Romero, la campesina Margarida Alves, el joven Néstor Paz, la maestra Fanny Abanto… han seguido al Jesús histórico de modo diferente -precisamente por «nuestro»- a como lo siguieron Ignacio de Antioquía, Teresa de Jesús, Domingo Savio o María Goretti.
La opción fundamental de la vida de Jesús -la voluntad del Padre, el Reino «en la tierra como en el cielo»- también para nosotros sigue siendo «la» opción. Y, bajo la acción del Espíritu y ante las exigencias de los pobres, sentimos que esa opción fundamental debemos vivenciarla privilegiando las siguientes actitudes:
-la indignación profética;
-la com-pasión solidaria;
-la permanente actividad liberadora de todo tipo de amarras físicas o espirituales, sociales o religiosas;
-la reivindicación del protagonismo para los pobres, en esta historia, camino del Reino,
-la constante comunión de confianza filial con el Padre, con el «Padrecito, Abba»,
-el compartir familiar (la «partilha» fraterna) con todos pero sobre todo con los pobres, los marginados, los no ciudadanos, los no-personas, los prohibidos, los «subversivos» de los varios (des)órdenes establecidos;
-la pobreza y la renuncia del Siervo Sufriente y su kénosis o despojamiento radical, dejando de lado lazos e intereses, seguridades y status, comodidad y consumismo, buen nombre y prestigio;
-el coraje para cargar la cruz cada día sin miedo a la conflictividad y sin ahorrar siquiera la propia vida;
77

-la confianza en la ternura maternal del Padre, que cuida de las aves y de los lirios y que se preocupa hasta de los cabellos de cada uno de sus hijos e hijas; y la «esperanza contra toda esperanza».
-en constante comunitariedad, socializando siempre esta vivencia espiritual,
-en la «lectura popular de la Biblia» y en su confrontación con la vida y con la política; en las celebraciones de la fe, tanto personal como familiar o litúrgica,
-en la Eucaristía, que, sobre todo, en América Latina, no puede dejar de ser simultáneamente «fruto de la tierra y del trabajo», y de la lucha y de la sangre: la Pascua de Jesús y la Pascua del Pueblo;
-en una conjugación integrada de lo personal y grupal, de lo cultural y político, y hasta de lo geopolítico también, dentro de aquel macroecumenismo que nos hace caminar y luchar con todos aquellos y aquellas que, sabiéndolo o no, viven fundamentalmente la misma opción por el Reino;
-en aquella libertad del Espíritu que «sopla donde quiere» y «hace nuevas todas las cosas», como Espíritu de la transformación radical (en la conversión personal y en la revolución social) y como Espíritu de la inculturación sin fronteras y de la creatividad utópica;
-siempre, y a pesar de todas las contradicciones, decepciones y fracasos, con aquella confianza filial que sabe que el Padre es mayor que todo; que el Hermano «está con nosotros hasta el fin»; que el Reino ya está presente, y que más allá de esta primera Historia y de la inevitable muerte, llegará a su plenitud escatológica.