sábado, 30 de junio de 2018

Despierta mi corazón a la alabanza, a la admiración (Los cinco minutos del Espíritu Santo)

Despierta mi corazón a la alabanza, a la admiración

Gloria...y al Espíritu Santo.
Gloria...y al Espíritu Santo.
"Ven, Espíritu Santo, y ayúdame a reconocer a Jesús resucitado en medio de mis cansancios, de mis preocupaciones, en medio de las angustias de la gente. Porque él siempre está. Ayúdame a reconocerlo glorioso, lleno de vida, repleto de fuerza, revestido de luz celestial.
Con un toque de tu gracia despierta mi corazón para que lo alabe, para que me llene de admiración ante su rostro precioso. Derrama en mi interior deseos de buscar a Jesús, para que amándolo lo encuentre en cada cosa. Haz que me deslumbre con su luz espléndida, para que no me dominen las oscuridades del mundo.
Abre mi vida entera, Espíritu Santo, para que Jesús pueda tomarla con la potencia de su Resurrección.
Renueva mi existencia con un poco de esa vida plena de Jesús resucitado, para que yo también pueda vivir como un resucitado.
Amén."

San Ladislao, rey (30 de junio)


San Ladislao, rey

fecha: 30 de junio
fecha en el calendario anterior: 27 de junio
n.: 1040 - †: 1095 - país: Eslovaquia
otras formas del nombre: Lancelot, Laszlo, Ladislas
canonización: C: Celestino III 1192 (?) - PC
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Nitra, en los montes Cárpatos, muerte de san Ladislao, rey de Hungría, que restableció en su reino las leyes cristianas dictadas por san Esteban, reformando las costumbres y dando él mismo ejemplo de virtud. Propagó fervientemente la fe cristiana en Croacia, que había sido incorporada al reino húngaro, estableciendo la sede episcopal de Zagreb. Murió cuando se disponía a una guerra con Bohemia y fue enterrado en Varadino, en Transilvania.
Si bien es verdad que Hungría debe a san Esteban el establecimiento de su monarquía y la organización de su Iglesia, no es menos cierto que tiene una deuda igual con otro santo rey de la misma casa real de Arpad. Porque Ladislao extendió las fronteras del reino, mantuvo a raya a sus enemigos y, desde el punto de vista político, lo convirtió en un gran Estado. Pero no se canoniza a los hombres por semejantes actividades (si es que alguna vez se canonizó formalmente a Ladislao, lo que parece dudoso), sino que se rinde la debida veneración a su memoria por su vida privada y su trabajo por la cristiandad.
Pasó la niñez y la juventud en un ambiente cargado de intrigas políticas y dinásticas y, sin modificaciones en el estado de cosas, Ladislao ocupó el trono de Hungría en el año 1077. Inmediatamente fueron negados sus derechos reales por su hermanastro Salomón, quien tomó las armas contra él; pero a fin de cuentas, el rey lo derrotó en el campo de batalla. Se afirma que el joven monarca era un dechado de gracias y que, desde temprana edad, dio muestras de poseer todas las virtudes que deben adornar a un hidalgo y noble caballero. A una estatura descomunal, que le permitía sacar la cabeza y hasta los hombros por encima de cualquier muchedumbre, unía la fuerza de un toro y el valor de un león, pero todos estos atributos estaban en él atenuados por una cortés afabilidad, y una gentileza que conquistaba a todos inmediatamente. Su piedad, tan fervorosa como bien equilibrada, se expresaba en su celo por la fe, en el escrupuloso cumplimiento de sus deberes religiosos, en su estricta moral y en la austeridad de su vida. Se había despojado de toda ambición personal y, sólo por su sentido de la obligación, aceptada la dignidad que le habían echado sobre las espaldas. En persecución de una política dictada por sus sentimientos religiosos y patrióticos, Ladislao se vinculó estrechamente al Papa Gregorio VII y a los otros oponentes del emperador Enrique IV de Alemania. Abrazó la causa del rival de Enrique, Ruperto de Suabia, y se casó ron Adelaida, la hija del duque Welfo de Baviera, el más poderoso de los aliados de Ruperto. Dentro del propio territorio de Hungría el rey tuvo que soportar numerosas invasiones por parte de los «kuman» y otras tribus, pero a todas las rechazó triunfalmente e hizo lo más que pudo para atraer a los bárbaros a la civilización y al cristianismo; al mismo tiempo, en su reino otorgó la libertad religiosa a los judíos y los ismaelitas (mahometanos). A solicitud suya, la Santa Sede reconoció como dignos de veneración al rey Esteban I, a su hijo Emeric, así como a Gerardo, el obispo mártir.
Ladislao gobernó con mano firme, tanto en los asuntos civiles como en los eclesiásticos; así se puso de manifiesto en el curso de la dieta de Szabolcs, y en el año 1091, cuando su hermana Elena, la reina de los croatas, le pidió ayuda en contra de los asesinos de su esposo, Ladislao en persona acudió a socorrerla, restableció el orden en Croacia y estableció la sede de Zagreb. Cuando Elena murió sin haber tenido hijos, Ladislao anexó Croacia a Hungría y Dalmacia a la República de Venecia, no obstante las promesas y las amenazas del emperador de Constantinopla. Sin embargo, el Papa Urbano II recurrió al Emperador en busca de apoyo para organizar la primera Cruzada y, los reyes de Francia, España e Inglaterra, eligieron a Ladislao como el comandante en jefe de la expedición. Pero no tuvo ocasión de partir con los cruzados, porque la muerte le sorprendió repentinamente en la ciudad de Nitra, en Bohemia, a principios del año 1095. Sólo tenía cincuenta y cinco años de edad.
El cuerpo de San Ladislao se llevó a Nagy Varad (Oradea Mare, en Transilvania) para sepultarlo en la ciudad que había fundado y en la catedral que construyó. Desde el momento de su muerte, se le honró como a un santo y a un héroe nacional. Sus proezas dieron el tema para innumerables baladas, trovas y leyendas populares entre los magiares. Sus reliquias fueron solemnemente guardadas en un santuario, en el año 1192. En ese mismo año se afirma que fue canonizado por el papa Celestino III (aunque no parece que se haya conservado la bula correspondiente).
En el Acta Sanctorum, junio, vol. VII, los bolandistas imprimieron una serie de leyendas litúrgicas, acompañadas de las acostumbradas disertaciones históricas. Probablemente sea una fuente de información más digna de confianza, la biografía editada por S. L. Edlicher, de su Rerum Hungaricarum Monumento Aspadiana (1849), pp. 235-244 y 324- 338.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_2183

Santos del día 30 de junio

Santos del día 30 de junio
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   Santos Protomártires de la Iglesia Romana, mártires (2 coms.) - Memoria litúrgica   
Santos Protomártires de la santa Iglesia Romana, que, acusados de haber incendiado la Urbe, por orden del emperador Nerón unos fueron asesinados después de crueles tormentos, otros, cubiertos con pieles de fieras, entregados a perros rabiosos, y los demás, tras clavarlos en cruces, quemados para que, al caer el día, alumbrasen la oscuridad. Eran todos discípulos de los Apóstoles y fueron las primicias del martirio que la iglesia de Roma presentó al Señor.
En Alejandría de Egipto, san Basílides, que en tiempo del emperador Septimio Severo, al conducir a la virgen santa Potamiena al suplicio, la protegió de las intenciones deshonestas de algunos hombres, recibiendo como premio, en primer lugar, la gracia de convertirse a Cristo, y después, tras un breve combate, llegar a ser también mártir glorioso.
En Limoges, de Aquitania, san Marcial, obispo.
En Cenomanum (Le Mans), de Neustria, san Bertrando, obispo, pastor de paz, atento a las necesidades de los pobres y de los monjes.
En Salzburgo, en la región de Baviera, santa Erentrudis, primera abadesa del monasterio de Nonnberg y sobrina de san Ruperto, la predicación del cual sostuvo con oraciones y obras.
En Salánica, en el territorio de Vicenza, san Teobaldo, presbítero y eremita, que habiendo nacido en la familia de los condes de Champagne, nobles de Francia, junto con su amigo Gualterio renunció a las riquezas y a los honores, y por Cristo abrazó la soledad y la pobreza.
En Nitra, en los montes Cárpatos, muerte de san Ladislao, rey de Hungría, que restableció en su reino las leyes cristianas dictadas por san Esteban, reformando las costumbres y dando él mismo ejemplo de virtud. Propagó fervientemente la fe cristiana en Croacia, que había sido incorporada al reino húngaro, estableciendo la sede episcopal de Zagreb. Murió cuando se disponía a una guerra con Bohemia y fue enterrado en Varadino, en Transilvania.
En Bamberg, de Franconia, san Otón, obispo, que evangelizó con gran celo al pueblo de los pomeranios.
En Osnabrück, en Sajonia, san Adolfo, obispo, que acogió en el monasterio de Altenkamp las costumbres cistercienses.
En Londres, en Inglaterra, beato Felipe Powell, presbítero de la Orden de San Benito y mártir, el cual, originario del País de Gales, en tiempo del rey Carlos I le detuvieron a bordo de una nave y, por ser sacerdote e intentar entrar en Inglaterra, fue condenado al martirio en Tyburn.
En Nápoles, de la Campania, beato Jenaro María Sarnelli, presbítero de la Congregación del Santísimo Redentor, que se entregó activamente a ayudar a toda clase de necesitados.
En la ciudad de Hai Duong, en Tonkín, san Vicente Do Yen, presbítero de la Orden de Predicadores y mártir, que, en tiempo del emperador Minh Mang, fue decapitado por quienes odiaban la fe cristiana.
En el territorio de Chendum, cerca de Jaohe, en la provincia china de Hebei, santos Ramón Li Quanzhen y Pedro Li Quanhui, mártires, que, siendo hermanos, en la persecución por parte de los partidarios de la secta Yihetuan, dieron un glorioso testimonio. El primero, llevado a un templo pagano, por negarse a venerar aquellas divinidades fue azotado hasta morir, mientras que el segundo fue asesinado con no menor crueldad.
En Lviv, en Ucrania, conmemoración del beato Zenón Kovalyk, presbítero de la Congregación del Santísimo Redentor y mártir, que en tiempo de un régimen hostil a Dios, alcanzó la palma gloriosa en un día no precisado.
En Winnipeg, en la provincia de Manitoba, en Canadá, beato Basilio Velyckovsky, obispo de la Iglesia grecocatólica de Ucrania y mártir, que, por haberse dedicado a ejercer clandestinamente en su patria el ministerio entre los cristianos católicos de rito bizantino, sufrió mucho por parte de los enemigos de la fe y murió en el exilio, asociado al sacrificio de Cristo.

Minuto de esperanza: Con Dios te esperan sueños y victorias por descubrir 29062018


Vídeo reflexión para hoy

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Oración de sanación: Tú me das las fuerzas necesarias en mis flaquezas 29062018


Oración de Sanación

Señor, ilumina mi vida y ayúdame a descubrirte en cada acto de bondad. Tú conoces mi corazón y sabes de lo que soy capaz dentro de mis limitaciones.
Tú nunca me echas de tu lado cuando fallo, por el contrario, me animas a ser más fuerte y valiente cada vez que caigo y así levantarme con mayor impulso.
Tú le dejaste a San Pedro una gran responsabilidad y le prometiste que, aunque el demonio le iba tender mil trampas, nunca lo dejarías sólo.
Oh Jesús, quiero tener una fe sólida capaz de resistir toda prueba, una fe tan deslumbrante que, todos los que me conozcan, sientan el ardor de conocerte.
No quiero que mi amor por Ti, se quede en un mero acto sentimental, sino que se transforme en actos tangibles que inviten a la conversión.
Quiero ser un portador de fe, alegrías y esperanzas y que los demás puedan encontrar en mí todo el apoyo y la gracia que Tú mismo me has dado desde lo alto.
Como San Pedro, también yo quiero profesarte con toda mi pasión, quien siendo pecador y a pesar de sus equivocaciones, nunca dudó de tu divinidad.
Ayúdame a escuchar, acoger y comprender tu Palabra para gritar a viva voz y en todo momento, que eres Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Amén

Propósito de hoy

No permitas que el miedo te haga ver tus problemas más grandes de lo que en realidad parecen. Reza 3 Avemaría cada al inicio y al final del día

Frase de reflexión

"No nos limitemos a decir que somos cristianos. Debemos vivir la fe, no sólo con las palabras, sino también con obras". Papa Francisco




Oración de sanación

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viernes, 29 de junio de 2018

Con Trump nos esperan tiempos dramáticos (Leonardo Boff) 29062018


Con Trump nos esperan tiempos dramáticos 

2018-06-29


            La humanidad está bajo varias amenazas: la nuclear, la escasez de agua potable en vastas regiones del mundo, el creciente calentamiento global, las dramáticas consecuencias de la sobrecarga de los bienes y servicios naturales indispensables para la vida (the Earth Schoot Day).
            A estas amenazas se añade otra no menos peligrosa, ya señalada por varios analistas mundiales como los premios Nobel Paul Krugman y Joseph Stiglizt. Recientemente un economista ítalo-argentino, Robeto Savio, co-fundador y director general del Inter Press Service (IPS), ahora emérito, escribió un artículo que nos debe hacer pensar, con el título: Trump vino para quedarse y cambiar el mundo (ALAI-América Latina en Movimiento de 20 de junio de 2018). 
            En él afirma que Trump no es una causa del nuevo desorden mundial. Es más bien un síntoma. El síntoma de tiempos en que los valores civilizatorios que daban cohesión a un pueblo y a las relaciones internacionales, quedan simplemente anulados. Lo que cuenta es el voluntarismo narcisista de un poderoso jefe de Estado, Trump, que en el lugar de estos valores colocó, pura y simplemente, el dinero y los negocios. Son éstos los que definitivamente cuentan. Lo demás son perfumerías dispensables para el dominio del mundo. 
            El America first debe ser interpretado como sólo América cuenta, y sus propios intereses mundiales. En nombre de este propósito, ya preanunciado en su campaña, Trump rompió tratados comerciales con viejos aliados europeos, la Alianza del Transpacífico y abrió una arriesgada guerra comercial con su mayor rival a China, imponiendo recargos de importación de productos que suman miles de millones de dólares, además de cobrar tasas sobre el acero y otros productos a otros países como Brasil. 
            Es propio de figuras autoritarias y narcisistas hacer de menos a las legislaciones. Cuando les conviene, pasan por encima de ellas, sin dar mayores razones. Para Trump vale más la invención de «una verdad» que la verdad factual misma. Las fakenews son un recurso presente en sus twitters. Según Fact Schecker, desde que asumió la presidencia, ha dicho unas 3.000 mentiras. La verdad y la mentira valen para él en la medida que respaldan sus intereses. Curiosamente, venció los principales pleitos, y tiene la aprobación del 44% de la opinión pública, y del 82% de aprobación del Partido Republicano. 
            No tolera críticas, y se cercó si asesores súcubos que le dicen para todo «sí», bajo el riesgo de ser, si no, despedidos sumariamente. 
            Si es reelegido –lo que no es improbable–, el estilo de gobierno y la negación de toda ética pueden tornarse irreversibles. No olvidemos que Hitler y Mussolini también fueron elegidos y crearon sus mentiras, vendidas como «verdades» todo un pueblo. Podemos estar frente a un mundo marcado por la xenofobia, por la exclusión de miles y miles de inmigrantes y refugiados, por la afirmación excesiva de los valores nacionales en desprecio de los valores de los otros. 
            Tales actitudes, transformadas en políticas oficiales, pueden ser fuente de graves conflictos, cuyo «crecimiento» puede incluso amenazar a la especie humana. Cerca de 1300 psicoanalistas y psiquiatras norteamericanas denunciaron desvíos psicológicos graves en la personalidad de Trump. 
            Cómo será el destino de la humanidad, puesta en manos de un narcisista de este tipo, cuyo paralelo sólo se encuentra en Nerón, que se divertía asistiendo al incendio de Roma, con la diferencia de que ahora no se trata de un incendio cualquiera, sino del incendio de la entera Casa Común. Como es imprevisible y a toda hora puede cambiar de posición, nos preguntamos, entre asustados y aterrorizados, cuáles serán sus próximos pasos. 
            Que Dios, que se anunció como «el apasionado amante de la vida» (Sabiduría 11,24) nos libre de las tragedias que pueden ocurrir, dada la irracionalidad de alguien que anuncia «un solo mundo y un solo imperio» (el imperio norteamericano).  

Diálogo con Jesús 29062018


Diálogo con Jesús
Señor mío, quiero dejar que hoy la fuerza de tu Espíritu capacite mi corazón y lo haga noble y dócil a tus inspiraciones para poder acercarme más a la figura que quiero reflejar de Ti en mi vida. Me postro ante tu presencia y te pido perdón por mis actitudes equivocadas y por llenarme de emociones negativas que siembran rencor en mi corazón. Tú conoces todo de mí, sabes que quiero dejar atrás mi vida de pecado, pero necesito de tu fuerza para que me aleje de esos valles tenebrosos y me conduzca por las aguas tranquilas de tu amor. Tú eres mi Roca fuerte, mi alcázar, mi refugio y mi salvación. En Ti me veo fortalecido para enfrentar y vencer las dificultades y aprender de ellas. Te amo, bendíceme ahora en este nuevo día. Amén

Mes del Sagrado Corazón de Jesús: Día 29: El Santísimo Sacramento

Mes del Sagrado Corazón de Jesús: Día 29: El Santísimo Sacramento

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La devoción al Sagrado Corazón de Jesús nos ayuda a experimentar la presencia de Cristo en nuestros corazones y en nuestros hogares

 
El mes de junio está dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. La Iglesia celebra la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús el viernes siguiente al segundo domingo después de Pentecostés.
Jesús reveló su Sagrado Corazón a Santa Margarita María Alacoque, manifestándose con un corazón humano encendido de amor. Él le dijo que Él estaría presente a aquellos que se dedicaran a Su Sagrado corazón y que Su presencia conduciría a la paz en las familias, la conversión de los pecadores, las bendiciones en abundancia y la perseverancia a los moribundos.
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús nos ayuda a experimentar la presencia de Cristo en nuestros corazones, en nuestros hogares y en la Eucaristía. Nos inspira a amar a nuestra familia, ser misericordioso con los demás, y ser caritativo para los pobres. En otras palabras, esta devoción nos ayuda a ser mejores discípulos.

1.- Confíate al Sagrado Corazón de Jesús.

Amado Corazón de Jesús, Tú Permaneces como mi amante fiel y eterno, aunque yo vaya dando tumbos por el camino del amor, tu amor. Quieres que yo dé mucho fruto, pero para eso debo vivir unido a Ti, unido a tu sacratísimo corazón y a tu Palabra que es la semilla que alimenta al mío.
Dame de tu fuerza, de tu coraje, de tu amor y de tu perdón. Necesito a diario esas cuatro cosas en mi vida para tener la dirección correcta. Quiero hacer de mi vida una vida de servicio, obrar bien por los míos y por mi prójimo, desvivirme por ellos como Tú lo hiciste por mí.
Al final de mis días eso es lo que contará, no mi prestigio, riqueza, poder o belleza. Sé que quieres que construya mi vida sobre el amor que brota de tu Sagrado Corazón, que permanezca siempre firme y lleno de tu bondad. Confío en que Tú me llevarás seguro con la fuerza sanadora que emerge de tu Corazón.
Confío en Ti, confío en tu amor, confío en que me ayudas y me regalas tu bendición en todos los momentos de mi vida.
Sagrado Corazón de Jesús, quiero amarte con verdadero amor.
Amén

2.- Oración inicial.

Sagrado Corazón de Jesús, necesito de tu fuerza que todo lo restaura, tu poder que sana y libera y conduce por nuevos caminos llenos de bendiciones.
Tú conoces lo que hay en mi corazón: quiero amarte y servirte, no porque sea un mandato, sino porque lo acepto como una petición de amor respetuosa y lleno de gozo por hacer tu voluntad, la cual, con ella siempre me diriges y quieres lo mejor para mí.
Sagrado Corazón de Jesús, quiero seguir tus pasos, vivir lo que Tú mismo viviste, amar lo que Tú amas, despreciar el mal que te aleja de mí.
Te amo, creo en tus mandamientos, que no son otra cosa que peticiones de amor que brotan de tu sagrado corazón. Amén. Sagrado Corazón de Jesús en ti confío.
Amén.

3.- Día 29: El Santísimo Sacramento.

Una dulce palabra sale del sagrario: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré". ¿Quién habla así? El Corazón de Dios. ¿A quien habla? A la pobre criatura débil y enferma. ¿Para qué te llama? Para ser tu fuerza, tu consuelo.
Jesús se ha hecho víctima en la Misa. Desea que tú lo recibas en la comunión. Quiere también ser visitado por ti, quiere hablar sólo con tu corazón.
¿Cómo practicas este deseo del Sagrado Corazón? ¿Vas cuando puedes a la iglesia a adorarlo, a ofrecerte a Él, a tomar fuerza, a hacer la comunión espiritual?
¿Le pides perdón por tus culpas pasadas, por los pecados de tu familia, de tus parientes? ¿Lo reparas por tantas almas ingratas, por tantos pecadores moribundos?

Rezar un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.

4.- Oración final.

Amantísimo Corazón de Jesús, de Ti provienen abundantes gracias, misericordia y perdón, defiendes a los oprimidos, ayudas a los más débiles, rescatas a los que son despreciados.
Una y otra vez intervienes en cada una de mis debilidades, me acoges, me perdonas y me invitas a convertirme de corazón.
Sagrado Corazón de Jesús, Tú lo sabes todo, Tú escudriñas la profundidad de nuestros corazones y ves nuestro interior, conoces mi debilidad.
Quiero aprender a perdonar y a pedir perdón, a reconocerme pecador y no juzgar a los demás, más bien acudo a Ti, que eres la fuente de la misericordia, para que pongas en mí la gracia de ser misericordioso.
Quiero saber inyectar esperanzas en vez de condenas. Derrama tu amor en mi corazón para solidarizarme con todos. No permitas que sea indiferente ante las personas que necesitan de una palabra de consuelo.
Te suplico, Oh Dios mío, que extiendas tu mano en estos momentos sobre mis heridas y sánalas con tu inmenso amor. Eres el dueño de mi vida. Todo te lo entrego.
Sagrado Corazón de Jesús en Ti confío.
Nota final: El Sagrado Corazón de Jesús quiere inspirar a los corazones de hombres y mujeres de nuestros días para que puedan estar fortalecidos ante los continuos ataques de antivalores de esta sociedad y además infundirles un gran deseo de llevar a cabo grandes obras de las que se creen ser incapaces de realizar.
El Corazón de Jesús le dijo a Santa Margarita María Alacoque:
"Si quieres agradarme confía en Mí. Si quieres agradarme más, confía más. Si quieres agradarme inmensamente, confía inmensamente en Mí".

Sagrado Corazón de Jesús en Ti confío.

Redacción: Qriswell Quero de Pérez, PildorasdeFe.net | Con aportes de: Padre León Dehón

Vencer los miedos con la mirada puesta en Cristo (Los cinco minutos del Espíritu Santo) 29062018

Vencer los miedos con la mirada puesta en Cristo

Gloria...y al Espíritu Santo.
Gloria...y al Espíritu Santo.
Hoy la Iglesia celebra a San Pedro y a San Pablo, elegidos por el Espíritu Santo para extender la Iglesia en los primeros tiempos. Toda la obra de ellos fue hecha por el impulso del Espíritu Santo, que guía a su Iglesia.

Pedro y Pablo juntos nos recuerdan el llamado a comunicar a los hermanos la fe que hemos recibido, sabiendo que el mundo necesita de ese anuncio. Creemos que la fe puede hacer nacer un mundo nuevo. De hecho, Pedro y Pablo, con su misión, ayudaron a cambiar la sociedad pagana de aquella época.

Ellos nos enseñan a alimentar una esperanza comunitaria, porque no esperamos sólo para nosotros, sino para el mundo y la historia donde estamos insertos. En realidad ésta es la dinámica propia del amor, por el cual se hace particularmente presente en la historia el dinamismo del Espíritu Santo, que nos arroja a lo insospechado.

Estamos llamados a vivir el gozo de cooperar con la novedad del Espíritu. Pero hay que dejar la cómoda orilla y arrojarse "mar adentro" (Lucas 5,1 11), venciendo los miedos (Marcos 4,35-41) con la mirada puesta en Cristo (Mateo 14,22-33). Es el gozo de decir a los demás que"hemos encontrado al Mesías" (Juan 1,41.45).

Cuando dejamos que el Espíritu Santo -que brota del corazón del Resucitado- nos impulse en esta tarea, seguramente experimentamos las maravillas que él puede hacer en los corazones, y nos admiramos viendo lo que puede lograr su gracia.

Eso es lo que vivió intensamente San Pablo, que predicaba el Evangelio"no sólo con palabras, sino también con poder y con el Espíritu Santo, con plena persuasión" (1 Tesalonicenses 1,5). También San Pedro hablaba de este precioso Evangelio predicado "en el Espíritu Santo" (1 Pedro 1,12).

Pidamos al Espíritu Santo que nos llene de esa misma fuerza para cambiar el mundo.

Santos Pedro y Pablo, apóstoles (29 de junio)


Santos Pedro y Pablo, apóstoles

fecha: 29 de junio
†: c. 67 - país: Italia
canonización: bíblico
hagiografía: Abel Della Costa
Elogio: Solemnidad de san Pedro y san Pablo, apóstoles. Simón, hijo de Jonás y hermano de Andrés, fue el primero entre los discípulos que confesó a Cristo como Hijo de Dios vivo, y por ello fue llámado Pedro. Pablo, apóstol de los gentiles, predicó a Cristo crucificado a judíos y griegos. Los dos, con la fuerza de la fe y el amor a Jesucristo, anunciaron el Evangelio en la ciudad de Roma, donde, en tiempo del emperador Nerón, ambos sufrieron el martirio: Pedro, como narra la tradición, crucificado cabeza abajo y sepultado en el Vaticano, cerca de la vía Triunfal, y Pablo, degollado y enterrado en la vía Ostiense. En este día, su triunfo es celebrado por todo el mundo con honor y veneración.
Patronazgos: Pedro: patrono de Roma, Ginebra, Poznan y muchas ciudades y diócesis del mundo; de muchos oficios: carniceros, vidrieros, carpinteros, instaladores, herreros, plomeros, relojeros, ceramistas, marineros, tejedores, pescadores; protector de los náufragos, las vírgenes y los penitentes; para invocar contra la posesión demoníaca, la epilepsia, la rabia, la fiebre, mordeduras de serpiente, dolencia del pie, y para pedir buen clima.
Pablo: patrono también de Roma, de Malta, y de muchas ciudades y diócesis; de los teólogos y pastores, tejedores, cesteros, cordeleros, talabarteros, obreros, de la prensa católica; protector para pedir la lluvia y la fertilidad de los campos, contra el miedo y la ansiedad, dolor de oído, cólicos, mordedura de serpiente, rayos y granizo.
Tradiciones, refranes, devociones: Lluvia por San Pedro, llueve el mes entero.
San Pedro mollado, outro mes alagado.
Al cuco, San José le da el habla, y San Pedro se la quita.
(hay muchas variantes de estos refranes)
refieren a este santo: San Epafras

Oración: Señor, Dios nuestro, tú que entregaste a la Iglesia las primicias de tu obra de salvación, mediante el ministerio apostólico de san Pedro y san Pablo, concédenos, por su intercesión y sus méritos, los auxilios necesarios para nuestra salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Ver más información en: Los Doce

Los dos santos que celebramos hoy son de los más fundamentales de la Iglesia. Por mucho que hubiéramos deseado abreviar la lectura, ha resultado imposible hacerlo en menos espacio que el que se ha utilizado. Se trata de dos artículos prácticamente independientes, que aprovechan muchas partes del Butler-Guinea: todo el dedicado a Pedro (tomo II, pág. 674ss) y casi todo el dedicado a Pablo (679ss), pero incorpora elementos que no eran críticamente seguros en época de la edición de esos artículos, y lo son ahora. No he hecho una diferencia visual (comillas, cursiva, etc) entre lo que dice el Butler-Guinea y lo que he agregado por mi cuenta, porque no se trata de una edición crítica del Butler-Guinea sino de ayudar, en la medida de lo posible a introducirse en estos fundamentales personajes de la historia de nuestra Iglesia, quien esté interesado en conocer esas diferencias, puede compararlos; lo que sí deben tener en claro los copipasteros de internet, que éste no es el artículo del Butler-Guinea, y que si habitualmente hago correcciones personales en los artículos, en éstos esas correcciones han sido mucho mayores. Por ese motivo no lo firmo con «Butler-Guinea» sino con mi nombre, aunque en la balanza hay más frases sacadas de esa gran obra que escritas por mí.

San Pedro

La historia de san Pedro, tal como la cuentan los Evangelios, es muy conocida y no hay necesidad de relatarla aquí en detalle. Sabemos que era galileo, que tenía su casa en Betsaida, que estaba casado, que era pescador y que era hermano del apóstol san Andrés. Portaba el nombre de Simón, pero el Señor, en el primer encuentro que tuvo con él, le dijo que se llamaría Cefas, el equivalente, en arameo, de la palabra griega que significa «piedra» y que, en su forma española, derivó hasta convertirse en el apelativo Pedro. Nadie que haya leído, aunque sea superficialmente, el Nuevo Testamento, habrá dejado de advertir el sitio predominante que se le otorga siempre entre los primeros seguidores de Jesús. Fue él quien actuó como portavoz de los demás, al proclamar una sublime profesión de fe: «¡Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo!» (Mt 16,16; Mc 8,29; Lc 9,20). A él personalmente le dirigió el Salvador estas palabras, con una solemnidad que no tiene paralelo en los Evangelios: «¡Bendito seas, Simón, hijo de Jonás, porque no han sido la carne ni la sangre las que te revelaron estas cosas, sino mi Padre que está en los Cielos! Y Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella; a ti te daré las llaves del Reino de los Cielos: y todo lo que tú atares en la tierra, atado quedará en el cielo; y lo que desatares en la tierra, quedará desatado en el cielo» (Mt 16,17).
No menos familiar es la historia de la triple negativa de Pedro hacia su Maestro, no obstante la advertencia que Él mismo le había hecho sobre el particular. El caso fue relatado por los cuatro evangelistas con una abundancia de detalles que parece exagerada ante la pequeñez del suceso, si se le compara con los otros incidentes en la Pasión de Nuestro Señor y, esta misma singularización aparece como un tributo a la elevada posición que san Pedro ocupaba entre sus compañeros. Por otra parte, si bien las advertencias de Jesús no fueron tomadas en cuenta por el Apóstol, tengamos presente que estuvieron precedidas por otras palabras, asombrosas y desconcertantes por su extraño cambio del plural al singular en la misma frase: «Simón, Simón, mira que Satanás va tras de vosotros para zarandearos como el trigo en la criba; mas yo he rogado por ti, a fin de que tu fe no parezca; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos» (Lc 22,31). Igualmente impresionante es la triple reparación que el Señor, con acentos de ternura, pero con una insistencia rayana en la crueldad, le pidió a su avergonzado discípulo junto al Lago de Galilea: «Cuando hubieron comido, Jesús le dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú más que éstos? Él respondió: Sí, Señor, Tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas. Después volvió a decir: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Simón le respondió: ¡Sí, Señor; Tú sabes que te amo! Y Él le dijo: Apacienta mis ovejas. Y por tercera vez le repitió: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Y él repuso: ¡Señor! ¡Tú, que sabes todas las cosas, bien sabes que te amo! Jesús volvió a decir: Apacienta mis ovejas»(21,15ss). Todavía más maravillosa es la profecía que Jesús hizo a continuación: «En verdad, en verdad, yo te digo: cuando tú eras joven te ceñías a ti mismo e ibas donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás las manos para que otro te ciña y te conduzca a donde tú no quieras». «Y esto -agrega el evangelista- lo dijo para significar por cuál muerte habría de glorificar a Dios».
Después de la Ascensión, nos encontramos con que san Pedro se halla aún en primer plano. A él se le nombra primero en el grupo de los Apóstoles y se indica que moraba con los demás en «una habitación alta», donde «todos, animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en oración con las mujeres y con María, la Madre de Jesús y, sus hermanos» (Hech 1,13-14), hasta la venida del Espíritu Santo, el día de Pentecostés. También fue Pedro quien tomó la iniciativa al elegir un nuevo apóstol en el lugar de Judas y el que primero habló a la muchedumbre para darle testimonio de «Jesús de Nazaret, un hombre autorizado por Dios a vuestros ojos, con los milagros, maravillas y prodigios que, por medio de Él, ha hecho entre vosotros, a quien Dios ha resucitado, de los que todos nosotros somos testigos». Y se agrega más adelante: «Oído este discurso, se compungieron sus corazones y dijeron a Pedro y los demás: Hermanos, ¿qué es lo que debemos hacer? A lo que Pedro respondió: Haced penitencia y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesucisto». Entonces, «los que habían recibido su palabra, fueron bautizados» y se agrega que aquel día se añadieron a la Iglesia, «cerca de tres mil personas». También se ha registrado a Pedro como al primero que realizó un milagro de curación en la Iglesia cristiana. Un hombre cojo de nacimiento, se hallaba al borde del camino por donde Pedro y Juan subían hacia el Templo a orar y les rogó que le diesen limosna. «Pedro entonces, fijando con Juan la vista en aquel pobre, le dijo: Mira hacia nosotros. Él los miraba de hito en hito, en espera de que le diesen algo. Mas Pedro le dijo: Plata y oro yo no tengo, pero te doy lo que tengo. En el nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y camina. Y tomándole de la mano derecha lo levantó, y al instante se le consolidaron las piernas y los pies. Y dando un salto, se puso en pie y echó a andar, y entró con ellos en el templo por sus propios pies, saltando y loando a Dios» (Hech 3).
Al iniciarse la persecución que culminó con el martirio de san Esteban en presencia de Saulo, el futuro Apóstol de los Gentiles, la mayoría de los nuevos convertidos a las enseñanzas de Cristo se dispersaron, pero los Apóstoles permanecieron agrupados en Jerusalén, hasta que llegaron noticias sobre la acogida favorable que habían recibido en Samaría las predicaciones de san Felipe el Diácono. Entonces, san Pedro y san Juan se trasladaron a aquellas comarcas e impusieron las manos (lo que está en la base del desarrollo posterior de la confirmación como sacramento independiente) sobre los que san Felipe había bautizado. Entre éstos se hallaba un hombre al que conocemos con el nombre de Simón el Mago, quien presumía de poseer ocultos poderes y había adquirido mucha fama por sus hechicerías (Hech 8,18ss). Al ver el Mago lo que sucedía con los recién confirmados, se acercó a los Apóstoles para decirles: «Dadme a mí también esa potestad, para que cualquiera a quien imponga yo las manos, reciba el Espíritu Santo». Pero, aun cuando ofreció dinero, no obtuvo más que una rotunda negativa. Pedro le dijo: «Perezca tu dinero contigo; pues has juzgado que se alcanzaba por dinero el don de Dios», de donde llamamos «simonía» al pecado de la venta de los dones sagrados. En la literatura apócrifa conocida como las «Pseudo-clementinas», se representa a Simón el Mago, en una época posterior, al encontrarse con san Pedro y entablar una larga discusión con él y con san Clemente, mientras viajan de una a otra de las ciudades marítimas de Siria, en su travesía a Roma. Todavía antes que las Clementinas, san Justino Mártir (que escribió por el año de 152), declara que Simón el Mago fue a Roma, donde se le honró como a una deidad; pero debe admitirse que las evidencias citadas por Justino sobre este particular, son muy poco satisfactorias. También en las apócrifas «Actas de san Pedro» hay una dramática historia sobre los intentos del Mago para ganarse la voluntad de Nerón por medio de demostraciones de sus poderes ocultos, de los que pensaba valerse para volar por los aires. De acuerdo con aquella leyenda, san Pedro y san Pablo estaban presentes y, por medio de sus oraciones, anularon los poderes mágicos de Simón que, al emprender el vuelo, cayó a tierra y, poco después, murió a consecuencia de las heridas. Muchos otros relatos contradictorios son relatados por Hipólito (en su Philosophumena) y varios escritores antiguos, siempre en torno a una discusión, a un conflicto entre Simón el Mago y los dos grandes Apóstoles, con Roma por escenario. A pesar de la debilidad de las evidencias, hubo una inclinación general entre los escritores cristianos primitivos, como por ejemplo san Ireneo, para considerar a Simón el Mago como «padre de los herejes», y en eso debe haber algo de simbólico, porque los antagonistas del Mago eran siempre san Pedro y san Pablo, los representantes de la verdad cristiana en la capital del mundo de entonces.
Casi todo lo que sabemos de cierto sobre la existencia posterior de san Pedro, procede de los Hechos de los Apóstoles y de algunas alusiones en sus propias Epístolas y en las de San Pablo. Tiene particular importancia el relato sobre la conversión del centurión Cornelio, puesto que, a raíz de aquel acontecimiento, surgió el debate sobre la continuación de la práctica del rito de la circuncisión y el mantenimiento de la prescripción de la ley judía para no mezclarse con los gentiles ni comer algunos de sus alimentos. Con las instrucciones que recibió en el curso de una visión, san Pedro, tras algunos titubeos, llegó a admitir que la antigua costumbre había terminado y que la Iglesia fundada por Cristo, iba a ser para los gentiles lo mismo que para los judíos. San Pablo le dirigió algunos reproches, como sabemos por la Epístola a los Gálatas (cap. 2), al calificarle de oportunista y falto de corazón por aceptar estrictamente aquellos principios. El incidente parece haber estado en relación con el congreso de algunos Apóstoles y ancianos en el Concilio de Jerusalén, pero no se sabe a ciencia cierta si esta reunión fue anterior o posterior a las réplicas que san Pablo dirigió a san Pedro en Antioquía. De todas maneras, fue la palabra de Pedro la que inspiró las conclusiones que adoptó la asamblea de Jerusalén (Hech 15). Aquella resolución decía que los gentiles convertidos al cristianismo, no necesitaban ser circuncidados ni observar la ley de Moisés. Por otra parte, a fin de no herir la susceptibilidad de los judíos, estos podrían abstenerse de la sangre y de comer carne de seres estrangulados, así como se abstenían de la fornicación y de los sacrificios a los ídolos. Estas decisiones fueron comunicadas a los cristianos de Antioquía y sirvieron para calmar las inquietudes de los numerosos fieles en la gran ciudad.
Es posible, aunque no contemos con datos concretos, que antes del «Concilio de Jerusalén» (¿49?), san Pedro hubiese sido, durante dos años o más, el obispo de Antioquía y que también había ido hasta Roma y había tomado posesión de la que habría de ser su sede permanente. Los Hechos registran un incidente trágico al relatar la súbita y violenta persecución de Herodes Agripa I, posiblemente en el año 43. Se afirma que Herodes «mató a Santiago, el hermano de Juan, con la espada» -éste, por supuesto, era Santiago el Mayor, Apóstol, cuya fiesta se celebra el 25 de julio (para la distinción de los Santiagos puede leerse el artículo de Santiago el menor- y que, después, procedió a detener también a Pedro. Pero mientras tanto «la Iglesia, incesantemente, hacía oración a Dios por él», y Pedro, «no obstante que estaba dormido entre dos guardias, atado a ellos con dos cadenas; y los centinelas a las puertas de la prisión, haciendo guardia», fue puesto en libertad por un ángel, y partió en busca de un refugio seguro, tal vez en Antioquía o quizá en Roma. Desde aquel momento, los Hechos de los Apóstoles no vuelven a mencionar a Pedro. La «pasión» de san Pedro tuvo lugar en Roma, durante el reinado de Nerón (54-68), pero no existe ningún relato escrito sobre el suceso. De acuerdo con una antigua tradición, no comprobada, se encerró a san Pedro en la cárcel Mamertina, donde ahora se encuentra la iglesia de San Pietro in Carcere. Tertuliano, quien murió cerca del año 225, dice que el Apóstol fue crucificado; por su parte, Eusebio agrega que (un dato que tomó del autorizado Orígenes, muerto en 253), por expreso deseo del anciano Pedro, la cruz fue colocada cabeza abajo. El sitio debe haber sido el acostumbrado: los jardines de Nerón, escenario de tantos dramas terribles y gloriosos por aquel entonces.
La tradición que otrora se aceptaba por lo común, de que el pontificado de san Pedro duró veinticinco años, no es probablemente más que una deducción, fundada en datos cronológicos inconsistentes. También hay una hermosa leyenda (en la que se basa la famosa novela de Sinkiewicz) donde se narra que, a instancia de los cristianos de Roma, ansiosos por salvar a su obispo de una muerte segura, partió san Pedro de la ciudad y, en el camino, se encontró al Señor que venía en sentido contrario; el Apóstol le preguntó: «¿Quo vadis, Domine?»(¿A dónde vas, Señor?), a lo que Jesús repuso: «Voy a Roma, para ser crucificado por segunda vez» y, al instante, san Pedro emprendió el regreso a Roma, porque había comprendido que aquella cruz de que habló el Salvador, le estaba destinada. San Ambrosio fue el primero en relatar esta leyenda, en el curso de su sermón contra Auxencio. La coincidencia de algunos puntos del relato con los pensamientos expresados en los versículos 4 y 5 del himno "Apostolorum Passio", explica, como lo indica A. S. Walpole, que se haya atribuido ese poema a san Ambrosio.
No es éste el lugar apropiado para discutir las objeciones que, de tanto en tanto, se han hecho contra el episcopado y el martirio de san Pedro en Roma. Tal vez sea cierto, por otra parte, que ninguno de los investigadores más serios de la actualidad pone en tela de juicio la cuestión, porque consideran que las evidencias de documentos y monumentos, es suficiente y decisiva. Pero sí podemos hacer breves referencias sobre numerosos indicios de una antiquísima y vigorosa devoción popular por san Pedro y san Pablo en la Ciudad Eterna. De acuerdo con un punto de vista aceptado por la mayoría de los arqueólogos, en el año de 258, los cadáveres de san Pedro y de san Pablo fueron exhumados de sus respectivas tumbas en la Vía Ostiense, junto al Vaticano, para sepultarlos en un lugar oculto sobre la Vía Apia. Las excavaciones que se practicaron entre 1915 y 1922, tenían por objeto descubrir ese lugar oculto, o por lo menos algunos vestigios de él, pero las investigaciones no fueron coronadas por el éxito. Sin embargo, ahí se encontró el agujero o pozo de una «kymbe» de donde se derivó el nombre ahora común de catacumba. El lugar se llamó ad catacumbas, debido a que su característica más sobresaliente era una serie de tumbas o cámaras sepulcrales, construidas en el muro del pozo o de la depresión natural del terreno.
Junto a aquellos sepulcros, se encontró el muro de una espaciosa sala abierta por uno de sus lados, que pudo haber sido construida alrededor del año 250. Por las decoraciones del muro y otros detalles, se trataba evidentemente de un lugar para las reuniones de carácter comunitario o ceremonial. Hay buenas razones para suponer que aquella sala fue el escenario de las reuniones que hacían los cristianos primitivos y que llamaban «ágapes» (que deriva de la palabra griega «agápe», que significa «amor»). No hay duda posible de que las placas de yeso que estaban adheridas al muro, tenían grafiti o escrituras que, con seguridad, datan de la segunda mitad del siglo tercero. Se podría pensar que los miembros de aquel grupo eran personas de mala educación que se entretenían en garabatear sus expresiones piadosas en las paredes, pero lo cierto es que, en todas y cada una de las inscripciones fragmentarias, se pone de manifiesto la devoción por los santos Pedro y Pablo, de una manera o de otra. He aquí algunas muestras:
«PETRO ET PAULO TOMIUS COELIUS REFRIGERIUM FECI»; el refrigerium se llamaba a lo que se ofrecía de comer o de beber en aquellas reuniones y de lo que invariablemente se apartaba algo para los cristianos más pobres, de manera que la inscripción podría traducirse así: «Yo, Tomius Celius, ofrecí un refrigerio en honor de Pedro y Pablo».
«DALMATIUM BOTUM IS PROMISIT REFRIGERIUM», «Por juramento, Dalmacio prometió ofrecer un refrigerio para ellos».
Algunos de los escritos son simples invocaciones:
«PAULE ET PETRE PETITE PRO VICTORE», «Pablo y Pedro, pedid por Víctor».
«PETRUS ET PAULUS IN MENTE ABEATIS ANTONIUS BASSUM», «Pedro y Pablo, tened presente a Antonio Basso».
Las inscripciones, cándidas, espontáneas, y escritas, muchas veces, con graves faltas de ortografía, indican que existía un culto muy acendrado por los santos Pedro y Pablo en aquel lugar. La mayoría están escritas en latín y algunas en griego, pero hay muchas frases en latín, escritas con caracteres griegos. Ya dijimos que las placas de yeso estaban rotas y sus inscripciones eran fragmentarias y algunas, ilegibles, pero en ochenta del número total, aparecen los nombres de los santos Apóstoles, a veces el de Pedro primero o viceversa. No hay duda, por lo tanto, de que en la segunda mitad del siglo tercero, de acuerdo, en consecuencia, con una indicación del calendario Filocaliano (del año 324) que conmemora una traslación o una fiesta de los dos Apóstoles, en el 258, y en las catacumbas, de que existía por aquel entonces y en aquel lugar, una gran devoción por los dos Patronos de Roma.
Ya a principios del siglo tercero afirmaba Cayo, según cita de Eusebio (Libro III, cap 25,6-7), que el lugar del triunfo de san Pedro se encontraba en la colina del Vaticano; el sitio del martirio de san Pablo se veneraba en la Vía Ostiense. El padre Delehaye y algunos otros hagiógrafos distinguidos sostienen que los cuerpos de los dos Apóstoles fueron sepultados ahí desde un principio, y nadie los ha tocado; otros sugieren que fueron temporalmente sepultados en la Vía Apia, inmediatamente después del martirio, hasta que se construyeron sepulcros o santuarios en los mismos lugares de su muerte. En cualquier caso, la inscripción hecha por el papa san Dámaso I (muerto en 384), en un sitio próximo a San Sebastián, no significa que ahí hubiesen estado sepultados los dos Apóstoles, sino que era la conmemoración de alguna fiesta instituida en 258, que por alguna razón se celebraba en las catacumbas.
En fecha posterior a la época en que se escribió lo anterior, se practicaron excavaciones bajo la basílica de San Pedro. Los resultados de aquellos trabajos, iniciados en 1938, se publicaron profusamente. El sitio y los restos fragmentarios de la tumba del apóstol San Pedro, han sido identificados sin lugar a dudas; pero tanto entonces, como ahora, y tal vez para siempre, está en el terreno de las posibilidades la suposición de que los restos humanos hallados en las próximidades de la tumba sean los de san Pedro. Los descubrimientos en el Vaticano aviviron el interés en los del sitio de san Sebastián; pero, por diversas razones, la teoría de que los restos de san Pedro fueron llevados en el año de 258 a las catacumbas y se quedaron ahí para siempre, es inadmisible.
Al parecer, la fiesta doble de san Pedro y san Pablo ha sido conmemorada siempre, en Roma, el 29 de junio; Duchesne considera que esta práctica se remonta, por lo menos, a los tiempos de Constantino; pero en el Oriente esa conmemoración se asignaba, al principio, al 28 de diciembre. Lo mismo sucedía en Oxyrhynchus, en Egipto, como atestiguan antiguos papiros, hasta el año 536; pero en Constantinopla y en otras partes del Imperio Romano oriental, la fiesta del 29 de junio se aceptó poco a poco. En Siria fue a principios del siglo quinto, como lo sabemos por una nota del «Breviario sirio», que dice así: «28 de diciembre, en la ciudad de Roma, Pablo, el Apóstol y Simón Cefas (Pedro), el jefe de los Apóstoles del Señor», la fecha era la que se observaba en el Oriente.
Hay, por supuesto, abundantísima literatura relacionada con San Pedro, con su vida y sus actos, desde cualquier punto de vista. Los comentaristas de los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles suministran la enorme mayoría de los datos con que se practicaron las posteriores investigaciones. Puede consultarse también la complementaria celebración de «La cátedra de san Pedro». Los informes sobre las excavaciones entre 1938 y 1950, fueron publicados en dos volúmenes de texto y uno de ilustraciones; ver un artículo del P. Romanelli, en el Osservatore Romano 19 de diciembre de 1951. Aparecieron numerosos artículos en varios idiomas, para hablar sobre el resultado de las excavaciones: ver en el Journal of Román Studies, vol. XLII (1952). Sobre la persona histórica de Pedro, cualquier comentario bíblico moderno sobre San Mateo, San Lucas, Hechos... abundará en ello. De todos modos hay que guardarse de confundir la perspectiva: una cosa es que el Papa sea el sucesor de Pedro, y otra que cada cosa que se diga del Papa se afirme simultaneamente de Pedro, o viceversa: indudablemente que la figura institucional del Obispo de Roma, se encuentra fundamentada en la figura de Pedro tal como la transmite el Nuevo Testamento, pero sus atribuciones, el modo de ejercer el primado, etc. han ido variando enormemente en el tiempo, y han tomado diversidad de figuras históricas, muchas de las cuales es anacrónico transportarlas a la época de la primera Iglesia.

San Pablo

De entre todos los santos cuyos datos nos proporcionan las Sagradas Escrituras, san Pablo es al que se conoce más íntimamente. No sólo poseemos un registro exterior de sus hechos, proporcionado por san Lucas en los Hechos de los Apóstoles, sino que contamos con las propias revelaciones íntimas de sus cartas que, si bien tenían el propósito de beneficiar a los destinatarios, ponen al desnudo su alma. También hay algunas descripciones sobre su aspecto físico (ver 2Corintios 10,10); un documento del siglo segundo, las llamadas «Actas de Pablo y Tecla», dicen que era un hombro de corta estatura, calvo, ligeramente cojo, vigoroso, sin separación entre las dos cejas, nariz larga, de mirada aguda y atractiva; «a veces parecía un hombre y otras se asemejaba a un ángel». Sin transcribir una buena parte del Nuevo Testamento, sería difícil esbozar un retrato fiel del carácter y la personalidad del Apóstol de los Gentiles; bajo la fecha del 25 de enero se trató la conversión de San Pablo, ahora ha parecido conveniente hacer un resumen de lo que dice san Lucas en los últimos quince capítulos de los Hechos.
Después de que Saulo fue derribado en el camino de Damasco por la voz de Cristo y, de encarnizado perseguidor de los cristianos, se transformara en el más fiel de los siervos del Señor, se curó de la temporal ceguera que le aquejaba y se retiró a «Arabia», donde pasó recluido tres años. De regreso a Damasco, comenzó a predicar el Evangelio con fervor. Pero la furia de los enemigos de su doctrina creció a tal punto que, para salvar la vida, tuvo que escapar escondido en un cesto que se descolgó por la muralla de la ciudad. Se dirigió a Jerusalén, donde, lógicamente, los cristianos y los mismos Apóstoles, a quienes hacía poco perseguía, le miraban con mucha desconfianza, hasta que el generoso apoyo de Bernabé disipó sus temores. Pero no pudo quedarse en Jerusalén, puesto que el resentimiento de los judíos hacia él amenazaba con perderle y, advertido por una visión que tuvo mientras se hallaba en el templo, se refugió, durante algún tiempo en Tarso, su ciudad natal. Hasta ahí fue Bernabé para convencerle de que le acompañase a Antioquía, en Siria, donde los dos predicaron con tanto éxito, que pudieron fundar una numerosa comunidad de creyentes que, en aquella ciudad y por vez primera, se conocieron con el nombre de cristianos.
Al cabo de una estadía de doce meses, Saulo hizo su segunda visita a Jerusalén, en el año 44, junto con Bernabé, para llevar socorro a los hermanos que sufrían de hambre. Ya para entonces, todas las dudas respecto a la sinceridad de Pablo habían quedado disipadas. Después de regresar a Antioquía y, por inspiración del Espíritu Santo, él y Bernabé recibieron la ordenación sacerdotal y partieron hacia una jornada de misiones, primero a Chipre y después al Asia Menor. En Chipre convirtieron al procónsul Sergio Paulo y pusieron en ridículo al falso mago y profeta Elimas, por quien el romano se había dejado engañar. De ahí pasaron a Perge y atravesaron las montañas del Tauro para arribar a Antioquía de Pisidia; continuaron la marcha para predicar en Iconio y luego en Listra, donde -al sanar milagrosamente a un tullido- se los tomó por dioses: Bernabé era Júpiter y Pablo, Mercurio, porque era el que hablaba. Pero entre los judíos de Listra surgieron los enemigos que provocaron una rebelión contra los predicadores; apedrearon a Pablo (desde su visita a Chipre había cambiado su nombre de Saulo por el de Pablo) y lo dejaron por muerto. Sin embargo, no lo estaba y, con ayuda de Bernabé, escaparon para refugiarse en Derbe; a su debido tiempo, continuaron la marcha hacia el ambiente más tranquilo de Antioquía de Siria. En aquella primera expedición transcurrieron unos dos o tres años, puesto que, al parecer, en el año 49, Pablo fue por tercera vez a Jerusalén y estuvo presente en la asamblea -comunmente llamada «Concilio de Jerusalén», por la que se decidió definitivamente la actitud de la Iglesia Cristiana hacia los gentiles convertidos. Probablemente fue en el invierno entre los años 48 y 49, cuando ocurrió en Antioquía, el incidente, registrado en el segundo capítulo de la Epístola a los Galatas, de las reconvenciones hechas a san Pedro por su judaismo conservador.
El lapso entre los años 49 y 52 encontró a san Pablo ocupado en la empresa de su segundo gran viaje. Acompañado por Silas, pasó de Derbe a Listra, sin preocuparse por lo que le había ocurrido ahí la primera vez; pero en esta segunda ocasión, fue cordialmente acogido por los fieles agrupados en torno a Timoteo, cuyos familiares moraban en la ciudad; por otra parte, Pablo se mostró más precavido y no dio ocasión a que los judíos se irritasen contra él y aceptó al circunciso Timoteo, cuyo padre era griego, pero por parte de madre era judío. Junto con Timoteo y Silas, continuó san Pablo su jornada a través de Frigia y Galacia, sin dejar de predicar y de fundar iglesias. Sin embargo, no le fue posible avanzar más por la ruta que seguía hacia el norte, a causa de una visión que tuvo, en la que se le ordenaba devolverse hacia Macedonia. En consecuencia, partió desde la Tróade. El hecho de que esta parte de los viajes, y algunas otras dentro del mismo libro de Hechos, está narrada en primera persona del plural (partimos, llegamos, viajamos, etc.), llevó a la convicción tradicional de que el propio san Lucas formaba parte del grupo de evangelizadores; aunque esto no es unánimemente aceptado por los especialistas en Nuevo Testamento, y en la actualidad existe más bien la convicción de que san Lucas está transcribiendo literalmente un diario de viaje al que tuvo acceso, pero que no fue él mismo el compañero de Pablo; esto permite explicar muchas discrepancias entre lo que Pablo dice en sus cartas acerca de sí mismo y de sus movimientos, y lo que dice Lucas en Hechos.
En Filipo ocurrió el interesante episodio de la joven adivina que, al paso del grupo, comenzó a vociferar: «¡Esos hombres son los servidores de Dios Altísimo!» A pesar de que aquella proclamación parecía ayudar a la causa de san Pablo, éste se volvió irritado hacia la joven y ordenó que la abandonase su espíritu de adivinación. Con aquello, la muchacha quedó desprovista de los poderes que la habían hecho famosa y, sus amos, que obtenían de ello pingües ganancias, comenzaron a lamentarse estrepitosamente y acabaron por llevar a Pablo y a Silas ante los magistrados. Los dos misioneros fueron apaleados y arrojados en la prisión, pero muy pronto, quedaron en libertad, por un milagro. No hay necesidad de describir las incidencias en cada una de las etapas de este viaje. La comitiva atravesó Macedonia, tocó Berea, fue a Atenas y de ahí a Corinto. Se relata que, en Atenas, san Pablo pronunció un discurso en el Areópago y tuvo ocasión de referirse y hacer comentarios, respecto al altar que se había erigido ahí, «al dios desconocido». En Corinto sus prédicas causaron profunda impresión y se dice que permaneció ahí durante un año y seis meses. Parece que, en el año 52, san Pablo partió de Corinto para hacer su cuarta visita a Jerusalén, posiblemente para estar presente en las fiestas de Pentecostés; sin embargo, su estancia fue breve, puesto que, muy pronto, le volvemos a encontrar en Antioquía.
Su tercer viaje abarcó dos años entre el 52 y el 56. Luego de atravesar Galacia, la provincia romana de «Asia», Macedonia y Acaya, retrocedió camino hacia Macedonia donde se embarcó para hacer una quinta visita a Jerusalén. Es posible que, durante este período, pasara tres inviernos en Efeso y fue ahí donde ocurrió el tumultuoso disturbio creado por Demetrio, el platero y tallador, cuando las prédicas de Pablo arruinaron los lucrativos negocios de los mercaderes en la compra y venta de las imágenes de la diosa Diana. Asimismo, se relata la forma indignada con que le recibieron los ancianos en Jerusalén y la conmoción popular que se produjo, cuando el Apóstol hizo una visita al Templo. Ahí fue detenido, maltratado y cargado de cadenas, pero tuvo oportunidad de defenderse brillantemente ante el tribunal. La investigación oficial quedó en suspenso y el reo fue enviado a Cesárea, porque se descubrió la conspiración de cuarenta judíos que habían jurado «no comer ni beber, hasta que Pablo estuviese muerto». Su cautiverio en Cesárea duró dos años, los mismos que gobernaron el distrito los procónsules Félix y Festo, mientras que el proceso judicial aguardaba, en vista de que los gobernadores no podían encontrar prueba alguna de que el reo hubiese cometido un delito merecedor de castigo y, por otra parte, no querían hacer frente a las protestas y violencias populares, si declaraban inocente al reo odiado por los judíos. Entretanto, Pablo «apeló al César»; en otras palabras, exigió, valido en sus derechos de ciudadano romano, que su causa fuese vista por el propio Emperador. Por lo tanto, el prisionero, bajo la vigilancia del centurión Julio, fue enviado a Myra y trasportado de ahí a Creta, en un barco alejandrino con un cargamento de trigo. Aquella nave, sorprendida por un huracán, naufragó frente a las costas de Malta. Tras largas demoras, san Pablo fue embarcado en otra nave que lo condujo al puerto de Puteoli y, de ahí, se trasladó por tierra a Roma. El libro de los Hechos lo abandona en este punto, en espera de su proceso ante Nerón.
Desde entonces, los movimientos y la historia del gran apóstol son muy inciertos. ¿Fue declarado inocente luego de dos años de proceso, y dejado en libertad hasta ser de nuevo apresado y haber muerto en el 67? ¿viajó a España en ese ínterin, como era su deseo (Rom 15,24)? ¿permaneció cautivo más de dos años, hasta su muerte? ¿hubo un cuarto viaje misionero a Macedonia, hacia el 65? El final de Hechos de los Apóstoles deja todo esto abierto: «Pablo permaneció dos años enteros en una casa que había alquilado y recibía a todos los que acudían a él; predicaba el Reino de Dios y enseñaba lo referente al Señor Jesucristo con toda valentía, sin estorbo alguno.» (Hechos 28, final). Pero está claro que Hechos no es un relato biográfico de las personas y las acciones de los Apóstoles, sino un «relato de tesis», en el que se quiere demostrar por qué maneras y caminos el Espíritu fue conduciendo a la Iglesia «hasta los confines del mundo», como lo pide Jesús al inicio del libro; así que, llegado a Roma, símbolo del «confín del mundo», el libro se detiene allí, sin piedad para con nuestra curiosidad histórica, insatisfecha para siempre.
En todo momento de su obra (Lucas-Hechos) san Lucas intenta no mostrar enemistad hacia el mundo pagano, más culpable -en su perspectiva- por ignorancia que por maldad, así que si ese mundo pagano hubiera liberado a Pablo luego de un juicio, habría sido una buena ocasión para consignarlo, en cambio si no cuenta nada sobre cómo terminó el juicio para el que Pablo fue a Roma, es porque posiblemente resultó condenado a muerte. Este argumento es «ex silentio», es decir, «por lo que el autor calló», y por tanto es un argumento que hay que utilizar con prudencia: verdaderamente no sabemos lo que ocurrió con san Pablo luego de esos dos años de los que habla Hechos, pero la hipótesis de que resultó condenado es, según se entiende en la actualidad, de las más plausibles.
Frente a esto, está que las cartas llamadas «Pastorales» (1-2Timoteo, Tito) reflejan una estructura de Iglesia bastante posterior a esa fecha del 62-64 en la que se podría colocar la muerte del Apóstol. En menor medida, lo mismo pasa con las epístolas a los Colosenses y a los Efesios, que reflejan ideas sobre la Iglesia que suponen un desarrollo de varios años con respecto al pensamiento que san Pablo expresaba en Carta a los Romanos. Para que san Pablo pueda ser autor de todo ello, hay que retrasar la muerte lo más posible, no tan cercano al inicio de la década del 60. Sin embargo en la actualidad se aprecia mucho mejor la «pseudoepigrafía», es decir, la costumbre que había en la antigüedad de poner a un escrito la firma de un gran personaje, sin que materialmente lo haya él escrito o inspirado, para indicar que la doctrina allí contenida está en la línea de ese personaje. Conocemos escritos pseudoepigráficos de muchos escritores antiguos, e incluso en la autoría bíblica (por ejemplo en Isaías, Jeremías o Salmos) el atribuir todo a un mismo «gran personaje» es algo normal. Es posible que la autoría paulina de las cartas mencionadas sea una ficción pseudoepigráfica, para destacar la íntima conexión de esas cartas con el pensamiento de san Pablo; ficción que no tiene ningún propósito de engaño, del momento en que para los destinatarios de las cartas habría sido claro que san Pablo había muerto hacía tiempo. Incluso es posible que en esas cartas se hayan conservado fragmentos que sí puedan provenir de mucho antes, de época del propio Pablo (ver para todo esto, la introducción al artículo de los santos Timoteo y Tito).
Parece probable, entonces, que fue procesado en Roma, tras un largo encarcelamiento y, condenado -quizás junto con san Pedro, quizás en el contexto de los mismos años, sin que sea necesariamente junto a él-. Lo que sí puede asegurarse es que, en su calidad de ciudadano romano, la forma de la ejecución tenía que ser distinta a la de Pedro. La tradición firmemente arraigada y, al parecer, digna de confianza, dice que le cortaron la cabeza, en un punto de la Vía Ostiense llamado Aquae Salviae (la actual Tre Fontane), cerca del sitio donde hoy se levanta la basílica de San Pablo Extramuros y donde se venera la tumba del Apóstol. Es creencia común que san Pablo fue ejecutado el mismo día y el mismo año que San Pedro, pero no hay pruebas ciertas sobre ello. Aunque las cartas a Timoteo sean posteriores a san Pablo, la segunda refleja muy acertadamente lo que habrán sido los sentimientos del Apóstol ante el Testimonio que le tocaba dar: «Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación.»(2Tim 4,6-8).

También en el caso de San Pablo hay abundante literatura que sería imposible considerar en detalle. Cualquier comentario al Nuevo Testamento incluye, necesariamente, algún trabajo sobre la vida y la teología de san Pablo, tan implicadas una con la otra. Hay que tener de todos modos cierto cuidado con las «vidas» populares de san Pablo, porque suelen querer armonizar todo con todo, la muerte temprana con la autoría de las pastorales, para decirlo con un ejemplo, y terminan produciendo una confusión indiscernible. Está claro que el pensamiento de san Pablo fue completamente decisivo en la fe cristiana, y fue el medio del que se valió la Providencia divina para romper el cerco judaizante en el que los primeros apóstoles, incluyendo a san Pedro, parecían encerrarse.
Cuadros:
-Fragmento de un fresco, segunda mitad del siglo XIII, «Rvda. Fabbrica di San Pietro» Museos Vaticanos.
-Caravaggio: La Crucifixión de Pedro, 1600, Capilla Cerasi, en la iglesia de Santa Maria del Popolo, Roma.
-Grabado de la placa tumbal del niño Asellus, siglo IV?, Museos Vaticanos.
-Mosaico del siglo V, en el Oratorio de San Andrés, Museo del Arzobispo, Rávena.
-Rembrandt Harmensz van Rijn: Pablo en la cárcel, 1627, Galería Estatal de Stuttgart.
Abel Della Costa
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