San Ireneo de Lyon, obispo
fecha: 28 de junio
fecha en el calendario anterior: 3 de julio
n.: c. 135 - †: c. 202 - país: Francia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 3 de julio
n.: c. 135 - †: c. 202 - país: Francia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Memoria de san Ireneo, obispo, que, como atestigua san Jerónimo, de
niño fue discípulo de san Policarpo de Esmirna y custodió con fidelidad la
memoria de los tiempos apostólicos. Ordenado presbítero en Lyon, fue el sucesor
del obispo san Potino y, según cuenta la tradición, murió coronado por un
glorioso martirio. Debatió en muchas ocasiones acerca del respeto a la
tradición apostólica y, en defensa de la fe católica, publicó un célebre
tratado contra la herejía.
refieren a este santo: Santos Potino,
obispo, y Blandina con cuarenta y seis compañeros, San Víctor I
Oración: Señor, Dios nuestro, que otorgaste a
tu obispo san Ireneo la gracia de mantener incólume la doctrina y la paz de la
Iglesia, concédenos, por su intercesión, renovarnos en fe y en caridad y
trabajar sin descanso por la concordia y la unidad entre los hombres. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración
litúrgica).
Las obras literarias de san Ireneo le han
valido la dignidad de figurar prominentemente entre los Padres de la Iglesia,
ya que sus escritos no sólo sirvieron para poner los cimientos de la teología
cristiana, sino también para exponer y refutar los errores de los gnósticos y
salvar así a la fe católica del grave peligro que corrió de contaminarse y
corromperse por las insidiosas doctrinas de aquellos herejes.
Nada se sabe sobre su familia.
Probablemente nació alrededor del año 135, en alguna de aquellas provincias
marítimas del Asia Menor, donde todavía se conservaba con cariño el recuerdo de
los Apóstoles entre los numerosos cristianos. Sin duda que recibió una
educación muy esmerada y liberal, ya que sumaba a sus profundos conocimientos
de las Sagradas Escrituras, una completa familiaridad con la literatura y la
filosofía de los griegos. Tuvo además, el inestimable privilegio de sentarse
entre algunos de los hombres que habían conocido a los Apóstoles y a sus
primeros discípulos, para escuchar sus pláticas. Entre éstos, figuraba san Policarpo,
quien ejerció una gran influencia en la vida de Ireneo. Por cierto, que fue tan
profunda la impresión que en éste produjo el santo obispo de Esmirna que,
muchos años después, como confesaba a un amigo, podía describir con lujo de
detalles, el aspecto de san Policarpo, las inflexiones de su voz y cada una de
las palabras que pronunciaba para relatar sus entrevistas con san Juan, el
Evangelista, y otros que conocieron al Señor, o para exponer la doctrina que
habían aprendido de ellos. San Gregorio de Tours afirma que fue san Policarpo
quien envió a Ireneo como misionero a las Galias, pero no hay pruebas para
sostener esa afirmación.
Desde tiempos muy remotos, existían las
relaciones comerciales entre los puertos del Asia Menor y el de Marsella y, en
el siglo segundo de nuestra era, los traficantes levantinos transportaban
regularmente las mercancías por el Ródano arriba, hasta la ciudad de Lyon que,
en consecuencia, se convirtió en el principal mercado de Europa occidental y en
la villa más populosa de las Galias. Junto con los mercaderes asiáticos, muchos
de los cuales se establecieron en Lyon, venían sus sacerdotes y misioneros que
portaron la palabra del Evangelio a los galos paganos y fundaron una vigorosa
iglesia local. A aquella iglesia llegó san Ireneo para servirla como sacerdote,
bajo la jurisdicción de su primer obispo, san Potino,
que también era oriental, y ahí se quedó hasta su muerte. La buena opinión que
tenían sobre él sus hermanos en religión, se puso en evidencia el año de 177,
cuando se le despachó a Roma con una delicadísima misión. Fue después del
estallido de la terrible persecución de Marco Aurelio, cuando ya muchos de los
jefes del cristianismo en Lyon se hallaban prisioneros. Su cautiverio, por otra
parte, no les impidió mantener su interés por los fieles cristianos del Asia
Menor. Conscientes de la simpatía y la admiración que despertaba entre la
cristiandad su situación de confesores en inminente peligro de muerte, enviaron
al papa san Eleuterio,
por conducto de Ireneo, «la más piadosa y ortodoxa de las cartas», con una
apelación al Pontífice «en nombre de la unidad y de la paz de la Iglesia», para
que tratase con suavidad a los hermanos montanistas de Frigia. Asimismo,
recomendaban al portador de la misiva, es decir, a Ireneo, como a un sacerdote
«animado por un celo vehemente para dar testimonio de Cristo» y un amante de la
paz, como lo indicaba su nombre (efectivamente, «ireneo» significa «pacífico»).
El cumplimiento de aquel encargo, que lo
ausentaba de Lyon, explica por qué Ireneo no fue llamado a compartir el
martirio de san Potino y sus compañeros y ni siquiera lo presenció. No sabemos
cuánto tiempo permaneció en Roma, pero tan pronto como regresó a Lyon, ocupó la
sede episcopal que había dejado vacante san Potino. Ya por entonces había
terminado la persecución y los veinte o más años de su episcopado fueron de
relativa paz. Las informaciones sobre sus actividades son escasas, pero es
evidente que, además de sus deberes puramente pastorales, trabajó intensamente
en la evangelización de su comarca y las adyacentes. Al parecer, fue él quien
envió a los santos Félix, Fortunato y Aquileo, como misioneros a Valence, y a
los santos Ferrucio
y Ferreolo, a Besançon. Para indicar hasta qué punto se había
identificado con su rebaño, basta con decir que hablaba corrientemente el celta
en vez del griego, que era su lengua madre.
La propagación del gnosticismo en las
Galias y el daño que causaba en las filas del cristianismo, inspiraron en el
obispo Ireneo el anhelo de exponer los errores de esa doctrina para combatirla.
Comenzó por estudiar sus dogmas, lo que ya de por sí era una tarea muy difícil,
puesto que cada uno de los gnósticos parecía sentirse inclinado a introducir
nuevas versiones propias en la doctrina. Afortunadamente, san Ireneo era «un
investigador minucioso e infatigable en todos los campos del saber», como nos
dice Tertuliano, y, por consiguiente, salvó aquel escollo sin mayores tropiezos
y hasta con cierto gusto. Una vez empapado en las ideas del adversario, se puso
a escribir un tratado en cinco libros, en cuya primera parte expuso
completamente las doctrinas internas de las diversas sectas para contradecirlas
después con las enseñanzas de los Apóstoles y los textos de las Sagradas
Escrituras.
Hay un buen ejemplo sobre el método de
combate que siguió, en la parte donde trata el punto doctrinal de los gnósticos
de que el mundo visible fue creado, conservado y gobernado por seres
angelicales y no por Dios, quien seguirá eternamente desligado del mundo,
superior, indiferente y sin participación alguna en las actividades del Pleroma
(el mundo espiritual invisible). Ireneo expone la teoría, la desarrolla hasta
llegar a su conclusión lógica y, por medio de una eficaz «reductio ad
absurdum», procede a demostrar su falsedad. Ireneo expresa la verdadera
doctrina cristiana sobre la estrecha relación entre Dios y el mundo que Él
creó, en los siguientes términos: «El Padre está por encima de todo y Él es la
cabeza de Cristo; pero a través del Verbo se hicieron todas las cosas y Él
mismo es el jefe de la Iglesia, en tanto que Su Espíritu se halla en todos
nosotros; es Él esa agua viva que el Señor da a los que creen en Él y le aman
porque saben que hay un Padre por encima de todas las cosas, a través de todas
las cosas y en todas las cosas».
Ireneo se preocupa más por convertir que
por confundir y, por lo tanto, escribe con estudiada moderación y cortesía,
pero de vez en cuando, se le escapan comentarios humorísticos. Al referirse,
por ejemplo, a la actitud de los recién «iniciados» en el gnosticismo, dice:
«Tan pronto como un hombre se deja atrapar en sus "caminos de
salvación", se da tanta importancia y se hincha de vanidad a tal extremo,
que ya no se imagina estar en el cielo o en la tierra, sino haber pasado a las
regiones del Pleroma y, con el porte majestuoso de un gallo, se pavonea ante
nosotros, como si acabase de abrazar a su ángel». Ireneo estaba firmemente
convencido de que gran parte del atractivo del gnosticismo, se hallaba en el
velo de misterio con que gustaba de envolverse y, de hecho, había tomado la
determinación de «desenmascarar a la zorra», como él mismo lo dice, Y por
cierto que lo consiguió: sus obras, escritas en griego, pero traducidas al
latín casi en seguida, circularon ampliamente y no tardaron en asestar el golpe
de muerte a los gnósticos del siglo segundo. Por lo menos, de entonces en
adelante, dejaron de constituir una seria amenaza para la Iglesia y la fe
católicas.
Trece o catorce años después de haber
viajado a Roma con la carta para el papa Eleuterio, fue de nuevo Ireneo el
mediador entre un grupo de cristianos del Asia Menor y el Pontífice. En vista
de que los cuartodecimanos se negaban a celebrar la Pascua de acuerdo con la
costumbre occidental, el papa Víctor III los había excomulgado y, en
consecuencia, existía el peligro de un cisma. Ireneo intervino en su favor. En
una carta bellamente escrita que dirigió al Papa, le suplicaba que levantase el
castigo y señalaba que sus defendidos no eran realmente culpables, sino que se
aferraban a una costumbre tradicional y que, una diferencia de opinión sobre el
mismo punto, no había impedido que el papa Aniceto y san Policarpo
permaneciesen en amable comunión. El resultado de su embajada fue el restablecimiento
de las buenas relaciones entre las dos partes y de una paz que no se quebrantó.
Después del Concilio de Nicea, en 325, los cuartodecimanos acataron
voluntariamente el uso romano, sin ninguna presión por parte de la Santa Sede.
Se desconoce la fecha de la muerte de san
Ireneo, aunque por regla general, se establece hacia el año 202. De acuerdo con
una tradición posterior, se afirma que fue martirizado, pero no es probable ni
hay evidencia alguna sobre el particular. Los restos mortales de san Ireneo,
como lo indica Gregorio de Tours, fueron sepultados en una cripta, bajo el
altar de la que entonces se llamaba iglesia de San Juan, pero más adelante,
llevó el nombre de San Ireneo. Esta tumba o santuario fue destruido por los
calvinistas en 1562 y, al parecer, desaparecieron hasta los últimos vestigios
de sus reliquias. Es digno de observarse que, si bien la fiesta de san Ireneo
se celebra desde tiempos muy antiguos en el Oriente (el 23 de agosto), sólo a
partir de 1922 se ha observado en la iglesia de Occidente.
El tratado contra los gnósticos ha llegado
hasta nosotros completo en su versión latina y, en fechas posteriores, se
descubrió la existencia de otro escrito suyo: la exposición de la predicación
apostólica, traducida al armenio. A pesar de que el resto de sus obras
desapareció, bastan los dos trabajos mencionados para suministrar todos los
elementos de un sistema completo de teología cristiana. No ha llegado hasta
nosotros nada que pueda llamarse una biografía de la época sobre san Ireneo, pero
hay, en cambio, abundante literatura en torno al importante papel que desempeñó
como testigo de las antiguas tradiciones y como maestro de las creencias
ortodoxas.
En 1904 se despertó enorme interés
general, a raiz del descubrimiento de la versión armenia de un escrito sobre el
cual sólo se conocía el título hasta entonces: Prueba de la Predicación
Apostólica. Se trata, sobre todo de una comparación de las profecías del
Antiguo Testamento y de ese escrito, no se obtienen informaciones nuevas en
relación con el espíritu y los pensamientos del autor. Sobre la teología de
Ireneo puede consultarse con provecho laPatrología de Quasten (Tomo
I). Entre las catequesis de los miércoles que SS Benedicto XVI dedicó a los
Padres de la Iglesia, la del 28 de marzo del
2007 está referida a la figura y el pensamiento de Ireneo
de Lyon.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
enlace: http://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_2161
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