domingo, 30 de septiembre de 2018

De la "nueva moral progresista", o "moral de tercera fase" 01102018

De la "nueva moral progresista", o "moral de tercera fase"

 

             Siendo la moral en primera fase la de toda la vida, decadente y trasnochada, ni que decir tiene, aquélla que procedente de la moral natural y adoptada, analizada y desarrollada desde los tiempos de los romanos por el humanismo cristiano y por multitud de sesudos filósofos hoy día superados, pasaba por el acto de contricción y el propósito de la enmienda. La misma que cuando uno iba a confesarse y le decía al cura, “padre, que he llamado “maricón” a un compañero de clase”, el cura le decía: “hijo mío, eso está muy mal. No se insulta a las personas. Insultar a las personas es hacerlas de menos, y todas las personas son hijos de Dios y merecen respeto. Anda rézate tres padrenuestros, arrepiéntete de corazón, pide perdón a tu compañero y no vuelvas a hacerlo”.
             A esta "primera fase" de moral, el Sr. Sánchez, el Partido Socialista Obrero Español, y con ellos todos y cada uno de los beneméritos componentes de la flamante nueva izquierda española a quienes debemos el altísimo honor de que nos enseñen a comportarnos después de veinte siglos de hacer el zulú en los que no se ha producido ningún hecho reseñable por lo que a organización y civilización del ser humano se refiere, han establecido un nuevo nivel de moral que es el 2, y no: llamar “maricón” a alguien ya no es una falta de respeto que merece una penitencia, requiere de arrepentimiento, de pedir perdón al agraviado y del firme propósito de no volver a hacerlo, no, sino que es un pecado gravísimo que convierte a uno en homófobo, que es lo peor que se puede ser en la vida, y lo que es igual de malo, en machista, racista, islamófobo y fascista, pues el que es lo uno, casi seguro es también todo lo otro.
             En cuanto a la penitencia, amén de las posibles consecuencias penales del acto, que para algo están jueces y cárceles, el que lo haga tiene que dimitir de todos los puestos que tenga, tiene que renunciar a todos sus bienes y prebendas, el mero acto de contricción no vale y amén de pedir perdón mil veces y las que hagan falta, no sólo al interpelado sino a la sociedad entera, tiene que calzarse el sambenito amarillo con varias estrellas formando una hache que le identifiquen ante todas las instancias del mundanal mundo, para que todos sepamos al verlo que nos hallamos ante un verdadero homófobo (y machista, racista, islamófobo y fascista).
             Este nuevo nivel de moral se establece en un momento histórico en que por casualidad, ¿eh? -no vaya Vd. a creer que por otra cosa-, el que gobierna es el partido rival que, naturalmente, está compuesto de zulúes, porque todos somos zulúes menos "ellos". Lo que quiere decir que si a alguno de sus miembros le oímos decir “maricón” se lo defenestra.
             Pero ¡ah amigo!, ahora, como por arte de birli birloque, mediante un truco que todavía estamos los españoles intentando descifrar, acontece que sube al gobierno con una minoría no por “exigua” menos sacrosanta (todo lo de ellos es sacrosanto), el guapísimo Pedro Sánchez y su flamante Partido Socialista Obrero Español, ciento cuarenta años de honradez ya (porque en el centenar de iglesias que ardieron en el 31, en la revolución de Asturias del 34 y los 34 curas asesinados, en el oro de Moscú, en el expolio del Vita y en el asesinato de Calvo Sotelo no tuvieron nada que ver, que va). Y como por arte de birli birloque también, acontece que una de sus ministras ha usado “la palabrita” que, para mayor “inri”, ha dedicado a uno de sus compañeros de gabinete (“sálvame de luxe” en su estado puro).
             ¿Qué hacemos? Porque algo habrá que hacer. Y surge la solución: “Lo siento, no hay más remedio, aunque lo deseable habría sido perseverar durante algún tiempo en la fase 2, no tenemos más remedio que pasar inmediatamente a la fase 3 de la nueva moral progresista; la 2 está prematuramente agotada”. Así que a partir de ahora, todo lo dicho, es decir que el que usa “la palabrita” es homófobo, machista, racista, islamófobo y fascista, sigue valiendo, pero sólo “para ellos”, no “para nosotros”, que en eso es en lo que consiste “la fase 3”. ¿Y eso por qué, oiga? “Pues muy sencillo, amigo, porque nosotros somos Dios, nosotros somos impecables, es decir, no cometemos pecados. Nosotros somos los que impartimos doctrina y los que decimos a los demás lo que hay que hacer, algo que no debe confundir Vd. con que nosotros tengamos que hacer también lo que decimos que hay que hacer, menudo galimatías, ¿no le parece?”.
             Y en eso estamos, mis muy queridos, en la fase 3 de la nueva moral progresista o “New progresist moral” (mejor si lo dice Vd. en inglés aunque sea macarrónico, suena más serio), la que nos va a llevar al nirvana, al séptimo cielo, al paraíso de las mil huríes que renuevan su virginidad cada vez que nos aman, que también son ganas. Así que cuando la ministra, pesoíta naturalmente, llama “maricón” al ministro, no peca, no mancha sus níveas manos ni es homófoba, ni machista, ni racista, ni islamófoba, ni fascista. Si lo hubiera hecho otro sí, pero siendo ella, que es pesoíta, no. Porque ella está “en la fase 3 de la nueva moral progresista”. ¡No me diga por favor que no lo entiende!
             Y bien amigo, que haga Vd. mucho bien y que no reciba menos. Como siempre.

Santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia (1 de octubre)

Santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia

fecha: 1 de octubre
fecha en el calendario anterior: 3 de octubre
n.: 1873 - †: 1897 - país: Francia
otras formas del nombre: Teresita de Lisieux
canonización: B: Pío XI 29 abr 1923 - C: Pío XI 17 may 1925
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Elogio: Memoria de santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, que entró aún muy joven en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de Lisieux, en Francia, y llegó a ser maestra de santidad en Cristo por su inocencia y simplicidad. Enseñó el camino de la perfección cristiana por medio de la infancia espiritual y demostró una mística solicitud en bien de las almas y del incremento de la Iglesia. Terminó su vida a los veinticinco años de edad, el día treinta de septiembre.
Patronazgos: patrona de Francia y de las misiones.
Oración: Oh Dios, que has preparado tu reino para los humildes y los sencillos, concédenos la gracia de seguir confiadamente el camino de santa Teresa del Niño Jesús, para que nos sea revelada, por su intercesión, tu gloria eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).


El entusiasmo y la extensión del culto a santa Teresita del Niño Jesús, joven carmelita que no se distinguió exteriormente de tantas otras de sus hermanas, es uno de los fenómenos más impresionantes y significativos de la vida religiosa de nuestros días. La santa murió en 1897 y, poco después, era ya conocida en todo el mundo. Su «caminito» de sencillez y perfección en las cosas pequeñas y en los detalles de la vida diaria, se ha convertido en el ideal de innumerables cristianos. Su biografía, escrita por orden de sus superiores, es un libro famoso y los milagros y gracias que se atribuyen a su intercesión son incontables. La comparación entre las dos Teresas es inevitable, ya que ambas fueron carmelitas, ambas fueron santas y ambas nos dejaron una larga autobiografía en la que se reflejan tanto las divergencias espirituales y temperamentales como los rasgos comunes.
Los padres de la futura santa eran Luis Martin, un relojero de Alençon, hijo de un oficial del ejército de Napoleón y Celia María Guerin, costurera de la misma ciudad, cuyo padre había sido gendarme en Saint-Denis, los dos beatificados por SS Benedicto XVI. María Francisca Teresa nació el 2 de enero de 1873. Tuvo una infancia feliz y ordinaria, llena de buenos ejemplos. «Mis recuerdos más antiguos son de sonrisas y caricias de ternura», confiesa ella misma. Teresita era viva e impresionable, pero no particularmente precoz ni devota. En cierta ocasión en que su hermana mayor, Leonía, ofreció una muñeca y algunos juguetes a Celina y Teresita, Celina escogió una peluca de seda; en cambio, Teresita dijo codiciosamente: «Yo quiero todo». «Ese incidente resume toda mi vida. Más tarde ... exclamaba: ¡Dios mío, yo lo quiero todo! ¡No quiero ser santa a medias!».
En 1877 murió la madre de Teresita. El señor Martin vendió entonces su relojería de Alençon y se fue a vivir a Lisieux (Calvados), donde sus hijas podían estar bajo el cuidado de su tía, la Sra. Guerin, que era una mujer excelente. El Sr. Martin tenía predilección por Teresita. Sin embargo, la que dirigía la casa era María, y la mayor, Paulina, se encargaba de la educación religiosa de sus hermanas. Paulina solía leer en voz alta a toda la familia en las largas veladas de invierno; para ello no escogía cualquier libro de piedad barata, sino nada menos que «El año Litúrgico» de Dom Guéranger. Cuando Teresita tenía nueve años, Paulina ingresó en el Carmelo de Lisieux. Desde entonces, Teresita se sintió inclinada a seguirla por ese camino. En aquella época era una niña afable y sensible; la religión ocupaba una parte muy importante en su vida. Un día ofreció un céntimo a un mendigo baldado, quien lo rehusó con una sonrisa. Teresita hubiera querido seguirle para instarle a que aceptara el pastelillo que su padre acababa de darle; la timidez le impidió hacerlo, pero la niña se dijo: «Voy a pedir por este pobrecito el día de mi primera comunión». Aunque ese día de «felicidad total» tardó cinco años en llegar, Teresita no olvidó su promesa. Se educaba por entonces en la escuela de las benedictinas de Notre-Dame-du-Pré. Entre sus recuerdos de escuela, anota: «Viendo que algunas niñas querían particularmente a una u otra de las profesoras, trataba yo de imitarlas, pero nunca conseguí ganarme el favor especial de ninguna. ¡Feliz fracaso, que me salvó de tantos peligros!» Cuando Teresita tenía cerca de catorce años, su hermana María fue a reunirse con Paulina en el Carmelo. La víspera de la Navidad de ese mismo año, Teresita tuvo la experiencia que desde entonces llamó su «conversión»: «Aquella bendita noche, el dulce Niño Jesús, quien tenía apenas una hora de nacido, inundó la oscuridad de mi alma con ríos de luz. Se hizo débil y pequeño por amor a mí para hacerme fuerte y valiente. Puso sus armas en mis manos para que avanzase yo de cima en cima y empezase, por decirlo así, 'a correr como gigante'». Es curioso notar que la ocasión de esta gracia súbita fue un comentario que hizo el padre de la joven acerca del cariño que ella profesaba a las tradiciones navideñas. Y el comentario del Sr. Martin no iba dirigido especialmente a Teresita.
En el curso del año siguiente, la joven comunicó a su padre su deseo de ingresar en el Carmelo y obtuvo su consentimiento; pero tanto las autoridades de la orden como el obispo de Bayeux opinaron que Teresita era todavía demasiado joven. Algunos meses más tarde, Teresita y su padre fueron a Roma con una peregrinación francesa, organizada con motivo del jubileo sacerdotal de León XIII. En la audiencia pública, cuando llegó el turno a Teresita para arrodillarse a recibir la bendición del Pontífice, la joven quabrantó osadamente la regla del silencio y dijo a Su Santidad: «En honor de vuestro jubileo, permitidme entrar en el Carmelo a los quince años». El Pontífice, evidentemente impresionado por el aspecto y los modales de la joven, apoyó sin embargo la decisión de las autoridades inmediatas: «Entraréis, si es la voluntad de Dios», le dijo, y la despidió con suma bondad. La bendición de León XIII y las ardientes oraciones que hizo Teresita en múltiples santuarios durante la peregrinación, produjeron fruto a su tiempo. A fines de aquel año, Mons. Hugonin concedió a Teresita la ansiada autorización, y la joven ingresó, el 9 de abril de 1888, en el Carmelo de Lisieux, en el que la habían precedido sus dos hermanas. La maestra de novicias afirmó, bajo juramento: «Desde su entrada en la orden, su porte, que tenía una dignidad poco común en su edad, sorprendió a todas las religiosas».
El P. Pichon S.J., quien predicó los Ejercicios a la comunidad cuando Teresita era novicia, dio el siguiente testimonio en el proceso de beatificación: «Era muy fácil dirigirla. El Espíritu Santo la conducía, y no recuerdo haber tenido que prevenirla contra las ilusiones, ni entonces, ni más tarde ... lo que más me llamó la atención durante aquellos Ejercicios fueron las pruebas especiales a las que Dios la sometía». La joven religiosa leía asiduamente la Biblia y la interpretaba correctamente, como lo prueban las múltiples citas de la Sagrada Escritura que hay en «Historia de un alma». Dado que su culto ha alcanzado las proporciones de una devoción popular, vale la pena llamar la atención sobre la predilección de la santa por la oración litúrgica y su inteligencia de esa inagotable fuente de vida cristiana. Cuando le tocaba oficiar durante la semana y tenía que recitar en el coro las colectas del oficio, solía recordar «que el sacerdote dice las mismas oraciones en la misa y, como él, estaba yo autorizada a rezar en voz alta ante el Santísimo Sacramento y a leer el Evangelio, cuando era yo primera cantora». En 1899, Teresita y sus hermanas sufrieron una tremenda prueba de ver que su padre perdía el uso de la razón a consecuencia de dos ataques de parálisis. Hubo que internar al Sr. Martin en un asilo privado, en el que permaneció tres años. Escribió Teresita: «los tres años del martirio de mi padre fueron, a lo que creo, los más ricos y fructuosos de nuestra vida. Yo no los cambiaría por los éxtasis más sublimes». La joven religiosa hizo su profesión el 8 de septiembre de 1890. Pocos días antes, escribía a la madre Inés de Jesús (Paulina): «Antes de partir, mi Amado me preguntó por qué caminos y países iba yo a viajar. Yo repliqué que mi único deseo consistía en llegar a la cumbre del monte del Amor. Entonces nuestro Salvador, tomándome por la mano, me condujo a un camino subterráneo, en el que no hace frío ni calor, en el que el sol no brilla nunca, en el que el viento y la lluvia no tienen entrada. Es un túnel en el que reina una luz velada que procede de los ojos de Jesús, que me miran desde arriba ... Daría yo cualquier cosa por conquistar la palma de Santa Inés; si Dios no quiere que la gane por la sangre, la ganaré por el amor ...»
Uno de los principales deberes de las carmelitas consiste en orar por los sacerdotes. Santa Teresita cumplió ese deber con inmenso fervor. Durante su viaje por Italia, había visto u oído algo que le había hecho abrir los ojos a la idea de que los sacerdotes tienen necesidad de oraciones tanto como el resto de los cristianos. Teresita jamás cesó de orar, en particular, por el célebre ex carmelita Jacinto Loyson, quien había apostatado de la fe. Aunque era de constitución delicada, la santa religiosa se sometió desde el primer momento a todas las austeridades de la regla, excepto al ayuno, pues sus superioras se lo impidieron. La priora decía: «Un alma de ese temple no puede ser tratada como una niña. Las dispensas no están hechas para ella». Sin embargo, Teresita confesaba: «Durante el postulantado, me costó muchísimo ejecutar ciertas penitencias exteriores ordinarias. Pero no cedí a esa repugnancia, porque me parecía que la imagen de mi Señor crucificado me miraba con ojos que imploraban tales sacrificios». Entre las penitencias corporales, la más dura para ella era el frío del invierno en el convento; pero nadie lo sospechó hasta que Teresita lo confesó en el lecho de muerte. Al principio de su vida religiosa había dicho: «Quiera Jesús concederme el martirio del corazón o el martirio de la carne; preferiría que me concediera ambos». Y un día pudo exclamar: «He llegado a un punto en que me es imposible sufrir, porque todo sufrimiento me es dulce».
La autobiografía titulada «Historia de un alma», que santa Teresita escribió por orden de su superiora, es un hermoso documento, de carácter excepcional. Está escrito en estilo claro y de gran frescura, lleno de frases familiares. Abundan las intuiciones psicológicas que revelan un extraordinario conocimiento propio y una profunda sabiduría espiritual de la que no está excluida la belleza. Cuando Teresita define su oración, nos revela más acerca de sí misma que si hubiese escrito muchas páginas de análisis propiamente dicho: «Para mí, orar consiste en elevar el corazón, en levantar los ojos al cielo, en manifestar mi gratitud y mi amor lo mismo en el gozo que en la prueba. En una palabra, la oración es algo noble y sobrenatural, que ensancha mi alma y la une con Dios ... Confieso que me falta valor para buscar hermosas oraciones en los libros, excepto en el oficio divino, que es para mí una fuente de gozo espiritual, a pesar de mi indignidad ... Procedo como una niña que no sabe leer; me limito a exponer todos mis deseos al Señor, y Él me entiende». La penetración psicológica de la autobiografía es muy aguda: «Me porto como un soldado valiente en todas las ocasiones en las que el enemigo me provoca a la lucha. Sabiendo que el duelo es un acto de cobardía, vuelvo las espaldas al enemigo sin dignarme ni siquiera mirarle, me refugio apresuradamente en mi Salvador y le manifiesto que estoy pronta a derramar mi sangre para dar testimonio de mi fe en el cielo». Teresita resta importancia a su heroica paciencia con una salida humorística. Durante la meditación en el coro, una de las hermanas solía agitar el rosario, cosa que irritaba sobremanera a la joven religiosa. Finalmente, «en vez de tratar de no oír nada, lo cual era imposible, decidí escuchar como si fuese la más deliciosa música. Naturalmente mi oración no era precisamente 'de quietud', pero cuando menos tenía yo una música que ofrecer al Señor». El último capítulo de la autobiografía constituye un verdadero himno al amor divino que concluye así: «Te ruego que poses tus divinos ojos sobre un gran número de almas pequeñas; te suplico que escojas entre ellas una legión de víctimas insignificantes de tu amor». Teresita se contaba a sí misma entre las almas pequeñas: «Yo soy un alma minúscula, que sólo puede ofrecer pequeñeces a nuestro Señor».
En 1893, la hermana Teresa fue nombrada asistente de la maestra de novicias. Prácticamente era ella la maestra de novicias, aunque no tenía el título. Acerca de sus experiencias de aquella época, escribe: «De lejos parece muy fácil hacer el bien a las almas, lograr que amen más a Dios y moldearlas según las ideas e ideales propios. Pero cuando se ven las cosas más de cerca, llega uno a comprender que hacer el bien sin la ayuda de Dios es tan imposible como hacer que el sol brille a media noche ... Lo que más me cuesta es tener que observar hasta las menores faltas e imperfecciones para combatirlas despiadadamente». La santa tenía entonces veinte años. Su padre murió en 1894. Poco después, Celina, quien hasta entonces se había encargado de cuidarle, siguió a sus tres hermanas en el Carmelo de Lisieux. Dieciocho meses más tarde, en la noche del Jueves al Viernes Santos, santa Teresita sufrió una hemorragia bucal, y el gorgoteo de la sangre que le subía por la garganta lo oyó «como un murmullo lejano que anunciaba la llegada del Esposo». Por entonces se sintió inclinada a responder al llamado de las carmelitas de Hanoi, en la Indochina, quienes querían que partiese a dicha misión. Pero su enfermedad fue empeorando cada vez más y, los últimos dieciocho meses de su vida, fueron un período de sufrimiento corporal y de pruebas espirituales. Dios le concedió entonces una especie de don de profecía, y Teresita hizo la triple confesión que ha estremecido al mundo entero: «Nunca he dado a Dios más que amor y Él me va a pagar con amor. Después de mi muerte derramaré una lluvia de rosas». «Quiero pasar mi cielo haciendo bien a la tierra». «Mi 'caminito' es un camino de infancia espiritual, un camino de confianza y entrega absoluta». En junio de 1897, la santa fue trasladada a la enfermería del convento, de la que no volvió a salir. A partir del 16 de agosto, ya no pudo recibir la comunión, pues sufría de una naúsea casi constante. El 30 de septiembre, la hermana Teresa de Lisieux murió con una palabra de amor en los labios.
El culto de la joven religiosa empezó a crecer con rapidez y unanimidad impresionantes. Por otra parte, los múltiples milagros obrados por su intercesión atrajeron sobre Teresita las miradas de todo el mundo católico. La Santa Sede, siempre atenta al clamor unánime de toda la Iglesia visible, suprimió en este caso el período de cincuenta años que se requería ordinariamente para introducir una causa de canonización. Pío XI beatificó a Teresita en 1923 y la canonizó en 1925 y extendió su fiesta a toda la Iglesia de Occidente. En 1927, santa Teresa del Niño Jesús fue nombrada, junto con san Francisco Javier, patrona de todas las misiones extranjeras y de todas las obras católicas en Rusia. Finalmente el papa Juan Pablo II, en 1997, la proclamó Doctora de la Iglesia, por medio de la Carta Apostólica «Divini Amoris Scientia». No sólo los católicos sino también muchos no católicos que habían leído la autobiografía y se habían asomado al misterio de la vida oculta de Teresita, acogieron con inmenso gozo esas decisiones de la Santa Sede. La joven santa era delgada, rubia, de ojos azul gris; tenía las cejas ligeramente arqueadas; su boca era pequeña y sus facciones delicadas y regulares. Las fotografías originales reflejan algo del ser de Teresita; en cambio, las fotografías retocadas que circulan ordinariamente son insípidas e impersonales.
Teresa del Niño Jesús se había entregado con entera decisión y plena conciencia a la tarea de ser santa. Sin perder el ánimo, ante la aparente imposibilidad de alcanzar las cumbres más elevadas del olvido de sí misma, solía repetirse: «Dios no inspira deseos imposibles. Por consiguiente, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. No tengo que hacerme más grande de lo que soy, sino aceptarme tal como soy, con todas mis imperfecciones. Quiero buscar un nuevo camino para el cielo, un camino corto y recto, un pequeño atajo. Vivimos en una época de invenciones. Ya no tenemos que molestarnos en subir escaleras; en las casas de los ricos hay elevadores. Yo quisiera descubrir un ascensor para subir hasta Jesús, porque soy demasiado pequeña para subir los escalones de la perfección. Así pues, me puse a buscar en la Sagrada Escritura algún indicio de que existía el ascensor que yo necesitaba y encontré estas palabras en boca de la Eterna Sabiduría: 'Que los que son pequeños vengan a Mí'.»
Los libros y artículos sobre santa Teresita son, por así decirlo, innumerables; pero todos se basan en la autobiografía y en las cartas de la santa, a las que se añaden en algunos casos ciertos testimonios del proceso de beatificación y canonización. Estos últimos documentos, impresos para uso de la Sagrada Congregación de Ritos, son muy importantes, ya que permiten ver que ni siquiera las religiosas sometidas a las austeridades de la regla del Carmelo están exentas de la fragilidad humana y que una parte de la misión de Teresita del Niño Jesús consistió precisamente en reformar con su ejemplo silencioso la observancia de su propio convento. Entre las mejores biografías de la santa (que no son las más largas), hay que mencionar las de H. Petitot, St Teresa of Lisieux: A Spiritual Renaissance (1927); la del barón Angot des Rotours en la colección Les Saints; la de F. Laudet, L'enafnt chérie du monde (1927); la de H. Ghéon, The Secret of the Little Flower (1934). Véase el estudio teológico de H. Urs von Balthasar, Thérése de Lisieux (1953). «L'histoire d'une ame» ha sido traducida prácticamente a todas las lenguas, incluso al hebreo. A mediados del siglo XX se ha publicado la edición original de Histoire d'une ame sin retoque alguno.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Beato Luis María Monti, fundador (1 de octubre)


Beato Luis María Monti, fundador

fecha: 1 de octubre
n.: 1825 - †: 1900 - país: Italia
canonización: B: Juan Pablo II 9 nov 2003
hagiografía: Vaticano
Elogio: En Saronno, cerca de Varese, en la Lombardía, región de Italia, beato Luis María Monti, religioso, quien, a pesar de mantener su condición laical, instituyó los Hijos de María Inmaculada, congregación que dirigió con espíritu de caridad hacia los pobres y los necesitados, ocupándose especialmente de los enfermos y huérfanos, y trabajando en favor de la formación de los jóvenes.
Luigi Monti, religioso laico, a quien sus discípulos veneraban llamándole «padre» debido a su irrebatible paternidad espiritual, nació en Bovisio, el 24 de julio de 1825, octavo de una familia con once hijos. Huérfano de padre a los 12 años, se hizo carpintero para ayudar a su madre y a sus hermanos pequeños. Joven apasionado, reunió en su taller a muchos artesanos de su edad así como a campesinos para dar vida a un oratorio vespertino. El grupo se denominó la Compañía del Sagrado Corazón de Jesús, pero el pueblo de Bovisio no tardó en apodarlo «La Compañía de los Hermanos».
Dicha compañía se caracterizaba por la austeridad de vida, la dedicación al enfermo y al pobre, y el tesón para evangelizar a los que se hallaban alejados del camino. Luigi capitaneaba el grupo. En 1846, a los 21 años de edad, se consagró a Dios y emitió votos de castidad y obediencia en manos de su padre espiritual. Fue un fiel laico consagrado a la Iglesia de Dios, sin convento y sin hábito. Sin embargo, no todo el mundo supo acoger el don que el Espíritu había infundido en él. De hecho, algunas personas del pueblo, junto al párroco, se opusieron de forma rastrera e implacable, lo cual desembocó en una denuncia calumniosa en la que se le acusaba de conspiración politica contra la autoridad austríaca de ocupación. En 1851, Luigi Monti y sus compañeros fueron encarcelados en Desio (Milán) y fueron puestos en libertad gracias a un proceso verbal que, sin embargo, no se celebró hasta pasados 72 días de cárcel.
Dócil con su padre espiritual, el sacerdote Luigi Dossi, entró con él en la congregación de los Hijos de María Inmaculada que el beato Ludovico Pavoni había fundado hacía cinco años. Se quedó seis años de novicio. Este tiempo supuso para Luigi Monti un periodo de transición, en el que se enamoró de las constituciones de Pavoni, se ejercitó como educador, y aprendió la teoría y la práctica de la profesión de enfermero, que puso al servicio de la comunidad y de los afectados por el cólera durante la epidemia de 1885, encerrándose voluntariamente en la leprosería local.
A los 32 años, Luigi Monti todavía estaba buscando la realización concreta de su vocación. En una carta con fecha de 1896, cuatro años antes de fallecer, evocó la noche del espíritu, vivida en este periodo: «Transcurría horas ante Jesús Sacramentado. Y, sin embargo, eran horas sin pizca de rocío celestial. Mi corazón permanecía árido, frío, insensible. Estaba a punto de abandonarlo todo cuando, de repente, mientras me hallaba en mi celda, sentí una voz en mi fuero interno, clara y comprensible, que me decía: 'Luigi, dirígete al sagrario de la iglesia y expónle tus tribulaciones de nuevo a Jesús Sacramentado'. Así que haciendo caso de la inspiración, me voy para allá, me arrodillo, y al cabo de poco ¡maravilla! veo a dos personajes con forma humana. Los conozco. Son Jesús y su Madre Santísima. Se me acercan y me dicen en voz alta: 'Luigi, te queda mucho que sufrir todavía, te quedan luchas mayores que librar. Sé fuerte. Saldrás vencedor de todo. Nuestra ayuda poderosa no te faltará nunca. Sigue el camino que empezaste'. Así dijeron, y desaparecieron.»
Inspirado en el testimonio de caridad de santa María Crucificada de Rosa, el sacerdote Luigi Dossi planteó a Monti la idea de crear una congregación para el servicio de los enfermos, en Roma. Luigi Monti aceptó y sugirió llamarla «Congregación de los Hijos de la Inmaculada Concepción». Varios amigos suyos de la época de la «Compañía» compartieron dicha idea y, además, se sumó un joven enfermero experto y muy apasionado, llamado Cipriano Pezzini.
Una fundación en la Roma de Pío IX no era cosa sencilla y menos todavía en uno de los hospitales más famosos de Europa, el hospital de Santo Spirito. Mientras tanto, los capellanes capuchinos, en el seno de dicho hospital iniciaron una asociación de terceros de San Francisco para la asistencia corporal a los enfermos. Cuando Luigi Monti llegó a Roma, en 1858, halló una realidad distinta a la que se imaginaban tanto él como su amigo Pezzini, quien le precedió para entablar las negociaciones que eran menester con el Comendador, máxima autoridad del hospital.
Comprendió que Dios, en ese momento, lo quería sencillamente como el «Hermano Luigi de Milán», enfermero del hospital Santo Spirito. De manera que solicitó humildemente formar parte del grupo organizado por los PP. Capuchinos. Al principio, se encargó de todos los servicios reservados en la actualidad al personal sanitario asistente, y posteriormente la tarea de flebotomiano (sangrador), tal y como consta en el diploma que le concedió la Università La Sapienza di Roma.
En 1877, por designación unánime de sus congregantes, Pío IX le encomendó capitanear su propia Congregación y así siguió hasta su muerte. Pío IX prefirió desde un primer momento la Congregación de los Hijos de la Inmaculada Concepción tanto por su gran anhelo de ver bien asistidos a los enfermos de los hospitales romanos como por el hecho de que llevaba el nombre de la Inmaculada. Convertido en Superior general, Luigi Monti preparó para la Congregación un código de vida que reflejaba las experiencias para las que el Espíritu de Dios le había conducido. Los Hermanos, nutriéndose con la Eucaristía y la meditación del privilegio de la Completamente Pura, se dedicaron a la asistencia de forma heroica. En los hospicios en masa por epidemias de malaria, de tifus o tras episodios bélicos, los Hermanos no dudaban en prestar su propio colchón. Se declaraban todos ellos dispuestos a asistir a los enfermos de todas las formas de enfermedad, se les enviase a donde se les enviase. Luigi Monti constituyó otras pequeñas comunidades en la zona norte de la región del Lacio, en donde él mismo había trabajado anteriormente brindando servicios médicos de todo tipo asó como en calidad de enfermero itinerante por los caseríos desperdigados en el campo de Orte, en la provincia de Viterbo.
En 1882, recibió en Santo Spirito la visita de un monje cartujo que declaró haber recibido de la Virgen Inmaculada la inspiración para presentarse ante él. Venía de Desio. El cartujo le presentó un caso límite: se trataba de cuatro sobrinillos suyos, huérfanos de padre y madre. Era una señal del Espíritu de Dios y Luigi Monti amplió su obra asistencial a los menores totalmente huérfanos. Para ellos inauguró una casa de acogida en Saronno. Su principio pedagógico básico se basaba en la paternidad del educador. La comunidad de los religiosos acoge al huérfano como en familia, para «vivir juntos el día», para crear juntos las perspectivas de inserción en la sociedad con una formación humana y cristiana que sea la base para todas las vocaciones: a la vida civil, a la familia y al estado de consagración especial.
La muerte le halló en Saronno, exánime, casi ciego, con 75 años de edad, en 1900. Su proyecto no había recibido todavía la aprobación eclesiástica. La obtuvo en 1904 de san Pío X, quién aprobó el nuevo modelo de comunidad previsto por el fundador, concediendo el sacerdocio ministerial como complemento esencial para desempeñar una misión apostólica dirigida a todos los hombres, tanto en el servicio de los enfermos como en la acogida de la juventud marginada. Fue beatificado por SS Juan Pablo II en 2003.
fuente: Vaticano
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Guo Jincai, ordenado ilegítimamente en tiempos de Benedicto XVI, jerarca de la organización patriótica, va al Sínodo de los Jóvenes
Guo Jincai, ordenado ilegítimamente en tiempos de Benedicto XVI, jerarca de la organización patriótica, va al Sínodo de los Jóvenes
En lo que llevamos de siglo XXI, ningún delegado de la China continental ha podido participar en un Sínodo católico de obispos en Roma. La voz de los chinos llegaba solo mediante la presencia de clérigos de Taiwán o Hong Kong.
Simplemente, las autoridades del régimen comunista chino no permitían a los obispos chinos viajar al extranjero a estos eventos.
Ahora, en vísperas del Sínodo de la juventud que empieza el viernes 3 de octubre, las autoridades chinas anuncian por primera vez en lo que va de siglo que dos obispos chinos participarán en el Sínodo en Roma. Y eso plantea muchos interrogantes.
Enviados por una entidad irregular: la llamada "conferencia de obispos chinos"
Wang Zu’ang, el número dos del Frente Unido (un organismo de la Administración china que tiene la función de supervisar todas las entidades que no son comunistas en el país) anunció en una reunión de representantes de la "Asociación patriótica de la Iglesia China" (la entidad creada por los comunistas en 1957 para coordinar el control de la Iglesia Católica en China) el nombre de dos obispos que viajarán a Roma.
El primero de los obispos que irán al Sínodo de Roma es Juan Bautista Yiang Xiaoting, 54 años, ordenado sacerdote en Zhoushi en 1991. En 1999 culminó sus estudios en Roma y recibió el doctorado de la Universidad Urbaniana. También estudio y se laureó en Estados Unidos. Fue consagrado obispo el 15 de julio de 2010 por mandato del Papa Benedicto XVI. Le reconoció el gobierno chino y, según recuerda AsiaNews, en apariciones públicas, alaba al régimen y repite sus eslóganes diciendo que la Iglesia en China tiene mucha independencia.
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Guo Jincai, que fue ordenado ilegítimamente en 2010 pese a las protestas de Roma, es ahora secretario general de la Iglesia Patriótica, hombre de confianza del régimen chino... y ahora lo presentan como delegado al Sínodo de los Jóvenes
El otro obispo es especialmente polémico: José Guo Jincai, actual secretario general de la "Conferencia de obispos chinos", una entidad aún no reconocida por la Santa Sede, que incluye laicos y funcionarios, que excluye a los obispos clandestinos (fieles a Roma) y esbastante distinta a una Conferencia Episcopal como la de los demás países del mundo. Guo Jincai Estudió en el seminario de Hebei hasta 1992. Fue ordenado obispo en Chengde por designio del régimen comunista y sin mandato pontificio en noviembre 2010, entre vivas protestas de la Santa Sede.
Es uno de los 7 obispos rechazados por su falta de comunión con el Papa que solo ahora, desde este mes de septiembre, han sido canónicamente legitimados y acogidos en plena comunión con el Papa Francisco en el cuadro del acuerdo entre China y el Vaticano firmado en Beijing el 22 de este mes, sobre los criterios de selección de los futuros obispos chinos. (Para eso, Roma ha creado la diócesis de Chengde, que antes existía solo para las autoridades de Pekín). Es, por lo tanto, un hombre de plena confianza de Pekín.
¿Alguien les ha invitado?
A un Sínodo no va quien quiere, sino quien invita el Papa o los que representan a Conferencias Episcopales, según el derecho canónico. Estos dos obispos chinos no cumplen las condiciones, por el momento, y la Sala de Prensa del vaticano asegura no saber nada del asunto, de ninguna invitación papal o recepción como participantes oficiales.
Lo cierto es que ni en 1998 ni en 2005, en Sínodos de Juan Pablo II o de Benedicto XVI, ni en posteriores, acudieron obispos de la China continental.
Ahora, con la reciente firma del Acuerdo provisorio, el envío de estos obispos dóciles a Pekín sería visto como un paso de "deshielo", o al menos de relaciones. Pero alguien debería representar a los católicos clandestinos, piden otras voces.
"Es posible que monseñor Camilleri, el subsecretario para las relaciones con los Estados, haya llevado una invitación papal a las reuniones que tuvo en Beijing con miras a la firma del acuerdo con el gobierno chino. Pero el hecho de que quien da la noticia de la participación de dos obispos en el Sínodo sea un representante chino, y que no se haya dicho nada acerca de la eventual invitación de Francisco, refuerza la preocupación de quien teme que el acuerdo termine siendo una autorización para que el gobierno controle y “guíe” la Iglesia. En todo caso faltaría la presencia de un representante de la comunidad no-oficial. Si así fuera el caso, podría ser un nuevo paso hacia la reconciliación de los católicos chinos", escribe la agencia misionera AsiaNews.

Desde el cielo haría caer una lluvia de rosas (Los cinco minutos del Espíritu Santo) 01102018

Desde el cielo haría caer una lluvia de rosas

Hoy recordamos a Santa Teresita de Lisieux. En ella podemos reconocer la generosa ternura que puede infundir el Espíritu Santo en nuestras vidas.
Ella vivió y creció con una bella conciencia de ser inmensamente amada por Jesucristo. Por eso desde niña ansiaba consagrarse a Dios en la clausura; entonces se hizo carmelita. Pero su amor a Jesús no era sólo un deseo de vivir tranquila, abrazada por el Señor. Porque el Espíritu Santo le hizo ver con claridad que quien ama a Jesús se identifica con su deseo, empieza a desear lo que Jesús desea. Por lo tanto, su pasión era ser un instrumento de Jesús para hacer el bien.
Teresita no sentía un gran atractivo por la tranquilidad del cielo. Más bien le interesaba que en el cielo podría estar más cerca de Jesús para que su oración fuera más eficaz y pudiera interceder por nosotros con más fuerza. Eso se expresaba en su promesa de que después de su muerte haría caer una lluvia de rosas.
Pero lo que más se destaca en su vida es la infancia espiritual. No se trata de un infantilismo débil o romántico, sino de una actitud valiente y grandiosa: renunciar a la miserable tentación de creernos dioses todopoderosos, de sentirnos el centro del universo o de pensar que somos más que los demás. Hacerse como niños es confiar sin reservas en el amor de Dios, y así no necesitar más dominar a los demás, aprovecharse de ellos o buscar con desesperación sus elogios y reconocimientos. Teresita vivió a fondo esta actitud gracias a la obra transformadora del Espíritu Santo.
El Evangelio nos invita a recuperar la actitud de humilde confianza que caracteriza a los niños; el Reino de Dios debe ser recibido con esa confianza, propia del que sabe que solo no puede. Así como un niño que en los momentos de temor reclama sinceramente la presencia de su Padre, el corazón tocado por el Espíritu Santo ha renunciado a su autonomía, sabe que necesita de su poder, que sin él no tiene fuerza ni seguridad, que en él está la única verdadera fortaleza.

Santos del día 1 de octubre

Santos del día 1 de octubre
Kalendis octobris
Memoria de santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, que entró aún muy joven en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de Lisieux, en Francia, y llegó a ser maestra de santidad en Cristo por su inocencia y simplicidad. Enseñó el camino de la perfección cristiana por medio de la infancia espiritual y demostró una mística solicitud en bien de las almas y del incremento de la Iglesia. Terminó su vida a los veinticinco años de edad, el día treinta de septiembre.
En Séclin, en la Galia Bélgica, san Piatón, presbítero, que es venerado como evangelizador de Tournai y como mártir.
En Lisboa, en la Lusitania, santos Verísimo, Máxima y Julia, mártires.
En Constantinopla, san Romano, diácono, que mereció ser llamado «Mélodos» por su sublime arte en componer himnos sacros en honor del Señor y de los santos.
En Tréveris, en la Renania, en Austrasia, san Nicecio, obispo, que, según el testimonio de san Gregorio de Tours, era fuerte en la predicación, terrible en la argumentación y constante en la enseñanza. Sufrió el destierro bajo Clotario, rey de los francos.
En Gante, ciudad de Flandes, san Bavón, monje, el cual, discípulo de san Amando, dejó la vida seglar, distribuyó sus bienes entre los pobres y entró en el monasterio fundado en esta ciudad.
En Condé-sur-l’Escaut, en el Hainaut, de Austrasia, san Wasnulfo, monje, nacido en Escocia.
En Cantorbery, en Inglaterra, san Geraldo Edwards, presbítero y mártir, el cual fue ordenado en Francia, y al regresar a su patria, durante la persecución bajo el reinado de Isabel I, después de un largo encarcelamiento, consumó su martirio en el patíbulo. Con él fueron martirizados los presbíteros beatos Roberto Wilcox y Cristóbal Buxton, por su condición sacerdotal, y el beato Roberto Widmerpool, por ayudar a un sacerdote.
En Chichester, también en Inglaterra, beatos Rodolfo Crockett y Eduardo James, presbíteros y mártires, que, formados en el Colegio de los Ingleses de Reims, al regresar a su patria fueron condenados al patíbulo por razón de su sacerdocio.
En Ipswich, de la región de Suffolk, de nuevo en Inglaterra, beato Juan Robinson, presbítero y mártir, el cual, siendo padre de familia, al enviudar recibió, ya anciano, la ordenación sacerdotal, y por esta causa fue coronado con el martirio.
En Nagasaki, en Japón, beatos Gaspar Hikojiro y Andrés Yoshida, mártires, que, siendo catequistas, fueron degollados por haber recibido en sus casas a unos sacerdotes.
En Osma, de Soria, en España, beato Juan de Palafox Mendoza, obispo de Puebla de los Ángeles, en México y luego de Osma.
En Saronno, cerca de Varese, en la Lombardía, región de Italia, beato Luis María Monti, religioso, quien, a pesar de mantener su condición laical, instituyó los Hijos de María Inmaculada, congregación que dirigió con espíritu de caridad hacia los pobres y los necesitados, ocupándose especialmente de los enfermos y huérfanos, y trabajando en favor de la formación de los jóvenes.
En Nepi, Viterbo, beata Cecilia Eusepi, laica, miembro de la Tercera Orden de los Siervos de María, que alcanzó la santidad como catequista y al servicio de los demás en la vida de cada día.
En el lugar de Rotglà y Corbera, en la región de Valencia, en España, beata Florencia Caerols Martínez, virgen y mártir, que en tiempo de persecución contra la fe alcanzó, por medio del martirio, la gloria de la vida eterna.
En la ciudad de Villena, también en la región de Valencia, beato Alvaro Sanjuán Canet, presbítero de la Sociedad de San Francisco de Sales y mártir, que, en la misma difícil época, alcanzó por su combate la palma del martirio.
Cerca de Munich, en la región de Baviera, en Alemania, beato Antonio Rewera, presbítero y mártir, que, por su confesión en favor de Cristo, desde Polonia fue internado en el campo de concentración de Dachau, donde alcanzó la corona del martirio por medio de los tormentos que sufrió.