lunes, 31 de agosto de 2015

San Gil (Egidio) - Beata Juana Soderini de Florencia - San Arturo de Irlanda - San Josué Patriarca 01092015

San Gil (Egidio)

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San Egidio o Gil, abad
La leyenda de san Gil (Aegidius), una de las más famosas en la Edad Media, procede de una biografía escrita en el siglo X. De acuerdo con aquel escrito, Gil era ateniense por nacimiento. Durante los primeros años de su juventud, devolvió la salud a un mendigo enfermo, en virtud de haberle cedido su capa, tal como había sucedido con san Martín. Gil despreciaba los bienes temporales y detestaba el aplauso y las alabanzas de los hombres, que llovieron sobre él, tras la muerte de sus padres, debido a la prodigalidad con que daba limosnas y los milagros que se le atribuían. Para escapar, se embarcó hacia el Occidente, llegó a Marsella y, luego de pasar dos años en Arles, junto a san Cesareo, se construyó una ermita en mitad de un bosque, cerca de la desembocadura del Ródano. En aquella soledad se alimentaba con la leche de una cierva que acudía con frecuencia y se dejaba ordeñar mansamente por el ermitaño. Cierto día, Flavio, el rey de los godos, que andaba de cacería, persiguió a la cierva y le azuzó a los perros, hasta que el animal fue a refugiarse junto a Gil, quien la ocultó en una cueva, y la partida de caza pasó de largo frente a ella, incluso los perros, que parecían haber perdido el olfato. Al día siguiente, se reanudó la cacería y la cierva fue nuevamente descubierta y perseguida hasta la cueva donde la ocultó el ermitaño y donde se volvía invulnerable. Al tercer día, el rey Flavio llevó consigo a un obispo para que presenciara el suceso y tratase de explicarle el extraño proceder de sus perros. En aquella tercera ocasión, uno de los arqueros del rey disparó una flecha al azar, a través de la maleza que cubría la entrada de la cueva. Cuando los cazadores se abrieron paso hasta la caverna, encontraron a Gil herido por la flecha y a la cierva echada a sus pies. Flavio y el obispo instaron al ermitaño para que diera cuenta de su presencia en aquellos parajes. Gil les relató su historia y, al escucharla, tanto el monarca como el prelado le pidieron perdón por haber alterado la paz de su soledad y el rey impartió órdenes para que fuesen en busca de un médico que le curase la herida de la flecha, pero san Gil rehusó aceptar la visita del doctor, no quiso tomar ninguno de los regalos que le presentaron los de la partida real y rogó a todos que le dejasen tranquilo en su solitario retiro.

El rey Flavio hizo frecuentes visitas a san Gil, y éste acabó por solicitar al monarca que dedicase todas las limosnas y beneficios que le ofrecía, a la fundación de un monasterio. Flavio se comprometió a hacerlo, a condición de que Gil fuese el primer abad. A su debido tiempo, el monasterio se levantó cerca de la cueva del ermitaño, se agrupó una comunidad en torno a Gil, y muy pronto la reputación de los nuevos monjes y de su abad llegó al oído de Carlos, rey de Francia (a quien los trovadores medievales identificaron con Carlomangno, aunque resulta anacrónico). La corte mandó traer a san Gil a Orléans, donde se entretuvo largamente con el rey en profunda charla sobre asuntos espirituales. Sin embargo, en el curso de aquellas conversaciones, el monarca calló una gravísima culpa que había cometido y le pesaba sobre la conciencia... «el domingo siguiente, cuando el ermitaño oficiaba la misa y, según la costumbre oraba especialmente por el rey durante el canon, apareció un ángel del Señor que depositó sobre el altar un rollo de pergamino donde estaba escrito el pecado que el monarca había cometido. En el pergamino se advertía también que aquella culpa sería perdonada por la intercesión de Gil, siempre y cuando el rey hiciese penitencia y se comprometiese a no volver a cometerla ... Al terminar la misa, Gil entregó el rollo de pergamino al monarca, quien, al leerlo, cayó de rodillas ante el santo y le suplicó que intercediera por él ante Dios. A continuación, el buen ermitaño se puso en oración para encomendar al Señor el alma del monarca y a éste le recomendó, con dulzura, que se abstuviese de cometer la misma culpa en el futuro». Después de aquella temporada en la corte, san Gil regresó a su monasterio y, al poco tiempo, partió a Roma para encomendar sus monjes a la Santa Sede. El Papa concedió innumerables privilegios a la comunidad, y al monasterio le hizo el donativo de dos portones de cedro tallados con primor. A fin de poner a prueba su confianza en Dios, san Gil mandó arrojar aquellas dos puertas a las aguas del Tiber, se embarcó en ellas y, con viento propicio, navegaron por el Mediterráneo hasta las costas de Francia. Recibió una advertencia celestial sobre la proximidad de su muerte y en la fecha vaticinada, un domingo l de septiembre, «dejó este mundo, que se entristeció por la ausencia corporal de Gil, pero en cambio, llenó de alegría los Cielos por su feliz arribo».

Este relato sobre san Gil y otros que circularon durante la Edad Media y que son nuestras únicas fuentes de información resultan completamente indignos de confianza. Es evidente que algunos de sus pormenores son contradictorios y anacrónicos; además, la leyenda está asociada con ciertas bulas pontificias que, como ahora se sabe, fueron fraguadas para servir a los intereses del monasterio de San Gil, en Provenza. Lo más que se puede saber sobre el santo es que debe haber sido un ermitaño o un monje que vivió cerca de la desembocadura del Ródano, en el siglo sexto u octavo, y que el famoso monasterio que lleva su nombre afirma poseer sus reliquias. La historia de la cierva se relaciona con varios santos, de entre los cuales san Gil es el más famoso y, durante muchos siglos, uno de los más populares. Se le nombra entre los «Catorce Santos Auxiliadores» (el único entre ellos que no fue mártir) y su tumba, en el monasterio, fue centro de peregrinaciones de primerísima importancia que contribuyó a la prosperidad de la ciudad de Saint Gilles durante la Edad Media, hasta el siglo XIII, cuando quedó convertida en ruinas, durante la cruzada contra los albigenses. Otros cruzados bautizaron con el nombre de Saint Gilles a una ciudad (la actual Sinjil) que fundaron en los límites de las regiones de Benjamín y Efraín, de manera que su culto se extendió por todo el oriente de Europa. En Inglaterra había 160 parroquias dedicadas a él. Se le invoca como protector de los tullidos, mendigos y herreros. Juan Lydgate, un monje poeta de Bury, le invocaba así en el siglo quince:

Gil, santo protector de pobres y lisiados,
consuelo de los enfermos en su mala suerte,
refugio y escudo de los necesitados,
patrocinio de los que miran a la muerte.
Por ti, los moribundos vuelven a la vida.

El texto en latín sobre la vida de San Gil, se encuentra en Acta Sanctorum, septiembre, vol. I, y una versión semejante, en Analecta Bollandiana, vol. VIII (1889), pp. 103-120. También hay una biografía de versos rimados y una adaptación al francés antiguo. Para estas últimas, consultar el cuidadoso estudio de la Srta. E. C. Jones, Saint Gilles (1914). En cuanto a las tradiciones populares reunidas en torno a san Gil, véase a Bächtold- Stäubli en Handwörterbuch des deutschen Aberglaubens, vol. I, pp. 212 y ss.; sobre el tratamiento del tema en el arte, véase a Künstle en Ikonographie, vol. II, pp. 32-34; el emblema distintivo del santo, naturalmente, es una cierva con una flecha clavada.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI





Oremos

Tú, Señor, que concediste a San Egidio el don de imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a nosotros, por intercesión de este santo, la gracia de que, viviendo fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.




Beata Juana Soderini de Florencia

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Pertenecía a una de las familias de la alta nobleza florentina: los Soderini, que influyeron notablemente en la sociedad entre los siglos XIV y XVI. Culminaron su hegemonía entonces al ser expulsados por haber mostrado su oposición a otra poderosa estirpe, la de los Medici, en un conflicto de bandos que enrarecieron la paz ciudadana. Pero los Soderini se hallaban en pleno apogeo cuando en 1301 en Florencia nació Juana. Y también coincidió que en ese momento se iniciaba una época caracterizada por disensiones políticas con el enfrentamiento de grupos rivales encabezados por los Bianchi (Blancos) y los Neri (Negros). Hasta el pontífice Bonifacio VIII tuvo que mediar en 1300 a través del cardenal Matteo d’Acquasparta, a quien envió con la misión de apaciguar los ánimos. No prosperaron sus intentos; los conflictos se dilataron en el tiempo, y encima lo que se juzgó inadmisible injerencia del papa tuvo una repercusión negativa para él. En mayo de 1300 Bonifacio VIII remitió una carta al prelado de Florencia recordando que tenía facultades para actuar a través de un vicariato al que quedaría sometido la Toscana. Ni éste ni otros escritos dirigidos a gobernantes europeos tuvieron efecto alguno. Por otro lado, los enfrentamientos ya habían calado en el ambiente con las consiguientes repercusiones económicas, agravadas por la epidemia de «peste negra» que asoló gran parte de Europa y que afectó a los florentinos.
Este era el ambiente que acogió a Juana, única hija que colmó de gozo el hogar. Creció, como era usual para los de su estirpe, bajo el amparo de una niñera, Felicia Tonia, que debió llenarla de mimos y atenciones. La pequeña, que fue agraciada con dones diversos, muy tempranamente supo por revelación de la pronta muerte de su aya, y así se lo dio a conocer, con la inocencia y claridad propias de la infancia, y más en ella que mostraba su amor a Dios y recitaba fervorosamente las oraciones que le habían enseñado. Esta advertencia de la niña acerca del fin de sus días, ayudó a Felicia a prepararse para ese momento. Llegada a la adolescencia, lo que menos pensaron sus padres es que Juana elegiría la vida religiosa. En sus planes entraba desposarla con un caballero de alcurnia y buena posición, como correspondía a una aristócrata, pero se encontraron con la negativa radical de la joven. Les costó lo suyo, pero no les quedó más remedio que dar su beneplácito para que Juana ingresase en una comunidad, como era su deseo.
Contemporánea de santa Juliana Falconieri, que en esa época impulsaba la «Orden de las Siervas de María», aglutinando en torno a sí jóvenes deseosas de seguir a Cristo según el carisma de los servitas, la beata se unió a ellas. Al igual que Juliana, también la primogénita de los Soderini, se entregó a mortificaciones y severas penitencias. Deliberadamente elegía las tareas domésticas más humildes y pesadas, y se ocupaba de los enfermos que solicitaban la ayuda de la comunidad. En su itinerario espiritual no faltaron las pruebas y tentaciones que afrontó con su oración. Era obediente y dócil; una persona digna de confianza porque testificaba con su virtud la autenticidad de su vocación. Juliana se fijó especialmente en ella; mostraba los rasgos que convenían a una persona de gobierno: era abnegada, vivía desasida de sí misma, atenta a las necesidades de los demás, y se convirtió en el brazo derecho de la santa. Junto a ella permaneció fielmente, auxiliándola y proporcionándole consuelo en la enfermedad.
Juana fue testigo directo de las lesiones que las extremas mortificaciones de la fundadora causaron en su organismo. Veló para que sufriera lo mínimo, de forma respetuosa, tratando de paliar su dolor, edificada por el testimonio que cercanamente constataba día tras día. El aparato digestivo de Juliana estaba gravemente afectado; hubo un momento en el que al no poder deglutir los alimentos cayó sumida en gran debilidad y precisaba continua asistencia. Ni siquiera podía trasladarse de un lado a otro por sí misma. Entonces Juana se convertía en su «bastón». Por eso es creíble, tal como suele afirmarse, que fuese ella la que descubrió el prodigio obrado en el pecho de la santa antes de morir al apreciar en él la huella de la hendidura por la que debió penetrar la Sagrada Forma. Y es que, antes de exhalar el postrer aliento, Juliana deseó ardientemente recibir la Eucaristía. Como era previsible que en sus condiciones no pudiera contener el Cuerpo de Cristo, su anhelo se cumplió milagrosamente. Y Juana, que la amortajaría, debió ver el hecho sobrenatural en la visible cicatriz que éste dejó en la santa.
Después de la muerte de la fundadora, ella le sucedió en el gobierno de la comunidad. Permaneció al frente de la misma más de veinte años, hasta el fin de sus días. Juana fue bendecida con dones singulares, entre otros el de profecía. Murió el 1 de septiembre de 1367. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de la Annunziata de Florencia, y numerosos peregrinos lo veneraron durante largo tiempo. Pasados varios siglos, la sombra de los Soderini seguía siendo alargada. Y en 1828 uno de los descendientes, el conde Soderini, influyente y poderoso como sus antepasados, obtuvo del papa León XII la confirmación del culto. En la iconografía la beata suele aparecer al lado de san Felipe Benizi o bien en solitario portando a veces en sus manos un lirio y otras un libro.




San Arturo de Irlanda

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San Arturo                                                                                             
Irlandés. Mártir de la Fe, sacrificado por los musulmanes en 1282. Este dato y los pocos más que conocemos y se dan por ciertos sobre él, proceden de las crónicas de la Orden de los Trinitarios. No es mencionado en el Martirologio Romano, ni en la monumental obra de los Bolandistas, ni en las otras colecciones hagiográficas. Su fiesta se celebra el día 1 de septiembre, aniversario, según parece, de su martirio.
En Irlanda nació este Santo, cuyo nombre llevan tantos cristianos de nuestro país y de las naciones de Occidente. Irlanda, tierra de mártires y santos, ha dado mucha gloria a Dios, a través de los siglos, por la integridad y el vigor de su fe. Recibió por primera vez el Mensaje de Salvación, la Buena Nueva de Cristo, en el siglo y, por la predicación de San Patricio, que es considerado su principal Apóstol y venerado como Patrono de la nación. Ésta fue evangelizada a base de la fundación de algunos monasterios, que fueron verdaderos centros de irradiación apostólica y de cultura cristiana. Y a medida que los naturales del país, en ritmo acelerado, se iban convirtiendo al catolicismo, Irlanda misma se convirtió en foco de luz para todo el norte-centro de Europa.
En tiempo de San Arturo la vitalidad católica de Irlanda había logrado gran auge. En su historial contaba con varios Santos y algunos teólogos famosos. Era conocido doquier, por otra parte, el dinamismo de los creyentes irlandeses, que les llevaba constantemente a empresas grandes. Nadie extrañaba, pues, que hubieran cuajado allí las órdenes Militares y la directamente emparentada con ellas, la Trinitaria. A ella perteneció nuestro Santo.
A causa de las luchas entre cristianos y sarracenos y debido a los procedimientos de piratería de éstos, yacían en la esclavitud, en todas las ciudades musulmanas, centenares y hasta miles de cristianos, sufriendo toda suerte de penalidades. Sintióse Arturo con alma generosa para trabajar y aun para ofrecer su propia vida en aras de la liberación de los infelices cautivos. Y por esto ingresó en la ínclita y tan fervorosa milicia redentora.
Pronto demostró sus actividades. Siguiendo con perfecta fidelidad las normas directrices de San Juan de Mata, fundador de la Orden, partió Arturo para el Oriente, a rescatar a los fieles que estaban prisioneros... Poco conocemos de sus andanzas por tierras semitas. Pero la celebridad de su heroísmo es indicio seguro del sendero de claridad que dejarían sus huellas, todas ellas en ruta de inmolación por Cristo. Sin cesar, resonaría en su corazón la promesa del divino Maestro: «El que pierde su vida, la recobrará».
Es casi seguro —como de las Crónicas trinitarias se colige, guardadas en el convento de Cerf-Froid— que visitó los Lugares Santos, donde se acabaría de enardecer de amor a Jesús y a su Pasión. Este amor era el que le impulsaba a laborar y luchar por la libertad de los pobres reclusos de las mazmorras mahometanas, y por la abolición total de la esclavitud. Se sabe que estuvo en Babilonia, si bien se ignora si vivió mucho tiempo en ella.
Su condición de fraile cristiano, su activismo proselitista, su celo ardiente y sus osadías, se hicieron odiosos a los discípulos del Corán. Y, según noticias de su Orden, fue apresado y allí mismo, en Babilonia, quemado vivo, por odio a la fe y a la doctrina de nuestra Religión.
A raíz de haber obtenido Fray Arturo la palma del martirio, difundióse su veneración rápidamente por amplias regiones. Y ha sido y es grande la devoción que en muchas partes se le tiene, desde el siglo XIII.


San Josué Patriarca

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San Josué, santo del AT

Conmemoración de san Josué, hijo de Nun, siervo del Señor, que al recibir la imposición de manos por Moisés fue lleno del espíritu de sabiduría, y a la muerte de Moisés introdujo de modo maravilloso al pueblo de Israel, cruzando el Jordán, en la tierra de promisión (Jos 1,1
Josué es quizá el personaje más extraño de toda la Biblia Hebrea, aunque sólo sea por no tener mujer ni hijos. Tampoco Jeremías se casó; pero se debió a una experiencia personal, justificada en nombre de Dios. De Josué no se cuenta nada por el estilo. Si nos atenemos al libro que lleva su nombre, el personaje experimenta una impresionante transformación. Comienza como simple «ayudante» de Moisés (Jos 1,1) y termina convertido, como Moisés, en «siervo del Señor» (Jos 24,29). En algunos aspectos incluso supera a Moisés: de él se dice que es el único hombre al que Dios obedeció (Jos 10,14), y en otro caso se lo presenta legislando. Como los patriarcas y otros grandes personajes, muere a edad mítica, en este caso de ciento diez años.

El carácter privilegiado del personaje se advierte en que Dios le habla. En la «Historia Deuteronomista» (es decir, en Deuteronomio y los libros que se relac´onan con él, de Josué hasta Reyes), la fórmula «dijo el Señor a...» se encuentra 68 veces. La mayor cantidad está en Deuteronomio, referida a Moisés; pero a partir de Josué, Dios sólo habla a un juez, Gedeón; a los profetas (Samuel, Jehú, Elias, Elíseo...), y a dos reyes (David, generalmente respondiendo a sus consultas, y Salomón). Con razón la tradición judía sitúa a Josué entre los «primeros profetas».

Cuando el lector comienza ese conjunto que llamamos «Historia Deuteronomista», se tiene una idea muy vaga de Josué. El Deuteronomio lo menciona varias veces al comienzo y al final (Dt 1,38; 3,21; 31,3.7.14.23; 34,9). Sin embargo, no aportan nada sobre el pasado del personaje (a excepción de que está al servicio de Moisés: 1,38), sólo hablan de su tarea futura. En los libros anteriores, en Éxodo y Números, se delinea mejor la figura de Josué. Aparece por primera vez, de improviso, en Ex 17,8-16, donde dirige la batalla contra los amalecitas, mientras Moisés ora por el éxito del combate. En Ex 24,13 es el único que sube al monte con Moisés, y le acompaña al bajar, cuando se oye el griterío de los que adoran al becerro de oro (Ex 32,17). La estrecha relación entre Moisés y Josué se subraya también en Ex 33,11 («Josué hijo de Nun, su joven ayudante, no se apartaba de la tienda»). Es Josué quien pide a Moisés que impida profetizar a Eldad y Medad (Nm 11,28). En Nm 13,8, dentro de una lista de jefes enviados a explorar el país cananeo, se le llama «Hoseas, hijo de Nun», y se dice que pertenece a la tribu de Efraín; pocos versos después, quizá para evitar equívocos, se indica que Moisés le cambió el nombre de Hoseas en el de Josué (Nm 13,16). A la vuelta de la expedición defiende, junto con Caleb, que la tierra es buena y que el pueblo no debe rebelarse contra el Señor volviendo a Egipto; por eso serán los únicos que sobrevivan de todos los exploradores. Con Nm 27,15-23 llegamos al momento capital, cuando es designado por Dios para suceder a Moisés. Junto con el sacerdote Eleazar y los cabezas de familia de las tribus deberá actuar con los rubenitas y gaditas según se comporten en la guerra (Nm 32,28), y con los mismos personajes deberá llevar a cabo el reparto de la tierra (Nm 34,17).

A partir de los datos anteriores no es fácil trazar la figura histórica del personaje, ya que proceden de tradiciones muy distintas. Su persona se recordaba sobre todo en el Reino del Norte. La visión de Josué en Éxodo parece seguir una antigua tradición que relaciona a Josué con lugares sagrados (Ex 24,13a; 33,7-1 la) más bien que con batallas; en cambio el Deuteronomio, que es el que desarrolla la presentación que asocia a Josué con batallas (Ex 17,8-13), es el responsable último del énfasis de Josué como guerrero. Su nombre varía. Si nos atenemos a la tradición contenida en Nm 13,16, su antiguo nombre era el de Hoseas (como el del profeta y el del último rey de Israel); así se lo designa en Nm 13,8 y Dt 32,44. Pero Moisés le habría cambiado el nombre en el de Josué. Ésta es la designación más frecuente, a la que a menudo se añade «hijo de Nun». En Neh 8,17 se lo llama «Jesús (Ioshua) hijo de Nun». Su misión abarca dos aspectos principales, conquistar la tierra y repartirla, si bien el segundo aparece en la tradición sacerdotal no como obra personal de Josué sino como obra de Eleazar, Josué y los cabezas de familia.

Su figura nunca eclipsa a la de Moisés, incluso en el libro que lo tiene como protagonista, y que comienza hablando de la muerte de Moisés (Jos 1,1), Moisés resulta ser el muerto más omnipresente que se puede imaginar. 58 veces se lo lo mencionará, y en 18 de ellas con el título honorífico de «siervo de Yahvé». Moisés ha muerto, pero sigue presente a través de su ley (1,7; 8,31.32; 23,6), sus acciones (1,14; 12,6; 13,8.12.15.21.24. 29.32.33; 18,7; 22,7) y sus órdenes (1,13; 4,10.12; 8,31.33.35; 11,12.15) que vienen de Dios (ll,15[bis].20; 14,2.5; 22,9). Es el punto de referencia para Dios (1,5; 3,7; 20,2), para los hombres (1,17; 17,4; 21,2) y para el narrador (4,14; 11,20.23; 21,8). Esta omnipresencia parece traumatizar a su sucesor. En su primera intervención, a las tribus de Transjordania, Josué menciona a Moisés en tres ocasiones (1,13.14.15), como si no se sintiese seguro de su propia autoridad. Y otras tres cuando despide a esas mismas tribus al final del libro (22,2.4.5). Sin embargo, esta preeminencia de Moisés hay que matizarla, como dijimos antes, con los textos que hablan de un papel cada vez más preponderante de Josué, que culmina hacia el final del libro, en el que su grandeza se reconoce sin ambigüedad: «Después de estos acontecimientos, murió Josué, hijo de Nun, siervo de Yahveh, a la edad de ciento diez años.» (Jos 24,29).

Libro «Josué», de José Luis Sicre Díaz, ed. Verbo Divino, 2002, pág 24-26.Cuadro: Josué recibe de Moisés el mando, escena dentro de «Testamento y muerte de Moisés», Luca Signorelli, 1481, fresco en la Capilla Sixtina.

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A juzgar por el tiempo que sobrevivió a Moisés, nació en Egipto, durante la esclavitud de los hebreos. Llamábase Oseas = Salvación, pero Moisés, al enviarle con los otros once exploradores a reconocer la tierra prometida, se lo cambió en el de Josué = El Señor salva. Por su padre Nun o Non (en griego Nave) y a través de sus cinco ascendientes Elisama, Amiud, Ladán, Taan y Tale, hermano de Beria, Sara, Rafa y Resef, hijos estos cinco de Efraím, descendía Josué de José, hijo del patriarca Jacob. Realzan su persona tanto el cambio de nombre como el detalle de su genealogía conservada en la Biblia. Elisama, abuelo de Josué, era uno de los doce tribunos, representando en los actos solemnes a la tribu de Efraím.
 Por demás significativos son los epítetos y las frases con que el sagrado texto ha querido reflejar las hermosas cualidades personales de Josué. Oigamos al Eclesiástico: "Esforzado en la guerra fue Jesús (Josué) hijo de Nave (Nun), sucesor de Moisés en el don de profecía; grande según su nombre y más que grande como Salvador de los elegidos de Dios; vencedor de los enemigos de Israel y repartidor de la herencia de su pueblo. ¡Cuánta gloria alcanzó levantando su brazo y lanzando el dardo contra los muros del adversario! ¿Quién antes de él así combatió? Porque el Señor le puso en sus manos los enemigos... Fue siempre en pos del Omnipotente y en vida de Moisés hizo una obra muy buena junto con Caleb, hijo de Jefone, oponiéndose a la revuelta del pueblo para apartar de él la venganza divina y apaciguando el sedicioso murmullo y la maligna murmuración, resolviendo hacer frente al enemigo; estos dos fueron aquellos que del número de 600.000 hombres salieron salvos de todo peligro para conducir al pueblo a la posesión de la tierra que mana leche y miel". En efecto —se nos dice en los Números—, todos aquellos hombres que Moisés envió a reconocer la tierra, y a la vuelta hicieron murmurar al pueblo contra él, publicando falsamente que la tierra era mala, fueron heridos de muerte a la presencia del Señor. Solamente Josué, hijo de Nun, y Caleb, hijo de Jefone, quedaron con vida de todos los que fueron a explorar la tierra. La gran confianza, que en Dios tenía, le hizo clamar contra la infidelidad y perfidia de los otros; y así "Josué por su obediencia llegó a ser caudillo de Israel", pudo escribirse en el libro primero de los Macabeos. Tuvo el espíritu de sabiduría por imposición de las manos de Moisés; y Flavio Josefo le llama "varón de incomparable prudencia y elocuencia, así como fuerte y diligente en el mando supremo".
 No es menos elocuente la narración de sus empresas políticas y militares, que llenan todo un libro de la Sagrada Escritura, al que se ha dado su nombre, considerándole muchos como su autor. Al primer encuentro bélico en Rafidín, cerca del Sinaí, con Amalec, que cortaba el paso a los israelitas, Moisés manda a Josué ponerse al frente de los soldados, mientras él con los brazos en cruz oraba en el monte. Esta designación de Josué como caudillo militar es aprobada por Dios, dándole la victoria y ordenando se escribiese para recuerdo perpetuo. Si Moisés asciende por mandato de Dios a la cumbre del Sinaí, es Josué el único que sube y baja con él y, como parece desprenderse de la narración bíblica, le acompaña también en la visión dentro de la nube. No en vano era para Moisés el principal, el íntimo, carísimo y familiarísimo; tan celoso de la gloria del Legislador que no pudo llevar en paciencia los carismas de Eldad y Medad, por temor a que su ejemplo suscitase la rebelión del pueblo. La misión política y militar de Josué tuvo dos partes: conquistar la tierra prometida y repartirla entre las tribus de Israel. El paso del río Jordán, la circuncisión de los que habían nacido en el desierto, la celebración de la Pascua, la aparición del ángel "príncipe del ejército del Señor", la conquista de Jericó, de Hai, la sumisión de los gabaonitas y el sometimiento primero de la Palestina del norte y después de la Palestina del sur, con la victoria de 31 reyes, son los hechos culminantes de la primera parte de la misión de Josué. En la segunda, asentadas al otro lado del Jordán las tribus de Rubén, Gad y media de Manasés en vida de Moisés, quedó a Josué la tarea de inspeccionar, medir y repartir entre las demás tribus el territorio de la Palestina cisjordánica. Dio cuarenta y ocho ciudades a la tribu sacerdotal de Leví, estableció seis ciudades de asilo (tres a cada lado del río), promulgó las bendiciones y maldiciones en los montes Hebal y Garizín, celebró la fiesta de los Tabernáculos y el año sabático, y colocó en un sepulcro del campo de Jacob, cerca de Siquén (hoy Naplus), los restos de José traídos de Egipto.
 De tantos triunfos militares y políticos obtenidos con el divino auxilio, según la palabra del Señor, que le dijo: "Ninguno podrá resistiros en todo el tiempo de tu vida; como estuve con Moisés, así estaré contigo: no te dejaré ni te desampararé", es necesario destacar cuatro hechos por su evidente carácter sobrenatural: el paso a pie enjuto del río Jordán, el estrepitoso derrumbamiento de las murallas de Jericó, la lluvia de piedras en Betorón y la "detención" del sol en Azeca. "Mañana ha de obrar el Señor maravillas entre vosotros", dijo al pueblo Josué la víspera de pasar el Jordán. En efecto, "siendo el tiempo de la siega, el Jordán había salido de madre" y, sin embargo, sus aguas se dividieron y las que bajaban se detuvieron, "elevándose a manera de un monte", hasta que pasó todo el pueblo protegido por el Arca de la Alianza.
 Al séptimo día de rodear procesionalmente con el Arca de la Alianza el recinto murado de Jericó, levantando el grito todo el pueblo y resonando las trompetas, luego que la voz y el estruendo penetró los oídos del gentío, de repente cayeron las murallas". "¿No es así que al ardor del celo de Josué se detuvo el sol, por lo que un día llegó a ser como dos? Invocó al Altísimo todopoderoso mientras le estaban batiendo por todos los lados sus enemigos y el grande, el santo Dios, oyendo su oración, envió un furioso granizo de piedras de mucho peso."
 Murió Josué de ciento diez años y fue sepultado en su ciudad de Tamnasaret, coincidiendo su historia probablemente con el año 1440 antes de J. C.
 De la santidad de Josué dan testimonio, en primer lugar, las sagradas letras. Ellas dicen que "fue hombre de espíritu, que siempre anduvo en pos del Omnipotente, y en los días de Moisés mostró piedad y no se apartaba del Tabernáculo". Flavio Josefo termina su elogio con estas palabras: "Era en la paz bueno y generoso y además en toda virtud eximio". Josué ha sido tenido por los Santos Padres como figura y tipo de Jesucristo en su nombre y en sus hechos, y San Juan Crisóstomo le llama "Josué casto".
 San Roberto Belarmino, reduciendo a compendio las virtudes de este general hebreo, se expresa de este modo: "Viniendo ya a las virtudes y privilegios de San Josué, diré: Fue el caudillo Josué de una inocencia igual a la del patriarca José, cuyo descendiente era. Otra virtud, y ella singularísima en nuestro Josué, fue la castidad virginal, en la que superó a la castidad del patriarca José y la de su señor y maestro Moisés, En cuanto a la fe en Dios, no sé que haya existido otro mayor que él, y lo mismo creo se puede afirmar de su esperanza y amor a Dios y al prójimo. A todos son notorias su prudencia y fortaleza".
 En la literatura medieval se le cuenta entre los 24 ancianos del Apocalipsis, figurando su nombre al lado de Moisés. Su sepulcro, según San Jerónimo, fue venerado por Santa Paula en su visita a los Santos Lugares de Palestina; los árabes de esta región celebran también su fiesta iluminando el cenotafio tenido en Tibne por el sepulcro de Josué.
 Y, para que nada falte a honrar su memoria, San Gregorio de Tours refiere que se curaban los leprosos bañándose en las aguas termales, que se creían de Josué, de Lévida, ciudad distante unas doce millas de Jericó. El mismo autor escribe que su padre, acudiendo a la intercesión de San Josué, curó de las fiebres y gota que padecía.
 Coptos, griegos y el martirologio Romano le nombran el 1 de septiembre, como también Usuardo y Abdón, quienes le dan el título de "Profeta". Un calendario antiguo, llamado Juliano, le pone el 30 de abril y los musulmanes de Siria acuden a la ciudad de Trípoli en el Líbano para venerar el sepulcro de Josué, que ellos creen estar allí.




 
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El buen uso de mi tiempo (Virtudes y Valores)

El buen uso de mi tiempo
Es urgente descubrir que sólo vale la pena el tiempo cuando se vive desde el amor y hacia el amor.


Por: Fernando Pascual, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores 





No es fácil determinar si vivimos con más tiempo o con menos tiempo que en épocas pasadas.

Es cierto que la velocidad de la rotación de nuestro planeta se ha conservado casi inalterada (o con variaciones insignificantes) durante milenios. El hombre de hace 25 siglos podía contar, igual que nosotros, con 24 horas cada día.

Pero aquel hombre, ¿tenía más tiempo o menos tiempo que nosotros? La abundancia o la carencia de tiempo depende de diversos factores, que han cambiado mucho durante siglos.

El primer factor consiste en la satisfacción de las necesidades básicas. Si uno tiene que matarse, literalmente, durante horas para conseguir un poco de comida y el dinero necesario para lo indispensable (o para pagar deudas asfixiantes), sentirá que le falta tiempo para muchas otras cosas. Si otro, en cambio, sabe que ni hoy ni mañana ni en el futuro inmediato carecerá de lo básico, tendrá a su disposición más tiempo para otras actividades.

El segundo factor surge desde la cantidad de deseos que hay en cada corazón. Quien busca lo mínimo en la vida, quien no desea progresar, quien prefiere “alargar la noche” durante horas y horas en la cama, quien se queda absorbido ante las imágenes de una pantalla (o ante los espectáculos del antiguo teatro griego), tendrá, seguramente, pocos deseos y su única preocupación consistirá en cómo “matar” el tiempo que siente a veces lento o monótono.

En cambio, quien quiere ver a sus familiares más o menos lejanos, quien busca continuas mejoras en la casa, quien estudia una y otra vez para ascender en el puesto de trabajo, quien desea con ansiedad leer más y más informaciones, notará cómo el día se le escapa de las manos, cómo las horas no bastan para satisfacer todos sus deseos.

El tercer factor nace del ambiente en el que vivimos, de las personas que nos rodean, de las leyes que facilitan o hacen difícil la vida diaria. Si a nuestro alrededor hay personas que nos piden continuamente ayuda, que nos exigen respuestas más o menos rápidas, que nos aturden con llamadas (o, en el pasado, con visitas), las horas del día serán insuficientes para atender adecuadamente cada asunto. En cambio, hay personas que viven en un aislamiento más o menos práctico, sin problemas con la burocracia y sin molestias de familiares o amigos inoportunos: para ellas el tiempo puede llegar a pasar lentamente, en días y días sin interrupciones que impidan realizar los propios planes.

Se podrían añadir más factores. Lo importante es individuar, en la propia vida, cuál es la situación en la que me encuentro, qué exigencias merecen mis mejores esfuerzos, qué deseos valen la pena. Al mismo tiempo, no hay que tener miedo a reconocer que muchas ansiedades y actos concretos me llevan a invertir el tiempo que tengo a disposición en cosas insignificantes o incluso nocivas, porque me apartan de obligaciones serias y porque me encierran en un mundo pequeño y reducido que me deja poco tiempo para lo que sí es importante.

Cada día inicia con su ritmo terrestre y con los mil cruces de caminos entre mis necesidades, mis deseos, y los encuentros con quienes viven a mi lado. Es importante poner orden en mis prioridades, para que lo importante recibe lo mejor de mi tiempo, y para que lo secundario sea siempre eso: secundario.

Si vamos más a fondo, a la luz de verdades perennes y del horizonte de lo eterno, podremos reconocer que lo mejor de mi tiempo merece ser invertido en aquello que me prepara al encuentro con Dios (para siempre) en el cielo, y en el amor sincero y constante hacia los familiares, los amigos, los conocidos y los necesitados.

En otras palabras, es urgente descubrir que sólo vale la pena el tiempo cuando se vive desde el amor y hacia el amor. Empezamos a existir, en un día concreto del tiempo terreno, desde el amor que Dios nos tenía y que reflejaron nuestros padres. Seguimos en la vida porque nos aman y porque amamos.

Por eso, lo mejor que podemos hacer, al descubrir que somos amados, es amar. Entonces llegaremos a un buen empleo de nuestro tiempo (abundante o escaso) y empezaremos a descubrir lo hermosa que es la vida si se “gasta” a la luz de la clave maravillosa del amor sin medida, que nos lleva suavemente desde el tiempo hacia lo eterno.



¡Vence el mal con el bien!

El servicio es gratuito

¿Transgénicos? No (Leonardo Boff)

¿Transgénicos? No

2003-09-19


  Los transgénicos u organismos genéticamente modificados resultan de la alteración y transferencia de genes de un ser vivo (vegetal, animal, ser humano, microorganismo) a otro con el propósito de hacerlo más sano, más productivo y más inmune a plagas y bacterias.
El tema es altamente polémico e involucra a varias instancias: los productores, el mercado, los consumidores, la investigación, el poder público y la ética.
Los productores quieren transgénicos, alegando disminución de costos y aumento de la productividad, con la ventaja de crear semillas más resistentes a plagas. La creciente demanda mundial de alimentos reforzaría ese propósito.
El mercado busca ganancias. Algunas empresas mundiales (cinco en total) producen semillas transgénicas que van sustituyendo lentamente a las naturales (erosión genética) y acaban monopolizando el mercado de semillas (una de ellas controla el 90%), haciendo económica y tecnológicamente dependientes a los productores.
Los consumidores son reacios a consumir alimentos genéticamente modificados porque temen que tengan consecuencias sobre la salud en el presente o en el futuro. Encuestas realizadas muestran que más del 60% de la población europea está en contra del consumo de transgénicos.
La investigación, celosa de su libertad, sigue penetrando en el secreto de la vida, desvelando posibilidades nuevas para la salud y la longevidad, provenientes de la biotecnología.
El poder público está indeciso, ya sea por la presión de los grandes capitales y del mercado, ya por las afirmaciones contradictorias de científicos, unos que afirman la bioseguridad alimentaria y ecológica de los transgénicos, y otros que insisten en que no disponemos de investigaciones conclusivas sobre sus riesgos para la salud y el medio ambiente. ¿Qué decisión tomar? Su misión es cuidar del bien común y resistir las presiones.
En su decisión, el poder público, instancia delegada del poder popular, debe orientarse por la ética. Se evocan dos principios: el de la responsabilidad y el de la precaución. El producto a ser introducido debe garantizar que ningún perjuicio directo ni indirecto, global, acumulativo ni de largo plazo va a afectar al ser humano o a la cadena de la vida. La ciencia en el estado actual todavía no puede emitir tal parecer.
Lo que sabemos es que la naturaleza trabajó miles y miles de millones de años para organizar el código de la vida a través de inter-retro-relaciones que involucran a la física y la química del universo. Una célula epidérmica de nuestra mano contiene, en una fantástica nanotecnología, toda la información necesaria para constituir la vida. Pregunta: ¿no será que el científico sólo con muhca reverencia y precaución podría atreverse a intervenir en ese juego complejísimo, ya que sabe que cada gen tiene que ver con todos los demás? En cuanto al fenómeno de la vida, el paradigma científico newtoniano que reduce y compartimenta ¿no es insuficiente para captar las implicaciones de todos los genes entre sí? ¿Quién nos garantiza que la bacteria resistente de la soja Roundup Ready no va a perturbar el equilibrio de los miles y miles de millones de bacterias que hay en nosotros?
Por precaución y respeto a la vida, se impone poner en cuarentena a los transgénicos. Por ahora,¡no!



Desde las canas (El Valor de la Vejez)

Desde las canas
Queremos no ser relegados a un rincón, ni sentirnos olvidados por un mundo que piensa sólo en lo inmediato, eficiente y bello.


Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net 




Cada anciano encierra un mundo de recuerdos, un tesoro de experiencias, una sabiduría madura y fresca. Hablar con un anciano nos enriquece, nos enseña mucho sobre la vida, sobre la amistad, sobre el dinero (que no lo es todo), sobre los hijos, sobre la convivencia matrimonial.

Pero el anciano no es sólo un maestro, ni un experto. Es una persona, como tú y como yo, que también disfruta cuando ama, que quisiera hacer más por sus amigos, que sonríe cuando se siente apreciado, que no deja de ofrecer algo de su tiempo cuando se lo pedimos con cariño.

Así tenemos que ver a quienes han construido nuestro presente. No somos hijos del vacío, sino hijos muy amados de quienes ayer, con sus canas y sus arrugas, trabajaron por nuestra educación, por llevarnos al médico, por darnos un consejo en un momento difícil de la vida. Somos hijos de quienes han dejado tal vez un sueño, un proyecto muy querido, para acogernos en sus vidas, para enseñarnos a caminar y a decir esas primeras palabras que nos abrieron al mundo de los adultos.

Hemos recibido tanto de su juventud y su edad adulta, de su madurez y del inicio de sus achaques y arrugas. Incluso ahora nos dan tanto, con su mirada apacible, con alguna amonestación que nace del cariño (aunque quizá nos duela), con sus caprichos (ni ellos ni nosotros somos perfectos...).

Tal vez sus dolores o sus penas nos crean pequeñas molestias. Antes éramos nosotros, enfermos en la cama, a pedirles un sacrificio, un momento de ayuda. Ahora son ellos los que, con su silla de ruedas o con sus problemas al hablar o al escuchar, quienes nos suplican, con respeto, una ayuda, un gesto de afecto, estar simplemente a su lado en una tarde de descanso.

Cada anciano tiene su historia, sus posibilidades, sus límites y sus cualidades. No tenemos derecho a encerrarlos lejos del mundo de los niños, jóvenes y adultos, a marginarlos de la vida social o del trabajo. Estamos llamados a dejarles su lugar, con cariño, con respeto. Especialmente cuando todavía tienen fuerzas e ilusiones por hacer tantas cosas en favor nuestro, de la sociedad, del mundo entero.

Un día también llegaremos, si Dios así lo quiere, a esa edad de las canas, al mundo de la tercera edad. Querremos, para entonces, ser queridos, ayudados y sostenidos, gozar de un espacio de libertad para hacer eso poco (a veces mucho) que aún podemos. Querremos no ser relegados a un rincón, ni sentirnos olvidados por un mundo que piensa sólo en lo inmediato, eficiente y bello.

Quizá ahora, desde nuestro afecto, nuestro cariño hacia los mayores, dejaremos a los jóvenes un ejemplo de cómo tratar a los ancianos, de cómo estar cerca de quienes, mientras viven, ofrecen cariño, amor y un poco de experiencia profunda, serena, para conducirnos en la vida que recibimos y que esperamos transmitir un poco mejor y un poco más humana a nuestros hijos, nietos y biznietos...

Comentarios al autor fpa@arcol.org

«¡OH ETERNA VERDAD, VERDADERA CARIDAD Y CARA ETERNIDAD!» (san Agustín)


REFLEXIÓN ESPIRITUAL 

«¡OH ETERNA VERDAD, VERDADERA CARIDAD Y CARA ETERNIDAD!»
Del libro de las Confesiones de san Agustín, obispo
(Libros 7,10.18;10, 27: CSEL 33,157-163. 255)
¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: "Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme.
Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí." Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el que está por encima de todo, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad, y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría por la que creaste todas las cosas. ¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste.
Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

Beato Leonardo Antonio Pérez Larios (Beato Mexicano)



Beatos Mexicanos: Beato Leonardo Antonio Pérez Larios 


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Leonardo Pérez LariosNació el 28 de noviembre de 1891, en Lagos de Moreno, Jalisco, de la Arquidiócesis de Guadalajara, actualmente de la Diócesis de San Juan de los Lagos. Vivió fuera de la casa familiar, cultivó la religión Católica
y se distinguió por su gran devoción a la Sagrada Eucaristía y a la Santísima Virgen María.
Fue aprehendido el Domingo de la Octava de Pascua mientras hacía Hora de Oración al Santísimo Sacramento, estando presente el P. Andrés Solá Molist, en la casa que le servía de refugio. Los soldados pensaron que era Sacerdote, tanto por su manera de vestir como por la devoción con que oraba ante el Santísimo Sacramento. No opuso resistencia alguna y, al ser llevado a la prisión, era injuriado por el jefe militar.
Fueron inútiles las aclaraciones realizadas por el P. Solá, y las personas que estaban en ese momento en la casa, con relación al estado de vida de Leonardo. Cuando le preguntaron sobre su condición sacerdotal él la negó, pero afirmó ser católico, apostólico y romano. Fue conducido al cuartel y de ahí con sus dos compañeros al martirio.

https://defendiendomife.wordpress.com/2014/08/02/beato-leonardo-antonio-perez-larios/

Toda la vida detrás de una zanahoria (Tema actual)

Toda la vida detrás de una zanahoria
Pasamos nuestra vida siguiendo metas y de propósitos, y lo que nos prometía la imaginación no era lo que nos dio la realidad


Por: P. Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net 




Recuerdo de pequeño la imagen del burro, al que oía con frecuencia pues era de un vecino que hacía cestos. Me gustaba subirme a él, tenía un encanto especial y oía con satisfacción sus rebuznos, que procuraba imitar. Me sorprendió ver en los tebeos la imagen del burro que va con una zanahoria "a cuestas", se la ponen delante de los ojos para que vaya adelante, siempre adelante... ahora pienso que nosotros pasamos toda nuestra vida siguiendo zanahorias de metas y de propósitos, y al rebuscar en la memoria encontramos que lo que nos prometía la imaginación no era lo que nos dio la realidad: nos planteábamos "consigue esto y serás feliz"... y a veces no conseguimos aquello, pero otras muchas sí, y a pesar de conseguir estos objetivos no tenemos aquella "felicidad" ...

Esto lleva a veces a una frustración o desengaño, sobre todo cuando se han puesto muchas ansias en alcanzar a cualquier costo aquel objetivo, sacrificando cosas que luego vemos que eran más importantes, y nos acordamos de lo de la canción: "no és això, companys, no és això..." ("no se trata de eso, compañeros, no es eso...") el ganar, el beneficio, la meta. Hay metas nobles, para el perfeccionamiento personal y el bien social, y es difícil mantener el equilibrio de ver qué es "medios" y qué es "fin". Sabemos que la frustración genera formas de marginación como drogas, homicidios, etc. El alma del hombre es infinita y los anhelos de algo grande no pueden satisfacerse con lo limitado, con lo material. Dios es infinito.

Hace unos días participé en un Congreso sobre escatología, que ha tomado últimamente un lugar importante en los estudios de la teología. Las causas han sido dos: por un lado, se ha profundizado en el fuerte carácter escatológico de la predicación de Jesús; y también se ha puesto una atención particular a la esperanza, como ancla de salvación en una sociedad inmersa dentro del torbellino de mejorar la posición de bienestar temporal. Es decir, se mira el hombre -y por él a la creación entera- desde su fin último sobrenatural, no sólo en cuanto es sino sobre todo en cuanto a lo que está llamado a ser. Ante la pregunta: ¿Por qué nada del mundo constituye para el hombre un fin que le satisfaga?, se responde que la esperanza le lleva siempre más allá de sus logros, es una sed de infinitud que no puede ser colmada dentro del horizonte de este mundo, y el corazón del hombre se acoge a la esperanza que lo dirige más allá, hacia el final de los tiempos.

La llamada a ser hijo de Dios está en la más profundo de la dignidad de la persona.

¿Podríamos hablar incluso de una cierta intuición en el hombre, en la que ve de algún modo ese deseo de filiación divina? Algunos paganos escriben en esa línea, y hablan de hombres que tienen deseo de ser dioses o hijos de dioses. Lo que está claro es que el sentimiento de "endiosarse" lleva a la osadía de las cosas grandes; se trata de un sentimiento que incluso ha tenido manifestaciones históricas equivocadas, pero que posee una fuente real, sobrenatural, que la misma naturaleza de algún modo atisba. Y la toma de conciencia de la filiación divina da coraje en la vida, y de ahí que esa conciencia de ser hijos de Dios y la habitual consideración de este misterio sublime, pueda y deba considerarse el fundamento y médula de la piedad cristiana (J. Escrivá de Balaguer). Constituye un endiosamiento: "Si hemos sido hechos hijos de Dios, hemos sido hechos dioses" (S. Agustín). Y Basilio El Grande se refiere a que, así como "los cuerpos transparentes y nítidos, al recibir los rayos de luz, se vuelven resplandecientes e irradian brillo, las almas que son llevadas e ilustradas por el Espíritu Santo se vuelven también ellas espirituales y llevan a los demás la luz de la gracia. Del Espíritu Santo proviene la inteligencia de los misterios, la comprensión de las verdades ocultas, la distribución de los dones, la ciudadanía celeste, la conversación con los ángeles. De Él, la alegría que nunca termina, la perseverancia en Dios y, lo más sublime que puede ser pensado, el hacerse Dios".


Jesús expulsa a un demonio (Evangelio meditado) 01092015

Jesús expulsa a un demonio
Lucas 4, 31-37. Tiempo Ordinario. También nosotros somos objeto del ataque del demonio, porque el espíritu del mal no quiere nuestra santidad.

Autor: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net
Del santo Evangelio según san Lucas 4, 31-37
En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. Quedaban asombrados de su doctrina, porque hablaba con autoridad. Había en la sinagoga un hombre que tenía el espíritu de un demonio inmundo, y se puso a gritar a grandes voces: ¡Ah! ¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios. Jesús entonces le conminó diciendo: Cállate y sal de él, y arrojándole en medio, salió de él sin hacerle ningún daño. Quedaron todos pasmados, y se decían unos a otros:¡Qué palabra ésta! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen. Y su fama se extendió por todos los lugares de la región.

Oración introductoria
Señor Jesús, te quiero y te doy gracias por todo lo que haces por mí. A pesar de tus innumerables muestras de amor, no es extraño que convierta mi oración en un pliego de peticiones que nada tienen que ver con mi vida de gracia y de fe. Hoy tengo una actitud diferente: sin ataduras ni condiciones, me pongo a tu disposición confiando plenamente en tu voluntad.

Petición
Señor, dame la gracia de saber orar y que tu gracia purifique mi corazón para que desaparezca todo lo que me aparta de Ti.

Meditación del Papa Francisco
El diablo existe incluso en el siglo XXI. Hay que aprender cómo luchar contra él en el Evangelio, contra sus tentaciones. La vida de Jesús ha sido una lucha. Vino para vencer el mal, para vencer al príncipe de este mundo, para vencer al demonio.
Una lucha que debe afrontar todo cristiano. El demonio tentó a Jesús tantas veces, y Jesús sintió en su vida las tentaciones, así como también las persecuciones. Nosotros, los cristianos, que queremos seguir Jesús, debemos conocer bien esta verdad: También nosotros somos tentados, también nosotros somos objeto del ataque del demonio, porque el espíritu del mal no quiere nuestra santidad, no quiere el testimonio cristiano, no quiere que seamos discípulos de Jesús. ¿Y cómo hace el espíritu del mal para alejarnos del camino de Jesús con su tentación? La tentación del demonio tiene tres características y nosotros debemos conocerlas para no caer en las trampas. ¿Cómo hace el demonio para alejarnos del camino de Jesús? La tentación comienza levemente, pero crece: siempre crece. Segundo, crece y contagia a otro, se transmite a otro, trata de ser comunitaria. Y, al final, para tranquilizar el alma, se justifica. Crece, contagia y se justifica. (Homilia Santa Martha 11 abril 2014)

Reflexión
Un amigo mío llegó de Perú, donde había estado de misionero durante el verano. Me contó que esa experiencia le había enriquecido mucho, no tanto por lo que había dado -sus catequesis y actividades con los jóvenes de Huamachuco- sino por lo que había recibido.

Jesús se nos presenta también como catequista. Dice el evangelio que bajó a Cafarnaún donde enseñaba los sábados en la sinagoga. ¿Y cómo daba Jesús sus catequesis? Ante todo, con autoridad, es decir, con credibilidad, porque no llenaba sus predicaciones con palabrería, sino con verdad, con el Espíritu de Dios que es capaz de transformar los corazones.

Por tanto, dar catequesis es una actividad propia del cristiano. Consiste en enseñar la fe a los demás, explicar los principios de la religión enriqueciéndolos con la propia vida, iluminar las virtudes cristianas con ejemplos, acercar a otros a los sacramentos...

Mi amigo tenía veinte años. Y descubrió que al enseñar a otros estaba fortaleciendo su propia fe y aumentaba en él la pasión por Cristo y el Evangelio. Porque el que predica, se predica a sí mismo. El que habla del perdón queda más comprometido a perdonar, y el que exige debe hacerlo con el propio testimonio.

La experiencia de Perú hizo a mi amigo más cristiano, porque supo meterse en el papel de Cristo y llegó a quedar transformado por Él.

Propósito
Seguir el ejemplo de Cristo procurando que mi ayuda a los demás, trate de abarcar a la totalidad de la persona.

Diálogo con Cristo
Señor, me conoces y sabes todo acerca de mí. No permitas que me ciegue la arrogancia de mis propias opiniones. Ayúdame a tenerte siempre como la meta de mi vida, quiero que tu gracia triunfe por encima de mi soberbia y de mi egoísmo. Quiero que tu voluntad impere sobre la mía, que tu vida divina resplandezca en mi conciencia.


  

Conferencias Episcopales de Europa en la Jornada Mundial de Oración para el Cuidado de la Creación 31082015

Conferencias Episcopales de Europa en la Jornada Mundial de Oración para el Cuidado de la Creación

El Comité de Conferencias Episcopales Europeas nos invita ser guardianes de lo que Dios nos ha confiado. - RV
31/08/2015 16:07
(RV).- El Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) a través de la sección ‘Cuidado de la Creación’ de la Comisión Caritas in Veritate, se une a la iniciativa del Santo Padre Francisco de celebrar una Jornada Mundial de Oración para el Cuidado de la Creación junto con nuestros hermanos ortodoxos.
El deseo de compartir la atención a la tutela de la Creación junto con la Iglesia ortodoxa en Europa ha sido y sigue siendo un tema central en las relaciones ecuménicas del continente, que el CCEE asiste. Ya en las primeras dos Asambleas Ecuménicas Europeas (Basilea 1989 y Graz 1997) el CCEE y la KEK (Conferencia de las Iglesias Europeas) se comprometieron a expresar el deseo de los cristianos europeos por la paz, la justicia y la defensa de la creación. Este deseo fue retomado en la Tercera Asamblea Ecuménica Europea (Sibiu, Septiembre 1997) en la cual los participantes recomendaban que “el período que va desde el 1 de Septiembre al 4 de octubre se destine a rezar por el cuidado de la creación y a la promoción de estilos de vida sostenibles para contribuir a invertir la tendencia del cambio climático” (Mensaje final, 8 de Septiembre 1997)
Conscientes de que “la creación sólo puede ser entendida como un don que surge de la mano abierta del Padre de todos, como una realidad iluminada por el amor que nos convoca a una comunión universal” (Laudato Si’, 76) el CCEE invita a todos a acoger este tiempo de oración como una ocasión de responder a la responsabilidad a la que el Señor nos llama a todos los hombres, para ser realmente guardianes de aquello que Él nos ha confiado. 
(MZ-RV)