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martes, 31 de mayo de 2016

Visitación de la bienaventurada Virgen María (31 de mayo)

Visitación de la bienaventurada Virgen María

fecha: 31 de mayo
fecha en el calendario anterior: 2 de julio
hagiografía: Abel Della Costa

Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María, con motivo de su viaje al encuentro de su prima Isabel, que estaba embarazada de un hijo en su ancianidad, y a la que saludó. Al encontrarse gozosas las dos futuras madres, el Redentor que venía al mundo santificó a su precursor, que aún estaba en el seno de Isabel, y al responder María al saludo de su prima, exultante de gozo en el Espíritu Santo, glorificó a Dios con el cántico de alabanza del Magníficat.
oración:
Dios todopoderoso, tú que inspiraste a la Virgen María, cuando llevaba en su seno a tu Hijo, el deseo de visitar a su prima Isabel, concédenos, te rogamos, que, dóciles al soplo del Espíritu, podamos, con María, cantar tus maravillas durante toda nuestra vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Los evangelios son catequesis, la catequesis de la primera Iglesia, fijada y puesta como norma de toda transmisión de la fe para los tiempos futuros, como son los nuestros. Si bien cabe la posibilidad de centrar nuestra atención en los detalles «biográficos» de la vida de Jesús y de los suyos, y para ello no tengamos otro remedio que leer los evangelios como recuerdos histórico-biográficos (ya que son nuestra única fuente primaria, o al menos la más completa en este punto), lo cierto es que leyéndolos así los desnaturalizamos y empequeñecemos. Y no porque la historia, «lo que pasó», no sea importante -¡en definitiva, somos seres históricos, heredamos historia, hacemos historia, y dejamos historia en herencia!-, sino porque en los evangelios, como catequesis que son, «lo que pasó» está al servicio de anunciar lo permanente, algo que no va a caducar ni cambiar (como lo hacen los hechos de la historia): la buena noticia de quién es Jesús.
Tal ocurre con esta escena de la Visitación. podríamos pasarnos horas y días tratando de reconstruir «lo que pasó», incluso podríamos partir de la historia de la Visitación para admirarnos de cómo «movida por la caridad, María no se detuvo ante las dificultades y peligros del viaje desde Nazaret de Galilea hasta el sur de las montañas de Judea...» (Butler) o ditirambos semejantes; pero, ¿le haríamos justicia a lo que san Lucas nos enseña en este pasaje? Y cuando la liturgia nos propone la Visitación como centro de la meditación orante de la Iglesia, ¿le hacemos justicia quedándonos en una vaga evocación biografista de lo singular que fue que la Virgen emprendiera semejante viaje?
A través del «elogio» de la fecha, el Martirologio (y con él la liturgia del día) pone su acento en lo que realmente estamos celebrando, en lo que de verdad evocamos en esta fecha:
Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María, con motivo de su viaje al encuentro de su prima Isabel, que estaba embarazada de un hijo en su ancianidad, y a la que saludó. Al encontrarse gozosas las dos futuras madres, el Redentor que venía al mundo santificó a su precursor, que aún estaba en el seno de Isabel, y al responder María al saludo de su prima, exultante de gozo en el Espíritu Santo, glorificó a Dios con el cántico de alabanza del Magníficat.
Ese «con motivo de» marca el tono peculiar de esta fiesta: no es el viaje como tal el centro, no es el esfuerzo de la Virgen, no es la lejanía del lugar, no es ni siquiera el encuentro de las dos mujeres el centro, sino que el centro está en que «al encontrarse gozosas ... el Redentor santificó a su precursor», y que «al responder María ... glorificó a Dios». El centro de toda esta fiesta está puesto en dos focos: el Redentor y Dios, rodeados, evocados, celebrados en María.
Los exégetas bíblicos están en general de acuerdo en que el modo como san Lucas narra esta escena no sólo no tiene ningún punto casual o meramente anecdótico, sino que cada pequeña expresión está al servicio de evocar algún aspecto del Antiguo Testamento, según el modo propio de la catequesis de la primera Iglesia, en la que el Antiguo Testamento mostraba el modelo (el «typos») de la actuación de Dios en la historia, y por lo tanto, comprender cualquier personaje, situación o significado de la Nueva Alianza -incluido al propio Jesús- equivalía a encontrar en el Antiguo Testamento un modelo para ello.
Y así, por ejemplo, el «Magnificat» es, si se me permite el retruécano, un magnífico cántico, pero lo es más todavía no por su originalidad, sino precisamente porque no es del todo original, sino que quiere ser una evocación de muchos textos del AT, pero principalmente del «Cántico de Ana» de 1Samuel 2,1-10. Es posiblemente difícil para nosotros, ávidos de novedad y que incluso juzgamos que algo tiene más valor precisamente y porque es «nuevo» y «original», vibrar con esta pasión de la Biblia por la «repetición»: ésa es, para la catequesis bíblica, la mejor garantía, el sello de Dios: que lo que ocurre ya ha ocurrido, y se realiza así en nuestra cambiante historia la permanencia de Dios. Por eso es tan difícil partir de la Biblia para conocer la historia, porque cuando nosotros nos preguntamos «qué pasó», en realidad queremos decir: «¿qué tuvo este hecho de diferente a todos los demás hechos de la historia?», mientras que la Biblia se empeña en mostrarnos lo que es, a través de y en el prisma de lo que fue una vez, y otra vez, y otra vez.
Podemos gozar mucho de lo que transmite la historia de la Visitación si la leemos, por ejemplo, a través del prisma de 2 Samuel 6. Posiblemente el versículo 9 de esa historia sea uno de los motores generadores de ésta. Se pregunta David: «¿Como voy a llevar a mi casa el arca de Yahveh?»; se pregunta Isabel: «¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?». No se trata de una mera repetición (incluso están invertidas, llevar-venir) sino de una repetición tipológica: en el arca de la Alianza la primera Iglesia vio anunciado el misterio de cómo Dios se presenta en medio de su pueblo, a la vez patente y oculto: Dios está, pero hay que hacer algo para poder verlo. «¡Bendita tú entre las mujeres!», dice Isabel; y con sólo esa frase, san Lucas abre un espejo en el cual contemplamos la densidad tipológica de María en el Antiguo Testamento; la misma frase la encontramos en Jueces 5,24 y sobre todo la alabanza de Judith (es decir, «la Judía» por antonomasia): «¡Bendita seas, hija del Dios Altísimo más que todas las mujeres de la tierra! Y bendito sea Dios, el Señor, Creador del cielo y de la tierra, que te ha guiado para cortar la cabeza del jefe de nuestros enemigos.» (Judit 13,18). «Cortar las cabezas», ¡qué feo suena!, pero de eso trata la Visitación, como nos lo anuncian sus relatos-espejo: en lo oculto de Jesús se ha dado ya el golpe mortal al poder y la soberbia, a la suficiencia que traen las riquezas, se ha inaugurado por fin el auténtico reinado de los pobres de Dios: en Jesús, oculto en María pero visible a los que se dejan inundar por el Espíritu, Dios «derribó a los poderosos de su trono».
Y concluye esta visita, para que no queden dudas de que comprender la Visitación consiste en escudriñar las promesas antiguas, con un festivo «...como había anunciado a nuestros padres, en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.». Y al igual que «El arca de Yahveh estuvo en casa de Obededom de Gat tres meses, y Yahveh bendijo a Obededom y a toda su casa» (2Samuel 6,11), así también María estuvo en casa de Isabel tres meses antes de volver a su tierra.
Bibliografía: lo mejor es sentarse con una buena Biblia que tenga referencias marginales (como Biblia de Jerusalén o cualquier otra similar) e ir siguiendo en el Antiguo Testamento los trazos de la escena. Se puede profundizar en el valor y los límites de la tipología de esta escena a través de, por ejemplo, «El nacimiento del Mesías», de Raymond Brown. Cualquier comentario bíblico a Lucas (el viejo o el nuevo «Comentario Bíblico san Jerónimo», por ejemplo) trata los puntos de contacto del Magnifiocat y de toda la escena con los libros de Samuel.
El cuadro es la «Visitación» de Max Reichlich, de 1511, que se encuentra en la Alte Pinakothek, de Munich.
Abel Della Costa
accedida 4887 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012

Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=1834

Visitación de la bienaventurada Virgen María (31 de mayo)

Visitación de la bienaventurada Virgen María
fecha: 31 de mayo
fecha en el calendario anterior: 2 de julio
hagiografía: Abel Della Costa

Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María, con motivo de su viaje al encuentro de su prima Isabel, que estaba embarazada de un hijo en su ancianidad, y a la que saludó. Al encontrarse gozosas las dos futuras madres, el Redentor que venía al mundo santificó a su precursor, que aún estaba en el seno de Isabel, y al responder María al saludo de su prima, exultante de gozo en el Espíritu Santo, glorificó a Dios con el cántico de alabanza del Magníficat.
oración:
Dios todopoderoso, tú que inspiraste a la Virgen María, cuando llevaba en su seno a tu Hijo, el deseo de visitar a su prima Isabel, concédenos, te rogamos, que, dóciles al soplo del Espíritu, podamos, con María, cantar tus maravillas durante toda nuestra vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Los evangelios son catequesis, la catequesis de la primera Iglesia, fijada y puesta como norma de toda transmisión de la fe para los tiempos futuros, como son los nuestros. Si bien cabe la posibilidad de centrar nuestra atención en los detalles «biográficos» de la vida de Jesús y de los suyos, y para ello no tengamos otro remedio que leer los evangelios como recuerdos histórico-biográficos (ya que son nuestra única fuente primaria, o al menos la más completa en este punto), lo cierto es que leyéndolos así los desnaturalizamos y empequeñecemos. Y no porque la historia, «lo que pasó», no sea importante -¡en definitiva, somos seres históricos, heredamos historia, hacemos historia, y dejamos historia en herencia!-, sino porque en los evangelios, como catequesis que son, «lo que pasó» está al servicio de anunciar lo permanente, algo que no va a caducar ni cambiar (como lo hacen los hechos de la historia): la buena noticia de quién es Jesús.
Tal ocurre con esta escena de la Visitación. podríamos pasarnos horas y días tratando de reconstruir «lo que pasó», incluso podríamos partir de la historia de la Visitación para admirarnos de cómo «movida por la caridad, María no se detuvo ante las dificultades y peligros del viaje desde Nazaret de Galilea hasta el sur de las montañas de Judea...» (Butler) o ditirambos semejantes; pero, ¿le haríamos justicia a lo que san Lucas nos enseña en este pasaje? Y cuando la liturgia nos propone la Visitación como centro de la meditación orante de la Iglesia, ¿le hacemos justicia quedándonos en una vaga evocación biografista de lo singular que fue que la Virgen emprendiera semejante viaje?
A través del «elogio» de la fecha, el Martirologio (y con él la liturgia del día) pone su acento en lo que realmente estamos celebrando, en lo que de verdad evocamos en esta fecha:
Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María, con motivo de su viaje al encuentro de su prima Isabel, que estaba embarazada de un hijo en su ancianidad, y a la que saludó. Al encontrarse gozosas las dos futuras madres, el Redentor que venía al mundo santificó a su precursor, que aún estaba en el seno de Isabel, y al responder María al saludo de su prima, exultante de gozo en el Espíritu Santo, glorificó a Dios con el cántico de alabanza del Magníficat.
Ese «con motivo de» marca el tono peculiar de esta fiesta: no es el viaje como tal el centro, no es el esfuerzo de la Virgen, no es la lejanía del lugar, no es ni siquiera el encuentro de las dos mujeres el centro, sino que el centro está en que «al encontrarse gozosas ... el Redentor santificó a su precursor», y que «al responder María ... glorificó a Dios». El centro de toda esta fiesta está puesto en dos focos: el Redentor y Dios, rodeados, evocados, celebrados en María.
Los exégetas bíblicos están en general de acuerdo en que el modo como san Lucas narra esta escena no sólo no tiene ningún punto casual o meramente anecdótico, sino que cada pequeña expresión está al servicio de evocar algún aspecto del Antiguo Testamento, según el modo propio de la catequesis de la primera Iglesia, en la que el Antiguo Testamento mostraba el modelo (el «typos») de la actuación de Dios en la historia, y por lo tanto, comprender cualquier personaje, situación o significado de la Nueva Alianza -incluido al propio Jesús- equivalía a encontrar en el Antiguo Testamento un modelo para ello.
Y así, por ejemplo, el «Magnificat» es, si se me permite el retruécano, un magnífico cántico, pero lo es más todavía no por su originalidad, sino precisamente porque no es del todo original, sino que quiere ser una evocación de muchos textos del AT, pero principalmente del «Cántico de Ana» de 1Samuel 2,1-10. Es posiblemente difícil para nosotros, ávidos de novedad y que incluso juzgamos que algo tiene más valor precisamente y porque es «nuevo» y «original», vibrar con esta pasión de la Biblia por la «repetición»: ésa es, para la catequesis bíblica, la mejor garantía, el sello de Dios: que lo que ocurre ya ha ocurrido, y se realiza así en nuestra cambiante historia la permanencia de Dios. Por eso es tan difícil partir de la Biblia para conocer la historia, porque cuando nosotros nos preguntamos «qué pasó», en realidad queremos decir: «¿qué tuvo este hecho de diferente a todos los demás hechos de la historia?», mientras que la Biblia se empeña en mostrarnos lo que es, a través de y en el prisma de lo que fue una vez, y otra vez, y otra vez.
Podemos gozar mucho de lo que transmite la historia de la Visitación si la leemos, por ejemplo, a través del prisma de 2 Samuel 6. Posiblemente el versículo 9 de esa historia sea uno de los motores generadores de ésta. Se pregunta David: «¿Como voy a llevar a mi casa el arca de Yahveh?»; se pregunta Isabel: «¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?». No se trata de una mera repetición (incluso están invertidas, llevar-venir) sino de una repetición tipológica: en el arca de la Alianza la primera Iglesia vio anunciado el misterio de cómo Dios se presenta en medio de su pueblo, a la vez patente y oculto: Dios está, pero hay que hacer algo para poder verlo. «¡Bendita tú entre las mujeres!», dice Isabel; y con sólo esa frase, san Lucas abre un espejo en el cual contemplamos la densidad tipológica de María en el Antiguo Testamento; la misma frase la encontramos en Jueces 5,24 y sobre todo la alabanza de Judith (es decir, «la Judía» por antonomasia): «¡Bendita seas, hija del Dios Altísimo más que todas las mujeres de la tierra! Y bendito sea Dios, el Señor, Creador del cielo y de la tierra, que te ha guiado para cortar la cabeza del jefe de nuestros enemigos.» (Judit 13,18). «Cortar las cabezas», ¡qué feo suena!, pero de eso trata la Visitación, como nos lo anuncian sus relatos-espejo: en lo oculto de Jesús se ha dado ya el golpe mortal al poder y la soberbia, a la suficiencia que traen las riquezas, se ha inaugurado por fin el auténtico reinado de los pobres de Dios: en Jesús, oculto en María pero visible a los que se dejan inundar por el Espíritu, Dios «derribó a los poderosos de su trono».
Y concluye esta visita, para que no queden dudas de que comprender la Visitación consiste en escudriñar las promesas antiguas, con un festivo «...como había anunciado a nuestros padres, en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.». Y al igual que «El arca de Yahveh estuvo en casa de Obededom de Gat tres meses, y Yahveh bendijo a Obededom y a toda su casa» (2Samuel 6,11), así también María estuvo en casa de Isabel tres meses antes de volver a su tierra.
Bibliografía: lo mejor es sentarse con una buena Biblia que tenga referencias marginales (como Biblia de Jerusalén o cualquier otra similar) e ir siguiendo en el Antiguo Testamento los trazos de la escena. Se puede profundizar en el valor y los límites de la tipología de esta escena a través de, por ejemplo, «El nacimiento del Mesías», de Raymond Brown. Cualquier comentario bíblico a Lucas (el viejo o el nuevo «Comentario Bíblico san Jerónimo», por ejemplo) trata los puntos de contacto del Magnifiocat y de toda la escena con los libros de Samuel.
El cuadro es la «Visitación» de Max Reichlich, de 1511, que se encuentra en la Alte Pinakothek, de Munich.
Abel Della Costa
accedida 4887 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012

Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=1834

Fiesta de la Visitación de la Virgen María 31052016

Fiesta de la Visitación de la Virgen María




 VISITACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Luego que María Santísima oyó del ángel Gabriel que su prima Isabel también esperaba un hijo, sintióse iluminada por el Espíritu Santo y comprendió que debería ir a visitar a aquella familia y ayudarles y llevarles las gracias y bendiciones del Hijo de Dios que se había encarnado en Ella. San Ambrosio anota que fue María la que se adelantó a saludar a Isabel puesto que es la Virgen María la que siempre se adelanta a dar demostraciones de cariño a quienes ama.
Por medio de la visita de María llevó Jesús a aquel hogar muchos favores y gracias: el Espíritu Santo a Isabel, la alegría a Juan, el don de Profecía, etc, los cuales constituyen los primeros favores que nosotros conocemos que haya hecho en la tierra el Hijo de Dios encarnado. San Bernardo señala aquí que desde entonces María quedó constituida como un "Canal inmenso" por medio del cual la bondad de Dios envía hacia nosotros las cantidades más admirables de gracias, favores y bendiciones.
Además, nuestra Madre María recibió el mensaje más importante que Dios ha enviado a la tierra: el de la Encarnación del Redentor en el mundo, y en seguida se fue a prestar servicios humildes a su prima Isabel. No fue como reina y señora sino como sierva humilde y fraterna, siempre dispuesta a atender a todos los que la necesitan.
Este fue el primero de los numerosos viajes de María a ayudar a los demás. Hasta el final de la vida en el mundo, Ella estará siempre viajando para prestar auxilios a quienes lo estén necesitando. También fue la primera marcha misionera de María, ya que ella fue a llevar a Jesús a que bendijera a otros, obra de amor que sigue realizando a cada día y cada hora. Finalmente, Jesús empleó a su Madre para santificar a Juan Bautista y ahora ella sigue siendo el medio por el cual Jesús nos santifica a cada uno de nosotros que somos también hijos de su Santa Madre.
Donde está María, allí está Cristo (1)
Fiesta de la Visitación de la Virgen, 31 de mayo del 2001
SS Juan Pablo II

María se puso en camino y fue aprisa a la montaña..." (Lc 1, 39)
Resuenan en nuestro corazón las palabras del evangelista san Lucas:  "En cuanto oyó Isabel el saludo de María, (...) quedó llena de Espíritu Santo" (Lc 1, 41). El encuentro entre la Virgen y su prima Isabel es una especie de "pequeño Pentecostés". Quisiera subrayarlo esta noche, prácticamente en la víspera de la gran solemnidad del Espíritu Santo. En la narración evangélica, la Visitación sigue inmediatamente a la Anunciación:  la Virgen santísima, que lleva en su seno al Hijo concebido por obra del Espíritu Santo, irradia en torno a sí gracia y gozo espiritual. La presencia del Espíritu en ella hace saltar de gozo al hijo de Isabel, Juan, destinado a preparar el camino del Hijo de Dios hecho hombre.
Donde está María, allí está Cristo; y donde está Cristo, allí está su Espíritu Santo, que procede del Padre y de él en el misterio sacrosanto de la vida trinitaria. Los Hechos de los Apóstoles subrayan con razón la presencia orante de María en el Cenáculo, junto con los Apóstoles reunidos en espera de recibir el "poder desde lo alto". El "sí" de la Virgen, "fiat", atrae sobre la humanidad el don de Dios:  como en la Anunciación, también en Pentecostés. Así sigue sucediendo en el camino de la Iglesia.
Reunidos en oración con María, invoquemos una abundante efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia entera, para que, con velas desplegadas, reme mar adentro en el nuevo milenio. De modo particular, invoquémoslo sobre cuantos trabajan diariamente al servicio de la Sede apostólica, para que el trabajo de cada uno esté siempre animado por un espíritu de fe y de celo apostólico. Es muy significativo que en el último día de mayo se celebre la fiesta de la Visitación. Con esta conclusión es como si quisiéramos decir que cada día de este mes ha sido para nosotros una especie de visitación. Hemos vivido durante el mes de mayo una continua visitación, como la vivieron María e Isabel. Damos gracias a Dios porque la liturgia nos propone de nuevo hoy este acontecimiento bíblico.
A todos vosotros, aquí reunidos en tan gran número, deseo que la gracia de la visitación mariana, vivida durante el mes de mayo y especialmente en esta última tarde, se prolongue en los días venideros. (2)

El misterio de la Visitación, preludio de la misión del Salvador
Catequesis de Juan Pablo II (2-X-96)
1. En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo.
El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, usa el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se usa en los evangelios para indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8,31; 9,9.31; Lc 24,7.46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5,27-28; 15,18.20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.
2. El texto evangélico refiere, además, que María realiza el viaje "con prontitud" (Lc 1,39). También la expresión "a la región montañosa" (Lc 1,39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: "¡Ya reina tu Dios!" (Is 52,7).
Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10,15), así también san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.
La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cf. Lc 9,51).
En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.
3. El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: "Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel" (Lc 1,40).
San Lucas refiere que "cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno" (Lc 1,41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.
Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica y "quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno"" (Lc 1,41-42).
En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.
4. La exclamación de Isabel "con gran voz" manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo.
Isabel, proclamándola "bendita entre las mujeres", indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.
Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor constituye para ella su visita: "¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1,43). Con la expresión "mi Señor", Isabel reconoce la dignidad real, más aún, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión se usaba para dirigirse al rey (cf. 1 R 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar del rey-mesías (Sal 110,1). El ángel había dicho de Jesús: "El Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1,32). Isabel, "llena de Espíritu Santo", tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20,28; Hch 2,34-36).
Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente.
En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora: "Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1,44). La intervención de María, junto con el don del Espíritu Santo, produce como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina (3)
(1) www.catholic.net
(2) (©L'Osservatore Romano - 8 de junio de 2001)
(3) (L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 4-X-96)

martes, 15 de septiembre de 2015

Memoria de Nuestra Señora de los Dolores 15092015

Memoria de Nuestra Señora de los Dolores



Memoria de Nuestra Señora de los Dolores
Memoria de Nuestra Señora de los Dolores, que de pie junto a la cruz de Jesús, su Hijo, estuvo íntima y fielmente asociada a su pasión salvadora. Fue la nueva Eva, que por su admirable obediencia contribuyó a la vida, al contrario de lo que hizo la primera mujer, que por su desobediencia trajo la muerte.
El presente artículo del Butler-Guinea se refiere a la celebración de «Los siete dolores de la Virgen María», que era el nombre de esta fecha litúrgica en el calendario anterior a la última reforma. Pareció interesante conservar su contenido, para tener un acercamiento a la historia de la celebración, pero debe tenerse presente que en la liturgia actual tiene rango de memoria, y por tanto las antífonas ya no corresponden al contenido de la conmemoración, sino que son las que tocan en el día correspondiente; asimismo los textos que se refieren específicamente a los dolores de la Virgen, tanto en la misa como en el oficio del día, están centrados exclusivamente en la Pasión, mientras que la celebración los «siete dolores» tal como se los ordena aquí, ha permanecido sólo como devoción popular.

Por dos veces durante el año, la Iglesia de occidente conmemora los dolores de la Santísima Virgen María: el viernes de la semana de Pasión, llamado Viernes de Dolores, y también en el día de hoy, 15 de septiembre. La primera de estas conmemoraciones es la más antigua, puesto que se instituyó en Colonia y otras partes de Europa en el siglo XV. Por entonces, se la llamaba Memoria de los Sufrimientos y Penas de la Santísima Virgen María y se dedicaba especialmente a los sufrimientos de Nuestra Señora en el curso de la Pasión de su divino Hijo. Cuando la festividad se extendió por toda la Iglesia occidental, en 1727, con el nombre de los Siete Dolores, se mantuvo la referencia original de la misa y del oficio de la Crucifixión del Señor y, la conmemoración se llama todavía en algunos calendarios «Compasión de Nuestra Señora», así como en muchos lugares, antes del siglo XVIII.

En la Edad Media había una devoción popular por los cinco gozos de María y, por la misma época se complementó esa devoción con otra fiesta en honor de sus cinco dolores, durante la Pasión. Más adelante, las penas de la Virgen se aumentaron a siete y no sólo comprendieron su marcha hacia el Calvario, sino su vida entera. A los frailes servitas, que desde su fundación tuvieron particular devoción por los sufrimientos de María, se les autorizó en 1668 para que celebraran una festividad en memoria de los Siete Dolores, el tercer domingo de septiembre. Esta festividad se implantó también en la Iglesia occidental en 1814. Durante largo tiempo, estos misterios se enumeraron de distinta manera, pero a partir de la composición del oficio litúrgico, se establecieron de acuerdo con los responsorios de los maitines, como sigue:
-La profecía de San Simeón. «Había un hombre llamado Simeón que era justo y piadoso; y le dijo a María: Una espada de dolor traspasará tu alma.»
-La Huída a Egipto. «Levántate, toma al Niño y a su Madre, huye hacia Egipto y quédate allí hasta que yo te lo diga.»
-El Niño Jesús perdido durante tres días. «Hijo, ¿por qué has hecho esto con nosotros? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.»
-La dolorosa marcha hacia el Calvario. «Él avanzó cargado con la cruz. Y le seguía una gran multitud del pueblo y una mujer que lloraba y se lamentaba por Él.»
-La Crucifixión. «Y cuando llegaron al lugar que se llama Calvario, lo crucificaron allí. A los pies de la cruz de Jesús estaba su Madre."
-El descendimiento de la cruz. «José de Arimatea pidió el cuerpo de Jesús. Y al bajarlo de la cruz, lo depositó en los brazos de su Madre.»
-La Sepultura. «¡Qué gran tristeza pesaba sobre tu corazón, Madre de los dolores, cuando José lo envolvió en lienzos finos y lo dejó en el sepulcro.»

Mucho se ha escrito sobre la gradual evolución de estos siete dolores de Nuestra Señora, pero de ninguna manera, se ha agotado el tema. Una de las contribuciones más valiosas para esta historia es la de un artículo que aparece en la Analecta Bollandiana (vol. xu, 1893, pp. 333-352), bajo el título de La Vierge aux Sept Glaives, escrito para rebatir el absurdo intento del folklorista H. Gaidoz para relacionar la devoción con un rollo manuscrito que se encuentra en el Museo Británico. El rollo está ilustrado con una representación de la diosa asiria Istar, en torno a la cual hay una especie de panoplia en la que se ven siete armas. La coincidencia no tiene nada de extraordinario y no existe el menor indicio que sugiera un vínculo entre la diosa asiria y la devoción occidental de época muy posterior. Sabemos con certeza que en la Edad Media se reconocían los «cinco gozos» y poco tiempo después, se estableció el número de siete dolores específicos de Nuestra Señora. Además, antes de que se estableciera ese acuerdo, hubo devoción por «nueve gozos», «quince dolores», y hasta «veintisiete dolores».

Ver S. Beissel, Geschichte der Verehrung Marías in Deutschland, vol. I ( 1909), pp. 404-413; sobre la conmemoración litúrgica, ver el vol. II de la misma obra (1910), pp. 364-367. Pueden obtenerse otras informaciones sobre la manera como se observaba esta festividad en el pasado en la obra de Holweck, Calendarium Liturgicum Festorum (1925) . A pesar de que en la época de Benedicto XIV la celebración era muy nueva, una comisión de aquel Papa abogaba por la eliminación de esta fiesta del calendario.
Cuadro: Alberto Durero: los Siete Dolores de María, alrededor de 1496, en la Alte Pinakothek de Munich y en la Pinacoteca de Dresde.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI




 

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