sábado, 30 de septiembre de 2017

Ser niños es confiar sin reservas en el amor de Dios (Los cinco minutos del Espíritu Santo) 01102017

Los cinco minutos del Espíritu Santo

Ser niños es confiar sin reservas en el amor de Dios

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1 octubre 2017
Ser niños es confiar sin reservas en el amor de Dios
E.Santo, en el Nacimiento de la Iglesia.
Hoy recordamos a Santa Teresita de Lisieux. En ella podemos reconocer la generosa ternura que puede infundir el Espíritu Santo en nuestras vidas.

Ella vivió y creció con una bella conciencia de ser inmensamente amada por Jesucristo. Por eso desde niña ansiaba consagrarse a Dios en la clausura; entonces se hizo carmelita. Pero su amor a Jesús no era sólo un deseo de vivir tranquila, abrazada por el Señor. Porque el Espíritu Santo le hizo ver con claridad que quien ama a Jesús se identifica con su deseo, empieza a desear lo que Jesús desea. Por lo tanto, su pasión era ser un instrumento de Jesús para hacer el bien.

Teresita no sentía un gran atractivo por la tranquilidad del cielo. Más bien le interesaba que en el cielo podría estar más cerca de Jesús para que su oración fuera más eficaz y pudiera interceder por nosotros con más fuerza. Eso se expresaba en su promesa de que después de su muerte haría caer una lluvia de rosas.

Pero lo que más se destaca en su vida es la infancia espiritual. No se trata de un infantilismo débil o romántico, sino de una actitud valiente y grandiosa: renunciar a la miserable tentación de creernos dioses todopoderosos, de sentirnos el centro del universo o de pensar que somos más que los demás. Hacerse como niños es confiar sin reservas en el amor de Dios, y así no necesitar más dominar a los demás, aprovecharse de ellos o buscar con desesperación sus elogios y reconocimientos. Teresita vivió a fondo esta actitud gracias a la obra transformadora del Espíritu Santo.

El Evangelio nos invita a recuperar la actitud de humilde confianza que caracteriza a los niños; el Reino de Dios debe ser recibido con esa confianza, propia del que sabe que solo no puede. Así como un niño que en los momentos de temor reclama sinceramente la presencia de su Padre, el corazón tocado por el Espíritu Santo ha renunciado a su autonomía, sabe que necesita de su poder, que sin él no tiene fuerza ni seguridad, que en él está la única verdadera fortaleza.

Las prostitutas en el Reino (P.Raniero Cantalamessa) 30092017

Las prostitutas en el Reino  


Idealizando la categoría de las prostitutas se llega a idealizar también a la de los publicanos que siempre la acompaña en el Evangelio, esto es, la de los usureros.



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30 septiembre 2017
Ezequiel 18, 25-28
Salmo 24, 4-9
Filipenses 2, 1-11
Mateo 21,28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Llegándose al primero le dijo: “Hijo, vete hoy a trabajar en la viña”. Y él respondió: “No quiero”, pero después se arrepintió y fue. Llegándose al segundo, le dijo lo mismo. Y él respondió: “Voy, Señor”, y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?». «El primero», le dicen. Díceles Jesús: «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas llegan antes que vosotros al Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y la prostitutas creyeron en él. Y vosotros ni viéndolo os arrepentisteis después para creer en él».

En la parábola, el hijo que dice sí y no obedece representa a aquellos que conocían a Dios y seguían su Ley, pero después en la práctica, cuando se ha tratado de acoger a Cristo, que era «el fin de la Ley», se han echado atrás. El hijo que dice no y obedece representa a los que en un tiempo vivían fuera de la Ley y de la voluntad de Dios, pero después, ante Jesús, se han arrepentido y han acogido el Evangelio. Leída hoy, la parábola de los dos hijos dice que para Dios las palabras y las promesas cuentan poco si no se siguen de las obras.

Sin embargo, explicado el contenido central de la parábola, es necesario aclarar la extraña conclusión que Jesús saca de ella: «Los publicanos y las prostitutas llegan antes que vosotros al Reino de Dios». De ninguna expresión de Cristo se ha abusado más que de ésta. Se ha acabado por crear a veces una especie de aura evangélica en torno a la categoría de las prostitutas, idealizándolas y oponiéndolas a los llamados juiciosos, que serían todos, indistintamente, escribas y fariseos hipócritas. La literatura está llena de prostitutas «buenas». ¡Basta con pensar en la Traviata de Verdi, o en la apacible Sonia de Crimen y castigo de Dostojevski! Pero hay un terrible malentendido. Jesús pone un caso límite, como para decir: «Hasta las prostitutas –que lo dice todo– os precederán en el Reino de Dios». No nos damos cuenta, además, de que idealizando la categoría de las prostitutas se llega a idealizar también a la de los publicanos que siempre la acompaña en el Evangelio, esto es, la de los usureros.

Sería trágico si esa parábola del Evangelio hiciera a los cristianos menos atentos a combatir el fenómeno degradante de la prostitución. Jesús tenía demasiado respeto por la mujer como para no sufrir, Él primero, viéndola reducida a prostituta. Si la aprecia no es por su manera de vivir, sino por su capacidad de cambiar y de poner al servicio del bien la propia capacidad de amar. El Evangelio no empuja pues a campañas moralistas contra las prostitutas, pero tampoco a bromear con el fenómeno, como si fuera cosa de nada.

Hoy, entre otras cosas, la prostitución se presenta bajo una forma nueva que logra hacer dinero a manos llenas, sin los riesgos que siempre han corrido las pobres mujeres en la calle. Esta forma consiste en ver el propio cuerpo con la tranquilidad de estar tras una máquina fotográfica o una videocámara. Lo que la mujer hace –o es obligada a hacer– cuando se presta a la pornografía y a ciertos excesos de la publicidad es vender el propio cuerpo. Es una forma de prostitución peor, en cierto sentido, que la tradicional, porque no respeta la libertad y los sentimientos de la gente, imponiéndose a menudo públicamente, sin que nos podamos defender de ello.

Fenómenos así suscitarían hoy en Cristo la misma cólera que mostraba por los hipócritas de su tiempo. Porque se trata precisamente de hipocresía. Fingir que todo está en su sitio, que es inocuo, que no existe trasgresión alguna, ni peligro para nadie, dándose hasta un cierto –estudiado– aire de inocencia e ingenuidad al arrojar el propio cuerpo al pasto de la concupiscencia de otros.

Pero traicionaría el espíritu del Evangelio si no sacara a la luz la esperanza que esa parábola de Cristo ofrece a las mujeres que por las circunstancias más diversas (frecuentemente por desesperación) se han visto en las calles, víctimas la mayoría de las veces de explotadores sin escrúpulos. El Evangelio es «evangelio», esto es, buena noticia, anuncio de rescate, de esperanza, también para las prostitutas. Es más, tal vez primero que nada para ellas. Jesús ha querido que fuera así.

Después de apagar las luces (Reflexión en Valores)

Después de apagar las luces
Cuando una noticia nos llega de Estados Unidos, en seguida pensamos en vuelos espaciales, en computadores electrónicos, en avances tecnológicos, conflictos militares, índices de la bolsa neoyorquina, estrenos de películas, etc. Pero hay mucho más. Hasta hay la devoción a la Virgen y el rezo de su Rosario.

Desde Saint Paul, Minnesota, Estados Unidos, una señora cuenta así sus experiencias:

«Cuando era niña, nuestra familia vivía en una pequeña casa, donde la abuelita venía a visitarnos; solía estar dos o tres semanas, y nosotras nos disputábamos el privilegio de estar en su compañía. Por ser yo la mayor, conseguí dormir en una cama cerca de la suya.

Cada noche, después de apagar las luces y quedar todo en silencio, la oía cuchichear suavemente: estaba rezando. Parecía que no iba a acabar nunca y pronto me esforcé por entender lo que decía. Supe que rezaba el rosario, y de esta manera aprendí el Padrenuestro, el Avemaría y otras oraciones de su uso particular.

La abuelita era irlandesa, católica. Nuestra madre abandonó la religión al casarse con nuestro padre. Siempre hemos ido a escuelas no católicas; en casa no había religión, excepto la de nuestra abuelita, cuando nos visitaba.    

Me casé y no me acerqué más a la iglesia. Pero nueve años más tarde sentí la necesidad de una base espiritual. Acudí a la biblioteca, estudié varias religiones Y siempre por la noche recordaba los rezos de la abuelita. Leí libros sobre el Catolicismo, que daban respuestas a todas mis dudas. Encontré un sacerdote, me instruyó en lo necesario y recibí el Bautismo.

Yo rezaba por mi marido y por mis padres. Un año después de ser católica, mi esposo anunció que iba a prepararse para el Bautismo. Nuestra madre se reconcilió con la iglesia. Tuvimos un hijo y lo bautizamos según el rito católico. Mi cuñada y su esposo, al ver cuán felices éramos con nuestra nueva religión, se hicieron católicos, y mi marido y yo somos padrinos de sus tres hijos.

¡Todo debido al Rosario rezado en voz baja por una buena mujer!

Santos del día 1 de octubre

Santos del día 1 de octubre
Kalendis octobris
No se celebra hoy, porque hay una celebración de mayor rango (XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, solemnidad)
Memoria de santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia, que entró aún muy joven en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de Lisieux, en Francia, y llegó a ser maestra de santidad en Cristo por su inocencia y simplicidad. Enseñó el camino de la perfección cristiana por medio de la infancia espiritual y demostró una mística solicitud en bien de las almas y del incremento de la Iglesia. Terminó su vida a los veinticinco años de edad, el día treinta de septiembre.
En Séclin, en la Galia Bélgica, san Piatón, presbítero, que es venerado como evangelizador de Tournai y como mártir.
En Lisboa, en la Lusitania, santos Verísimo, Máxima y Julia, mártires.
En Constantinopla, san Romano, diácono, que mereció ser llamado «Mélodos» por su sublime arte en componer himnos sacros en honor del Señor y de los santos.
En Tréveris, en la Renania, en Austrasia, san Nicecio, obispo, que, según el testimonio de san Gregorio de Tours, era fuerte en la predicación, terrible en la argumentación y constante en la enseñanza. Sufrió el destierro bajo Clotario, rey de los francos.
En Gante, ciudad de Flandes, san Bavón, monje, el cual, discípulo de san Amando, dejó la vida seglar, distribuyó sus bienes entre los pobres y entró en el monasterio fundado en esta ciudad.
En Condé-sur-l’Escaut, en el Hainaut, de Austrasia, san Wasnulfo, monje, nacido en Escocia.
En Cantorbery, en Inglaterra, san Geraldo Edwards, presbítero y mártir, el cual fue ordenado en Francia, y al regresar a su patria, durante la persecución bajo el reinado de Isabel I, después de un largo encarcelamiento, consumó su martirio en el patíbulo. Con él fueron martirizados los presbíteros beatos Roberto Wilcox y Cristóbal Buxton, por su condición sacerdotal, y el beato Roberto Widmerpool, por ayudar a un sacerdote.
En Chichester, también en Inglaterra, beatos Rodolfo Crockett y Eduardo James, presbíteros y mártires, que, formados en el Colegio de los Ingleses de Reims, al regresar a su patria fueron condenados al patíbulo por razón de su sacerdocio.
En Ipswich, de la región de Suffolk, de nuevo en Inglaterra, beato Juan Robinson, presbítero y mártir, el cual, siendo padre de familia, al enviudar recibió, ya anciano, la ordenación sacerdotal, y por esta causa fue coronado con el martirio.
En Nagasaki, en Japón, beatos Gaspar Hikojiro y Andrés Yoshida, mártires, que, siendo catequistas, fueron degollados por haber recibido en sus casas a unos sacerdotes.
En Osma, de Soria, en España, beato Juan de Palafox Mendoza, obispo de Puebla de los Ángeles, en México y luego de Osma.
En Saronno, cerca de Varese, en la Lombardía, región de Italia, beato Luis María Monti, religioso, quien, a pesar de mantener su condición laical, instituyó los Hijos de María Inmaculada, congregación que dirigió con espíritu de caridad hacia los pobres y los necesitados, ocupándose especialmente de los enfermos y huérfanos, y trabajando en favor de la formación de los jóvenes.
En Nepi, Viterbo, beata Cecilia Eusepi, laica, miembro de la Tercera Orden de los Siervos de María, que alcanzó la santidad como catequista y al servicio de los demás en la vida de cada día.
En el lugar de Rotglà y Corbera, en la región de Valencia, en España, beata Florencia Caerols Martínez, virgen y mártir, que en tiempo de persecución contra la fe alcanzó, por medio del martirio, la gloria de la vida eterna.
En la ciudad de Villena, también en la región de Valencia, beato Alvaro Sanjuán Canet, presbítero de la Sociedad de San Francisco de Sales y mártir, que, en la misma difícil época, alcanzó por su combate la palma del martirio.
Cerca de Munich, en la región de Baviera, en Alemania, beato Antonio Rewera, presbítero y mártir, que, por su confesión en favor de Cristo, desde Polonia fue internado en el campo de concentración de Dachau, donde alcanzó la corona del martirio por medio de los tormentos que sufrió.