Memoria de san Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia, el cual, nacido en Dalmacia, estudió en Roma, ciudad en la que cultivó con esmero todos los saberes y recibió el bautismo cristiano. Después, seducido por el valor de la vida contemplativa, se entregó a la existencia ascética al ir a Oriente, donde se ordenó de presbítero. Vuelto a Roma, fue secretario del papa Dámaso, hasta que, tras fijar su residencia en Belén de Judea, vivió una vida monástica dedicado a traducir y explicar las Sagradas Escrituras, revelándose como insigne doctor. De modo admirable fue partícipe en muchas necesidades de la Iglesia y, finalmente, llegado a una edad provecta, descansó en la paz del Señor.
En Piacenza, en la Emilia, san Antonino, mártir.
En Solothurn, en el territorio de Helvecia, santos Urso y Víctor, mártires, que, según la tradición, pertenecieron a la legión Tebea.
En Armenia, san Gregorio, llamado el «Iluminador», obispo, que después de sobrellevar muchos trabajos se retiró a una cueva cercana a la confluencia de unos ramales del Éufrates, y allí descansó en paz, luego de ganar fama como apóstol de los armenios.
En Marsella, de la Provenza, en la Galia, santa Eusebia, virgen, fiel servidora de Dios desde la juventud hasta la ancianidad.
En Canterbury, en el condado de Kent, en Inglaterra, san Honorio, obispo, antes monje romano, enviado por el papa san Gregorio Magno como compañero de san Agustín para evangelizar Inglaterra, al que finalmente sucedió en la sede episcopal
En Roma, san Simón, monje, antes conde de Crèpy, en Francia, que, renunciando a la patria, al matrimonio y a todo, eligió la vida monástica y después la eremítica en las montañas del Jura, y, reclamado muchas veces como legado de paz para conciliación entre príncipes, murió finalmente en Roma y fue sepultado en la basílica de San Pedro.
Cerca de Nusco, lugar de Campania, san Amado, obispo.
En Die, en la Galia Lugdunense, san Ismidón, obispo, que, enamorado de los Santos Lugares, por dos veces peregrinó piadosamente a Palestina.
En Pesaro, en la región del Piceno, beata Felicia Meda, abadesa Clarisa.
En Roma, san Francisco de Borja, presbítero, quien, muerta su mujer, con la que había tenido ocho hijos, ingresó en la Orden de la Compañía de Jesús y, pese a haber abdicado de las dignidades del mundo y rehusado las de la Iglesia, resultó elegido prepósito general, y fue memorable por su austeridad de vida y oración. Su memoria se celebra, en España, el 3 de octubre.
En el litoral de Francia, frente a Rochefort, beato Juan Nicolás Cordier, presbítero y mártir, que, suprimida la Orden de la Compañía de Jesús, siguió ejerciendo el ministerio sacerdotal en la región de Verdún, hasta que, en la recrudecida Revolución Francesa, por su condición de sacerdote fue encarcelado en una nave anclada en el mar, donde murió de enfermedad e inanición.
En la localidad de Lanzo, cercana a Turín, en Italia, beato Federico Albert, presbítero, que, siendo párroco, fundó la Congregación de Hermanas de San Vicente de Paúl de la Inmaculada Concepción, destinada a la redención de las gentes caídas en la miseria.
En Lisieux, también en Francia, muerte de santa Teresa del Niño Jesús, cuya memoria se celebra el día siguiente.
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