San Elzearo de
Sabran, virgen
fecha: 27 de septiembre
n.: 1285 - †: 1323 - país: Francia
otras formas del nombre: Eleazar
canonización: C: Urbano V 15 abril 1369
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 1285 - †: 1323 - país: Francia
otras formas del nombre: Eleazar
canonización: C: Urbano V 15 abril 1369
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En París, en
Francia, san Elzearo de Sabran, conde de Arian, que vivió la virginidad y todas
las virtudes con su esposa, la beata Delfina, y murió en la flor de la edad.
Aunque
san Elzear y la beata Delfina están inscriptos en el Martirologio en sus
respectivas fechas de fallecimiento, 27 de septiembre y 26 de noviembre,
llegaron a la santidad santificándose en el matrimonio, al igual que otros
matrimonios santos donde los dos miembros se veneran juntos; por ello pareció
apropiado mantener la biografía unificada que trae el Butler-Guinea del 27 de
septiembre (t. III, pág. 684).
El año
de 1285 vino al mundo Eleazar de Sabran en el castillo que poseía su padre
junto a la ciudad de Ansouis, en Provenza. Por parte de su madre, recibió
valiosas lecciones de virtud que fueron perfeccionadas por su tío Guillermo de
Sabran, abad de San Víctor en Marsella, que se hizo cargo de educarlo en el
monasterio. El abad debió reprender a su sobrino por las excesivas
mortificaciones que practicaba; sin embargo, en su fuero interno, admiraba un
fervor tan grande en un joven noble. Cuando Eleazar era todavía niño, se
concertó su matrimonio con Delfina de Glandéves, la hija y heredera del señor
de Puy-Michel que, habiendo quedado huérfana desde niña, quedó al cuidado de
unos tíos suyos y fue educada por otra tía que era abadesa. Cuando tanto Delfina
como Eleazar cumplieron los dieciséis años se realizó el matrimonio. Se afirma
que la joven, aconsejada por un fraile franciscano, pidió a su esposo que
guardaran la continencia en el matrimonio, pero pasó bastante tiempo antes de
que Eleazar accediera. Sin embargo, a partir de entonces, el mundo vio en
aquella virtuosa pareja la práctica de la devoción religiosa en medio de las
dignidades seculares, de la contemplación en el ruido de la vida pública y una
rivalidad amistosa por parte del uno y la otra para hacer el bien y prodigar su
caridad. Eleazar recitaba a diario el oficio divino y comulgaba con mucha
frecuencia. «Yo creo -le dijo cierta vez a Delfina- que ningún hombre sobre la
tierra siente una felicidad tan grande como la que yo experimento al recibir la
santa comunión».
Eleazar
tenía veintitrés años cuando heredó los títulos, la fortuna y las tierras de su
padre y se vio obligado a viajar a Italia para tomar posesión de las
propiedades en Ariano. Ahí encontró a sus vasallos, los campesinos napolitanos
que habitaban en sus tierras, con una mala disposición manifiesta hacia el
nuevo señor y Eleazar tuvo que echar mano de todo su tacto y natural bondad,
para arreglar las cosas satisfactoriamente. En aquella ocasión, un primo suyo
comentó que sus maneras delicadas y sus métodos suaves no servían de nada y le
propuso: «Déjame tratar con esas gentes en tu nombre. Mandaré ahorcar a unos
cuantos y te dejaré al resto suaves como un guante. Está bien conducirse como
un cordero en el rebaño, pero si andas entre los lobos tiene que ser como un
león. La insolencia de tus siervos debe ser castigada. Dame mano libre y
propinaré en tu lugar golpes tan fuertes y efectivos que esa plebe no volverá a
molestarte nunca». A aquella perorata repuso sonriente Eleazar: «¿Me pides que
comience a gobernar mis señoríos con matanzas y sangre? Yo llegaré a ganarme la
voluntad de esos hombres con el bien. No es ninguna hazaña que el león devore a
los corderos, pero que una oveja despedace a un león ya es otra cosa. Ahora, con
la ayuda de Dios, verás realizarse ese milagro». Los resultados que obtuvo
Eleazar con sus métodos, confirmaron plenamente su predicción. Relatemos otro
ejemplo de la forma en que practicaba las normas del cristianismo: entre los
papeles que dejó su padre, encontró las cartas de cierto caballero, llenas de
calumnias contra él y de argumentos para convencerle de que desheredase a su
hijo único porque era un incapaz, destinado más bien a la vida del convento que
a defender sus tierras con las armas. Delfina experimentó una indignación
desbordante al enterarse del contenido de aquellas cartas y pidió a su esposo
que respondiese al malvado caballero como merecía. Pero Eleazar le recordó que
Jesucristo nos había recomendado perdonar las injurias y no tomar venganza,
combatir el odio por la caridad. En consecuencia, destruyó inmediatamente
aquellas cartas y no se volvió a hacer mención del asunto. Al poco tiempo, el
autor de la intriga se presentó en el castillo, y Eleazar lo acogió con
extraordinaria amabilidad y acabó por conquistarse su amistad.
Es un
grave error el creer que se puede ser verdaderamente devoto si se dedica mucho
tiempo a la oración y, por ello, se descuidan o se olvidan las procupaciones
temporales. Por el contrario, las gentes de más firmes virtudes son las más
capaces para entendérselas con los asuntos de este mundo. La piedad de Eleazar
no sólo hizo de él un devoto fiel, sino también un hombre prudente y diestro en
el manejo de las cuestiones temporales, tanto privadas como públicas; valeroso en
la guerra, activo en la paz, leal para todos y celoso guardián de su hogar,
para cuyo gobierno impuso reglamentos bien meditados. El mismo ponía el ejemplo
en todo lo que ordenaba hacer a los demás y Delfina, su esposa, apoyaba todas
sus opiniones y le dispensaba una perfecta obediencia. Jamás hubo un desentono
en la armonía o un enfriamiento en el afecto de aquella virtuosa pareja. Nunca
olvidó Delfina que las devociones de una mujer casada deben seguir otro sistema
que las de una monja, ni que la contemplación puede hermanarse con la acción,
ni de que Marta y María deben ayudarse mutuamente.
Alrededor
del año 1317, Eleazar regresó a Nápoles y llevó consigo a su esposa, quien fue
una de las damas de honor de la reina Sancha, esposa del rey Roberto. Los reyes
nombraron a Eleazar tutor de su hijo Carlos. Aquel joven príncipe era
insoportablemente altanero, muy pagado de sí mismo y de su alta posición,
intratable, y con todos los defectos de los cortesanos. El conde Eleazar
advirtió desde el primer momento las peligrosas inclinaciones de su pupilo,
pero no dijo una palabra sobre ellas, hasta que hubo conquistado su afecto y su
confianza. Entonces, Eleazar condujo al joven Carlos por mejores caminos y se
lo devolvió a su padre convertido en un hombre de provecho. Por aquel entonces,
el rey tuvo necesidad de un juez cauto y enérgico para la turbulenta región de
los Abruzos, y Eleazar fue a ocupar el cargo. Algunos años después, el monarca
lo envió a París a fin de que pidiera la mano de María de Valois para su hijo
Carlos. En ocasión de aquel viaje, Delfina se mostró un tanto preocupada ante
la perspectiva de que su marido se mezclase con los escandalosos y poco
recomendables personajes de la corte francesa, pero Eleazar le respondió con
cierta sequedad que, si por gracia de Dios había logrado conservar su virtud en
Nápoles, no era probable que la perdiese en París. En realidad, el peligro que
le aguardaba en la capital francesa era de otra índole. Después de haber
cumplido con su cometido, cayó enfermo y ya no volvió a recuperarse. Tan pronto
como sintió los efectos del mal, hizo una confesión general y no dejó de
confesarse ni un solo día a lo largo de su enfermedad, a pesar de que, según
afirman sus biógrafos, nunca ofendió a Dios con un pecado mortal. A diario también
se hacía leer la historia de la Pasión de Cristo, porque aseguraba encontrar en
ella un gran consuelo para sus sufrimientos. Al recibir el viático exclamó
lleno de alegría: «¡Se ha realizado mi esperanza! ¡Así quiero morir!» Y el 27
de septiembre de 1323, murió en los brazos del fraile franciscano que había
sido su confesor. Alrededor del año de 1309, Eleazar había sido el padrino de
bautismo de su sobrino, Guillermo de Grimoard, una criatura enfermiza, que,
años más tarde, recuperó la salud y la fuerza, gracias a las plegarias que se
elevaron a su padrino. Cincuenta y tres años después, el niño débil se
convirtió en el enérgico papa Urbano V, quien, en 1369, firmó el decreto de
canonización de san Eleazar.
La
Beata Delfina sobrevivió a su esposo treinta y siete años. Después de la muerte
del rey Roberto, la reina Sancha tomó el hábito de las Clarisas Pobres en un
convento de Nápoles y así continuó su vida, sin apartarse de Delfina, que era
su consejera y su guía en los ejercicios de la vida espiritual. Al morir la
soberana, Delfina regresó a su Provenza natal, donde llevó una existencia de
reclusión, primero en Cabriéres y después en Apt. Casi todos sus bienes los
distribuyó entre los pobres y, durante los últimos años de su vida, sufrió una
dolorosa enfermedad que soportó con heroica paciencia. Murió en el año de 1360
y fue sepultada en la tumba de su esposo, en Apt. Una antigua tradición dice
que tanto San Eleazar como la Beata Delfina eran miembros de la tercera orden
de San Francisco y, por lo tanto, son especialmente venerados por los
franciscanos; en el suplemento franciscano del martirologio, a la Beata Delfina
se la conmemora el 9 de diciembre, aunque al parecer murió el 26 de noviembre.
Los
materiales manuscritos coleccionados e impresos por los bolandistas en su
volumen VII para septiembre, son de considerable interés. A esas fuentes de
información recurrió el P. Girard para escribir una biografía de tipo popular,
titulada: Saint Elzéar de Sabran et la B. Delphine de Signe (1912). El oficio
litúrgico que antaño se rezaba en la fiesta de este santo y la beata, se
encuentra en el Archivum Franciscanum Historicum, vol. x (1917), pp. 231-238.
Cuadro: San Elzear y la beata Delfina presentados a Cristo por San Francisco de Asís, óleo de Claude Francois (1655), museo municipal de Châlons-en-Champagne, Francia.
Cuadro: San Elzear y la beata Delfina presentados a Cristo por San Francisco de Asís, óleo de Claude Francois (1655), museo municipal de Châlons-en-Champagne, Francia.
fuente: «Vidas de los
santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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relevante: ant 2012
Estas biografías de
santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta
ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y
servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta
hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_3518
Santa Hiltrudis, virgen
fecha: 27 de septiembre
†: d. 800 - país: Francia
otras formas del nombre: Helmtrude
canonización: pre-congregación
hagiografía: Santi e Beati
†: d. 800 - país: Francia
otras formas del nombre: Helmtrude
canonización: pre-congregación
hagiografía: Santi e Beati
Elogio: En el cenobio de
Liesse, en Hainault, territorio de Austrasia, santa Hiltrudis, virgen, que
vivió piadosamente retirada con su hermano Guntando, abad.
Patronazgos: protectora contra
la fiebre.
Según
parece, la «Vida de Hiltrudis», escrita entre 1050 y 1090 por un monje de
Waulsort (Bélgica), se refiere a una tradición monástica anterior al 850,
aunque sin ningún valor histórico, ya que los documentos escritos, parece ser
que fueron quemados por los bárbaros. A santa Hiltrudis virgen se la menciona
para el 27 de septiembre en un sacramentario de Liessies del siglo XII.
Hiltrudis
era hija de Ada, una noble franca, y de Wiberto, conde de Poitiers, que poseían
tierras entre los ríos Sambre y Mosa, entre Francia y Bélgica, y fue la hermana
de Gontrado, primer abad de Liessies. Fue prometida de Hugo de Borgoña, pero
ella prefirió consagrarse a Dios, recibiendo el velo de las vírgenes en el 768,
con la bendición del obispo de Cambrai; luego fue recibida por su hermano
Gontrado, que la alojó en una ermita al lado del monasterio de Liessies. En
este lugar vivió durante diecisiete años como monja solitaria, participando en
la vida litúrgica de la abadía. Murió el 27 de septiembre de un año alrededor
del 800 y fue enterrada en la abadía.
La fama
de su santidad creció a lo largo del tiempo, y el 17 de septiembre de 1004, el
obispo de Cambrai, Erluino, hizo abrir la tumba y elevó los restos a categoría
de reliquias. En 1587 las reliquias del cráneo fueron colocadas en un relicario
de plata, y san Luis de Blois, abad de Liessies, contribuyó a impulsar
nuevamente el culto. Durante la guerra de los treinta años las reliquias fueron
puestas a salvo en Mons, donde en 1641 se las rodeó de una artística urna. Pero
las peripecias de estas reliquias no habían terminado: en 1793, durante la
Revolución Francesa, en la que la Convención requisó los metales preciosos, el
cráneo de la santa fue tirado al suelo, de donde lo recogió un feligrés. El
culto regresó en 1802, y en 1842 las reliquias, después de una investigación,
fueron nuevamente reconocidas como auténticas.
Traducido
para ETF, con algunos cambios, de un artículo de Antonio Borrelli. La foto
muestra una vidriera del monasterio de Liessies, representando una escena de la
vida de la santa, cuando ayudaba a su hermano en la construcción del
monasterio.
fuente: Santi e Beati
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Estas biografías de
santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta
ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y
servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta
hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_3515
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