Santa Teresa del Niño
Jesús, virgen y doctora de la
Iglesia
fecha: 30 de septiembre
fecha en el calendario anterior: 3 de octubre
n.: 1873 - †: 1897 - país: Francia
otras formas del nombre: Teresita de Lisieux
canonización: B: Pío XI 29 abr 1923 - C: Pío XI 17 may 1925
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 3 de octubre
n.: 1873 - †: 1897 - país: Francia
otras formas del nombre: Teresita de Lisieux
canonización: B: Pío XI 29 abr 1923 - C: Pío XI 17 may 1925
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Lisieux,
también en Francia, muerte de santa Teresa del Niño Jesús, cuya memoria se
celebra el día siguiente.
Patronazgos: patrona de Francia
y de las misiones.
Oración: Oh Dios, que has
preparado tu reino para los humildes y los sencillos, concédenos la gracia de
seguir confiadamente el camino de santa Teresa del Niño Jesús, para que nos sea
revelada, por su intercesión, tu gloria eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por
los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
El
entusiasmo y la extensión del culto a santa Teresita del Niño Jesús, joven
carmelita que no se distinguió exteriormente de tantas otras de sus hermanas,
es uno de los fenómenos más impresionantes y significativos de la vida
religiosa de nuestros días. La santa murió en 1897 y, poco después, era ya
conocida en todo el mundo. Su «caminito» de sencillez y perfección en las cosas
pequeñas y en los detalles de la vida diaria, se ha convertido en el ideal de
innumerables cristianos. Su biografía, escrita por orden de sus superiores, es
un libro famoso y los milagros y gracias que se atribuyen a su intercesión son
incontables. La comparación entre las dos Teresas es inevitable, ya que ambas
fueron carmelitas, ambas fueron santas y ambas nos dejaron una larga
autobiografía en la que se reflejan tanto las divergencias espirituales y
temperamentales como los rasgos comunes.
Los
padres de la futura santa eran Luis Martin,
un relojero de Alençon, hijo de un oficial del ejército de Napoleón y Celia María
Guerin, costurera de la misma ciudad, cuyo padre había sido
gendarme en Saint-Denis, los dos beatificados por SS Benedicto XVI. María
Francisca Teresa nació el 2 de enero de 1873. Tuvo una infancia feliz y
ordinaria, llena de buenos ejemplos. «Mis recuerdos más antiguos son de
sonrisas y caricias de ternura», confiesa ella misma. Teresita era viva e
impresionable, pero no particularmente precoz ni devota. En cierta ocasión en
que su hermana mayor, Leonía, ofreció una muñeca y algunos juguetes a Celina y
Teresita, Celina escogió una peluca de seda; en cambio, Teresita dijo
codiciosamente: «Yo quiero todo». «Ese incidente resume toda mi vida. Más tarde
... exclamaba: ¡Dios mío, yo lo quiero todo! ¡No quiero ser santa a medias!».
En 1877
murió la madre de Teresita. El señor Martin vendió entonces su relojería de
Alençon y se fue a vivir a Lisieux (Calvados), donde sus hijas podían estar
bajo el cuidado de su tía, la Sra. Guerin, que era una mujer excelente. El Sr.
Martin tenía predilección por Teresita. Sin embargo, la que dirigía la casa era
María, y la mayor, Paulina, se encargaba de la educación religiosa de sus
hermanas. Paulina solía leer en voz alta a toda la familia en las largas
veladas de invierno; para ello no escogía cualquier libro de piedad barata,
sino nada menos que «El año Litúrgico» de Dom Guéranger. Cuando Teresita tenía
nueve años, Paulina ingresó en el Carmelo de Lisieux. Desde entonces, Teresita
se sintió inclinada a seguirla por ese camino. En aquella época era una niña
afable y sensible; la religión ocupaba una parte muy importante en su vida. Un
día ofreció un céntimo a un mendigo baldado, quien lo rehusó con una sonrisa.
Teresita hubiera querido seguirle para instarle a que aceptara el pastelillo
que su padre acababa de darle; la timidez le impidió hacerlo, pero la niña se
dijo: «Voy a pedir por este pobrecito el día de mi primera comunión». Aunque
ese día de «felicidad total» tardó cinco años en llegar, Teresita no olvidó su
promesa. Se educaba por entonces en la escuela de las benedictinas de
Notre-Dame-du-Pré. Entre sus recuerdos de escuela, anota: «Viendo que algunas
niñas querían particularmente a una u otra de las profesoras, trataba yo de
imitarlas, pero nunca conseguí ganarme el favor especial de ninguna. ¡Feliz
fracaso, que me salvó de tantos peligros!» Cuando Teresita tenía cerca de
catorce años, su hermana María fue a reunirse con Paulina en el Carmelo. La
víspera de la Navidad de ese mismo año, Teresita tuvo la experiencia que desde
entonces llamó su «conversión»: «Aquella bendita noche, el dulce Niño Jesús,
quien tenía apenas una hora de nacido, inundó la oscuridad de mi alma con ríos
de luz. Se hizo débil y pequeño por amor a mí para hacerme fuerte y valiente.
Puso sus armas en mis manos para que avanzase yo de cima en cima y empezase,
por decirlo así, 'a correr como gigante'». Es curioso notar que la ocasión de
esta gracia súbita fue un comentario que hizo el padre de la joven acerca del
cariño que ella profesaba a las tradiciones navideñas. Y el comentario del Sr.
Martin no iba dirigido especialmente a Teresita.
En el
curso del año siguiente, la joven comunicó a su padre su deseo de ingresar en
el Carmelo y obtuvo su consentimiento; pero tanto las autoridades de la orden
como el obispo de Bayeux opinaron que Teresita era todavía demasiado joven.
Algunos meses más tarde, Teresita y su padre fueron a Roma con una
peregrinación francesa, organizada con motivo del jubileo sacerdotal de León
XIII. En la audiencia pública, cuando llegó el turno a Teresita para
arrodillarse a recibir la bendición del Pontífice, la joven quabrantó
osadamente la regla del silencio y dijo a Su Santidad: «En honor de vuestro
jubileo, permitidme entrar en el Carmelo a los quince años». El Pontífice,
evidentemente impresionado por el aspecto y los modales de la joven, apoyó sin
embargo la decisión de las autoridades inmediatas: «Entraréis, si es la
voluntad de Dios», le dijo, y la despidió con suma bondad. La bendición de León
XIII y las ardientes oraciones que hizo Teresita en múltiples santuarios durante
la peregrinación, produjeron fruto a su tiempo. A fines de aquel año, Mons.
Hugonin concedió a Teresita la ansiada autorización, y la joven ingresó, el 9
de abril de 1888, en el Carmelo de Lisieux, en el que la habían precedido sus
dos hermanas. La maestra de novicias afirmó, bajo juramento: «Desde su entrada
en la orden, su porte, que tenía una dignidad poco común en su edad, sorprendió
a todas las religiosas».
El P.
Pichon S.J., quien predicó los Ejercicios a la comunidad cuando Teresita era
novicia, dio el siguiente testimonio en el proceso de beatificación: «Era muy
fácil dirigirla. El Espíritu Santo la conducía, y no recuerdo haber tenido que
prevenirla contra las ilusiones, ni entonces, ni más tarde ... lo que más me
llamó la atención durante aquellos Ejercicios fueron las pruebas especiales a
las que Dios la sometía». La joven religiosa leía asiduamente la Biblia y la
interpretaba correctamente, como lo prueban las múltiples citas de la Sagrada
Escritura que hay en «Historia de un alma». Dado que su culto ha alcanzado las
proporciones de una devoción popular, vale la pena llamar la atención sobre la
predilección de la santa por la oración litúrgica y su inteligencia de esa
inagotable fuente de vida cristiana. Cuando le tocaba oficiar durante la semana
y tenía que recitar en el coro las colectas del oficio, solía recordar «que el
sacerdote dice las mismas oraciones en la misa y, como él, estaba yo autorizada
a rezar en voz alta ante el Santísimo Sacramento y a leer el Evangelio, cuando
era yo primera cantora». En 1899, Teresita y sus hermanas sufrieron una
tremenda prueba de ver que su padre perdía el uso de la razón a consecuencia de
dos ataques de parálisis. Hubo que internar al Sr. Martin en un asilo privado,
en el que permaneció tres años. Escribió Teresita: «los tres años del martirio
de mi padre fueron, a lo que creo, los más ricos y fructuosos de nuestra vida.
Yo no los cambiaría por los éxtasis más sublimes». La joven religiosa hizo su
profesión el 8 de septiembre de 1890. Pocos días antes, escribía a la madre
Inés de Jesús (Paulina): «Antes de partir, mi Amado me preguntó por qué caminos
y países iba yo a viajar. Yo repliqué que mi único deseo consistía en llegar a
la cumbre del monte del Amor. Entonces nuestro Salvador, tomándome por la mano,
me condujo a un camino subterráneo, en el que no hace frío ni calor, en el que
el sol no brilla nunca, en el que el viento y la lluvia no tienen entrada. Es
un túnel en el que reina una luz velada que procede de los ojos de Jesús, que
me miran desde arriba ... Daría yo cualquier cosa por conquistar la palma de
Santa Inés; si Dios no quiere que la gane por la sangre, la ganaré por el amor
...»
Uno de
los principales deberes de las carmelitas consiste en orar por los sacerdotes.
Santa Teresita cumplió ese deber con inmenso fervor. Durante su viaje por
Italia, había visto u oído algo que le había hecho abrir los ojos a la idea de
que los sacerdotes tienen necesidad de oraciones tanto como el resto de los
cristianos. Teresita jamás cesó de orar, en particular, por el célebre ex
carmelita Jacinto Loyson, quien había apostatado de la fe. Aunque era de
constitución delicada, la santa religiosa se sometió desde el primer momento a
todas las austeridades de la regla, excepto al ayuno, pues sus superioras se lo
impidieron. La priora decía: «Un alma de ese temple no puede ser tratada como
una niña. Las dispensas no están hechas para ella». Sin embargo, Teresita
confesaba: «Durante el postulantado, me costó muchísimo ejecutar ciertas
penitencias exteriores ordinarias. Pero no cedí a esa repugnancia, porque me
parecía que la imagen de mi Señor crucificado me miraba con ojos que imploraban
tales sacrificios». Entre las penitencias corporales, la más dura para ella era
el frío del invierno en el convento; pero nadie lo sospechó hasta que Teresita
lo confesó en el lecho de muerte. Al principio de su vida religiosa había
dicho: «Quiera Jesús concederme el martirio del corazón o el martirio de la
carne; preferiría que me concediera ambos». Y un día pudo exclamar: «He llegado
a un punto en que me es imposible sufrir, porque todo sufrimiento me es dulce».
La autobiografía
titulada «Historia de un alma», que santa Teresita escribió por orden de su
superiora, es un hermoso documento, de carácter excepcional. Está escrito en
estilo claro y de gran frescura, lleno de frases familiares. Abundan las
intuiciones psicológicas que revelan un extraordinario conocimiento propio y
una profunda sabiduría espiritual de la que no está excluida la belleza. Cuando
Teresita define su oración, nos revela más acerca de sí misma que si hubiese
escrito muchas páginas de análisis propiamente dicho: «Para mí, orar consiste
en elevar el corazón, en levantar los ojos al cielo, en manifestar mi gratitud
y mi amor lo mismo en el gozo que en la prueba. En una palabra, la oración es
algo noble y sobrenatural, que ensancha mi alma y la une con Dios ... Confieso
que me falta valor para buscar hermosas oraciones en los libros, excepto en el
oficio divino, que es para mí una fuente de gozo espiritual, a pesar de mi
indignidad ... Procedo como una niña que no sabe leer; me limito a exponer
todos mis deseos al Señor, y Él me entiende». La penetración psicológica de la
autobiografía es muy aguda: «Me porto como un soldado valiente en todas las
ocasiones en las que el enemigo me provoca a la lucha. Sabiendo que el duelo es
un acto de cobardía, vuelvo las espaldas al enemigo sin dignarme ni siquiera
mirarle, me refugio apresuradamente en mi Salvador y le manifiesto que estoy
pronta a derramar mi sangre para dar testimonio de mi fe en el cielo». Teresita
resta importancia a su heroica paciencia con una salida humorística. Durante la
meditación en el coro, una de las hermanas solía agitar el rosario, cosa que
irritaba sobremanera a la joven religiosa. Finalmente, «en vez de tratar de no
oír nada, lo cual era imposible, decidí escuchar como si fuese la más deliciosa
música. Naturalmente mi oración no era precisamente 'de quietud', pero cuando
menos tenía yo una música que ofrecer al Señor». El último capítulo de la
autobiografía constituye un verdadero himno al amor divino que concluye así:
«Te ruego que poses tus divinos ojos sobre un gran número de almas pequeñas; te
suplico que escojas entre ellas una legión de víctimas insignificantes de tu
amor». Teresita se contaba a sí misma entre las almas pequeñas: «Yo soy un alma
minúscula, que sólo puede ofrecer pequeñeces a nuestro Señor».
En
1893, la hermana Teresa fue nombrada asistente de la maestra de novicias.
Prácticamente era ella la maestra de novicias, aunque no tenía el título.
Acerca de sus experiencias de aquella época, escribe: «De lejos parece muy fácil
hacer el bien a las almas, lograr que amen más a Dios y moldearlas según las
ideas e ideales propios. Pero cuando se ven las cosas más de cerca, llega uno a
comprender que hacer el bien sin la ayuda de Dios es tan imposible como hacer
que el sol brille a media noche ... Lo que más me cuesta es tener que observar
hasta las menores faltas e imperfecciones para combatirlas despiadadamente». La
santa tenía entonces veinte años. Su padre murió en 1894. Poco después, Celina,
quien hasta entonces se había encargado de cuidarle, siguió a sus tres hermanas
en el Carmelo de Lisieux. Dieciocho meses más tarde, en la noche del Jueves al
Viernes Santos, santa Teresita sufrió una hemorragia bucal, y el gorgoteo de la
sangre que le subía por la garganta lo oyó «como un murmullo lejano que
anunciaba la llegada del Esposo». Por entonces se sintió inclinada a responder
al llamado de las carmelitas de Hanoi, en la Indochina, quienes querían que
partiese a dicha misión. Pero su enfermedad fue empeorando cada vez más y, los
últimos dieciocho meses de su vida, fueron un período de sufrimiento corporal y
de pruebas espirituales. Dios le concedió entonces una especie de don de
profecía, y Teresita hizo la triple confesión que ha estremecido al mundo
entero: «Nunca he dado a Dios más que amor y Él me va a pagar con amor. Después
de mi muerte derramaré una lluvia de rosas». «Quiero pasar mi cielo haciendo
bien a la tierra». «Mi 'caminito' es un camino de infancia espiritual, un
camino de confianza y entrega absoluta». En junio de 1897, la santa fue
trasladada a la enfermería del convento, de la que no volvió a salir. A partir
del 16 de agosto, ya no pudo recibir la comunión, pues sufría de una naúsea
casi constante. El 30 de septiembre, la hermana Teresa de Lisieux murió con una
palabra de amor en los labios.
El
culto de la joven religiosa empezó a crecer con rapidez y unanimidad
impresionantes. Por otra parte, los múltiples milagros obrados por su
intercesión atrajeron sobre Teresita las miradas de todo el mundo católico. La
Santa Sede, siempre atenta al clamor unánime de toda la Iglesia visible,
suprimió en este caso el período de cincuenta años que se requería
ordinariamente para introducir una causa de canonización. Pío XI beatificó a
Teresita en 1923 y la canonizó en 1925 y extendió su fiesta a toda la Iglesia
de Occidente. En 1927, santa Teresa del Niño Jesús fue nombrada, junto con san
Francisco Javier, patrona de todas las misiones extranjeras y de todas las
obras católicas en Rusia. Finalmente el papa Juan Pablo II, en 1997, la proclamó
Doctora de la Iglesia, por medio de la Carta Apostólica «Divini Amoris
Scientia». No sólo los católicos sino también muchos no
católicos que habían leído la autobiografía y se habían asomado al misterio de
la vida oculta de Teresita, acogieron con inmenso gozo esas decisiones de la
Santa Sede. La joven santa era delgada, rubia, de ojos azul gris; tenía las
cejas ligeramente arqueadas; su boca era pequeña y sus facciones delicadas y
regulares. Las fotografías originales reflejan algo del ser de Teresita; en
cambio, las fotografías retocadas que circulan ordinariamente son insípidas e
impersonales.
Teresa
del Niño Jesús se había entregado con entera decisión y plena conciencia a la
tarea de ser santa. Sin perder el ánimo, ante la aparente imposibilidad de
alcanzar las cumbres más elevadas del olvido de sí misma, solía repetirse:
«Dios no inspira deseos imposibles. Por consiguiente, a pesar de mi pequeñez,
puedo aspirar a la santidad. No tengo que hacerme más grande de lo que soy,
sino aceptarme tal como soy, con todas mis imperfecciones. Quiero buscar un
nuevo camino para el cielo, un camino corto y recto, un pequeño atajo. Vivimos
en una época de invenciones. Ya no tenemos que molestarnos en subir escaleras;
en las casas de los ricos hay elevadores. Yo quisiera descubrir un ascensor
para subir hasta Jesús, porque soy demasiado pequeña para subir los escalones
de la perfección. Así pues, me puse a buscar en la Sagrada Escritura algún
indicio de que existía el ascensor que yo necesitaba y encontré estas palabras
en boca de la Eterna Sabiduría: 'Que los que son pequeños vengan a Mí'.»
Los
libros y artículos sobre santa Teresita son, por así decirlo, innumerables;
pero todos se basan en la autobiografía y en las cartas de la santa, a las que
se añaden en algunos casos ciertos testimonios del proceso de beatificación y
canonización. Estos últimos documentos, impresos para uso de la Sagrada
Congregación de Ritos, son muy importantes, ya que permiten ver que ni siquiera
las religiosas sometidas a las austeridades de la regla del Carmelo están
exentas de la fragilidad humana y que una parte de la misión de Teresita del
Niño Jesús consistió precisamente en reformar con su ejemplo silencioso la
observancia de su propio convento. Entre las mejores biografías de la santa
(que no son las más largas), hay que mencionar las de H. Petitot, St Teresa of
Lisieux: A Spiritual Renaissance (1927); la del barón Angot des Rotours en la
colección Les Saints; la de F. Laudet, L'enafnt chérie du monde (1927); la de
H. Ghéon, The Secret of the Little Flower (1934). Véase el estudio teológico de
H. Urs von Balthasar, Thérése de Lisieux (1953). «L'histoire d'une ame» ha sido
traducida prácticamente a todas las lenguas, incluso al hebreo. A mediados del
siglo XX se ha publicado la edición original de Histoire d'une ame sin retoque
alguno.
fuente: «Vidas de los
santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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relevante: ant 2012
Estas biografías de
santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta
ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y
servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta
hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_3572
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