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martes, 10 de septiembre de 2019

San Nicolás de Tolentino. Patrono de las almas del Purgatorio (10 de septiembre)


San Nicolás de Tolentino. Patrono de las almas del Purgatorio 

san nicolas de tolentino patrono de las almas del purgatorio


San Nicolás de Tolentino pasaba largas horas en el confesionario, luego se dedicaba a obras de caridad y predicación y a la oración

  
San Nicolás de Tolentino fue un simple sacerdote y fraile agustino italiano que tocó la vida de muchas personas debido a su corazón sencillo. Su espíritu de oración, penitencia, austeridad de vida y devoción a las almas del purgatorio fueron muy notables. Su predicación atrajo a muchos a Cristo debido a su espiritualidad tan elevada y cargadade compasión. San Nicolás de Tolentino es patrono de las almas del purgatorio

Fiesta: 10 de Septiembre

Martirologio romano: En Tolentino Las Marcas, San Nicolás, sacerdote de la Orden de los Ermitaños de San Agustín, que, adicto a una abstinencia severo y asidua en la oración, fue duro consigo mismo, pero indulgente con los demás, ya menudo requiere para sí la penitencia de los demás.

Biografía de San Nicolás de Tolentino

San Nicolás de Tolentino nació en San Angelo, pueblo que queda cerca de Fermo, en la Marca de Ancona, hacia el año 1245. nace de una familia de escasos recursos económicos, pero con grandes virtudes y valores humanos y cristianos.
San Nicolás de Tolentito fue hijo único, fruto de las oraciones de sus padres, quienes, ya estaban entrando en los años de ancianidad, realizan una peregrinación al santuario de San Nicolás de Bari y le ruegan a Dios para que les otorgara la gracia de un hijo.

Nicolás de Tolentino: niño muy piadoso

Desde su infancia, San Nicolás de Tolentino se veía que había sido dotado con una gracia divina. Pasaba muchas horas en oración. Solía escuchar la divina palabra con gran entusiasmo, y con una modestia tal, que dejaba encantados a cuantos lo veían.
Se distinguió por un tierno amor a los pobres, y llevaba a su casa a los que se encontraba, para compartir con ellos lo que tenía para su propia subsistencia.
Desde su infancia, San Nicolás de Tolentino se decidió a renunciar a todo lo superfluo, así como practicar grandes mortificaciones, y, desde temprana edad, adoptó el hábito de ayunar tres días a la semana, miércoles, viernes y sábados. Cuando creció añadió también los lunes. Durante esos cuatro días solo comía una vez por día, a base de pan y agua.

Un sueño hecho realidad

Con estos deseos de entregarse por entero a Dios, San Nicolás de Tolentino escuchó en cierta ocasión un sermón, de un fraile o ermitaño de la orden de San Agustín, sobre la vanidad del mundo, el cual lo hizo decidirse a renunciar al mundo de manera absoluta e ingresar en la orden de aquel santo predicador.
Esto lo hizo sin pérdida de tiempo, entrando como religioso en el convento del pequeño pueblo de Tolentino.
Nicolás de Tolentino hizo su noviciado bajo la dirección del mismo predicador e hizo su profesión religiosa antes de haber cumplido los 18 años de edad.
En el año 1271 fue ordenado sacerdote por el obispo de Osimo en el convento de Cingole.

Su vida sacerdotal

El aspecto de San Nicolás de Tolentino en el altar era angelical. Las personas devotas se esmeraban por asistir a su Misa todos los días, pues notaban que era un sacrificio ofrecido por las manos de un santo.
San Nicolás de Tolentino parecía disfrutar de una especie de anticipación de los deleites del cielo, debido a sus continuas comunicaciones que se suscitaban entre su alma y Dios en la contemplación, en particular cuando acababa de estar en el altar o en el confesionario.

Su apostolado y milagros del Señor

Durante los últimos treinta años de su vida, Nicolás vivió en Tolentino. Predicaba en las calles casi todos los días y sus sermones iban acompañados de grandiosas conversiones.
San Nicolás de Tolentino solía administrar los sacramentos en los ancianatos, hospitales y prisiones; pasaba largas horas en el confesionario.
Sus exhortaciones llegaban siempre al corazón y dejando huellas que perduraban para siempre en quienes lo oían.
Con el poder del Señor, realizó innumerables milagros, en los que les pedía a los fieles: "No digan nada sobre esto. Denle las gracias a Dios, no a mí."
Los fieles estaban impresionados de ver sus poderes de persuasión y su espiritualidad tan elevada por lo que tenían gran confianza en su intercesión para aliviar los sufrimientos de las almas en el purgatorio.
Esta confianza se confirmó muchos años después de su muerte cuando fue nombrado el "Patrón de las Santas Almas".
El tiempo en que podía retirarse de sus obras de caridad, lo dedicaba a la oración y a la contemplación.

Las pruebas de la vida

Nuestro Señor, por su gran amor a Nicolás, quiso conducir al santo a la cumbre de la perfección, y para ello, lo llevó a ejercer la virtud de distintos modos.
San Nicolás de Tolentino padeció por mucho tiempo de dolores de estómago, así como malos humores.

Los Panes Milagrosos

Hacia los últimos años de su vida, cuando estaba pasando por una enfermedad prolongada, sus superiores le ordenaron que tomara alimentos más fuertes que las pequeñas raciones que acostumbraba ingerir, pero sin éxito, ya que, a pesar de que el santo obedeció, su salud continuó igual.
Una noche se le apareció la Virgen María, le dio instrucciones de que pidiera un trozo de pan, lo mojara en agua y luego se lo comiera, prometiéndole que se curaría por su obediencia.
Como gesto de gratitud por su inmediata recuperación, Nicolás comenzó a bendecir trozos de pan similares y a distribuirlos entre los enfermos. Esta práctica produjo favores numerosos y grandes sanaciones.
En conmemoración de estos milagros, el santuario del santo conserva una distribución mundial de los "Panes de San Nicolás" que son bendecidos

Su muerte

Durante varios días, un meteoro luminoso que alumbraba a todo Tolentino predijo su muerte... y su gloria en los días últimos de su vida.
Muchos testigos, tanto laicos como religiosos, afirman que San Nicolás de Tolentino nunca dejó de celebrar la Santa Misa aún con los dolores que le producía su enfermedad, en muchas ocasiones se apoyaba con un bastón. Partió a la Patria celestial en el año 1305.
Cuarenta años después de su muerte, fue encontrado su cuerpo incorrupto. En esa ocasión se le quitaron los brazos y de la herida salió bastante sangre.
De esos brazos, conservados en relicarios de plata desde el siglo XV, ha salido periódicamente mucha sangre. Esto contribuyó a la difusión de su culto en toda Europa y en América.

lunes, 9 de septiembre de 2019

San Nicolás de Tolentino, 10 de septiembre

San Nicolás de Tolentino (Museo Florencia pd)
San Nicolás De Tolentino (Museo Florencia Pd)

San Nicolás de Tolentino, 10 de septiembre

Abogado de las almas del purgatorio
«Sacerdote agustino. Abogado de las almas del purgatorio. Se le considera protector de la buena muerte, de la maternidad y de la infancia. Es muy venerado en Europa y en América»
 Nació en Sant´Angelo in Pontano, Italia, en 1245. Sus padres, que durante años esperaban descendencia, en el transcurso de una peregrinación a Bari prometieron que si lograban ser bendecidos por Dios con ella en el caso de que fuese un varón lo consagrarían a san Nicolás, titular de la ciudad. Y así lo hicieron atribuyéndole la pronta concepción de ese hijo tan deseado. El pequeño Nicolás creció dando muestras de la bondad y amabilidad que, junto a su desprendimiento y sensibilidad por los necesitados, caracterizaría su vida entera. Y es que el sensible y piadoso muchacho solía atender personalmente a los pobres que llegaban a su casa pidiendo ayuda. Los primeros conocimientos se los proporcionó el sacerdote en su localidad natal.
Puede que el ejemplo y educación que recibió de sus padres, junto con la cercana presencia de los ermitaños agustinos, despertara en él una temprana vocación, porque a los 12 años ingresó en el convento como «oblato». Su idea no era recibir únicamente esa formación que completaría con creces la que pudo darle el bondadoso clérigo, sino que albergaba el sueño de ser agustino. A los 15 años inició el noviciado, y en 1261 profesó. En 1269 fue ordenado sacerdote por el obispo san Benito de Cíngoli. Después ejerció su misión pastoral en distintos puntos de la región de Las Marcas durante seis años. Pero sus superiores seguramente preocupados por su débil salud, viendo que ni siquiera le ayudaba en su restablecimiento la misión que le encomendaron de maestro de novicios que no exigía continuos desplazamientos, en 1275 determinaron enviarle a Tolentino donde permaneció el resto de su vida.
Fue un hombre de gran austeridad; es la característica que se subraya unánimemente cuando se configura su trayectoria espiritual. Su ascetismo, forjado en el fecundo aprendizaje que había tenido previamente en conventos herederos de la genuina tradición eremítica, estaba signado por la mortificación y el ayuno. Aparte de la frugalidad de su comida, y la radicalidad de su pobreza –mantenía un solo hábito que remendaba cuando era preciso, dormía poco y en condiciones no aptas precisamente para el rácano descanso y menos para una persona corpulenta como él: en un saco, con una piedra como almohada y cubriéndose solo con su propio manto–, no desestimaba todo lo que podía ayudarle a conquistar la perfección. Es decir, que estas asperezas penitenciales y las disciplinas físicas que también se aplicaba no sustituían a la donación de sí mismo. Se esforzaba en ofrendarse, como hacía por ejemplo, con su criterio. Así, aunque no le agradaba la carne, cuando el superior le recomendaba su ingesta por el bien de su salud, se doblegaba humildemente. De todos modos, con una lógica que excede a la ofrecida por textos científicos, en lo que a su bienestar concernía solía poner en duda la preeminencia del valor nutricional de la carne frente al de las hortalizas. No tenía duda de que si Dios quería para él una fortaleza física que estaba lejos de poseer, la ingesta de verduras le habría servido. Se cuenta que, en una ocasión, teniendo en el plato dos sabrosas perdices asadas, Nicolás les ordenó: «Seguid vuestro camino». Y, al parecer, las aves emprendieron instantáneo vuelo.
Al margen de estas anécdotas, tal como se puso de relieve en el proceso de su canonización, fue un hombre obediente y fiel, efectuando lo que se le indicaba con prontitud y alegría; una persona dócil, sensible, entrañable, cercana, disponible, comprensiva, exquisita siempre en su trato que disfrutaba viendo gozar a los demás en el día a día. Era lo que cabía esperar de una persona como él que dedicaba a la oración 15 horas diarias. El resto del tiempo lo repartía en tareas apostólicas, confesión, lectura, meditación, asistencia al refectorio, al rezo del oficio divino…, y algún pequeño momento solaz en el recreo comunitario. ¡La multiplicación del tiempo, como se aprecia frecuentemente en esta sección de ZENIT, es otra gracia que reciben los santos! La continua presencia de Dios en él explica la profunda e incontenible emoción que sentía ante la Eucaristía, hecho que muchas personas pudieron constatar alguna vez, y también los favores extraordinarios que recibió, así como los numerosos milagros que obró. Su apostolado estuvo caracterizado por la dulzura y la amabilidad, rubricado por su admirable caridad. De ella sabían bien cercanos y lejanos, y de forma especial los enfermos y pobres a los que asistía sirviéndose de un bastón cuando ya no tenía fuerzas para deambular por sí mismo, así como los penitentes que se confesaban con él –casi toda la ciudad lo hacía–, y las tantas personas que le acogían con gusto en sus domicilios cuando los visitaba. Ésta era otra de las actividades apostólicas de Nicolás por la que sentía particular debilidad.
En una visión contempló el purgatorio después del fallecimiento de un religioso que hallándose en él, rogó sus oraciones. Sus penitencias y súplicas por él y por otros que purgaban sus penas, fueron escuchadas. De ahí que se le considere abogado de las almas del purgatorio. Su muerte se la anunció una estrella que apareció persistentemente durante varias jornadas, apuntando primeramente a su localidad natal y situándose después en Tolentino, justo encima del convento. Un religioso venerable, al que consultó, descifró su significado: «La estrella es símbolo de tu santidad. En el sitio donde se detiene se abrirá pronto una tumba; es tu tumba, que será bendecida en todo el mundo como manantial de prodigios, gracias y favores celestiales». La estrella le siguió unos días hasta que el 10 de septiembre de 1305, invocando a María por la que tuvo desde niño gran devoción, y contemplando el preciado lignum crucis, falleció. Sus últimas palabras dirigidas a la comunidad habían sido: «Mis amados hermanos; mi conciencia no me reprocha nada; pero no por eso me siento justificado». Eugenio IV lo canonizó el 1 de febrero de 1446.