San Vicente de
Paúl, presbítero y fundador
fecha: 27 de septiembre
fecha en el calendario anterior: 19 de julio
n.: 1581 - †: 1660 - país: Francia
canonización: B: Benedicto XIII 21 ago 1729 - C: Clemente XII 16 jun 1737
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 19 de julio
n.: 1581 - †: 1660 - país: Francia
canonización: B: Benedicto XIII 21 ago 1729 - C: Clemente XII 16 jun 1737
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Memoria de san
Vicente de Paúl, presbítero, que, lleno de espíritu sacerdotal, vivió entregado
en París, en Francia, al servicio de los pobres, viendo el rostro del Señor en
cada persona doliente. Fundó la Congregación de la Misión (Paúles), al modo de
la primitiva Iglesia, para formar santamente al clero y subvenir a los
necesitados, y con la cooperación de santa Luisa de Marillac fundó también la
Congregación de Hijas de la Caridad.
Patronazgos: patrono de todas
las organizaciones y obras de caridad, del clero, de los orfanatos y
hospitales, y de los prisioneros, para pedir por la recuperación de los objetos
perdidos.
refieren a este santo: Santa Juana
Francisca Frémiot de Chantal, Santa Luisa de
Marillac
Oración: Señor, Dios
nuestro, que dotaste de virtudes apostólicas a tu presbítero san Vicente de
Paúl, para que entregara su vida al servicio de los pobres y a la formación del
clero, concédenos, te rogamos, que, impulsados por su mismo espíritu, amemos
cuanto él amó y practiquemos sus enseñanzas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por
los siglos de los siglos.
Aun en
los períodos de mayor decadencia religiosa, cuando los hombres parecen haber
olvidado totalmente el Evangelio, Dios se encarga de que surjan en la
cristiandad ministros fieles, capaces de reavivar la caridad en el corazón de
los hombres. San Vicente de Paul fue uno de esos instrumentos de la
Providencia. Sus padres poseían una pequeña granja en Pouy, aldea vecina a Dax,
en la Gascuña. Allí nació Vicente, el tercero de cuatro hermanos. Ante la
inteligencia y la inclinación al estudio de que Vicente daba muestras, su padre
le confió a los franciscanos recoletos de Dax para que le educasen. Vicente
terminó sus estudios en la Universidad de Toulouse y, en 1600, a los veinte
años de edad, recibió la ordenación sacerdotal. Lo poco que sabemos sobre la
juventud de Vicente no hacía prever la fama de santidad que alcanzaría en el
futuro. Se dice que hizo un viaje a Marsella, qnc estuvo prisionero en Túnez y
que logró escapar en forma muy novelesca. Pero estos sucesos han sido tan
controvertidos y plantean tantos problemas, que lo mejor que podemos hacer es
ignorarlos.
El
propio san Vicente cuenta que, en aquella época, lo único que le preocupaba era
hacer carrera. Logró obtener el puesto de capellán de la reina Margarita de
Valois, al que estaban anexas las rentas de una pequeña abadía, según la
reprobable costumbre de aquel tiempo. Vivía en París con un amigo, cuando
ocurrió un suceso que iba a cambiar su vida. El amigo con quien compartía sus
habitaciones, le acusó de haberle robado cuatrocientas coronas y como todos los
indicios estaban en contra de Vicente, empezó a esparcir entre sus conocidos el
rumor de que su compañero era un ladrón. Vicente se contentó con negar el hecho
diciendo: «Dios sabe la verdad». Seis meses más tarde, cuando Vicente había
soportado la difamación con increíble paciencia, el verdadero ladrón confesó su
fechoría. San Vicente relató más tarde el suceso en una conferencia espiritual
a sus sacerdotes (pero habló en tercera persona), para hacerles comprender que
la paciencia, el silencio y la resignación son la mejor defensa de la inocencia
y el medio más apto para santificarse gracias a la calumnia y la persecución.
Vicente
conoció en París a un virtuoso sacerdote, Pedro de Bérulle, quien sería más
tarde cardenal. Bérulle, que Ie profesaba gran estimación, consiguió que
aceptase el cargo de tutor de los hijos de Felipe de Gondi, conde de Joigny. La
condesa le eligió como confesor y director espiritual. En 1617, cuando la
familia se hallaba en la casa de veraneo en Folleville, Vicente acudió a
confesar a un campesino gravemente enfermo. Como el mismo penitente relató más
tarde a la condesa y a otras personas, todas sus confesiones anteriores habían
sido sacrílegas y debía su salvación a la bondad de san Vicente. La condesa
quedó horrorizada al oír hablar de tales sacrilegios. La señora de Gondi era
una buena mujer que, en vez de encastillarse en la ilusión de orgullo, por la
que tantos amos se desentienden del cuidado de sus criados, comprendía que
estaba ligada a sus servidores por los lazos de la justicia y de la caridad,
que la obligaban a velar por el bien espiritual de su servidumbre. Las buenas
inclinaciones de la condesa ayudaron también a san Vicente a caer en la cuenta
del abandono religioso en que vivían los campesinos de Francia, de suerte que
la condesa le convenció fácilmente para que predicase en la iglesia de
Folleville e instruyese al pueblo sobre la confesión. Tras los primeros
sermones, fue tan grande la multitud de los que acudieron a hacer su confesión
general, que Vicente tuvo que pedir ayuda a los jesuitas de Amiens.
Ese
mismo año de 1617, por consejo del P. Bérulle, Vicente renunció al cargo de
tutor para encargarse de la parroquia de Chatillon-les-Dombes. En el desempeño
de ese puesto consiguió la conversión del conde de Rougemont y otros personajes
que llevaban una vida escandalosa. Pero al poco tiempo retornó a París y empezó
a trabajar con los galeotes de la Conciérgerie. Fue nombrado oficialmente capellán
de los galeotes (de los que estaba encargado el general Felipe de Gondi), y su
primer cuidado consistió en predicar una misión en Burdeos, en 1622. Por
entonces, comenzó a circular la leyenda -cuya veracidad no ha sido probada- de
que Vicente sustituyó una vez a un galeote en una galera. La condesa de Joigny
le ofreció una renta para que fundase una misión permanente para el pueblo, en
la forma en que lo creyese conveniente, pero Vicente no hizo nada por el
momento, ya que su humildad le llevaba a creerse incapaz de semejante empresa.
La condesa, que sólo encontraba la paz en la dirección espiritual del santo, le
arrancó la promesa de que nunca dejaría de dirigirla y de que la asistiría en
la hora de la muerte. Deseosa por otra parte de hacer cuanto estaba en su mano
por el bien espiritual de sus súbditos, consiguió que su esposo la ayudase a
formar una asociación de misioneros que consagrasen su celo a atender a sus
vasallos y, en general, a los campesinos. El conde habló del proyecto a su
hermano, el arzobispo de París, quien puso a su disposición el edificio del
antiguo colegio «Bons Enfants» para alojar a la comunidad. Los misioneros
estaban obligados a renunciar a las dignidades eclesiásticas, a trabajar en las
aldeas y pueblecitos de menor importancia y a vivir de un fondo común. San
Vicente tomó posesión de la casa en abril de 1625. Como lo había prometido, el
santo asistió a la condesa en su última hora, pues Dios la llamó a Sí dos meses
después. En 1633, el superior de los Canónigos Regulares de San Víctor, regaló
a los misioneros el convento de San Lázaro, que se convirtió en la sede
principal de la congregación. Por ello se llama a los padres de la misión, unas
veces lazaristas y otras vicentinos. Se trata de una congregación de sacerdotes
diocesanos que hacen cuatro votos simples de pobreza, castidad, obediencia y
perseverancia. Se ocupan principalmente de las misiones entre los campesinos y
de la dirección de seminarios diocesanos; actualmente tienen colegios y
misiones en todo el mundo. Cuando murió san Vicente, la congregación tenía ya
veinticinco casas, en Francia, el Piamonte, Polonia y aun en Madagascar.
Pero el
celo de «Monsieur Vincent», como empezó a llamársele cariñosamente, no se
satisfizo con esa fundación, sino que trató de remediar las necesidades
corporales y espirituales del pueblo por todos los medios posibles. Con ese
fin, estableció las cofradías de la caridad (la primera de ellas en Chatillon),
cuyos miembros se dedicaban a asistir a los enfermos de las parroquias. Tal fue
el origen de las Hermanas de la Caridad, que san Vicente Fundó con santa Luisa de
Marillac. De las Hermanas de la Caridad se ha dicho que «tienen
por convento el cuarto de los enfermos, por capilla la iglesia parroquial y por
claustro las calles de la ciudad». El santo organizó también la asociación de
las Damas de la Caridad entre las señoras ricas de París, para conseguir fondos
y ayuda para las obras de beneficencia. No contento con eso, fundó varios
hospitales y asilos para huérfanos y ancianos y empezó a construir, en
Marsella, el hospital para galeotes, que no llegó a terminar. Para financiar
todos esos establecimientos encontró generosos bienhechores y dejó fijadas
reglas muy sabias para su administración. Igualmente redactó un plan de retiro
espiritual para los candidatos al sacerdocio, un método de examen de conciencia
para la confesión general y otro para deliberar sobre la vocación, e instituyó
una serie de conferencias sobre las obligaciones clericales, para remediar los
abusos e ignorancia que descubría a su alrededor. Parece casi increíble que un
hombre de humilde origen, sin fortuna y sin las cualidades que el mundo más
aprecia, haya podido realizar solo una tarea tan extraordinaria.
Al
saber san Vicente la miseria que reinaba en Lorena durante la guerra en esa
región, consiguió en París una suma fabulosa de dinero para socorrer a los
habitantes. Además, envió a sus misioneros a predicar entre los pobres y
enfermos de Polonia, Irlanda, Escocia y aun de las Hébridas. Su congregación
rescató en el norte de África a 1200 esclavos cristianos y socorrió a
muchísimos otros. El rey Luis XIII mandó llamar al santo para que le asistiese
en su lecho de muerte, y la regente, Ana de Austria, le consultaba acerca de
los asuntos eclesiásticos y la concesión de beneficios. Sin embargo, san
Vicente no consiguió persuadir a la reina, en el asunto de la Fronda, a que
hiciese renunciar a su ministro Mazarino por el bien del pueblo. Gracias a la
ayuda del santo, las Benedictinas inglesas de Gante pudieron fundar un convento
en Boulogne en 1652. Pero esta colosal actividad no distraía un instante a
Vicente de su unión con Dios. En los fracasos, decepciones y ataques,
conservaba una serenidad extraordinaria y su único deseo era que Dios fuese
glorificado en todas las cosas.
Por
increíble que pueda parecer, san Vicente «era un hombre de carácter belicoso y
colérico», según lo confiesa él mismo; podría creerse que se trata de una
exageración debida a la humildad, pero otros testigos confirman esas palabras.
«Sin la gracia -dice el mismo Vicente-, me habría dejado llevar de mi
temperamento duro, áspero e intratable». Pero la gracia de Dios no le faltó y
supo aprovecharla hasta convertirse en un hombre dulce, afectuoso y
extraordinariamente fiel a los impulsos de la caridad y el amor de Dios. El
santo quería que la humildad fuese la base de su congregación y no se cansaba
de repetirlo. En cierta ocasión, se negó a admitir en su congregación a dos
hombres de gran saber, diciendo: "Vuestras habilidades están por encima de
nuestro nivel y pueden encontrar mejor empleo en otra parte. Nuestra gran
ambición es instruir a los ignorantes, mover a penitencia a los pecadores y
sembrar en el corazón de los cristianos el evangelio de la caridad, la
humildad, la mansedumbre y la sencillez». Según las reglas de san Vicente, los
misioneros no debían hablar nunca acerca de sí mismos, porque tales
conversaciones proceden generalmente de soberbia y fomentan el amor propio. Era
muy grande la preocupación de san Vicente por la rapidez con que se divulgaba
el jansenismo en Francia. «Durante tres meses -confesó el santo- el único
objeto de mis plegarias ha sido la doctrina de la gracia y, cada día, Dios ha
confirmado mi convicción de que Nuestro Señor Jesucristo murió por todos
nosotros y que desea salvar al mundo entero». Él mismo se opuso activamente a
los predicadores de la falsa doctrina y no toleró que permaneciera en su
congregación ningún sacerdote que profesara sus errores.
Hacia
el fin de su vida, la salud del santo estaba totalmente quebrantada. Murió
apaciblemente, sentado en su silla, el 27 de septiembre de 1660, a los ochenta
años de edad. Clemente XI le canonizó en 1737, y León XIII proclamó a ese
humilde campesino patrono de todas las asociaciones de caridad. Entre éstas se
destaca la Sociedad de San Vicente de Paul, que Federico Ozartam fundó en París
en 1883, siguiendo el espíritu del santo. Su cuerpo permanece incorrupto y
descansa en la Iglesia de San Lázaro, en París.
Las
fuentes sobre la vida de san Vicente de Paul son muy numerosas. Han sido
editadas con gran cuidado por el P. Pierre Coste, Saint Vincent de Paul,
correspondance, entrétiens, documents (1920-1925), en catorce volúmenes. La
biografía escrita por el mismo autor, Le grand saint du siécle (3 vols.),
completa dicha obra. La primera biografía de san Vicente fue la que publicó
Mons. Abelly cuatro años después de su muerte. Las biografías modernas son
innumerables; citemos, entre otras, las de Bougaud, de Broglie, y Lavedan. Esta
última, a pesar de su maravilloso estilo, no iguala en veracidad histórica La
vraie vie de S. Vincent de Paul de Redier (1927), ni el S. Vincent de Paul de
P. Renaudin (1929).
De la media-teca de ETF puede descargarse «Monsieur Vincent», excelente película de 1947 basada en la vida del santo.
De la media-teca de ETF puede descargarse «Monsieur Vincent», excelente película de 1947 basada en la vida del santo.
fuente: «Vidas de los
santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta
ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y
servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta
hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
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