lunes, 1 de junio de 2015

Espiritualidad de la Liberación (Capítulo tercero, tercera parte) (Pedro CASALDÁLIGA y José María VIGIL)

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CONTEMPLATIVOS EN LA LIBERACIÓN

Todo lo que es el movimiento cristiano de la Liberación, es decir, teología de la Liberación, Iglesia de los pobres, comunidades de base, participación de los cristianos en los movimientos populares, todo el imaginario social y religioso de la liberación -poesía, música, literatura-, toda la experiencia pastoral popular acumulada durante estos años, la interminable lista de testigos de sangre que ha avalado con su martirio esta «caminata»… todo esto es inexplicable sin la experiencia espiritual que forma el patrimonio-fuente176 que inspira y mueve a esta nube de testigos.
Los anteriores movimientos de espiritualidad experimentaron a Dios sobre todo en el desierto (anacoretas, padres del desierto…), en la oración y el trabajo del monasterio (ora et labora, ora y trabaja), en el estudio y la oración para la predicación (contemplata aliis tradere, pasar a otros lo contemplado), en la acción apostólica (contemplativus in actione, contemplativo en la acción)177…
Nosotros creemos que hoy, en fidelidad creativa a esta tradición viva, nos toca a nosotros en América Latina vivir la contemplación en la acción liberadora (contemplativus in liberatione), descodificando la realidad mezclada de gracia y pecado, de luz y sombra, de justicia y de injusticia, de violencia y paz… descubriendo en ese proceso histórico de la liberación, la presencia del Viento que sopla donde quiere, descubriendo y tratando de construir la Historia de la Salvación en la única historia, descubriendo la Salvación en la Liberación. En el llanto de un niño, o en el clamor violento de un pueblo178, tratamos de «escuchar»179 a Dios, haciéndonos al propio oído de Dios, que escucha el clamor de su pueblo (Ex 3).
La tradición cristiana anterior nos educó bajo un modelo de oración que sólo subía, y no bajaba. Plásticamente lo sugiere el título clásico de «la subida del monte Carmelo». El elevador de la oración nos podía dejar ahí, en las nubes, inactivos. Y eso no vale. Porque Dios no necesita de nuestra oración, ni está en las nubes. Los que necesitamos de la oración somos nosotros y los hermanos, y tampoco andamos por las nubes, sino por el trabajado y conflictivo camino de la construcción del Reino. Nosotros creemos que hay que subir y bajar, y que tanto más subimos por la falda del monte del Reino cuanto más bajamos y nos sumergimos en la kénosis de la encarnación, en la pasión por la realidad y la historia…
Al hablar pues de ser «contemplativos en la liberación» hablamos de la experiencia de Dios típica de los cristianos latinoamericanos. Es el secreto, el corazón, la clave de nuestra espiritualidad. Sin captar esto no es posible entenderla; sería malinterpretada como un reduccionismo cualquiera.
176 «Detrás de toda práctica innovadora en la Iglesia, en la raíz de toda verdadera y nueva teología, late una experiencia religiosa típica que constituye la palabra-fuente: todo lo demás proviene de esa experiencia totalizante; todo lo demás es simplemente el intento de traducirla dentro de los marcos de una realidad históricamente determinada. Sólo a partir de este presupuesto pueden entenderse las grandes síntesis de los teólogos del pasado, tales como san Agustín, san Anselmo, santo Tomás, san Buenaventura, Suárez, o del presente, como Rahner y demás maestros del espíritu. Toda experiencia espiritual significa un encuentro con el rostro nuevo y desafiante de Dios, que emerge de los grandes desafíos de la realidad histórica». L. BOFF, Contemplativus in liberatione, en VARIOS, Espiritualidad de la liberación, CEP, Lima 21982, pág. 119-120.
177 Una pequeña referencia a esta evolución histórica de la contemplación cristiana en relación con la espiritualidad de la liberación ha sido presentada por Leonardo BOFF en Ibid., 119ss. Sobre la influencia mística platónico-oriental en la contemplación cristiana, cfr S. GALILEA, Espiritualidad de la liberación, en Religiosidad popular y pastoral, Cristiandad, Madrid 1980. pág. 148ss. Sobre la polémica católico-protestante de mediados de este siglo en torno a la helenización de la mística cristiana, cfr L. BOUYER, Introducción a la vida espiritual. Manual de teología ascética y mística, Barcelona, Herder 1964, pág. 332-344.
178 Puebla 87-89.
179 La contemplación, que ha sido clásicamente definida como «visión» sin imágenes, intuitiva, puede ser descrita también como «audición o escucha» sin imágenes, intuitiva, radar abierto en contacto directo, panel solar que se ofrece al sol, estar ante…
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La materia o contexto sobre la que hacemos la experiencia de Dios
Ya hemos dicho que la espiritualidad de la liberación se caracteriza típicamente por su «realismo», por su «pasión por la realidad», por su afán machaconamente insistente en «partir de la realidad y volver a ella»180. ¿Será de extrañar que también su experiencia de Dios parta de y vuelva a la realidad? Esa es la primera novedad: la materia, el campo, el lugar a partir del cual nosotros en América Latina hacemos la experiencia de Dios no es «lo puramente espiritual», ni «lo apartado del mundo», ni el mundo intelectual de las abstracciones teológicas, sino «la realidad» más real…
Se trata de la realidad en todas sus dimensiones:
-la realidad histórica, es decir, la historia misma, percibida como ámbito de la libertad, de la responsabilidad humana, de la creatividad del ser humano, para el ejercicio de la tarea que Dios le encomendó;
-la realidad política: la construcción de la sociedad, las tensiones de la convivencia, la correlación de fuerzas, los conflictos entre los intereses de los distintos sectores;
-con especial énfasis, el movimiento popular, los pobres organizados: sus estrategias, sus triunfos y sus derrotas, sus desánimos y sus esperanzas;
-la dimensión geopolítica, los esfuerzos de los pueblos por ser sujetos soberanos y libres, los imperialismos viejos y nuevos, la transnacionalización y la mundialización, la ola de neoliberalismo triunfante y la resistencia de los pobres, el reacomodo del viejo orden internacional en un mundo unipolar y el persistente esfuerzo por un nuevo orden internacional…
-los problemas diarios de nuestra vida181: el deterioro del nivel de vida, la carestía, la lucha por la sobrevivencia, la amenaza de estallido social, la represión, el desempleo, la marginación, los menores abandonados, el narcotráfico, las diarias consecuencias sociales de la Deuda Externa, la sacudida de los «ajustes económicos» que los organismos financieros internacionales nos imponen, los problemas más reales y «materiales» de nuestra vida…
En esta «realidad tan real» es donde hacemos nuestra experiencia de Dios como contemplativos en la liberación182. No negamos el sentido que tiene también para nosotros el «retirarse», la soledad, la «experiencia de desierto»… Pero entre nosotros se trata siempre de un apartamiento sólo metodológico, instrumental, no de contenido: nos retiramos «con la realidad a cuestas», con el corazón grávido de mundo. No nos retiramos del mundo; simplemente nos adentramos en su dimensión de profundidad, que para nosotros es religiosa183.

Las mediaciones para esa experiencia de Dios
La primera mediación para la realización de esta experiencia es, lógicamente, la realidad misma. No se puede experimentar a Dios en la realidad si nos alejamos de ella. Se trata pues de estar presente en la realidad: la apertura a la realidad, la encarnación, la «inserción»… Esta es la mediación que nos proporciona la materia o el contexto sobre el que hacemos esta experiencia.
Otra gran mediación es la fe184. La fe nos da una visión contemplativa de la realidad185. La contemplación de la que hablamos se da a la luz de la fe. Experimentamos a Dios en medio de la
180 Cfr el apartado «Pasión por la realidad».
181 V. CODINA, Aprender a orar desde los pobres, en De la modernidad a la solidaridad, CEP, Lima 1984, pág 221-230.
182 «El compromiso liberador está significando para muchos cristianos una auténtica experiencia espiritual, en el sentido original y bíblico del término: un vivir en el Espíritu que nos hace reconocernos libre y creativamente hijos del Padre y hermanos de los hombres». G. GUTIERREZ, Prassi di liberazione e fede cristiana, en R. GIBELLINI (coord.), La nuova frontiera della teologia in America Latina, Queriniana, Brescia 1975, p. 35.
183 Ya decimos en otro lugar que nuestra espiritualidad no huye de la ciudad, del mundo, del conflicto, de la ambigüedad, de la vida diaria más trivial: cfr el apartado «Santidad política» de E2.
184 P. CASALDALIGA, El vuelo del Quetzal, Maíz Nuestro, Panamá 1988, pág. 128.
185 La fe nos introduce en una «ruptura epistemológica»: vemos la realidad desde otra óptica, con una perspectiva nueva. «Con los ojos de la fe ya no se habla de simples injusticias estructurales, sino de una verdadera situación colectiva de pecado; no decimos únicamente que el diagnóstico social es desolador, sino que denunciamos la situación como contraria al designio histórico de Dios. La liberación no es vista tan sólo como un proceso social global, sino como una forma de concretarse y
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realidad y de la historia, pero en la fe, por la fe. Ella es la luz que desvela presencias y dimensiones que sin ella permanecen ocultas186.
Otra mediación es la Palabra de Dios en la Biblia. Dios escribió dos libros: un primer libro, el de la Vida (la creación, la realidad, la historia…), y para que pudiéramos interpretarlo escribió un segundo libro: la Biblia187. Tomar la Biblia como encerrada en sí misma, cosificada, como la reserva total y autosuficiente de todos los misterios humanos y divinos, es una nueva idolatría, fanatizada. La Biblia es una mediación (peculiar, sumamente valiosa y venerable por demás) que el Señor nos ha dado para ayudarnos a discernir su Palabra viva, que nos sorprende agazapada en cualquier lugar de la historia, porque hoy Dios sigue «revelándose» y sigue pronunciando su Palabra viva. Encerrados en el libro de la Biblia no es posible ser contemplativos en la liberación. «La Biblia y el periódico» son dos columnas capitales sobre las que asentar una vida cristiana liberadoramente contemplativa.
La Biblia -que es narración, historia, vivencia de un pueblo, de Jesús, de las primeras comunidades cristianas- es, por eso mismo, una exposición contemplativa de la presencia de Dios actuando en el mundo. En América Latina ese carácter actuante del Dios de la Biblia se privilegia como nota esencial de la teología y de la espiritualidad de la liberación. Esta es la nueva lectura de la Biblia entre nosotros. Una relectura sumamente legítima, a nuestro entender, porque es la vuelta a la «lección» que la Biblia quiere darnos.
Esa lectura se ha salido de las manos y de los ojos de los especialistas, para hacerse proféticamente «lectura popular». Como políticamente el Pueblo latinoamericano ha conquistado en la Sociedad la voz prohibida, así en la Iglesia las comunidades latinoamericanas se han apropiado de la Biblia. «La Biblia en las manos del Pueblo» es uno de los fenómenos espirituales de más fecundo porvenir para la Iglesia de América Latina. Puede hablarse con razón de la «cultura de las comunidades eclesiales de base como una nueva cultura bíblica»: la Biblia esparcida por el día a día de la vida del Pueblo, en su oración y en sus luchas. Una vivencia y una interpretación, no escritas sistemáticamente, pero múltiplemente expresadas, en celebraciones y cánticos, poesías y dramatizaciones, visitas y fiestas, encuentros y asambleas, mantas y camisetas… «Exactamente como la Palabra de Dios misma antes de recibir su forma escrita de Biblia»188.
Utilizamos también como mediaciones los diferentes recursos de los que podemos echar mano para un mejor conocimiento de la realidad: los análisis sociológicos y económicos, la antropología, los análisis culturales, la psicología, la experiencia acumulada en las prácticas de educación popular, comunicación popular, metodología de reflexión/acción, métodos participativos, métodos de análisis popular de la realidad, etc. Con todo ello procuramos hacer nuestro discernimiento cristiano189 de la realidad.
Junto a todas estas mediaciones (unas más iluminadoras, como la Biblia, otras más analíticas, como los análisis, la teología o las diversas metodologías pastorales), la mediación que completa el cuadro es la práctica asidua de la oración misma (Lc 18, 1). La experiencia de Dios, en efecto, es una experiencia contemplativa190. Por eso, la oración personal, la oración comunitaria, el espíritu de fe
anticiparse la liberación absoluta de Jesucristo»; cfr L. BOFF, Fe en la periferia del mundo, Sal Terrae, Santander 1981, pág. 225.
186 La fe produce aquella transfiguración a la que podía referirse BERDIAEFF: «Cuando mi hermano tiene hambre eso es un problema material para él, pero para mí es también un problema espiritual».
187 Henri de LUBAC, Esegesi medievale, I quattro sensi della Scritta, Ed. Paoline, Roma 1952, pp 220-221.
188 Culturas oprimidas e a evangelização na America Latina, Texto base, 8º Encontro Intereclesial das Cebs, Editora Pallottti, Santa María, RS, Brasil 1991, pág. 90.
189 «El recurso al auxilio de las ciencias sociales no proviene de una mera curiosidad intelectual, sino de una profunda preocupación evangélica»: P. R. HILGERT, Jesús histórico, ponto de partida da cristologia latinoamericana, Vozes, Petrópolis 1987, pág. 39. Cfr también: J. M. CASTILLO, El discernimiento cristiano, Sígueme, Salamanca 21984. J. SOBRINO, El seguimiento de Jesús como discernimiento, «Concilium» 14/3(1978)
190 «La presencia de Dios en nosotros no puede conocerse más que por experiencia; no puede expresarse con sólo palabras»: antífona 3B del oficio de lectura del día de santo Tomás de AQUINO propio de la Orden de Predicadores, pág. 564. Otro tanto afirma san Juan DE LA CRUZ: «ni basta
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que hace plantearse las cosas cuasiespontáneamente desde la perspectiva de la profundidad, un habitual «estado de oración» (1 Tes 5, 16-18; Hch 17, 28), y un cierto nivel alcanzado de contemplación… son también mediaciones para nuestra experiencia de Dios en la realidad.
Nuestra experiencia tiende a conjuntar las mediaciones. Ninguna de ellas vale por sí sola. Hay que «leer los dos libros, el de la Biblia y el de la Vida». Hay que iluminarse con la Palabra de Dios, pero igualmente hay que echar mano de las mediaciones analíticas, hermenéuticas, en una actitud interdisciplinar191. Hay que hundirse en la Biblia, pero también en la realidad. Hay que aplicar «un oído al Evangelio y otro al pueblo», en palabras del argentino obispo mártir Angelelli.

Contemplar… ¿desde dónde?
Lo que contemplamos en cuanto «contemplativos en la liberación» no es igualmente accesible desde cualquier lugar, bajo cualquier ángulo de visión. Análogamente a lo que ocurre en la visión espacial normal, también en las realidades del espíritu hay «perspectiva», es decir, el lugar en el que nos situamos influye en cuanto que sitúa en primer plano unos aspectos determinados, pone a un lado otros, y aleja o incluso oculta algunos. A cada punto de vista corresponde una perspectiva: «no se piensa igual desde una choza que desde un palacio».
Unos puntos de vista son mejores y otros peores. Hay puntos de vista inviables, y hay otros pri-vilegiados. El lugar privilegiado para contemplar la historia y la Historia de la Salvación es el lugar social de los pobres192. El punto de vista de los poderosos niega la Liberación193. Ser contemplativo en la Liberación supone una opción por los pobres.
El mismo Señor Jesús lo dejó claramente establecido: «Te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y se las has mostrado a los pequeñitos» (Lc 10, 21-24). Por contraposición a «sabios y entendidos» Jesús no dice «tontos» sino «pequeñitos». Los «sabios y entendidos» a los que se refiere son pues los que comparten la «sabiduría de los grandes». Frente a esta sabiduría Jesús opta por la otra, la de los pequeñitos, la única que logra entender «estas cosas», lo cual a Jesús le alegra, le hace exultar. Hay pues cosas que los pequeñitos ven, comprenden, contemplan, y a las que los grandes permanecen ciegos. ¿Cuáles son «estas cosas»?
Para Jesús, «estas cosas» no son otras que las que él mismo lleva continuamente entre manos: las preferencias del Padre, las cosas del Reino, lo relativo al anuncio de la Buena Noticia a los pobres, los anhelos de liberación de los pequeñitos, la lucha por una sociedad justa y fraterna, la construcción del Reino de Dios. En realidad es simplemente de sentido común que los poderosos, los bieninstalados, los explotadores, los grandes del sistema, no pueden entender «estas cosas». No quieren siquiera oír hablar de la Buena Noticia para los pobres. No miran las cosas desde la perspectiva de la Liberación. No quieren entrar en la dinámica del Reino: «¡Qué difícil es que un rico entre en el Reino…!» (Lc 18, 24-25).
Para acceder nosotros a la contemplación de «estas cosas» necesitamos ponernos en el lugar adecuado desde el que se dejan contemplar, en el lugar social y con la perspectiva apropiada: la de «los pequeñitos», la de los pobres.
ciencia humana para lo saber entender, ni experiencia para lo saber decir; porque sólo el que por ello pasa lo sabrá sentir, mas no decir»; Subida al monte Carmelo, prólogo, § 1.
191 El Concilio Vaticano II alentó ya esta interdisciplinariedad: GS 62, 44; PO 19; OT 15, 20…
192 «El lugar teológico fundamental es el punto de vista de los pueblos oprimidos en lucha por la liberación. Tanto, porque siendo el lugar donde más profundamente se manifiesta el sentido de la historia humana es de prever que allí se manifieste más profundamente la presencia divina, como porque la elección de ese lugar parece ser la traducción geopolítica más coherente con la opción evangélica por los marginados». Cfr G. GIRARDI, La conquista, ¿con qué derecho?, DEI-CAV, San José/Managua 1988, pág. 14.
193 «Las metrópolis están impedidas de tener esperanza: están amenazadas por los “stablishments”, que temen todo futuro que los niegue. Para pensar, en las metrópolis, es necesario, primero, “hacerse” hombres del Tercer Mundo». Cfr P. FREIRE, Tercer Mundo y teología, en «Perspectivas de Diálogo», 50(1970)305.
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Contemplativos «en la liberación»
Ello significa varias cosas.
Significa en primer lugar que contemplamos la realidad desde la perspectiva de la Liberación Mayor que descubre la fe, la perspectiva del Reino194. La realidad sobre la que hacemos nuestra experiencia espiritual, mirada a la luz de la fe y desde la opción por los pobres (desde los «pequeñitos»), la miramos a la luz del gran proceso de la Liberación, el proceso mismo del Reino que enmarca los particulares procesos históricos de nuestros pueblos y de cada una de nuestras personas.
Significa que nuestra contemplación se da en medio de un proceso de liberación195: con sus agitaciones, sus condicionamientos, sus riesgos, limitaciones y posibilidades. No se da de hecho fuera del mundo, en las nubes, en un Olimpo celestial, en la pura intimidad, en la abstracción, en la neutralidad política, en la contemplación puramente intelectual…
Significa que dentro de la realidad global nosotros enfocamos especialmente la realidad de la Liberación196, es decir, los procesos liberadores de nuestros pueblos, sus luchas por construir el Mundo Nuevo, liberado.
Y significa también que contemplamos la realidad de liberación no desde fuera, sino desde dentro, «en la liberación», en la liberación misma, involucrados en ella, participando en sus luchas, asumiendo sus Causas. Contemplamos en la liberación, realizándola también, «liberando»197 y liberándonos.
Contemplamos liberando. Y contemplando también aportamos a la Liberación.
«Contemplativos»: qué vemos, qué contemplamos
Antiguamente se decía que el «objeto» de la contemplación eran las «cosas divinas»198, la misma «gloria eterna futura» ya presente anticipadamente en el alma por la Gracia199. Estas «cosas divinas», tal como las describen las diferentes escuelas clásicas de ascética y mística, están de hecho muy alejadas de la realidad de este mundo200. Más aún, con frecuencia se observa en esas escuelas una especie de competencia o rivalidad entre la atención dedicada a las «cosas divinas» y la dedicada a las «cosas del mundo»201.
194 Sería este el objeto formal o pertinencia.
195 Este sería «lugar en el que» contemplamos, un locus ubi ambiental o pasivo.
196 Se trataría del objeto material específico de nuestra contemplación.
197 Este sería un «lugar en el que» contemplamos, o locus ubi activo.
198 Según Tomás de AQUINO, la contemplación es «una visión simple e intuitiva de Dios y de las cosas divinas, que procede del amor y lleva al amor» (Cfr Sum. Theol., 2-2, q. 180, a.1 y 6; cfr. A. TANQUEREY, Compendio de teología ascética y mística, Desclée, París 1930, pág. 885. San FRANCISCO DE SALES da una definición semejante: «una amorosa, simple y permanente atención de la mente a las cosas divinas»; cfr Tratado del Amor de Dios, l. VI, c. 3.
199 J. ARINTERO, La evolución mística, BAC, Madrid 1952, pág. 112-131.
200 «Tengo para mí que cuando su Majestad hace esta merced, es a personas que van dando de mano a las cosas de este mundo», dice Sta. Teresa DE JESUS, Castillo interior, moradas cuartas, cap. II y III. El PSEUDO-DIONISIO, que tanto influyó en la mística cristiana, lo dice de otra manera: «Separada del mundo del sentido y del mundo del entendimiento, entra el alma en la misteriosa oscuridad de una santa ignorancia, y, abandonando todo saber de ciencia, piérdese en aquel a quien nadie puede ver ni asir; unida con lo desconocido por la parte más noble de sí misma, y porque renuncia a la ciencia…»; cfr Théologie Mystique, c. I, § 3. Luis BLOSIO lo expresa también plásticamente: «El alma, muerta a sí misma, vive en Dios, sin conocer ni sentir cosa alguna fuera del amor que la embriaga. Piérdese en la inmensidad de la soledad y de las tinieblas divinas… El alma se desnuda de todo lo humano… uniéndose con él sin cosa intermedia… Los así arrebatados y abismados en Dios llegan a diversas alturas…», cfr L'Institution spirituelle, c. XII, § 2, pág. 89-90.
201 «No creas que te basta pensar en mí cada día una sola hora. Quien desea oír interiormente mis dulces palabras, y comprender los secretos y misterios de mi sabiduría, debe estar siempre conmigo, siempre pensando en mí… ¿No es vergonzoso tener en sí el Reino de Dios, y salir de él para pensar en las criaturas?» Cfr Beato SUSON, La eterna Sabiduría, 15. La misma Sta.Teresa DE JESUS afirma: «Tengo por imposible, si trajésemos cuidado de acordarnos de que tenemos tal huésped dentro de nosotros, que nos diésemos tanto a las cosas del mundo; porque veríamos cuán bajas son para las que dentro poseemos…». Cfr Camino de perfección, c. 28.
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Sin negar lo que haya de intuición correcta en lo que los grandes místicos y teólogos querían decir con esas expresiones, nosotros, aquí y ahora, en esta «hora» histórica tan peculiar de nuestro Continente -y en cualquier hora y lugar, si se quiere superar el dualismo y la desencarnación-, con toda la carga de experiencias que hemos acumulado, realizamos nuestra experiencia de Dios desde unos planteamientos y unas categorías diversos.
Para nosotros, las «cosas divinas» objeto de la contemplación mística no pueden ser otras que «estas cosas» que el Padre ha revelado a «los pequeñitos» (Lc 10, 21-24). Son «las cosas del Reino»202: su avance, sus obstáculos, su anuncio, su construcción, la comunicación de la Buena Noticia que libera a los pobres, la acción del Espíritu que excita los anhelos de libertad y subleva a los pobres203 hacia su dignidad de hijos y de hermanos, la deseada llegada del Reino…
Son ciertamente «cosas divinas», pero no por referencia a un Dios cualquiera204, sino en referencia al Dios-del-Reino, al Dios que tiene un proyecto sobre la Historia y nos ha llamado a contemplarlo realizándolo. Es decir, son las «cosas divinas» del Dios de Jesús.
Con los mártires, los testigos, los militantes de todo el Continente comprometidos radicalmente hasta la muerte por «estas cosas», por la Causa del Reino, nosotros testimoniamos nuestra experiencia de Dios cuando decimos que sentimos estar colaborando con el Señor…
…en la creación inacabada, tratando de continuarla y perfeccionarla205;
…en la cosmogénesis, biogénesis, noogénesis, cristogénesis206;
…en la construcción del proyecto histórico de Dios sobre el mundo, la utopía de su Reino207;
…en tareas liberadoras de la opresión, plenamente humanizantes, redentoras de la humanidad, constructoras del Mundo Nuevo, que completan lo que falta a la pasión de Cristo (Col 1, 24),
…en la prosecución de la Causa de Jesús208;
…en el cambio social209;
…en el discernimiento de los signos de los tiempos para encontrar las huellas del Reino que crece entre nosotros;
Con un lenguaje más teológico diríamos que el hecho de ser «contemplativos en la liberación» nos hace
experimentar a Dios en la realidad,
contemplar los avances de su Reino en nuestra historia,
«sentir» la trascendencia en la inmanencia,
descubrir la Historia de la Salvación en la Historia única,
202 En otro lugar decimos que «el Reino» es la gran categoría capaz de reconvertir todas las realidades tenidas habitualmente por cristianas a su genuino ser cristiano. Cfr «Reinocentrismo».
203 C. y L. BOFF, Cómo hacer teología de la liberación, Paulinas, Madrid 1985, pág. 72-73.
204 Un Dios, por ejemplo, que no haga referencia esencial a la realidad ni a la historia, o que pueda ser invocado sin necesidad de compromiso.
205 Lo que expresaron las teologías y/o espiritualidades del trabajo, del progreso, del desarrollo…
206 Teilhard de Chardin no fue solamente un genio espiritual, sino el portavoz de una espiritualidad latente de muchos cristianos que en él se sintieron expresados. La espiritualidad de la liberación considera vigentes numerosos elementos de aquella experiencia espiritual, aunque no utilice explícitamente sus mismos términos y necesite ampliar a nuevas dimensiones sus planteamientos.
207 La relectura «reinocéntrica» del cristianismo a la que ya nos hemos referido (cfr «Reinocentrismo») ha sido sin duda la que más ha contribuido a que muchos militantes cristianos hayan vivido una profundísima experiencia de Dios en medio de sus luchas históricas y sus compromisos políticos.
208 Decir que ser cristiano hoy en América Latina implica «seguir a Jesús, proseguir su obra, perseguir su Causa, para conseguir su mismo objetivo»… no es sólo una feliz expresión de L. BOFF (Fe en la periferia del mundo, Sal Terrae, Santander 1981, pág. 44), sino una lograda traducción de la experiencia espiritual de tantos latinoamericanos comprometidos ardientemente en las luchas liberadoras, en la vivencia ubicada del Evangelio, en la renovación de la pastoral y de toda la vida de la Iglesia, desde el seguimiento de Jesús.
209 Esta experiencia espiritual la expresó autorizadamente Medellín: «Así como otrora Israel, el primer Pueblo, experimentaba la presencia salvífica de Dios cuando lo liberaba de Egipto, cuando lo hacía pasar el mar y lo conducía hacia la tierra de la promesa, así también nosotros, nuevo Pueblo de Dios, no podemos dejar de sentir su paso que salva, cuando se da el verdadero desarrollo, que es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas» (Intr. 6).
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discernir la Salvación escatológica construyéndose en la Historia210,
captar la «geopolítica de Dios»211 tras la evolución de las coyunturas históricas…
Esta contemplación carga nuestra vida con un profundo sentido de responsabilidad, en cuanto que nos hace saber que está entretejida de responsabilidades divinas212. Configuramos atómica pero realmente el mundo futuro213. Sabemos que en nuestras luchas históricas, al hacer que el Reino avance, estamos gestando ya el Nuevo Mundo, estamos configurando concretamente el futuro absoluto que esperamos, el cielo214…
Por eso, podemos amar este mundo215, esta tierra, esta historia, porque no es para nosotros un simple escenario de cartón destinado al fuego una vez que en él concluya la representación del «gran teatro del mundo», ni es un material vano sobre el que realizar una prueba o un examen que una vez aprobado será premiado con una salvación que nada tendría que ver con nuestra realidad actual (heterosalvación). Podemos amar esta tierra y esta trabajosa historia humana porque es el Cuerpo de Aquel que es y que era, que vino y que viene, al que seguimos esperando bajo los velos de la carne. Y porque en ella y en su inmanencia crece el Reino transcendente que llevamos entre manos.
Para nosotros no es indiferente el curso de la historia. Porque aunque en la fe sintamos como cierto el triunfo final, lo sabemos sometido históricamente al combate de sus enemigos, y estamos entregando la vida en la tarea de acelerarlo.
Amamos esta tierra y esta historia porque es para nosotros la única mediación posible de en-cuentro con el Señor y su Reino. El deseo de Dios y de su Reino no nos hacen apartarnos de este mundo, ni de los avatares históricos. Porque no tenemos otra forma de construir eternidad que en la historia. «La tierra es el único camino para ir al cielo»216. Nadie nos puede acusar de ser desertores217, de evadirnos, de no comprometernos, de no amar locamente el triunfo de la Causa de la Persona Humana, la Causa de los pobres, que es la Causa de Jesús, que es la misma Causa de Dios.
Por eso sabemos que esto que estamos viviendo, nuestras luchas por el amor y por la paz, por la libertad y la justicia, por construir un mundo mejor y sin opresión, es decir, «los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad, en una palabra, todos los frutos excelentes tanto de la naturaleza como de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el Reino eterno y universal, Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz. El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra. Cuando venga el Señor se consumará su perfección»218. Sabemos que esto que contemplamos en la Liberación bajo el signo de la fugacidad y la debilidad, lo volveremos a encontrar. «Que toda la ruta es puerto y el tiempo es eternidad…»
«La consumación que esperamos ya comenzó en Cristo, es impulsada por el Espíritu Santo y por él continúa… La plenitud de los tiempos ha llegado a nosotros (1 Cor 10,11) y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y se anticipa ya en este mundo… Pero mientras no terminen de llegar los nuevos cielos y la nueva tierra donde mora la justicia (2 Pe 3, 13), y aunque poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior (Rom 8, 23) y ansiamos estar con Cristo (Fil 1, 23), en medio de este mundo que gime con dolores de parto en la esperanza de ser liberado del destino de muerte que pesa sobre él y aguardando la manifestación de la libertad y la gloria de los hijos de Dios (Rom 8, 19-22)»219.
210 C. y L. BOFF, Libertad y liberación, Sígueme, Salamanca 1982, pág. 84ss. Cfr también C. BOFF, Teología de lo político, Sígueme, Salamanca 1980, pág. 182-210.
211 P. CASALDALIGA, El vuelo…, pág. 19-20.
212 TEILHARD DE CHARDIN, El medio divino, Alianza Editorial, Madrid 1989, 44.
213 Ibídem.
214 L. BOFF, La vida más allá de la muerte, CLAR, Bogotá 31983, pág. 67; ID, Hablemos de la otra vida, Sal Terrae, Santander 1978, pág. 78.
215 LG 37: «el cristiano puede y debe amar las cosas creadas por Dios, y puede usarlas y gozar de ellas». Sobre el tema del desprecio del mundo y su tradición histórica en la ascética y mística clásicas, cfr BULTOT, Doctrine du mépris du monde, en Occident, de S. Ambroise à Inocent III, Louvain, Nauvelaerts.
216 Según el dicho del famoso misionólogo P. Charles.
217 TEILHARD DE CHARDIN, Ibíd., 43.
218 GS 39.
219 LG 48.
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Nos sentimos presentes (¡y muy presentes!) en la inmanencia y en la trascendencia, simultáneamente, y sin conflicto, aunque sí con una gran tensión en el corazón. Tenemos sentimientos encontrados en nuestro interior. Si por una parte amamos tan apasionadamente esta tierra y su historia, por otra nos sentimos peregrinos y forasteros (Heb 11, 13), ciudadanos del cielo (Fil 2, 30) y a la vez desterrados lejos del Señor (2 Cor 5, 6); llevamos en nosotros la imagen de este siglo que pasa (1 Cor 7, 31) y a la vez miramos las cosas sub especie aeternitatis; por la Patria Grande caminamos hacia la Patria Mayor (Heb 11, 14-16), corresucitados (Col 3, 1), sabiendo que todavía no se ha manifestado lo que seremos (1 Jn 3, 2; 2 Cor 5, 6).
Cuanto más encarnadamente históricos, más ansiosamente escatológicos nos sentimos220. Cuanto más buscamos la trascendencia, más la encontramos en la inmanencia. Porque el Reino de Dios no es otro mundo, sino este mismo, aunque «totalmente otro»221…Por eso seguimos gritando el grito más verdadero que se ha proclamado en este mundo: ¡Que venga tu Reino! (Lc 11, 2; Mt 6, 10). ¡Que pase este mundo y que venga tu Reino! ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 22, 20).
No contemplamos parajes celestiales222, sino que tratamos de escuchar el grito de Dios en el grito de la realidad. Tratamos de contemplarlo en la zarza ardiendo del proceso de Liberación, en el que escuchamos la Palabra que nos envía como a Moisés para liberar a nuestro pueblo. Tratamos de escucharlo obedientemente, con «ob-audientia». La contemplación de la liberación es siempre un llamado a un renovado compromiso con la realidad.

APÉNDICE: EL ANÁLISIS DE LA REALIDAD COMO FORMA DE CONTEMPLACIÓN

La pasión por la realidad, por partir siempre de ella y analizarla lo más a fondo posible, responde a una voluntad firme de conocer la verdad y ser fieles a ella. Es un esfuerzo por ser realistas, honrados, veraces. Por aceptar la luz que Dios nos dio y colaborar con El responsablemente tratando de hacer más luz, de ser hijos del día, nacidos de la luz (1 Tes 5, 5). Tener miedo al análisis o renunciar a él significaría tener interés en ocultar malas obras o amar más las tinieblas que la luz (Jn 3, 19).
No conocer bien la realidad que vivimos o no emplear buen método para conocerla nos dificultaría conocer la voluntad real de Dios sobre nosotros223. «Un error acerca del mundo redunda en error acerca de Dios»224.
Mediante los instrumentos de análisis descubrimos los dinamismos internos de pecado y de muerte presentes en las situaciones que vivimos. Nos hacemos cargo de la realidad, del pecado personal y del pecado social. Nos capacitamos para mejor descubrir los caminos que llevan a su superación, pasando por la conversión y el compromiso transformador. El análisis nos ayuda a descubrir dimensiones de nuestra liberación y de la Salvación, la presencia de la Gracia. Descodificamos las claves de su presencia en nuestra historia.
El análisis nos ayuda también a analizarnos a nosotros mismos, como personas, como comunidad, como Iglesia… Descubrimos que una cosa son nuestras intenciones y otra -a veces muy otra- la lógica de los efectos sociales de nuestras actuaciones225. Estos análisis resultan a veces especialmente dolorosos para nosotros mismos los cristianos, cuando analizando nuestro pasado o
220 La polémica entre escatologismo y encarnacionismo de los años treinta para la espiritualidad de la liberación está resuelta decididamente en la conjugación plena de las dos tendencias. En cuanto a la visión actual de la articulación entre la Salvación y la Liberación, desde un punto de vista de la espiritualidad, cfr C. y L. BOFF, Libertad y liberación, Sígueme, Salamanca 1982, pág. 84-98.
221 L. BOFF, Jesucristo el liberador, Sal Terrae, Santander 1980, pág.67.
222 «Es una tentación muy fuerte para el cristiano sentarse enternecido delante de hermosos paisajes teológicos, mientras la caravana de los hombres prosigue su marcha con los pies sobre las brasas», E. MOUNIER, «Selecciones de Teología» 50(1974)177.
223 El análisis de la realidad no es una cuestión ajena a la teología, ni simplemente preteológica, sino realmente teológica. Hemos desarrollado esta cuestión en J. M. VIGIL, (coord.), El Kairós en Centroamérica, Nicarao, Managua 1990, pp. 137-142.
224 Tomás de AQUINO, Suma contra Gentiles, II, 3.
225 Como un ejemplo, cfr P. RIBEIRO DE OLIVEIRA, O lugar social do missionário, en VARIOS, Inculturação e libertação, CNBB/CIMI, Paulinas, São Paulo 1986, p. 18.
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incluso nuestro presente nos descubrimos realizando más o menos inconscientemente papeles sociales enteramente contrarios al evangelio que queremos predicar: por ejemplo cuando los cristianos hemos legitimado la conquista y el genocidio, hemos justificado dictaduras, hemos bendecido sistemas de opresión, nos hemos alineado con las metrópolis contra las colonias, acallamos el grito de protesta de los pobres contra sus explotadores, nos dejamos pagar por los latifundistas y hacendados benefactores, explotamos a los pobres desde la religión, o hacemos de hecho en nombre de Jesús las cosas a las que más enérgicamente se opuso El en su vida226…
El «análisis social», con este nombre, es una realidad moderna. Pero su realidad profunda es muy antigua. También Jesús hacía un análisis psicológico y social muy profundo de su propia sociedad y de los deferentes grupos que la componían, aunque, lógicamente, no pensaba con las categorías socioanalíticas modernas227.
El Concilio Vaticano II exhortó claramente a caminar en este espíritu, al decir que «es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del evangelio» (GS 4), vivir a fondo los gozos y las esperanzas de los hombres de hoy, especialmente de los más pobres (GS 1), «auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo» (GS 44), «discernir en los acontecimientos los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios» (GS 11), «reconocer y emplear suficientemente en el trabajo pastoral no sólo los principios teológicos, sino también los descubrimientos de las ciencias profanas, sobre todo en psicología y en sociología, llevando así a los fieles a una más pura y madura vida de fe» (GS 62)…
En nuestra espiritualidad, la actitud de análisis social no es una actitud fríamente intelectual o sociologista. Es todo un espíritu lo que late debajo de esta actitud. Es el espíritu del amor y de la compasión por los hermanos oprimidos el que nos lleva a procurar liberarnos más profundamente. Es el cumplimiento del Evangelio que nos exige el análisis de los signos de los tiempos (Mt 16, 1-4; Lc 12, 54-56). Es la pasión por la Verdad228 que nos hará libres (Jn 8, 32). Con el análisis tratamos de «encarnarnos en la realidad», de «amar eficazmente», de ser «inteligentemente compasivos», de «leer en la interioridad»229 de la realidad opaca de la injusticia, para poder combatirla más y mejor. La verdadera compasión pide inteligencia y eficacia. La teología, el análisis social y la misma sociología, puestas al servicio de la liberación y del anuncio del Reino230, y dentro de su espíritu, se convierten en «intellectus amoris»231.
Visto desde la fe cristiana, el análisis de la realidad es, también, en todo caso, un don de Dios que ilumina los ojos del corazón para captar el caudal divino que se juega en el río del proceso de la realidad. Por eso pedimos con el Apóstol: «que El les ilumine la mirada interior, para que vean lo que esperamos a raíz del llamado de Dios, y entiendan la herencia grande y gloriosa que Dios reserva a sus santos, y comprendan con qué extraordinaria fuerza actúa en favor de los que hemos creído» (Ef 1, 18). Porque la Realidad y su Historia son para nosotros algo más que ellas mismas.
«Con la nazarena María, también nosotros proclamamos la grandeza del Señor, porque mira la humillación de sus pobres, asume la defensa de los oprimidos, derriba del trono a los poderosos y lucha con nosotros para librarnos de la mano de nuestros enemigos. Algo de la utopía del reino se realiza históricamente cuando avanza el proyecto de paz de los pobres, cuando son removidos los obstáculos que les impiden vivir dignamente. Algo de divino tiene el luchar por los derechos de los
226 A. NOLAN, ¿Quién es este hombre?, Sal Terrae, Santander 1981, pág. 13.
227 Cfr SOBRINO, J., Opción por los pobres y seguimiento de Jesús, en J. M. VIGIL, (coord.), Sobre la opción por los pobres, Nicarao, Managua1991.
228 «Se trata de estar en la verdad de América Latina. Vivir la realidad crucificada de América Latina, aceptarla como es y no sofocarla con nada es el primer paso para cualquier conocimiento teológico. La opción de estar en lo real, desde la flagrante situación de miseria en América Latina, es exigida para que pueda haber conocimiento real en el quehacer teológico»: SOBRINO, Jesús en América Latina, Sal Terrae, Santander 1982, 106-107)
229 Es lo que significa entender, «inteligir», intus-legere.
230 «El celo apostólico nos hace escrutar atentamente los signos de los tiempos para adaptar los medios y métodos del sagrado apostolado a las crecientes necesidades de nuestros días y a las cambiantes condiciones de la sociedad». Pablo VI, Concilio Vaticano II, BAC, Madrid 1970, pág.1035.
231 I. SOBRINO, Como fazer teología. Proposta metodológica a partir da realidade salvadorenha e latino-americana, «Perspectiva» 55(dec 1989)285-303.
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pobres, que son derechos de Dios. Sentimos proclamada la grandeza y la gloria de Dios cuando los pobres tienen acceso a la vida en abundancia y a la paz, cuando luchan como pueblo por construir el Reino en la historia…
«La fe nos dice que la historia del Dios encarnado camina en la historia de los hombres, que la historia de la salvación es la historia de nuestra Liberación total. Por eso, aunque hay que distinguir cuidadosamente entre progreso temporal y crecimiento del Reino de Dios, sin embargo, tanto el progreso temporal como el progreso de los procesos de liberación interesan grandemente al Reino de Dios. Igual que Israel cuando fue liberado de la opresión de Egipto, así nosotros no podemos dejar de experimentar el paso salvador del Señor cuando pasamos a condiciones de vida más humanas, cuando la Paz y la Vida se acercan a nuestro encuentro, cuando damos un paso -por pequeño que sea- hacia la Liberación total.
«No identificamos la liberación histórica con la salvación escatológica, pero tampoco las separamos indebidamente. Ni las separamos ni las confundimos. Hay una presencia de Reino -misteriosa, objeto de fe- en el avance del proceso de Liberación del Pueblo, aunque este proceso tenga su autonomía y su metodología propias. Todo el derroche de esperanza y de generosidad de nuestros Pueblos no es algo que pueda perderse en el abismo de la muerte, sino que está escrito con letras de sangre en el Libro de la Vida y pertenece al Reino definitivo que misteriosamente crece ya y triunfa día a día en nuestra historia camino de su plenitud final.»
«Documento Kairós Centroamericano» (Pascua de 1988), nºs 48, 62 y 63.
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VIDA DE ORACIÓN

Oración, realidad antropológica
La persona humana es un misterio lleno de profundidad. Y en el hondón de ese misterio habita el espíritu. De allí arrancan sus motivaciones más íntimas, su opción fundamental, su talante radical, su mística… Ese hondón personal, por su propia naturaleza, pide hacer referencia a un punto absoluto. La persona, sobre ese absoluto232, articula la composición de su conciencia y construye su propia representación del mundo, en la que ella discierne y jerarquiza las distintas opciones y valores. De una manera u otra, según su propia psicología, educación, condicionamientos y potencialidades religiosos y culturales, toda persona siente un llamado a volverse a su interior para tomar conciencia de sus propios cimientos personales, para palpar una y otra vez la roca sobre la que se asienta su vida, para saborear las certezas profundas que alimentan su caminar.
Por otra parte, ese absoluto no se presenta como una mera realidad interior o una construcción subjetiva, sino como algo que brota de la realidad, de la cual es fundamento y principio de existencia. Por eso la persona se siente llamada no sólo a reencontrarse consigo misma en presencia del absoluto en su interior, sino también a encontrarse con él y rastrear sus huellas en la realidad histórica, en la vida diaria.
Toda persona necesita encontrarse con el absoluto dentro y fuera de sí misma. Son dos llamados que toda persona siente, de una manera u otra, a su modo, de parte del Absoluto. El en-cuentro que se produce, la referencia explícita y consciente a él, en los niveles profundos de la persona, es siempre una forma de «oración» o «contemplación» en el sentido amplio de la palabra. Orar, en este sentido, es algo humano, muy humano, profundamente humano, que responde a una necesidad antropológica fundamental.
En este sentido amplio, más allá de la determinación religiosa explícita de las religiones convencionales, oración sería -y aquí queremos dar una primera definición- la vuelta de la persona hacia su hondón personal, hacia sus raíces personales, hacia la roca de sus certezas profundas, hacia su opción fundamental, hacia su propio absoluto, aunque éste no sea reconocido como un Dios personal tal como el de las religiones convencionales.
Esta «oración», de hecho mucho más contemplativa que discursiva, se da en todas las personas, con mayor o menor frecuencia, en los momentos más importantes y profundos de la vida. Pero también se da, consciente o inconscientemente, en numerosas formas diarias de reflexión, de soledad, de reencuentro personal. Son muchas las personas que oran habitualmente a Dios, aun sin ser conscientes de ello, o sin terminar de creer en él, sin acabar de entregársele explícitamente, impedidos muchas veces por el testimonio negativo que otros -cristianos, o religiosos en general- les dieron… Muchos hermanos se sienten ante al Misterio sin saber si están ante algo, ante Alguien, ante sí mismos o simplemente ante el vacío…
Esta vuelta hacia la profundidad es un fenómeno que se da en todas las religiones, y es también una interrogación para el ateísmo o agnosticismo moderno. La proliferación moderna de diferentes formas modernas de oración, de «meditación trascendental», «zen»… responden a esta misma necesidad humana permanente233.
232 Ya sea que se le llame «dios» o no, ya se le considere realidad explícitamente religiosa o no, para nosotros lo es, en el sentido antropológico-existencial de la palabra. Cfr para todo esto el capítulo primero.
233 «La presentación conceptual de las verdades religiosas muchas veces ya no satisface ni a los cristianos más sinceros. De ahí que muchos ya no busquen salia en el estudio de la teología sino en la experiencia de la fe, buscándola por distintos caminos. Se trata de un fenómeno típico de nuestro tiempo, que no debería enjuiciarse como paso atrás, porque en el fondo es un adelanto… Al reducir nuestro mundo al ámbito de lo mentalmente perceptible, probablemente no estemos percibiendo sino una tercera parte de la realidad». ENOMIYA-LASSALLE, H.-M., ¿A dónde va el hombre?, Santander 1982, p. 75
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La oración cristiana
Cuando el hondón de la persona se vive con fe explícita en un Dios personal, esta oración se convierte en una relación mutuamente personal y explícitamente religiosa, lo cual es ya un sentido explícitamente religioso de oración.
Más concretamente, la oración cristiana hace relación no a un Dios genérico o abstracto, sino a un Dios muy concreto: el de Jesús, el Dios cristiano, que es Dios del Reino. De ahí brotan una serie de exigencias específicas de la oración cristiana sin las cuales podría ser una oración muy valiosa, pero no cristiana, ciertamente. Jesús nos dijo: «no oren ustedes como los paganos» (Mt 6, 7). No podemos orar -por ejemplo- por simple miedo o por interés.
Para nosotros no es importante sólo la oración en sí misma, sino que nuestra oración sea cris-tiana. Y la oración sólo es cristiana cuando se refiere al Dios cristiano, a su proyecto (el Reino), y cuando, por tanto, incluye a sus hijos e hijas (los hermanos y hermanas). No basta dirigirse a un dios cualquiera, quizá a un ídolo, ni a un Dios-en-sí que nos aísla de la realidad y nos enemista con el mundo. No es cristiana una oración que no ensambla lo horizontal con lo vertical en una armoniosa cruz de encarnación. Ni es cristiana la oración que no esté grávida de Historia, que no nos lleve a los hermanos. Nuestra oración, en una palabra, ha de ser «oración por el Reino»234.
Por ser cristiana nuestra oración es connaturalmente bíblica. Lo ha sido siempre en la vida de la Iglesia dentro de las más diferentes teologías y escuelas de espiritualidad. Pero es más bíblica en la espiritualidad de la liberación; porque lo es más popularmente, porque la Biblia penetra toda la oración de las comunidades. En torno a la Biblia se hace, cada vez más, esta oración. Las comunidades rezan con los salmos; cantan la Biblia; la manejan con destreza, recurriendo a sus figuras, hechos, palabras más tocantes; hacen de los cursillos bíblicos un hábito, tanto para su formación pastoral como para su vivencia espiritual.
Son particularmente significativas para nosotros, con las lecciones de la tradición cristiana universal, la gran herencia religiosa de los Pueblos y culturas de Abya Yala. Debemos incorporar -siempre con el oportuno sentido crítico- la experiencia y la sabiduría que las distintas religiones235 han acumulado en cuanto a métodos y formas de oración, pues la oración cristiana no es una oración-nirvana, o una pura meditación trascendental impersonal, o unos ejercicios psicosomáticos de relajación interior236.
A partir de estos fundamentos (entre otros) tenemos que decir que no es posible pensar en un cristiano no orante. Vivir en plenitud como persona (desde el hondón personal, lleno de espíritu) es vivir en relación viva con el Absoluto. Vivir la fe cristiana es en gran parte también orar. La oración cristiana es la forma cristiana de vivir una dimensión esencial al ser humano. Para nosotros es importante pues orar, y es importante para nosotros que nuestra oración sea cristiana. Lo primero por el mero hecho de que somos personas humanas. Lo segundo porque somos cristianos.
Debemos vivir la oración, testimoniar la oración… y también enseñar a orar. Los discípulos le pidieron a Jesús: «enséñanos a orar». Los agentes de pastoral deben enseñar a orar. La «pastoral de la oración»237 habrá de ser, necesariamente, una preocupación constante de todas las pastorales.

Espiritualidad y oración
La espiritualidad es más que la oración. La oración es una dimensión de la espiritualidad. Hay mucha gente que hace mucha oración y no tiene nada de espiritualidad cristiana: sólo tiene oración,
234 La oración que nos enseñó Jesús, cuya petición central es, precisamente «¡venga tu Reino!», es el modelo. En todo caso, como hemos dicho en «Reinocentrismo» (E2), la oración es también una de esas realidades de la vida cristiana que la espiritualidad de la liberación reformula transformándolas «por el Reino».
235 UR 3 §2; LG 8, 16; GS 22; AG 9, 11; NAe 2 §2.
236 Sobre la peculiaridad de la oración cristiana frente a otros modelos de oración, cfr. la «Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana», del cardenal RATZINGER, del 15 de octubre de 1989.
237 P. CASALDALIGA,. El vuelo del Quetzal, Maíz Nuestro, Panamá 1988, pág. 55.
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una oración «de secano», dicotómica, separada de la vida, segregada, aislada de la historia, que acaba siendo fanatismo, mecanismo orante… u oración a otro dios. La espiritualidad es más que la oración238.
Pero la espiritualidad depende en gran medida de la oración: de si hacemos oración o no, de a qué Dios hacemos oración y por qué… Un test fiable para conocer nuestra espiritualidad (o la de cualquier persona, comunidad, equipo, movimiento) consiste en examinar la oración. Nuestra espiritualidad dependerá fundamentalmente de si hacemos oración, de qué tipo de oración, de cuánta oración, pero sobre todo, de al servicio de qué Dios y al servicio de qué Causa hagamos nuestra oración. De ahí la generosidad que hay que derrochar en el cultivo de la vida de oración.

Contemplación
Pensamos que hay muchas personas contemplativas, aunque no hayan recorrido explícita o conscientemente aquellos conocidos «grados» de oración que describieron las escuelas clásicas. Muchas comadres, campesinos, obreros, militantes, revolucionarios, agentes de pastoral, luchadores… de América Latina son grandes contemplativos. Y, por supuesto, las grandes religiones indígenas de la antigüedad y del presente son profundamente contemplativas.
Nosotros pensamos que la contemplación239 es una actitud sosegada ante Dios, sin imágenes:
•ante su proyecto, el Reino
que puede ser contemplado como utopía ético-política, (en una perspectiva de E1)
•ante las obras de Dios,
o ante la naturaleza, la vida… (desde una perspectiva de E1)
•desde el hondón de la persona, hacia la profundidad del misterio de la existencia y del ser humano y del ser del mundo…
La contemplación es también una especie de conmoción que sintoniza con la compasión misma de Dios240, con la santa ira de Dios. La contemplación cristiana liberadora responde a una sensibilidad espiritual, a una compasión, una capacidad de com-padecer con los hombres y hasta con Dios, capacidad de hacerse cargo de las situaciones que atraviesan nuestros hermanos, capacidad de captar y vibrar con la coyuntura espiritual de la historia de la salvación en cada momento241…

Tratados, escuelas, maestros
Respecto a la oración hay tratados, escuelas, maestros, métodos, caminos, vías, etapas, grados, fenómenos… Todos los modelos y escuelas han estado (y estarán siempre) condicionados por su contexto: histórico, cultural, psicológico, teológico… Tanto Eckhart, como Juan de la Cruz, como Teresa de Lisieux, seguirán siendo siempre maestros verdaderos, referencias válidas, pero no todas sus orientaciones ni métodos serán válidos para todo tiempo y lugar, ni para nosotros en concreto, aquí y ahora, en América Latina… Los hallazgos que respecto a la oración hicieron los maestros de Europa, o de Abya Yala, en el siglo XVI, en el VII o en el X antes de Cristo, nos pueden ser valiosos, pero sólo después de un atento y crítico discernimiento. Ellos no conocieron a Freud -que algo nos ha enseñado-, no vivieron el proceso cultural de conciencia que implicó la primera y la segunda Ilustración, no pudieron imaginar el mundo de nuestras modernas ciudades urbanas, no pudieron intuir la posibilidad de un laicado cristiano política y eclesialmente comprometido, ni podían imaginar la irrupción de los pobres en nuestra América… Sería desorientador tomar a estos maestros del pasado al pie de la letra, o considerarlos como las únicas orientaciones. Ahora necesitamos tomar también la lección que el Espíritu directamente dicta para nosotros, aquí y en esta hora, en América Latina, y en cada una de nuestras vidas concretas…
En cuanto a las formas y grados de oración nosotros no distinguiríamos tan milimétricamente como se ha hecho clásicamente entre oración y contemplación (oración vocal, discursiva, de quietud,
238 Ibid., pág. 54.
239 Sto. Tomás de AQUINO la definirá como «visión simple y afectuosa de la verdad» (simplex intuitus veritatis). Cfr Summa Theologica, 2-2, q. 180, a.1 y 6. RAHNER y VORGRIMLER la caracterizarán como «el tranquilo demorarse del hombre en la presencia de Dios» (Diccionario teológico, Friburgo Br. 1961, voz «contemplación»).
240 JEREMIAS, J., Teología del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 41980, pág. 146.
241 Cfr «La compasión está al origen de la teología y de la espiritualidad de la liberación», cfr C. y L. BOFF, Como hacer teología de la liberación, Paulinas, Madrid 1986, pág. 10ss.
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de unión plena, de unión extática, desposorios místicos, matrimonio espiritual…)242. Estos maestros dan a veces la impresión de que sólo llegan a la contemplación las personas que avanzan por un progreso explícito a través de estos métodos de oración y recorren los diversos grados previos, dando como por supuesto que la mayor parte de las personas no llegan a la contemplación243…
La vida de oración es un proceso, una historia. En todo caso el crecimiento continuo244 en nuestra vida cristiana es una obligación que deriva del mismo llamado a la santidad que el Señor nos hizo: «sean perfectos como es perfecto su Padre que está en el cielo» (Mt 5, 48). El Vaticano II universalizó para todos, oficialmente, lo que en otro tiempo estuvo como reservado a sólo algunos: el llamado universal a la santidad (LG 39-42).
No despreciamos los maestros, las enseñanzas de la tradición, los tratados, los manuales. Valoramos la «pedagogía oficial» de las Iglesias, es decir, la liturgia, los sacramentos (aunque pidamos para ella una mayor encarnación). Sería absurdo que un cristiano liberador prescindiera de la liturgia de la Iglesia245.
No daremos una receta concreta sobre cuánto tiempo para la oración. Cada persona y cada situación son distintas246, pero es idéntica la necesidad de reconocer la gratuidad de Dios en tiempos generosamente entregados a la oración, más allá de la búsqueda de la eficacia247. No podemos olvidar que también de esta generosidad depende en parte la calidad religiosa de los distintos elementos de nuestra vida. En todo caso, la oración es una actitud que se va ejercitando y desarrollando, una dimensión que no se improvisa, sino que hay que cultivar esforzadamente248.
Todo esto no quiere decir que caigamos en la simplificación fácil de decir que «todo es oración». Lógicamente, no pretenderemos establecer fronteras rígidas, pero tampoco debemos perder la claridad: la acción es acción, no es oración. La liberación es la liberación, y la oración es la oración. De la misma forma que no aceptamos que se diga que son pobres también… los ricos que andan aburridos con sus riquezas249. Es cierto que toda acción cristiana realizada realmente en la fe, en «estado de oración», es en algún sentido una vivencia de oración, pero no es equiparable a la oración misma. La caridad es la caridad, el servicio es el servicio, y la oración es la oración.
Para la espiritualidad de la liberación la meta es también, como para tantas otras espiritualida-des, el llegar a vivir en un habitual «estado de oración»250. La peculiaridad de nuestra espiritualidad latinoamericana estriba en que este habitual y difuso estado de contemplación no se realiza en raptos extáticos, en huidas evasionistas o interioridades solipsistas, sino en medio de la vida diaria, en el
242 M. J. RIBET, en su Mystique divine (Poussielgue, Paris 1879, t.I, c. X) enumera las principales clasificaciones. ALVAREZ DE PAZ cuenta 15. SCARAMELLI, en su Direttorio mistico, distingue doce grados…
243 TANQUEREY, Compendio de teología ascética y mística, Desclée, Paris 1930, pág. 900-903) presenta las razones por las que son tan pocos los contemplativos, apoyándose en las opiniones de san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús.
244 Aunque por nuestra parte no intentaremos poner puertas al campo ni marcar fronteras al crecimiento en el espíritu, aludiremos a la clásica obra de GARRIGOU-LAGRANGE Las tres edades de la vida interior, Buenos Aires 1944.
245 Se entiende sin embargo que nosotros no glosemos más detenidamente ni los sacramentos, ni la liturgia en general, porque hay tratados explícitos en torno a esos temas en esta misma colección «Teología y Liberación».
246 Aun sin recetas: «Un agente de pastoral que no haga individualmente siquiera media hora de oración diaria, además de la que haga en equipo, no da la talla necesaria como agente de pastoral…». Cfr CASALDALIGA, l.c., pág. 56.
247 «La oración es una experiencia de gratuidad. Ese acto “ocioso”, ese tiempo “desperdiciado” nos recuerda que el Señor está más allá de las categorías de lo útil y de lo inútil». Cfr G. GUTIERREZ, Teología de la liberación, Sígueme, Salamanca 101984, pág. 270.
248 «En cuanto a la oración es necesaria una cierta ascética, una cierta disciplina, porque la oración no es algo instintivo, que nos salga de dentro sin más. La oración exige su tiempo, y su lugar, y hasta su instrumental. Si no se impone uno una cierta disciplina, es la oración la que acaba siendo perjudicada». Cfr. CASALDALIGA, l.c., pág. 51.
249 Sobre la mala utilización del concepto de «pobre», cfr CASALDALIGA, l.c., pág 51; J. LOIS, La opción por los pobres, Nueva Utopía, Madrid 1991, 13-16.
250 «Vivir en estado de Oración. Vivir en estado de Alegría, de Poesía, de Ecología»: CASALDALIGA, Los rasgos del Hombre Nuevo, en E. BONIN (coord.), Espiritualidad y liberación en América Latina, DEI, San José 1982, 179.
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marco de una gran pasión por la realidad y por la praxis, sumergidos plenamente en la historia y sus procesos.
El gran maestro de oración para nosotros es en definitiva Jesús, que se retiró al desierto (Mt 4, 1-2), que solía buscar lugares adecuados para orar (Lc 5, 16), madrugaba (Mc 1, 35) y trasnochaba para orar (Lc 6,12), que oró postrado en tierra (Mt 26, 39) y de rodillas y sudando como goterones de sangre (Lc 22, 41-44), que nos insistió en la necesidad de «orar siempre y sin desfallecer» (Lc 18, 1), se preparó a la muerte en oración (Mc 14, 32-42) y murió en oración (Lc 23, 34; 23, 46; Mt 27, 46).
La verdadera oración cristiana debe ser siempre según la oración del propio Jesús. Y su oración paradigmática del Padrenuestro debe no sólo orientar sino también juzgar nuestra oración. Los evangelios nos han dejado dicho con toda claridad que esta oración debería ser, en su contenido, y según sus preferencias, la oración de todo buen seguidor del Maestro. Con esta oración, con su contenido, él respondió, o fue respondiendo a los apóstoles, cuando le preguntaban cómo se debía orar.
Después, la comunidad de los seguidores de Jesús ha organizado públicamente su oración en la Liturgia, sobre todo en la máxima celebración cristiana que es la Cena del Señor, la Eucaristía. El oficio divino, los devocionales, el rezo de los salmos, el rosario, el viacrucis, las novenas o jornadas, las alabanzas o letanías, las romerías antiguas y nuevas, las celebraciones patronales y otras celebraciones populares, han ido completando, según los tiempos y las Iglesias, el estilo y el repertorio de la oración cristiana del Pueblo de Dios. En todo caso, para que esa oración sea verdaderamente cristiana, según el Espíritu de Jesús, habrá de expresar siempre la acción de gracias al Padre y el compromiso con la Historia; porque éste es el culto «en espíritu y en verdad» (Jn 4, 22), el culto agradable a Dios (Rm 12, 1).

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