sábado, 27 de junio de 2015

Maestro Eckhart (místico medieval) Sermón XIX

SERMÓN XIX(181)
Sta in porta domini et loquere verbum.

Dice Nuestro Señor: «¡Permanece parado en la puerta de la casa de Dios y pronuncia
la palabra y predica la palabra!» (Jer. 7, 2). El Padre celestial dice una Palabra y la dice
eternamente y en este Verbo consume todo su poderío y en esta Palabra enuncia toda su
naturaleza divina y todas las criaturas. La Palabra yace escondida en el alma de modo
que no se la conoce ni oye, a no ser que se le asigne un lugar en el fondo del corazón;
antes no se la oye. Además, deben desaparecer todas las voces y todos los sonidos y
debe haber una tranquilidad pura, un silencio. De este significado ya no quiero decir
más.
Luego: «¡Permanece parado en la puerta!» Quien está parado, tiene los miembros ordenados.
Él quiere decir que la parte suprema del alma se debe hallar firmemente erguida.
Todo cuanto está ordenado, tiene que haberse subordinado a aquello que está por encima
de ello. Todas las criaturas no le agradan a Dios cuando no las alumbra(182) la luz natural
del alma, de la cual reciben su ser, y cuando la luz del ángel no alumbra la luz del
alma y la prepara y dispone para que la luz divina pueda operar en ella; porque Dios no
opera en las cosas corpóreas, opera [tan sólo] en [la] eternidad. Por eso el alma ha de estar
recogida y elevada y tiene que ser espíritu. Allí opera Dios, allí todas las obras le
agradan a Dios. No hay obra alguna que jamás le plazca a Dios a no ser que se la realice
allí.
Luego: «¡Permanece parado en la puerta de la casa de Dios!» ¡La «casa de Dios» es
la unidad de su ser! A lo que es uno, le conviene, antes que nada, conservarse totalmente
solo. Por eso, la unidad permanece parada junto a Dios y mantiene unido a Dios sin
agregar nada. Allí Él está sentado en lo que le es más propio, en su esse, enteramente en
sí mismo, [y] en ninguna parte fuera de Él. Pero allí donde se derrite lo hace hacia fuera.
Su derretimiento es su bondad, según dije hace poco, con respecto al conocimiento y al
amor. El conocimiento despega, porque el conocimiento es mejor que el amor. Pero dos
181 Atribución: «El Maestro Eckart demuestra con estas palabritas cómo ha de estar dispuesta el alma
que ha de loar a Dios, y lo comprueba con la Escritura y con símiles de las criaturas». Encabezamiento:
«Sermo de tempore».
Este sermón debe haber sido pronunciado antes del sermón XVIII. El texto de Jeremías se halla en el
misal de los dominicos para el jueves después del tercer domingo de cuaresma.
182 «Uberschîne» en alto alemán medio. Quint trae en su traducción el verbo «überglänzen». Significaría
en castellano algo así como «cubrir con su brillo».

es mejor que uno solo, ya que el conocimiento contiene en sí al amor. El amor está loco
por la bondad, se le apega firmemente, y en el amor permanezco en la «puerta», y si no
existiera el conocimiento, el amor sería ciego. Una piedra también tiene amor y su amor
busca el suelo. Si permanezco pegado a la bondad [allí] en el derretimiento primero, y lo
aprehendo a Él en cuanto es bueno, entonces tomo la «puerta», mas no a Dios. Por eso,
el conocimiento es mejor ya que guía al amor. El amor, empero, despierta al apetito, al
anhelo. El conocimiento, en cambio, no agrega ni un solo pensamiento, antes bien desprende
y se separa y se adelanta corriendo y toca a Dios en su desnudez, y lo aprehende
únicamente en su ser.
«Señor, conviene a tu casa», en la cual te dan loa, «que sea santa», y que sea una
casa de oración «a lo largo de los días» (Salmo 92, 5). No me refiero a los días de acá
[=los días terrestres]. Si digo «largor sin largor» se trata del largor [verdadero]; un «ancho
sin ancho» esto es ancho [verdadero]. Si digo «todo el tiempo» quiero significar:
por encima del tiempo; más aún: muy por encima [del tiempo], según dije hace poco,
allá donde no existe ni «acá» ni «ahora».
Una mujer preguntó a Nuestro Señor dónde se debía de orar. Entonces dijo Nuestro
Señor: «Vendrá el tiempo y ya ha llegado en que los verdaderos adoradores han de rezar
en espíritu y en verdad. Porque Dios es espíritu hay que rezar en espíritu y en verdad».
(Juan 4, 23 y 24). Lo que es la Verdad misma, no lo somos nosotros; somos verdaderos,
es cierto, pero hay en ello una parte de mentira. Así no son las cosas en Dios. Antes
bien, el alma debe estar parada en el primigenio efluvio violento, allí donde emana y
nace la Verdad, [o sea] en la «puerta de la casa de Dios», y ella [=el alma] debe pronunciar
y predicar la palabra. Todo cuanto hay en el alma, tiene que hablar y decir loas, y
nadie habrá de escuchar la voz. En el silencio y en la tranquilidad —como dije hace
poco de los ángeles que están sentados cerca de Dios en el coro de la sabiduría y del
fuego— allá Dios le habla al interior del alma y se pronuncia íntegramente dentro del
alma. Allá el Padre engendra a su Hijo y siente tanto placer por el Verbo y le tiene tanto
amor que nunca deja de pronunciar el Verbo, sino que lo dice en todo momento, es decir,
por encima del tiempo. Viene bien a nuestras explicaciones citar: «A tu casa le conviene
la santidad» y la loa y que no haya nada adentro que no te alabe.
Nuestros maestros dicen: ¿Qué es lo que alaba a Dios? Esto lo hace [la] semejanza.
Así pues, lo alaba a Dios todo aquello en el alma que se asemeja a Dios; lo que de alguna
manera es desigual a Dios no lo alaba; así como un cuadro alaba a su maestro que le
ha impreso todo el arte que alberga en su corazón y que así se ha asemejado completamente
[el cuadro]. Esta semejanza del lienzo elogia a su maestro sin palabras. Aquello
que se puede alabar con palabras o que se reza con la boca, es poca cosa. Porque Nuestro
Señor dijo una vez: «Vosotros rezáis pero no sabéis qué es lo que rezáis. Vendrán
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verdaderos rezadores que adorarán a mi Padre en espíritu y en verdad» (Cfr. Juan 4, 22
y 23). ¿Qué es [la] oración? Dice Dionisio(183): Trepar hacia Dios en el entendimiento,
esto es [la] oración. Dice un pagano (184): Allí donde se hallan [el] espíritu y [la] unidad y
[la] eternidad, allí quiere obrar Dios. Donde [la] carne está en contra del espíritu, donde
[la] disgregación está en contra de [la] unidad, donde [el] tiempo está en contra de [la]
eternidad, allí no obra Dios; no se aviene a ello. Antes bien, todo el placer, contento, alegría
y bienestar que puedan tenerse acá [en esta tierra], todo esto debe desaparecer.
Quien quiere elogiar a Dios, tiene que ser santo y estar reconcentrado y ser espíritu sin
hallarse afuera en ninguna parte; antes bien, con perfecta semejanza tiene que ser llevado
hacia arriba, hasta la eternidad, por encima de todas las cosas. Me refiero no sólo a
todas las criaturas que están creadas, sino [también] a todo cuanto Él sería capaz de hacer
si quisiera [hacerlo]; el alma tiene que sobrepasar todo esto. Mientras exista alguna
cosa por encima del alma y mientras haya algo, sea lo que fuere, que se anteponga a
Dios [y] no es Dios, [el alma] no llega al fondo «a lo largo de los días».
Ahora bien, San Agustín (185) afirma lo siguiente: Cuando la luz del alma, en la cual las
criaturas reciben su ser, alumbra a las criaturas, él habla de una mañana. Cuando la luz
del ángel alumbra y encierra en sí la luz del alma, dice que es de media mañana. Expresa
David: «El sendero del hombre justo crece y asciende hasta el pleno mediodía»
(Prov. 4, 18). El sendero es hermoso y agradable y placentero e íntimo. Además, cuando
la luz divina alumbra la luz del ángel, y la luz del alma y la luz del ángel se recogen en
la luz divina, esto lo llama mediodía. Entonces el día ha llegado a su punto más alto y
más largo y más perfecto, cuando el sol se halla en el cenit y vierte su resplandor sobre
las estrellas y las estrellas vierten su brillo sobre la luna de modo que todo se subordina
al sol. Del mismo modo, la luz divina ha recogido en sí la luz del ángel y la luz del
alma, de manera que todo se halla ordenado y enderezado, y en ese instante todo junto
da loa a Dios. Ya no hay nada que no alabe a Dios y todo se yergue semejante a Dios,
cuanto más semejante tanto más lleno de Dios, y todo junto alaba a Dios. Nuestro Señor
dijo: «Moraré con vosotros en vuestra casa» (Jeremías 7, 3 a 7). Suplicamos a Dios,
Nuestro querido Señor, que more aquí con nosotros para que nosotros moremos eternamente
con Él; que Dios nos ayude a [lograr]lo. Amén.
183 No se trata del Seudo Dionysius sino de Johannes Damascenus, Defide orthodoxa III c. 24. Cfr.
también Thomas, S. theoL II, II q. 83 a. 2; III q. 21 a. 1.
184 Cfr. Liber de causis prop. 24.
185 Augustinus, De Gen. ad litt. IV c. 23 n. 40.

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