jueves, 25 de junio de 2015

San Adalberto de Egmond - San Salomón de Bretaña - San Máximo de Turín - Beato Juan Hispano - Beata Dorotea de Montau 25062015

San Adalberto de Egmond

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San Adalberto de Egmond, diácono y abad
En Egmond, de Frisia, san Adalberto, diácono y abad, que ayudó a san Willibrordo en la evangelización de aquellos lugares.
Entre el grupo de misioneros que partieron del monasterio de Rathmelsigi, en el año de 690, con san Willibrordo a la cabeza, para evangelizar Frisia, se hallaba un diácono llamado Adalberto. Era originario de Northumbría y había llegado a Irlanda siguiendo a san Egberto, con el propósito de obedecer los consejos del Señor para alcanzar la perfección. Esa misma aspiración, unida a un gran amor por las almas, le impulsó a ofrecerse como voluntario para el trabajo de misiones entre los paganos. Los mensajeros del Evangelio gozaban de la protección de Pipino de Heristal; además, tenían en su favor el hecho de que se les facilitaba aprender la lengua para darse a entender entre los habitantes de Frisia; pero, de todas maneras, la personalidad de los misioneros tuvo mucho que ver con el franco éxito de su trabajo. La simpatía personal y la gentileza de Adalberto, su paciencia y su humildad, causaron profunda impresión entre los paganos a quienes convirtió a la fe cristiana. El núcleo de sus actividades era Egmond (llamada actualmente Egmond aan den Hoef, o simplemente Den Hoef), donde fueron bautizados casi todos los habitantes. Tal vez a causa de su humildad, Adalberto no solicitó recibir el presbiterado. Se dice, por cierto, que san Willibrordo le nombró archidiácono de Utrecht, pero en aquellos tiempos un archidiácono no era más que jefe de los diáconos, y es muy posible que san Willibrordo quisiese confiar alguna autoridad a nuestro santo.

San Adalberto murió en una fecha que se desconoce. En épocas posteriores, su tumba fue un lugar de peregrinaciones y escenario de muchos supuestos milagros. En el siglo décimo, el duque Teodorico construyó en Egmond una abadía benedictina dedicada a san Adalberto y, en tiempos recientes, cuando los benedictinos de Solesmes volvieron a establecer la vida monástica en Egmond, se eligió al mismo titular. Las fuentes de información de las que dependemos para conocer la vida de san Adalberto son muy poco satisfactorias. Hay una biografía que escribió en latín un monje de Mettlach llamado Ruperto, unos 200 años después de la muerte del santo.

 Acta Sanctorum, junio, vol. VII, no contiene más que generalidades y relaciones de los milagros que, al parecer, se obraron sobre su tumba. La cuestión del título de archidiácono concedido a Adalberto, fue desmentida por Holder-Egger y otros autores, sin embargo esos mismos escritores están dispuestos a identificarle con el sucesor de san Willibrordo como abad de Epternach; aunque W. Levison rechaza esta hipótesis. La fecha de la muerte de Adalberto es bastante incierta. Véase W. Levison, Wilhehn Procurator von Egmond, en Neues Archiv, vol. XL (1916), pp. 793-804.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



San Salomón de Bretaña

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San Salomón, mártir
En Bretaña Menor, san Salomón, mártir, que, mientras fue rey, instituyó sedes episcopales, amplió los monasterios y mantuvo la justicia, pero al ser apartado de su cargo, fue cegado y muerto en la iglesia por sus adversarios.
Salomón fue rey de Bretaña a partir del año 857 y no llegó al poder de forma limpia. Era primo de Erispoé, sucesor de Nominoé, primer rey de Bretaña. Gracias a la protección franca, Salomón logra para sí el gobierno de una parte importante del reino y, siguiendo adelante en su ambición, urde una conspiración contra el rey, que es asesinado, y ello hace posible su ascenso al trono.

Una vez en el trono quiso afianzar su poder, logra extender considerablemente el territorio de su reino y procura ser un buen rey: organiza adecuadamente el país, administra correctamente la justicia; muestra sentimientos religiosos y se preocupa por la Iglesia, fomentando la erección de vanas sedes episcopales y protegiendo a los monasterios.

Parece que, movido por los remordimientos de conciencia sobre la forma de su ascenso al trono, estableció en 873 un consejo de regencia y abdicó de la corona, pero ya era tarde para impedir el progreso del partido que se había formado contra él y que había logrado apoderarse de su propio hijo. Buscó el rey refugio en el monasterio de Plélan, pero, viendo que allí no estaba seguro, pasó a Landernau, y, estando en una iglesia de Elorn, lo alcanzaron sus enemigos. Se puso en sus manos y éstos no dudaron en asesinarlo. Era el 25 de junio de 874. El pueblo no tuvo en cuenta la historia primera del rey, sino más bien cómo rectificó y se encaminó en la justicia, y le tributó inmediatamente culto de mártir, hasta la actualidad.
fuente: «Año Cristiano» - AAVV, BAC, 2003



San Máximo de Turín

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San Máximo de Turín, obispo
En Turín, en la Liguria, san Máximo, primer obispo de esta sede, que con su paterna palabra llamó al pueblo pagano a la fe de Cristo, y con sólida doctrina lo condujo al premio de la salvación eterna.
Se conserva la mayor parte de la obra literaria de san Máximo de Turín, pero es muy poco lo que se sabe acerca del autor. Parece que vino al mundo alrededor del año 380 y, por referencias extraídas de algunos de sus escritos, se conjetura que era natural de Vercelli, o de algún otro lugar en la provincia de Recia. El escritor declara que, hacia el año de 397, presenció el martirio de tres obispos misioneros de Anaunia, en los Alpes Réticos. El historiador Genadio, en su «Libro de Escritores Eclesiásticos», que completó hacia fines del siglo quinto, describe a san Máximo, obispo de Turín, como a un profundo estudioso de la Biblia, un predicador diestro en instruir al pueblo y autor de muchos libros, algunos de cuyos títulos menciona. La nota concluye señalando que la actuación de san Máximo floreció particularmente durante los reinados de Honorio y de Teodosio el Joven.

En el año 451 un obispo Máximo de Turín asistió al sínodo de Milán, presidido por su metropolitano, san Eusebio y, con la participación de otros prelados del norte de Italia, y firmó la carta dirigida al papa san León Magno para declarar la adhesión de la asamblea a la doctrina de la Encarnación, tal como se expuso en la llamada «Epístola dogmática» del Papa. También estuvo presente en el Concilio de Roma del 465. En los decretos emitidos en esa ocasión, la firma de Máximo figura inmediatamente después de la del pontífice san Hilario y, como por aquel entonces se daba precedencia por la edad, es evidente que Máximo era muy anciano. Si es el santo del que hablamos, tuvo que haber muerto poco después de aquel Concilio.

Sin embargo, no todos los historiadores están de acuerdo con esta perspectiva, y más bien en la actualidad se suele suponer que hubo dos Máximo de Turín, uno fallecido en el 408 o el 423 -que es el que celebramos hoy-, del que tenemos testimonio por Genadio, y otro que asistió a los sínodos mencionados, muerto después del 465, cuyo único recuerdo son esas dos firmas, y que no está inscripto en el Martirologio.

La colección que se hizo de sus supuestas obras, editadas por Bruno Bruni en 1784, comprende unos 116 sermones, 118 homilías y 6 tratados; pero esta clasificación es muy arbitraria y, posiblemente, la mayoría de las obras citadas deban atribuirse a otros autores. Son particularmente interesantes por darnos a conocer algunas costumbres extrañas y pintorescas de la antigüedad sobre las condiciones en que vivían los pueblos de la Lombardía, en la época de las invasiones de los godos. En una de sus homilías describe la destrucción de Milán por las hordas de Atila; en otra, habla de los mártires Octavio, Solutor y Adventus, cuyas reliquias se conservan en Turín. «Debemos honrar a todos los mártires -recomienda-, pero especialmente a aquellos cuyas reliquias poseemos, puesto que ellos velan por nuestros cuerpos en esta vida y nos acogen cuando partimos de ella». En dos homilías sobre la acción de gracias inculcaba el deber de elevar diariamente las preces al Señor y recomendaba los Salmos como los mejores cánticos de alabanza. Insistía en que nadie debía dejar las oraciones de la mañana y la noche, así como la acción de gracias, antes y después de las comidas. Máximo exhortaba a todos los cristianos para que hiciesen el signo de la cruz al emprender cualquier acción, puesto que «por el signo de Jesucrinto (hecho con devoción) se pueden obtener bendiciones sin cuento sobre todas nuestras empresas». En uno de sus sermones, abordó el tema de los festejos un tanto desenfrenados del Año Nuevo y criticó la costumbre de dar regalos a los ricos, sin haber repartido antes limosnas entre los pobres. Más adelante, en esa misma prédica, atacó duramente a «los herejes que venden el perdón de los pecados», cuyos pretendidos sacerdotes piden dinero por la absolución de los penitentes, en vez de imponerles penitencias y llanto por sus culpas.

Butler-Guinea, con las correcciones necesarias para dar cabida a la opinión mayoritaria hoy respecto del año de muerte. Para referencias sobre las obras puede consultarse el tomo III de la Patrología de Quasten-Di Berardino (BAC nº 422, págs 699-700).

fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Beato Juan Hispano

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Beato Juan Hispano, monje
En la Cartuja de Le Réposoir, en Saboya, beato Juan, llamado «Hispano», monje, que escribió los estatutos para las monjas de la Cartuja.
Juan nació en 1123, probablemente en Almanza, en León, España. Fue un joven estudioso y, a la edad de trece años, viajó a Francia con un compañero, en busca de las facilidades para su educación que no podía encontrar en su ciudad natal ni en los alrededores. Los dos jóvenes se establecieron en Arlés, donde encontraron excelentes maestros y pasaron grandes miserias. Sin embargo, no pasó mucho tiempo sin que Juan quedase favorecido por la amistad de un hombre rico que, incluso, lo llevó a vivir en su casa. Al terminar los estudios, Juan se despidió de su generoso amigo y se unió a un ermitaño, con quien estuvo dos años y medio en el aprendizaje para el ejercicio de la vida espiritual. Después consiguió ser recibido en el priorato de los cartujos de Montrieu, o Mons Rivi, y, desde el momento en que ingresó al noviciado, se dedicó con entusiasmo a seguir los pasos de san Bruno. Durante seis años desempeñó el cargo de sacristán y, poco después, se le eligió como prior. Con la autoridad de su puesto, dio gran impulso a la cultura en su convento y él mismo se dedicó a copiar y a corregir manuscritos.

Al término del priorato, al que renució, según se tiene entendido, fue transferido a la Gran Cartuja. San Antelmo, por entonces superior del gran monasterio, tuvo una profunda estimación por Juan. Cuando Haimo de Fulciano pidió el envío de algunos cartujos para hacer una fundación en uno de sus terrenos, cerca del lago de Ginebra, san Antelmo eligió a Juan para que fuese el prior del nuevo establecimiento. Hubo muchos contratiempos pura que empezara a funcionar, pero una vez establecido, floreció extraordinariamente; el prior Juan llamó a su monasterio el «Reposoir» (descanso), por el ambiente de tranquilidad que prevalecía en él. A solicitud de san Antelmo, realizó Juan todavía otra tarea: la recopilación de una constitución para las monjas cartujas.

Luego de gobernar la comunidad del Reposoir durante nueve años, el beato Juan murió, hacia el 1160. Por expreso deseo suyo fue sepultado junto a dos pastores que perecieron durante un alud de nieve y a quienes él mismo había enterrado. Sobre su tumba se erigió una capilla, pero en 1649 se trasladaron sus restos a la sacristía de la iglesia del monasterio. Esta traslación se practicó por orden de Carlos Augusto de Sales, obispo de Ginebra y sobrino de san Francisco de Sales; el propio obispo redactó la orden de traslación y le agregó un relato sobre la manera como se desarrolló el acto, así como una breve narración sobre la vida de Juan. Ese escrito se conserva todavía. El culto al Beato Juan fue confirmado en 1864.

 Acta Sanctorum, junio, vol. VII, como en los Anales Ordinis Cartuciensis, de Dom Le Couteulx, vol. II, pp. 199-212.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



Beata Dorotea de Montau

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Beata Dorotea de Montau, reclusa
En Marienwerder, en la Prusia polaca, beata Dorotea de Montau, que, al quedar viuda, vivió recluida en una celda junto a la catedral, entregada a la oración continua y a la penitencia.
El nombre de la beata se deriva de Marienburgo (Montau) en Prusia, donde nació en 1347. A los diecisiete años, contrajo matrimonio con un fabricante de espadas, de Danzig, llamado Alberto. Tuvieron nueve hijos, de los que sólo sobrevivió el último. Alberto era un hombre de temperamento violento, de suerte que su esposa sufrió mucho durante los veinticinco años de su matrimonio. Pero poco a poco, con su bondad y valor, Dorotea consiguió ablandar a su marido y, en 1384, le convenció de que hiciesen una peregrinación a Aquisgrán, A partir de entonces emprendieron otras a Einsiedeln, a Colonia y a otros santuarios. Precisamente proyectaban una peregrinación a Roma, cuando Alberto cayó enfermo. Así pues, Dorotea partió sola, y su esposo murió poco antes de su regreso. Tras de haber quedado viuda a los cuarenta y tres años, Dorotea se trasladó a Marienwerder y, en 1393, se recluyó en una celda de la iglesia de los Caballeros Teutónicos. Dios no le concedió ahí más que un año de vida, ya que murió el 25 de junio de 1394, pero ese breve período le bastó para alcanzar gran fama de santidad y prudencia extraordinaria, de suerte que numerosos peregrinos acudían a consultarle o a pedirle algún milagro.

El confesor de Dorotea escribió su biografía, en la que cuenta por menudo sus visiones y revelaciones. Según dicha biografía, la beata era muy devota del Santísimo Sacramento y en varias ocasiones Dios le concedió la gracia de poder verlo en la hostia para satisfacer su gran deseo. En la Edad Media, se atribuía gran importancia al hecho de ver la Sagrada Hostia, sobre todo durante la elevación, y el biógrafo de Dorotea refiere que en su época solía exponerse el Santísimo todo el día en las iglesias de Prusia y Pomerania. El pueblo profesaba gran veneración a Dorotea. Poco después de su muerte, se introdujo su causa de canonización, pero fue abandonada; sin embargo, el culto de la beata siguió propagándose, y actualmente se la considera como patrona de la región. El culto fue confirmado por SS Pablo VI en 1970.

Acta Sanctorum, oct., vol, XIII, se le consagran más de cien páginas in-folío. Además, en Analecta Bollandiana se publicó el Septililium, en el que el confesor de la beata consignó las visiones y dichos de su dirigida. (Cf. Analecta Bollandiana. vols. II, III y IV. 1883-18B5).  Véase F. Hipler, Johannes Marienwerder und die Klauserin Dorothea (1865), y el esbozo biográfico de H. Westphal, Dorothea von Montan (1949). El decreto de confirmación del culto, que puede leerse en AAS 68 (1976) pág. 519ss. tiene además un resumen de la Vita, en latín.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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