martes, 30 de junio de 2015

Mártires de Roma - San Adolfo de Osnabrück - Beato Felipe Powell 30062015

Mártires de Roma

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Santos Mártires de Roma
La celebración de hoy, introducida por el nuevo calendario romano  universal, se refiere a los protomártires de la Iglesia de  Roma, víctimas de la persecución de Nerón después del incendio  de Roma, que tuvo lugar el 19 de julio del  año 64.

¿Por qué Nerón persiguió a los cristianos? Nos  lo dice Cornelio Tácito en el libro XV de los  Annales: “Como corrían voces que el incendio de Roma había  sido doloso, Nerón presentó como culpables, castigándolos con penas excepcionales,  a los que, odiados por sus abominaciones, el pueblo llamaba  cristianos”.

En tiempos de Nerón, en Roma, junto a la comunidad  hebrea, vivía la pequeña y pacífica de los cristianos. De  ellos, poco conocidos, circulaban voces calumniosas. Sobre ellos descargó Nerón,  condenándolos a terribles suplicios, las acusaciones que se le habían  hecho a él. Por lo demás, las ideas que profesaban  los cristianos eran un abierto desafío a los dioses paganos  celosos y vengativos... “Los paganos—recordará más tarde Tertuliano— atribuyen a  los cristianos cualquier calamidad pública, cualquier flagelo. Si las aguas  del Tíber se desbordan e inundan la ciudad, si por  el contrario el Nilo no se desborda ni inunda los  campos, si hay sequía, carestía, peste, terremoto, la culpa es  toda de los cristianos, que desprecian a los dioses, y  por todas partes se grita: ¡Los cristianos a los leones!”.

Nerón  tuvo la responsabilidad de haber iniciado la absurda hostilidad del  pueblo romano, más bien tolerante en materia religiosa, respecto de  los cristianos: la ferocidad con la que castigó a los  presuntos incendiarios no se justifica ni siquiera por el supremo  interés del imperio.

Episodios horrendos como el de las antorchas  humanas, rociadas con brea y dejadas ardiendo en los jardines  de la colina Oppio, o como aquel de mujeres y niños vestidos con pieles de animales y dejados  a merced de las bestias feroces en el circo, fueron  tales que suscitaron un sentido de compasión y de horror  en el mismo pueblo romano. “Entonces —sigue diciendo Tácito—se manifestó  un sentimiento de piedad, aún tratándose de gente merecedora de  los más ejemplares castigos, porque se veía que eran eliminados  no por el bien público, sino para satisfacer la crueldad  de un individuo”, Nerón. La persecución no terminó en aquel  fatal verano del 64, sino que continuó hasta el año  67.

Entre los mártires más ilustres se encuentran el príncipe de  los apóstoles, crucificado en el circo neroniano, en donde hoy  está la Basílica de San Pedro, y el apóstol de  los gentiles, san Pablo, decapitado en las “Acque Galvie” y  enterrado en la vía Ostiense. Después de la fiesta de  los dos apóstoles, el nuevo calendario quiere celebrar la memoria  de los numerosos mártires que no pudieron tener un lugar  especial en la liturgia.





Oremos  

Himno

Testigos de la sangre

Con sangre rubricada,

Frutos de amor cortados

Al golpe de la espada.

Testigos del amor

En sumisión callada;

Canto y cielo en los labios

Al golpe de la espada.

Testigos del dolor

De vida enamorada;

Diario placer de muerte

Al golpe de la espada.

Testigos del cansancio

De una vida inmolada

Al golpe de Evangelio

Y al golpe de la espada.

Demos gracias al Padre

Por la sangre sagrada;

Pidamos ser sus mártires,

Y a cada madrugada 

Poder mirar la vida

Al golpe de la espada.  Amén



Señor, tú que fecundaste con la sangre de numerosos mártires los primeros gérmenes de la Iglesia de Roma, haz que el testimonio que ellos dieron con tanta valentía en el combate fortalezca nuestra fe, para que también nosotros lleguemos a obtener el gozo de la victoria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.




San Adolfo de Osnabrück

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En Osnabrück, en Sajonia, san Adolfo, obispo, que acogió en el monasterio de Altenkamp las costumbres cistercienses.
Son escasos los detalles cronológicos existentes en el caso de san Adolfo, excepto la fecha de su episcopado. Pertenecía a la familia de los condes de Tecklenburg (Westfalia) y a muy temprana edad fue hecho canónigo de Colonia. Deseando, no obstante, servir a Dios con mayor perfección, entró al vecino monasterio cisterciense de Camp. Parece que todavía era muy joven cuando, al ser trasladado Gerardo, obispo de Osnabrück, a la sede de Bremen, en 1216, Adolfo fue elegido para reemplazarlo. Se dice que el nuevo obispo fue sumamente activo en todo género de obras de caridad e hizo honda impresión en los ciudadanos por sus virtudes y austeridad de vida. A su muerte, le rindieron todas las señales de respeto en su lugar de descanso, y aunque nunca ha sido oficialmente canonizado, el culto que comenzó en el siglo trece, ha perdurado hasta nuestros días, y es reconocido litúrgicamente en la diócesis con una fiesta en su honor el día 14 de febrero, aunque el día mismo de su muerte fue el 30 de junio de 1224.

Adolfo Zimmermann, en Enciclopedia dei santi, explica las circunstancias de la «aprobación del culto»: el primer altar en su honor fue erigido en la catedral de Osnabrück en 1632, y en 1651 el obispo, en presencia del Capítulo catedralicio y de muchos fieles, hizo abrir el sepulcro del obispo y colocar las reliquias en un lugar honorífico. Eso, sin embargo, no vale como beatificación oficial, ya que si bien este rito había estado en uso en el Medioevo, había sido definitivamente abolido por Urbano VIII en 1634. Pero es por este motivo que en muchos santorales figura como «culto aprobado» en 1651. En la actualidad, al haber sido vuelto a inscribir en el Martirologio Romano, se puede decir que hay un positivo acto de aprobación del culto, si bien con el título de santo pero con rango de beato, ya que sólo se autoriza el culto local (que en este caso sería para el Císter y la diócesis).

Véase el Acta Sanctorum, febrero, vol. II, pero la relación que allí se da se equivoca al atribuirle un episcopado de veintiún años. Esto aparece claramente en los documentos publicados en Osnabriicker Urhundenbuch de F. Philippi, pp. 47-140.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



Beato Felipe Powell

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En Londres, en Inglaterra, beato Felipe Powell, presbítero de la Orden de San Benito y mártir, el cual, originario del País de Gales, en tiempo del rey Carlos I le detuvieron a bordo de una nave y, por ser sacerdote e intentar entrar en Inglaterra, fue condenado al martirio en Tyburn.
Felipe Powell nació en Trallwing, cerca de Brecon, en 1594, y se educó en la escuela primaria de Abergavenny. A los dieciséis años, fue enviado a Londres para estudiar leyes, bajo la dirección del distinguido abogado que, más tarde, conquistaría mayor fama como el padre Agustine Baker, el benedictino, escritor y director de almas. Unos dos o tres años después, el joven Powell tuvo que viajar a Douai, por negocios, y ahí mismo se sintió atraído por los benedictinos. En 1619, recibió el hábito en el monasterio de San Gregorio, en Douai y, el 7 de marzo de 1622, se le envió a la misión de Inglaterra. En aquellos tiempos de prohibición religiosa en Inglaterra, los seminaristas y misioneros, como medida de precaución contra los espías, acostumbraban cambiar de nombre; el padre Powell disimuló el suyo con el de Morgan que era el apellido de soltera de su madre. Permaneció dieciséis meses con el padre Baker y luego se trasladó a Devonshire, con una carta de presentación para una familia católica. En el transcurso de veinte años o más, ejerció su ministerio sacerdotal; administraba los sacramentos, reconciliaba a los pecadores y convertía a los herejes, en los condados de Devon, Somerset y Cornwall. En ese lapso, estableció su cuartel general de operaciones, primero, en la casa de la familia a la que había sido recomendado, los Risdon, del sector de Bableight, después, en la residencia de la familia de un hija de los Risdon, la señora de Poyntz, en Leighland Barton, en Somersetshire.

Al iniciarse la guerra civil, las dos familias se dispersaron. El padre Powell, luego de algunas vicisitudes, se unió a las filas del general Goring para servir como capellán para los católicos de su ejército. Pero también aquellas tropas se dispersaron y el sacerdote se embarcó para navegar a Gales. El barco fue interceptado y abordado por las autoridades que buscaban a un funcionario del vice-almirantazgo parlamentario, llamado capitán Crowther. Dos miembros de la tripulación, reconocieron al padre Powell y le denunciaron en seguida como a un sacerdote católico que, según dijeron, «había seducido a la mayoría de los parroquianos de Yarnscombe y de Parkham, en Devonshire, para que quebrantasen su juramento de lealtad a la iglesia protestante». Prosiguió la navegación y, cuando el capitán de la nave le interrogó sobre las acusaciones, frente a las costas de Penarth, el padre Powell admitió francamente que era sacerdote. Inmediatamente se le encerró en las bodegas, bajo la línea de flotación, despojado de sus ropas y apenas cubierto por unos harapos que le arrojaron los marineros. Dos meses después, fue conducido a Londres por mar. Durante corto tiempo estuvo encarcelado en condiciones relativamente benignas; pero en la sala común de la prisión de King's Bench, a donde fue trasladado, tuvo que soportar toda clase de penurias, y no tardó en caer enfermo de pulmonía. Dos o tres veces fue arrastrado ante el tribunal para ser interrogado y juzgado bajo los cargos fundados en su admisión de que era un sacerdote católico.

En la última sesión de su proceso, hizo una brillante defensa de su causa y alegó que la ley contra los sacerdotes no comprendía a los barcos en alta mar, y que, cuando la bandera de Su Majestad se despliega durante una guerra civil, cesan todos los procesos y, todavía más, puesto que la persona del rey se hallaba ausente, no era posible organizar alguna conspiración contra ella. Pero a pesar de todo se le declaró culpable y, al pronunciarse la sentencia de muerte, el padre Powell dio gracias a Dios, en alta voz y en presencia de todos los asistentes al juicio. Su personalidad y su conducta en la prisión había impresionado tanto a sus compañeros de infortunio, que todos ellos redactaron y firmaron una especie de testimonio o memorándum que exponía sus cualidades y virtudes. Los dignatarios eran veintitrés protestantes y seis católicos; a estos últimos, el padre Powell los había reconciliado con Dios. Los mismos carceleros parecían muy bien dispuestos en su favor.

El hombre que llegó a anunciarle la fecha de su ejecución estaba tan emocionado que no podría leer en voz alta; pero el padre Powell se le acercó, se asomó por encima de su hombro, leyó la nota serenamente y luego pidió un vaso de licor para beber a la salud del buen funcionario de la prisión. «¿Quién soy yo? -exclamó con el vaso en la mano y acento de profunda alegría- ¿Qué soy yo, para que Dios me honre así y acepte que yo muera por Su causa?» Sobre el cadalso pronunció un breve discurso para anunciar que aquel era el día más feliz de su vida y que iba a morir por la única razón de que era sacerdote y monje. Tras una breve plegaria, hizo una señal y recibió la absolución por parte de un sacerdote, el beato Roberto Anderton, que se hallaba entre la muchedumbre. Se le apretó la cuerda al cuello y se le dejó colgado hasta que murió. Su cuerpo fue sepultado en el cementerio de Moorfields. Uno de sus fieles compró sus ropas manchadas de sangre por cuatro libras esterlinas.

Se encontrará un relato muy completo en Bede Camm, Nine Martyr Monks (1931), pp. 318-343.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI



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