jueves, 30 de junio de 2016

CURSO “EL HOMBRE NUEVO” (NOS VAMOS LLENANDO DE CRISTO (DIOS QUE NACE Y SUFRE EN EL HOMBRE)) (HN-26)

NOS  VAMOS  LLENANDO DE CRISTO (DIOS QUE NACE Y SUFRE EN EL HOMBRE),  SEGÚN  BUSCAMOS  NUESTRA  META  POR LOS  “VACÍOS”  DE  LA  VIDA    (HN-26)

El cristianismo ha sido muchas veces triunfalista, y se ha perdido casi siempre por ahí; por no haber seguido el mensaje humilde que tiene Jesús al respecto. Mensaje este fundametal, que no solo se contrapone al triunfalismo sino que lo equilibra; y lo hace con esta inmensa verdad que predica San Pablo: Cuando Dios quiere hacer maravillas, se vale de las cosas más tiradas –menos triunfalistas– de la humanidad.  Dios, para hacer milagros, no necesita soportes humanos de ninguna clase especial o exitosa; pues le basta con la disponibilidad humana. Y el símbolo de la disponibilidad humana es el niño; al que cualquier mano se lo lleva, porque el niño se fía de cualquier mano que le tiendan. Y como es confiado, porque es desvalido, al sentir el horror de su invalidez siempre trata de compensarlo depositando su confianza en lo primero brillante que se le ofrezca. Así es el hombre/niño. Y Jesús cuando decía que debemos hacer como hacen los niños, se refería a esta disponibilidad del hombre para abandonarse en manos de Dios.  Es verdad que somos niños cuando nacemos, pero no basta con esto; hay que seguir haciéndonos cada vez más niños –hay que convertirnos cada vez en más disponibles– y así durante toda nuestra vida; hasta llegar al abandono total/final en manos de Dios. Y este esfuerzo humano de parto, para que la Humanidad llegue a ser Niño-Cristo (como tarea conjunta y durante todo nuestro largo caminar hacia el infinito), se hace precisamente a través de “nuestros agujeros de la vida”. Por ejemplo: si pusiste toda tu confianza en tu madre, en tu matrimonio, en tu fortuna... y desaparecen; esto abre agujeros en tu vida y tienes que seguir tu camino con estos vacíos dentro. Entonces, desde estas angustias y si eres cristiano, puedes pensar lo siguiente: esto, como mínimo, es un aviso providencial de que aquello en lo que puse toda mi confianza no era realmente una meta definitiva. Sigamos traduciendo, bien, el “hacernos como niños”: ser niño es la definición de la condición humana, pero esta definición hay que alcanzarla.  El hombre es un salvado por definición, pero tiene que alcanzar la salvación a través de dos etapas/kénosis de niño: la de “niño en pesebre” (esforzando su  conversión interior, para poder ofrecer posteriormente a los demás sus propios frutos desde su propia niñez), y la de “niño en la cruz” (con experiencias de disponibilidad y aceptación de sufrimientos/vacíos propios, que también dan sus frutos en cada circunstancia-cruz).  Según esto, la línea recta gloriosa  –la de triunfos, éxitos y seguridades– no permite entrar en el Reino de los Cielos; porque, el Reino de los Cielos es para los que asumen la inseguridad del hombre y se apoyan sólo en Dios. Esta es la grandeza del hombre: que asume su inseguridad sin tratar de cubrirse con falsas seguridades, y que no quedará satisfecho hasta que encuentre a Dios –a la totalidad–. Imaginemos que un día nos empapelásemos con dinero, para estar seguros; nos estaríamos engañando a nosotros mismos. Pero no porque pueda llegar un día en que nos falle el dinero –que esto no pasa de ser una cuestión del azar de la historia–, sino porque nos estaremos equivocando desde la ontología humana que nos afirma: el ser humano es un ser desvalido, totalmente necesitado, que no puede encontrar en la tierra cobijo para todo su ser. El ser del hombre es más grande que todas las cabañas de la tierra, y no hay aquí lugar de reposo seguro para él; por eso no hay lugar capaz de liberar al hombre de su inquietud por buscar, y por tanto su vocación está más allá de todos los euros que pueda acumular. Recordemos otro logion de Cristo: “¿De qué le vale al hombre ganar la bola del mundo entero, si compromete su ser?”. Por eso aún suponiendo que un día fuera el hombre dueño absoluto del mundo (sin tener rivales), aún así no estaría a cobijo de su inseguridad; porque el mundo no es tan grande como para satisfacer su necesidad infinita de ser. Y si llegara a creer que la puede satisfacer así, en ese momento estaría declarando su pequeñez. Por contra, el hombre estaría declarando su propia grandeza si dijera: ¡pues sí, soy lo más evolucionado del mundo pero sé que esto no me basta! Y tampoco me bastaría aunque me diesen varios mundos con todas sus galaxias, porque yo necesito el infinito; que es lo que me define: Mi definición de hombre es no parar de caminar hacia el infinito: desde mi invalidez de niño, desde la presencia parcial de Dios encarnado en mí, hacia la totalidad de Dios.   

Continuemos avanzando por la presencia de Dios en la invalidez del hombre-niño, y para ello volvamos al texto de Mateo-18 (donde alude a los ángeles como referencia semántica) que dice así: “los ángeles de estos niños están viendo el rostro de Dios...”   [Aquí Jesús no está haciendo teología de los ángeles. No trata de justificar su existencia, ni su naturaleza, sino que alude a ciertas manifestaciones de Dios que entonces entendían todos. Manifestación de Dios en forma de salud, al citar a San Rafael; de poder, al hacer referencia a San Miguel; de palabra y anuncio del mensajero, con San Gabriel, etc.]

Recordemos que los ángeles nacieron de la cultura mesopotámica, cercana al pueblo de Israel, de donde Mateo toma muchos elementos mitológicos como destellos de Dios.  En este caso toma “niños en vuelo que están envueltos en un halo”, a los que llama ángeles; o sea, “la invalidez envuelta en  presencia de Dios”. Y cuando la invalidez es absoluta (cuando se derrumba todo, como en la cruz de Cristo donde sólo cabe la esperanza contra toda esperanza), entonces la presencia de Dios es absoluta; como envuelta absoluta de la invalidez total: como envuelta del agujero y del vacío total del Niño-Cristo en la cruz.  O sea que, allí mismo, en el mayor fracaso de la historia (en la muerte del Dios-con-nosotros), nace el mayor éxito de la historia: en Cristo resucitado nace la salvación de la Creación y del Hombre.   

Tratemos de avanzar, ahora, por “la presencia de Dios en la invalidez humana del caminar de Jesús”. La encíclica Redemptoris Mater, del Papa Juan Pablo II, recoge textos de teología actual que hacen ver cómo Jesús, en cuanto hombre, no lo sabía todo; pues según caminaba, Jesús iba aprendiendo de Dios: Jesús aprende (en cuanto hombre sometido a la historia como todos nosotros), al caminar por la encarnación de Dios; aprende caminando por la historia que es maestra de la vida, como dice Cicerón. Esto es lo mismo que ya se ha dicho para un piñón: si lo siembras en la historia y esperas unos 70 años, podrás ver un asombroso ejemplar y los miles de kilos de su madurez de pino; pero si no lo siembras no verás más que un piñón, y no podrás decir: ¡quién iba a imaginarse que en un piñón había todo eso!
¡Hay que aprender sembrados en la historia! Como un niño: que si lo congelas siempre será promesa pero si le das tiempo... Lo mismo pasa en la Creación: las montañas, los ríos... los animales y el hombre,  a fuerza de caminar (de vivir la encarnación y de sufrir el fracaso de la desaparición), aprenden lo que significa estar salvados. San Lucas dice, de forma magistral, que “Jesús crecía en sabiduría...”. Y parece, que muchos cristianos no saben esto todavía: ¡Jesús no lo sabía todo, pero Dios en Jesús sí! “Jesús-Cristo crecía en sabiduría y en edad”: esto es revelación, y hay que decirlo así porque alguien cree que Cristo nació con 40 años y sabio. No, no… Cristo nació haciéndose pis (dice San Cirilo). J. Pablo II retoma esta idea y dice que: el hombre Jesús iba aprendiendo a través de la vida, lo que Dios quería de él. Y así como por la razón aprendía las cosas razonables  –y cuando tenía 12 años sabía más que a los 4, y cuando tenía 30 era más inteligente como hombre que a los 25–, así en las cosas decisivas, lo que Cristo como hombre no sabía se lo decían las debilidades de la vida. Aquí es donde el Papa dice más de lo que se podía esperar. Pues, ¿cuáles son las debilidades de la vida?: son las que provienen de nuestra parte sentimental, que es la que más nos compromete; porque la razón compromete menos, al ser más poderosa. Este es el tema del compromiso afectivo: Si te comprometes con alguien afectivamente, amistosamente, amorosamente, quedas totalmente vencido y en sus manos; y por tanto estás perdido.  

Cristo se comprometió tan tiernamente con la realidad humana –dice el Papa– que así como su inteligencia iba evolucionando y la historia le iba diciendo lo que debía hacer o decir, las grandes decisiones nunca le fueron reveladas por la razón sino por el sentimiento; por el amor. ¿Y en qué consiste el sentimiento?  El sentimiento es la vibración de la parte femenina del ser humano, tanto en  las mujeres como en los hombres; si bien lo femenino está más desarrollado en las mujeres, y por tanto estas  son capaces de mayores compromisos afectivos.
Cristo amó a las mujeres como a todo el mundo –y esto lo dijo el Papa–, pero fueron ellas las que, aun sin saberlo, le fueron descubriendo ese camino de la voluntad de Dios. El Papa cita varios casos, que dejaremos para el resumen próximo.

            A la vista de todo lo anterior, se puede matizar lo siguiente:

*Lo invalido, lo infantil –el niño–, está en el cogollo del hombre y es la definición de éste; si bien debemos esforzarnos para ir logrando, personalmente y en su totalidad, esta definición.  

*La invalidez humana es lugar de salvación, pero sabiendo que hay que pasar sucesivamente por dos etapas: la invalidez-salvación de “niño/pesebre”, y la de “niño/cruz”.


*La historia humana no solo crece por ser una línea continua y gloriosa, sino fundamentalmente por sus “agujeros”; y es por estos por donde aparece el sentido de cada contratiempo que nos toca. 

Sentido que se puede traducir así: yo no conozco los porqués de este sufrimiento, pero sí sé –porque lo siento como cristiano– que por él se está incubando (en mí y ahora mismo) una vida nueva; que algo nuevo me está naciendo por dentro. En cambio no podremos sentir esa misma certeza cuando lo que nos rodee sean éxitos, cuando todo nos vaya bien y nos movamos por la superficie. Dios crece en nosotros en la medida que sentimos nuestra  invalidez, lo que no podremos sentir cuando estemos muy seguros. Una situación de catacumba  –en minoría y con dificultades–,  es la definición del cristiano con máximas esperanzas. 

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