martes, 28 de junio de 2016

Maestro Eckhart (místico medieval) Sermón XLIX

SERMÓN XLIX(412)
Beatus venter, qui te portavit, et ubera, quae suxisti.

Hoy se lee en el Evangelio que «una mujer, una hembra, le dijo a Nuestro Señor:
“Bienaventurado es el seno que te llevó, y bienaventurados son los pechos que mamaste”.
A lo cual respondió Nuestro Señor: “Dices la verdad. Bienaventurado es el seno que
me llevó y bienaventurados son los pechos que mamé. Pero, es mayor aún la bienaventuranza
del hombre que escucha mi palabra y la guarda”» (Cfr. Lucas 11, 27 ss.).
Ahora fijaos empeñosamente en esta palabra que dijo Cristo: «Mayor es la bienaventuranza
del hombre que escucha. mi palabra y la guarda, antes que del seno que me llevó
y de los pechos que mamé». Si yo hubiera dicho estas palabras y fueran las mías propias,
según las cuales es más bienaventurado aquel que escucha la palabra de Dios y la
guarda, de lo que lo es María a causa del Nacimiento por el cual es la madre carnal de
Cristo… repito, si yo lo hubiera dicho, la gente se sorprendería. [Pero] resulta que lo
dijo Cristo mismo. Por eso hay que creérselo a Él en cuanto verdad, porque Cristo es la
Verdad.
Ahora fijaos en qué es lo que oye «quien escucha la palabra divina». Escucha a Cristo
nacido del Padre en completa igualdad con el Padre y habiendo adoptado nuestra humanidad.
[Ambas cosas] se hallan unidas en su persona. Dios verdadero y hombre verdadero,
un solo Cristo: he aquí la palabra que escucha íntegramente quien escucha la palabra
de Dios y la guarda con toda perfección.
San Gregorio nos prescribe cuatro puntos(413) que debe observar el hombre que ha de
«escuchar y guardar la palabra de Dios». El primero es que se debe haber mortificado él
mismo con respecto a todo deseo carnal, habiendo aniquilado en su fuero íntimo todas
las cosas perecederas, y él mismo también debe estar muerto para todo lo perecedero.
Segundo: que se halle totalmente y para siempre elevado hasta Dios con conocimiento y
amor y con ternura verdadera [e] íntegra. El tercer punto consiste en que no le haga a
nadie lo que le apenaría que se lo hicieran a él. El cuarto punto implica que sea generoso

412 Atribución: «Maestro Egghart». En el encabezamiento de un manuscrito se dice: «Para la Vigilia
de la Asunción de Nuestra Señora». El texto bíblico figura en el Evangelio del tercer domingo de cuaresma;
además, para la Vigilia de la Asunción de la Virgen y (según el antiguo misal de los dominicos) para
las Fiestas de la Virgen entre Navidad y la Fiesta de la Candelaria.
Se trata de un «sermón desacostumbradamente largo» (Quint, t. II p. 424).
413 Cfr. Gregorius M., Hom in Evang. I hom. 18 n. 1.

en cuanto a las cosas materiales y bienes espirituales, que lo dé todo generosamente.
Hay muchas personas que aparentan dar y en verdad no lo hacen. Son aquellos que dan
sus dones a quienes tienen más que ellos del don que dan, donde acaso ni se apetece ese
[regalo], o donde aspiran que a trueque de su don se les haga algún servicio o se les devuelva
algo en cambio o se les reverencie. El don de semejante gente se llamaría, más
propiamente, una petición en vez de un don, porque en verdad no dan nada. Nuestro Señor
Jesucristo era libre y pobre en todos sus dones que nos dio caritativamente: en todos
sus dones no buscó nada suyo, más aún: aspiraba sólo a [la] loa y gloria del Padre y a
nuestra bienaventuranza, y por el amor verdadero se entregó Él mismo a la muerte. El
hombre, pues, que quiere dar por amor de Dios, ha de dar los bienes materiales puramente
por Dios de modo que no piense en [recibir] ni un servicio ni una retribución ni
honras perecederas, y que no busque para sí nada que no sea [la] loa y [la] honra de
Dios, y que, por amor de Dios, ayude a su prójimo necesitado de alguna cosa para su
sustento. Y del mismo modo habrá de dar también los bienes espirituales(414), allí donde
sabe que su hermano en Cristo(415) los recibe de buen grado para corregir así su vida por
amor de Dios, y no ha de apetecer ni agradecimiento ni recompensa de ese hombre ni
ventaja alguna y tampoco debe pedir ninguna recompensa de parte de Dios por el servicio
[prestado], excepto que Dios sea loado. De tal modo ha de mantenerse libre con respecto
a su dádiva, tal como Cristo permaneció libre y pobre con respecto a todos sus dones
que nos dio. Dar de este modo significa dar en realidad. Quien cumple con estos
cuatro puntos, puede confiar de veras en que ha escuchado y también guardado la palabra
de Dios.
Toda la santa Cristiandad le atribuye gran honra y dignidad a Nuestra Señora por haber
sido la madre carnal de Cristo; y así corresponde. La santa Cristiandad implora su
gracia y ella puede obtenerla [de Dios] y esto corresponde. Y si la santa Cristiandad le
rinde honores tan grandes, como corresponde, mucha más alabanza y honor puede rendir
la santa Cristiandad a aquel hombre que ha escuchado y guardado la palabra divina,
porque él es todavía más bienaventurado de lo que es Nuestra Señora por el [mero] hecho
de ser la madre carnal de Cristo, según dijo Cristo mismo. Tanta honra e incontablemente
más recibe el hombre que escucha y guarda la palabra divina. Este preámbulo os
lo he dicho para que os concentréis mientras tanto. Perdonadme por haberos detenido de
tal manera. Ahora quiero predicar.
Tomamos del Evangelio tres pasajes; sobre ellos quiero predicaros. El primero reza:
«Bienaventurado es aquel que escucha y guarda la palabra de Dios». El otro dice: «Si el

414 El don espiritual. Según Quint (t. II p. 431 n. 1) ese don espiritual es la virtud que permite al hermano
en Cristo (el no-cristiano) corregir su vida.
415 Hermano en Cristo. El texto original dice: «ebenkristen» = «co-cristiano».

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grano de trigo no cae a tierra y no muere allí, queda solo. Pero, si cae a tierra y muere
allí, produce cien veces más fruto» (Juan 12, 24 ss.). El tercero [se refiere a] que Cristo
dijo: «Entre los hijos nacidos de mujer, nadie es mayor que Juan Bautista» (Cfr. Mateo
11, 11). Por de pronto paso por alto los dos últimos [pasajes] y hablo del primero.
Y Cristo dijo: «Bienaventurado es aquel que escucha y guarda la palabra de Dios».
¡Ahora fijaos empeñosamente en este significado! El Padre mismo no escucha nada fuera
del susodicho Verbo, no conoce nada más que este Verbo, no dice nada más que este
mismo Verbo, no engendra nada más que este mismo Verbo. En este mismo Verbo escucha
el Padre y conoce el Padre y engendra a sí mismo y también a este mismo Verbo y a
todas las cosas y a su divinidad, totalmente hasta el fondo, a sí mismo de acuerdo con la
naturaleza, y a este Verbo con la misma naturaleza en otra persona. ¡Ea, fijaos ahora en
este modo de hablar! El Padre enuncia, racionalmente, con fecundidad su propia naturaleza
íntegra en su Verbo eterno. No es que pronuncie el Verbo voluntariamente, como un
acto de voluntad, como cuando se dice o se hace algo a fuerza de voluntad, y a causa de
esa misma fuerza uno también podría omitirlo si quisiera. Así no son las cosas con el
Padre y con su Verbo eterno, sino que Él, quiéralo o no, debe pronunciar, y engendrar
sin cesar, este Verbo, porque se halla de manera natural junto al Padre como una raíz [de
la Trinidad], dentro de la naturaleza del Padre, tal como es el Padre mismo. Mirad, por
ello el Padre pronuncia el Verbo voluntariamente y no por [fuerza de] la voluntad, y naturalmente
y no por [fuerza de] la naturaleza(416). En este Verbo el Padre enuncia mi espíritu
y tu espíritu y el espíritu de cada hombre [como] igual al mismo Verbo. En este mismo
[acto de] hablar tú y yo somos [cada uno] un hijo por naturaleza, de Dios como [lo
es] el mismo Verbo. Pues, según dije antes: El Padre no conoce nada fuera de este mismo
Verbo y de sí mismo y de toda la naturaleza divina y de todas las cosas en este mismo
Verbo, y todo cuanto conoce en Él es igual al Verbo y es, por naturaleza, el mismo
Verbo en la Verdad. Cuando el Padre te da y te revela este conocimiento, te da de veras
[y] del todo su vida y su ser y su divinidad en la Verdad. En esta vida, el padre, [o sea] el
padre carnal, le comunica su naturaleza a su hijo, mas no le da su propia vida ni su propio
ser, porque el hijo tiene otra vida y un ser distinto del que tiene el padre. Este hecho
se demuestra por lo siguiente: El padre puede morir y el hijo, vivir; o, el hijo puede morir
y el padre, vivir. Si los dos tuvieran una sola vida y un solo ser, tendría que suceder
necesariamente que ambos muriesen o viviesen juntos, ya que la vida y el ser de ambos
sería uno solo. Pero, así no es. Y por eso, cada uno es ajeno al otro y están diferenciados
en cuanto a vida y ser. Si saco [el] fuego de un lugar y lo coloco en otro, por más que
sea fuego, se halla dividido: éste puede arder y aquél apagarse, o éste puede apagarse y
aquél arder; y por ende, no es ni uno solo ni eterno. Pero, como dije antes: El Padre en

416 «Por fuerza de la naturaleza» o también «por impulso de la naturaleza».

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el reino de los cielos te da su Verbo eterno y en el mismo Verbo te da su propia vida y su
propio ser y su divinidad toda; porque el Padre y el Verbo son dos personas y una sola
vida y un solo ser indiviso. Cuando el Padre te recoge en esta misma luz para que tú
contemples, de modo cognoscitivo, a esta luz en esta luz, de acuerdo con la misma peculiaridad
con la cual Él, con su poder paterno, se conoce en este Verbo [= esta luz] a sí
mismo y a todas las cosas, [así como conoce] al mismo Verbo, según [la] razón y [la]
verdad, tal como he dicho, entonces te da poder para engendrar, junto a Él, a ti mismo y
a todas las cosas y [te concede] su propio poder igual que a este mismo Verbo. Así pues,
estás engendrando sin cesar, junto con el Padre por la fuerza del Padre, a ti mismo y a
todas las cosas en un «ahora» presente. Dentro de esta luz, según he dicho, el Padre no
conoce ninguna diferencia entre Él y tú y ninguna ventaja, ni menor ni mayor, que entre
Él y su mismo Verbo. Porque el Padre y tú mismo y todas las cosas y el mismo Verbo
son uno dentro de la luz.
Ahora me voy a referir a la segunda sentencia pronunciada por Nuestro Señor: «Si el
grano de trigo no cae a tierra y no muere allí, queda solo y no produce fruto. Pero, si cae
a tierra y muere allí, produce cien veces más fruto». «Cien veces», dicho con significado
espiritual, equivale a innumerables frutos. Pero ¿qué es el grano de trigo que cae a tierra,
y qué es la tierra a la cual ha de caer? Este grano de trigo —según expondré ahora—
es el espíritu al que se llama o se dice alma humana, y la tierra a la cual ha de caer, es la
muy bendita humanidad de Jesucristo; porque ésta es el campo más noble que haya sido
creado jamás de tierra o preparado para cualquier fecundidad. A este campo lo han preparado
el mismo Padre y este mismo Verbo y el Espíritu Santo. Ea, ¿cuál era el fruto de
este precioso campo de la humanidad de Jesucristo? Era su alma noble, desde el momento
en que sucedió que, por la voluntad divina y el poder del Espíritu Santo, la noble
humanidad(417) y el noble cuerpo fueron formados en el seno de Nuestra Señora para la
salvación de los hombres, y que fue creada el alma noble, de modo que el cuerpo y el
alma en un solo instante fueron unidos con el Verbo eterno. Esta unión se hizo tan rápida
y verdaderamente que, tan pronto como el cuerpo y el alma se enteraron de que Él
[Cristo] estaba, en ese mismo momento Él se comprendió como naturalezas humana y
divina unidas, [como] Dios verdadero y hombre verdadero, un solo Cristo que es Dios.
¡Ahora fijaos en el modo de su fecundidad! Por esta vez llamo a su alma noble un
grano de trigo que [caído] a la tierra de su noble humanidad, pereció por [el] sufrimiento
y [la] acción, por [la] aflicción y [la] muerte, según dijo Él mismo, cuando debía padecer,
con estas palabras: «Mi alma está entristecida hasta la muerte» (Mateo 26, 38; Marcos
14, 34). Entonces no se refirió a su noble alma según la manera como ella contempla
de modo cognoscitivo el bien supremo, con el cual se halla unido en la persona y

417 «La noble humanidad» en el sentido de «la naturaleza humana».

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[que] es Él mismo según la unión y según la persona: este [bien] lo contemplaba sin cesar
con su potencia suprema en medio del sufrimiento máximo, tan de cerca y exactamente
como lo hace ahora; ahí adentro no podía caer ninguna tristeza ni pena ni muerte.
Verdaderamente es así, porque en momentos en los que el cuerpo moría atrozmente en
la cruz, su noble espíritu vivía en tal presencia [= la contemplación del bien supremo].
Pero, en la medida en que el noble espíritu se hallaba racionalmente unido a los sentidos
y a la vida del santo cuerpo, hasta ese punto Nuestro Señor llamaba alma a su espíritu
creado, por cuanto le daba vida al cuerpo y estaba unida con los sentidos y la facultad
intelectual. En ese aspecto [y] hasta ese punto su alma «estaba entristecida hasta la
muerte» junto con el cuerpo, porque el cuerpo debía morir.
Ahora diré, pues, de esta destrucción que el grano de trigo, su noble alma, pereció en
el cuerpo de dos maneras. Primero —según dije antes—, el alma noble junto con el Verbo
eterno tenía una contemplación cognoscitiva de toda la naturaleza divina. A partir del
primer momento en que Él [= el Cristo de cuerpo y alma] fue creado y unido [con su naturaleza
divina], ella [= el alma de Cristo] pereció en la tierra, en el cuerpo, de modo
que ya no tenía nada que ver con él [es decir, con su cuerpo], fuera de estar unida a él y
de vivir [con él]. Pero su vida, [si bien] se realizaba con el cuerpo, [se hallaba] por encima
del cuerpo en Dios, inmediatamente, sin impedimento alguno. De tal manera pereció
en la tierra, en el cuerpo, de modo que ya nada tenía que ver con éste, fuera de estar unida
a el.
La otra manera de su destrucción en la tierra, en el cuerpo, acaeció —según dije antes—
cuando dio vida al cuerpo y se hallaba relacionada con los sentidos, entonces estaba
junto al cuerpo cargada de trabajos y penas y molestias y angustias «hasta la muerte»,
de modo que ella junto al cuerpo y el cuerpo junto a ella —de acuerdo con esa manera
— nunca consiguieron descanso ni comodidad ni satisfacción sin caducidad, mientras el
cuerpo era mortal. Y ésa es la otra manera por la cual el grano de trigo, el alma noble,
pereció así en cuanto a comodidad y descanso.
Ahora ¡fijaos en el fruto céntuplo e innumerable de este grano de trigo! El primer
fruto consiste en que ha dado loa y gloria al Padre y a toda la naturaleza divina por el
hecho de que Él, con sus potencias superiores, no se apartó, ni por un momento ni por
un punto [de la contemplación del bien supremo], por causa de todo cuanto debía realizar
la facultad intelectual ni por todo cuanto tenía que sufrir el cuerpo: así [y] a pesar de
todo, seguía contemplando sin cesar a la divinidad con ininterrumpida loa, otra vez engendrada,
de la dominación paterna. Esta es una de las maneras de la fecundidad del
grano de trigo desde la tierra de su noble humanidad. La otra manera es la siguiente:
todo el sufrimiento fecundo de su santa humanidad, que soportó en esta vida por el hambre,
la sed, el calor, los vientos, las lluvias, los granizos, la nieve, por muchas penas y

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además, por su muerte amarga, todo esto lo ofrendó para honrar al Padre divino. Esto redunda
en gloria para Él mismo y en fecundidad para todas las criaturas que, con su gracia
[= la de Cristo], quieren imitarlo en su vida [poniendo] todos sus esfuerzos. Mirad,
ésta es la otra fecundidad de su santa humanidad y del grano de trigo [que es] su alma
noble, la cual en esa [condición] se ha hecho fértil para gloria de Él mismo y para [la]
bienaventuranza de la naturaleza humana. Ahora acabáis de escuchar cómo el alma noble
de Nuestro Señor Jesucristo se ha vuelto fecunda en su santa humanidad. Habéis de
observar además, cómo también el hombre ha de llegar a esta [meta]. Aquel hombre que
intenta arrojar su alma, o sea el grano de trigo, al campo de la humanidad de Jesucristo,
para que perezca ahí y se vuelva fecunda, también debe perecer de dos modos. Un modo
tiene que ser corpóreo, el otro espiritual. Al corpóreo hay que interpretarlo como sigue:
cuanto sufre a causa del hambre, de la sed, del frío, del calor y de que se lo desprecie y
[tenga que soportar] muchos sufrimientos inmerecidos, cualquiera que sea la forma en
que Dios lo disponga, [todo] esto lo habrá de aceptar de buen grado, alegremente, justo
como si Dios no lo hubiera creado para nada que no fuese padecimiento e infortunio y
trabajo, y no habrá de buscar y apetecer en ello cosa alguna para sí mismo, ni en el cielo
ni en la tierra, y todo su sufrimiento le tendrá que parecer poco, como una gota de agua
en comparación con el mar embravecido. Debes considerar tu sufrimiento así de pequeño
frente al gran padecimiento de Jesucristo. De esta manera se vuelve fecundo el grano
de trigo, [o sea] tu alma, en el noble campo de la humanidad de Jesucristo, y perece en
él de forma tal que se abandona totalmente a sí mismo. Éste es el primero de los modos,
[propio] de la fecundidad del grano de trigo que ha caído al campo y a la tierra de la humanidad
de Jesucristo.
¡Ahora fijaos en el otro modo [propio] de la fecundidad del espíritu, [o sea] el grano
de trigo! Es el siguiente: toda el hambre espiritual y la amargura, en las que lo sumerge
Dios, lo habrá de soportar todo pacientemente; y aun cuando hace todo cuanto es capaz
de hacer interior y exteriormente, no debe apetecer nada en recompensa. Y si Dios quisiera
aniquilarlo o arrojarlo al infierno, no debería querer ni desear que Dios lo conservara
en su ser o que lo librase del infierno, sino que debe dejar que Dios haga con él
todo cuanto Él quiere o como si tú ni siquiera existieras: Dios ha de ser tan poderoso en
todo cuanto eres tú, como en su propia naturaleza increada. Otra cosa más debes tener.
Esto es: en el caso de que Dios te librara de la pobreza interior y te donara riqueza íntima
y mercedes y te uniera con Él mismo en un grado tan alto como es capaz de experimentarlo
tu alma, entonces deberías mantenerte tan libre de la riqueza y rendirle honor
sólo a Dios, tal como tu alma se mantuvo libre cuando Dios la creó como algo desde la
nada. Esta es la otra forma de la fecundidad que el grano de trigo, [o sea] el alma, ha recibido
de la tierra [que es] la humanidad de Jesucristo, la que se mantuvo libre, por alta

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[que fuera] su fruición [del sumo bien], como dijo Él mismo en contra de los fariseos:
«Si buscara mi gloria, mi gloria no sería nada; busco la gloria de mi Padre que me ha
enviado» (Cfr. Juan 8, 54 y 50).
La tercera parte de este sermón se refiere a lo que dijo Nuestro Señor: «Juan Bautista
es grande; es el mayor que alguna vez haya nacido por entre todos los hijos de las mujeres.
Pero, si alguien fuera inferior a Juan, sería mayor que él en el reino de los cielos»
(Cfr. Mateo 11, 11). ¡Ea, observad ahora lo maravillosas y peculiares que son estas palabras
de Jesucristo con las que elogiaba la grandeza de Juan que sería el mayor que hubiera
nacido alguna vez del seno de una mujer! y, sin embargo dijo: «Si alguien fuera inferior
a Juan, sería mayor que él en el reino de los cielos». ¿Cómo hemos de entender tal
cosa? Os lo demostraré.
Nuestro Señor no contradice su propia palabra. Cuando elogiaba a Juan por ser mayor,
quería decir que era pequeño a causa de su verdadera humildad, ésta era su grandeza.
Lo sabemos por el hecho de que Cristo mismo dijera: «Aprended de mí que soy
manso y humilde de corazón» (Mateo 11, 29). Todo cuanto en nosotros son virtudes, en
Dios es ser puro y su propia naturaleza. Por ello dijo Cristo: «Aprended de mí que soy
manso y humilde de corazón». Por humilde que fuera Juan, su virtud tenía, sin embargo,
una medida, y más [allá] de esa medida no era ni más humilde ni mayor ni mejor de lo
que era. Luego dijo Nuestro Señor: «Si alguien fuera inferior a Juan, sería mayor que él
en el reino de los cielos», como si quisiera decir: Si hubiera alguien que sobrepasara esa
humildad, aunque fuera por una pizca(418) o por cualquier cosa, y fuese proporcionalmente
más humilde que Juan, ése sería mayor en el reino de los cielos por toda la eternidad.
¡Ahora fijaos bien! Ni Juan ni ninguno de todos los santos nos han sido señalados
como fin que debemos perseguir, o como meta limitada por debajo de la cual hemos de
permanecer. Sólo Cristo, Nuestro Señor, es nuestro fin, a Él hemos de seguir y [Él es]
nuestra meta por debajo de la cual hemos de permanecer y a la que debemos ser unidos,
iguales a Él en toda su gloria, así como nos corresponde la unificación. En el reino de
los cielos no hay ningún santo tan santo ni perfecto que su vida [en esta tierra], en cuanto
a sus virtudes, no se haya realizado dentro de [determinada] medida, y según esa medida
es también la jerarquía de su vida eterna, y toda su perfección [en el cielo] corresponde
por completo a esa medida. Por cierto [y] en verdad: si existiera un solo hombre
que sobrepasara la medida correspondiente al santo más destacado que ha vivido virtuosamente
y recibido por ello su bienaventuranza… si existiese, pues, un solo hombre que
sobrepasara en algo esa medida de la virtud, él sería en la manifestación de la virtud todavía
más santo y más bienaventurado que aquel santo lo haya sido jamás. Digo por
Dios —y es tan verdadero como que Dios vive—: No hay ningún santo tan perfecto en

418 En el texto original dice: «por un cabello».

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el cielo que tú no pudieras sobrepasar el grado de su santidad con [tu] santidad y [tu forma
de] vida, y que no pudieses llegar más alto que él en el cielo y permanecer [así] por
la eternidad. Por eso digo: Si alguien fuera más humilde que Juan e inferior [a él], habría
de ser eternamente mayor que él [= Juan] en el reino de los cielos. La verdadera humildad
es esta: que un hombre con todo cuanto es por naturaleza, como ser creado de la
nada, no se empeñe en nada, ni en el hacer ni en el dejar de hacer, fuera de esperar la luz
de la gracia. Que uno sea prudente en [su] hacer y dejar de hacer, ésta es la verdadera
humildad de la naturaleza. [La] humildad del espíritu consiste en el hecho de que él [=
el hombre] se adjudique o atribuya tan poco de todo el bien que Dios le hace continuamente,
como hacía cuando aún no existía.
Que Dios nos ayude para que lleguemos a ser tan humildes. Amén.


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