
Santa Elena, reina
En Roma, en la vía Labicana, santa Elena, madre del emperador Constantino, que, entregada con singular empeño a ayudar a los pobres, acudía piadosamente a la iglesia mezclada entre los fieles, y habiendo peregrinado a Jerusalén para descubrir los lugares del nacimiento de Cristo, de su Pasión y Resurrección, honró el pesebre y la cruz del Señor con basílicas dignas de veneración.
Por lo que se puede conjeturar, santa Elena nació en Drepano de Bitinia. Probablemente era hija de un posadero. El general romano Constancio Cloro la conoció hacia el año 270 y se casó con ella, a pesar de su humilde origen. Cuando Constancio Cloro fue hecho césar, se divorció de Elena y se casó con Teodora, hijastra del emperador Maximiano. Algunos años antes, en Naissus (Nish, en Servia), Elena había dado a luz a Constantino el Grande, que llegó a amar y venerar profundamente a su madre, a la que le confirió el título de «Nobilissima Femina» (mujer nobilísima) y cambió el nombre de su ciudad natal por el de Helenópolis. Alban Butler afirma: «La tradición unánime de los historiadores británicos sostiene que la santa emperatriz nació en Inglaterra»; pero en realidad, la afirmación tan repetida por los cronistas medievales de que Constancio Cloro se casó con Elena, «quien era hija de Coel de Colchester», carece de fundamento histórico. Probablemente, dicha leyenda, favorecida por ciertos panegíricos de Constantino, se originó en la confusión con otro Constantino y otra Elena, a saber: la Elena inglesa que se casó con Magno Clemente Máximo, quien fue emperador de Inglaterra, Galia y España, de 383 a 388; la pareja tuvo varios hijos, uno de los cuales se llamó Constantino (Custennin). Esta Elena recibió el título de «Luyddog» (hospitalaria). Dicho título empezó, más tarde, a aplicarse también a santa Elena, y un documento del siglo X dice que Constantino era «hijo de Constrancio (sic) y de Elena Luicdauc, la cual partió de Inglaterra en busca de la cruz de Jerusalén y la trasladó de dicha ciudad a Constantinopla». Algunos historiadores suponen que las iglesias dedicadas a Santa Elena en Gales, Cornwall y Devon, derivan su nombre de Elena Luyddog. Otra tradición afirma que santa Elena nació en Tréveris, ciudad que pertenecía también a los dominios de Magno Clemente Máximo.
Constancio Cloro vivió todavía catorce años después de repudiar a santa Elena. A su muerte, ocurrida el año 306, sus tropas, que se hallaban entonces estacionadas en York, proclamaron césar a su hijo Constantino; dieciocho meses más tarde, Constantino fue proclamado emperador. El joven entró a Roma el 28 de octubre de 312, después de la batalla del Puente Milvio. A principios del año siguiente, publicó el Edicto de Milán, por el que toleraba el cristianismo en todo el Imperio. Según se deduce del testimonio de Eusebio, santa Elena se convirtió por entonces al cristianismo, cuando tenía ya cerca de sesenta años, en tanto que Constantino seguiría siendo catecúmeno hasta la hora de su muerte: «Bajo la influencia de su hijo, Elena llegó a ser una cristiana tan fervorosa como si desde la infancia hubiese sido discípula del Salvador». Así pues, aunque conoció a Cristo a una edad tan avanzada, la santa compensó con su fervor y celo su larga temporada de ignorancia y Dios quiso conservarle la vida muchos años para que, con su ejemplo, edificase a la Iglesia que Constantino se esforzaba por exaltar con su autoridad. Rufino califica de incomparables la fe y el celo de la santa, la cual supo comunicar su fervor a los ciudadanos de Roma. Elena asistía a los divinos oficios en las iglesias, vestida con gran sencillez, y ello constituía su mayor placer. Además, empleaba los recursos del Imperio en limosnas generosísimas y era la madre de los indigentes y de los desamparados. Las iglesias que construyó fueron muy numerosas. Cuando Constantino se convirtió en el amo de Oriente, después de su victoria sobre Licinio, en 324, santa Elena fue a Palestina a visitar los lugares que el Señor había santificado con su presencia corporal.
Constantino mandó arrasar la explanada y el templo de Venus que el emperador Adriano había mandado construir sobre el Gólgota y el Santo Sepulcro, respectivamente, y escribió al obispo de Jerusalén, san Macario, para que erigiese una iglesia «digna del sitio más extraordinario del mundo». Santa Elena, que era ya casi octogenaria, se encargó de supervisar la construcción, movida por el deseo de descubrir la cruz en que había muerto el Redentor. Eusebio dice que el motivo del viaje de santa Elena a Jerusalén, fue simplemente agradecer a Dios los favores que había derramado sobre su familia y encomendarse a su protección; pero otros escritores lo atribuyen a ciertas visiones que la santa había tenido en sueños, y san Paulino de Nola afirma que uno de los objetivos de la peregrinación era, precisamente, descubrir los Santos Lugares. En su carta al obispo de Jerusalén, Constantino le mandaba expresamente que hiciese excavaciones en el Calvario para descubrir la cruz del Señor. Hay algunos documentos que relacionan el nombre de santa Elena con el descubrimiento de la Santa Cruz. El primero de esos documentos es un sermón que predicó San Ambrosio el año 395, en el que dice que, cuando la santa descubrió la cruz, «no adoró al madero sino al rey que había muerto en él, llena de un ardiente deseo de tocar la garantía de nuestra inmortalidad». Varios otros escritores de la misma época afirman que santa Elena desempeñó un papel importante en el descubrimiento de la cruz; pero es necesario advertir que San Jerónimo vivía en Belén y no dice una palabra sobre ello (ver más detalles en el artículo dedicado a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz).
Como quiera que haya sido, santa Elena pasó, ciertamente, sus últimos años en Palestina. Eusebio dice: «Elena iba constantemente a la iglesia, vestida con gran modestia y se colocaba con las otras mujeres. También adornó con ricas decoraciones las iglesias, sin olvidar las capillitas de los pueblos de menor importancia». El mismo autor recuerda que la santa construyó la basílica «Eleona» en el Monte de los Olivos y otra basílica en Belén. Era bondadosa y caritativa con todos, especialmente con las personas devotas, a las que servia respetuosamente a la mesa y les ofrecía agua para el lavamanos. «Aunque era emperatriz del mundo y dueña del Imperio, se consideraba como sierva de los siervos de Dios». Durante sus viajes por el Oriente, santa Elena prodigaba toda clase de favores a las ciudades y a sus habitantes, sobre todo a los soldados, a los pobres y a los que estaban condenados a trabajar en las minas; libró de la opresión y de las cadenas a muchos miserables y devolvió a su patria a muchos desterrados.
El año 330, el emperador Constantino mandó acuñar las últimas monedas con la efigie de Flavia Julia Elena, lo cual nos lleva a suponer que la santa murió en ese año. Probablemente la muerte la sobrecogió en el Oriente, pero su cuerpo fue trasladado a Roma. El Martirologio Romano conmemora a santa Elena el 18 de agosto. En el Oriente se celebra su fiesta el 21 de mayo, junto con la de su hijo Constantino, cuya santidad es más que dudosa. Los bizantinos llaman a santa Elena y a Constantino «los santos, ilustres y grandes emperadores, coronados por Dios e iguales a los Apóstoles».
La principal fuente de información sobre santa Elena es la biografía de Constantino escrita por Eusebio (Vita Constantini), cuyos principales pasajes pueden verse en Acta Sanctorum, agosto, vol. III. Ver también M. Guidi, Un Bios di Constantino (1908). J. Maurice publicó una interesante obrita sobre santa Elena en la colección L´Art et les Saints (1929).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Esta gran santa se ha hecho famosa por haber sido la madre del emperador que les concedió la libertad a los cristianos, después de tres siglos de persecución, y por haber logrado encontrar la Santa Cruz en Jerusalen.
Nació en el año 270 en Bitinia (sur de Rusia, junto al Mar Negro). Era hija de un hotelero, y especialmente hermosa. Y sucedió que llegó por esas tierras un general muy famoso del ejército romano, llamado Constancio Cloro y se enamoró de Elena y se casó con ella. De su matrimonio nació un niño llamado Constantino que se iba hacer célebre en la historia por ser el que concedió libertad a los cristianos.
Pero al morir Constancio Cloro, fue proclamado emperador por el ejército el hijo de Elena, Constantino, y después de una fulgurante victoria obtenida contra los enemigos en el puente Milvio en Roma (antes de la cual se cuenta que Constantino vio en sueños que Cristo le mostraba una cruz y le decía: « con éste signo vencerás» ), el nuevo emperador decretó que la religión Católica tendría en adelante plena libertad (año 313) y con éste decreto terminaron tres siglos de crueles y sangrientas persecuciones que los emperadores romanos habían hecho contra la Iglesia de Cristo.
Constantino amaba inmensamente a su madre Elena y la nombró Augusta o Emperatriz, y mandó hacer monedas con la figura de ella, y le dio pleno poderes para que empleara el dinero del gobierno en las obras buenas que ella quisiera. Elena que se había convertido al cristianismo, se fue a Jerusalén, y allá, con los obreros, que su hijo, el emperador, le proporcionó, se dedicó a excavar en el sitio dónde había estado el monte Calvario y allá encontró la cruz en la cual habían crucificado a Jesucristo (por eso la pinta con una cruz en la mano).
En Tierra Santa hizo construir tres templos: uno en el Calvario, otro en el Monte de los Olivos, y el tercero en Belén. Gastó su vida en hacer buenas obras por la religión y los pobres, y ahora reina en el cielo y ruega por nosotros que todavía sufrimos en la tierra.
Oremos
Tú, Señor, que todos los años nos alegras con la fiesta de Santa Elena, concede a los que estamos celebrando su memoria imitar también los ejemplos de su vida santa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
Santos Mártires de la «Masa Cándida»
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Santos Mártires de la «Masa Cándida»
En Útica, santos mártires llamados de la «Masa Cándida», que, más numerosos que los peces recogidos en sus redes por los apóstoles, aceptaron la muerte con gran fortaleza de fe por permanecer fieles a su obispo Cuadrado y confesar, a la vez, a Cristo como Hijo de Dios.
El poeta Prudencio popularizó en uno de sus himnos, en el Peristephanon XIII, dedicado al martirio de san Cipriano, la historia de estos mártires, tal como había llegado a sus oídos. Según el poeta, prefirieron ser arrojados a la cal viva, que disolvió sus cuerpos, antes que sacrificar a los ídolos, y por ello «Corpora candor habet, candor vehit ad superna mentes, 'candida massa' dehinc dici meruit per omne saeclum.» es decir: la blancura [esto es: la cal] envuelve los cuerpos, la blancura [de la santidad] transporta las almas a lo alto, por eso 'massa candida' merecieron llamarse desde ese momento para siempre. Sin embargo san Agustín, en sus sermones sobre los mártires llamados «Massa Candida» adopta otra interpretación: «Si la causa es candida, también la Masa es candida. Se habla de Masa en atención a la grande muchedumbre; Cándida, en atención al resplandor de la causa.» (Sermón 306,2). La anterior redacción del Martirologio Romano, basada en el poema de Prudencio, decía: «En Cartago, la pasión de trescientos santos mártires en la época de Valeriano y Galieno. El gobernador, entre otros tormentos, mandó preparar un horno de cal viva. Después dijo a los mártires: `Escoged entre ofrecer incienso a Júpiter o ser arrojados a la cal.' Los mártires, armados con la fe y confesando que Cristo era el Hijo de Dios, se arrojaron espontáneamente a las llamas y entre los vapores de la cal quedaron reducidos a cenizas. En esa forma los blancos confesores de Cristo ganaron el título de Massa candida.»
Como puede verse, las versiones varían sobre aproximadamente un mismo tema: la "massa" sería la mezcla de la cantidad de mártires, 300 según Prudencio, 153, según san Agustín. No obstante, se trata de descripciones poéticas que no terminan de encajar los escasos datos que se poseen; como lo hace notar el P. Delehaye en su comentario al Hieronymianum, «Massa Candida» es en realidad el nombre del sitio en el que fueron sepultados los mártires. No existe ninguna prueba de que hayan muerto en la persecución de Valeriano. Probablemente fueron decapitados, ya que un sermón, que se atribuía antiguamente a san Agustín sin razón suficiente, habla de ríos de sangre y de la generosidad con que los mártires presentaron el cuello al verdugo. En cuanto al número, no existen pruebas de que hayan sido 300 ó 153, ya que san Agustín citó ese número simplemente para compararlo con el de los peces de la pesca milagrosa (Jn. 21,11). No la historicidad del número, que se ignora, pero sí la manera agustiniana de considerar este martirio, e incluso la localización en Utica, a 40 Km de Cartago, es la forma de ver el hecho que ha primado en el elogio del Martirologio actual.
Ver Prudencio, Peristephanon, XIII, 76-87; H. Delehaye, Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, pp. 449-450, y Origines du culte des martyrs (1933), pp. 384.385. San Agustín, Sermones, 306 y 306A; la relación entre la «Massa candida» y el obispo Cuadrato la trata san Agustín en el sermón 306C, dedicado a este santo. Butler-Guinea, pero redactado de modo de dar cabida al elogio del Martirologio Romano actual, más dependiente de san Agustín que de Prudencio.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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San Alberto Hurtado Cruchaga
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San Alberto Hurtado Cruchaga, presbítero
fecha: 18 de agosto n.: 1901 - †: 1952 - país: Chile canonización: B: Juan Pablo II 16 oct 1994 - C:Benedicto XVI 23 oct 2005 hagiografía: Vaticano
En Santiago de Chile, san Alberto Hurtado Cruchaga, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús, que fundó una obra para que los pobres sin techo y los vagabundos, sobre todo niños, pudiesen encontrar un verdadero y familiar hogar.
Nacido en Viña del Mar, Chile, el 22 de enero de 1901. Quedó huérfano de padre a la edad de 4 años. Su madre se vio obligada a vender en condiciones desfavorables su propiedad para pagar las deudas de la familia. Como consecuencia de ello, Alberto y su hermano debieron ir a vivir con parientes, y a menudo a transferirse de uno a otro de ellos. Así experimentó desde pequeño la condición de los pobres, sin casa y dependiendo de otros.
Una beca le permitió estudiar en el Colegio San Ignacio de Santiago. Aquí se hizo miembro de la Congregación Mariana (lo que hoy son las Comunidades de Vida Cristiana, CVX) y como tal se interesó vivamente por los pobres, yendo a trabajar con ellos a los barrios más miserables todos los domingos por la tarde. Terminados los estudios secundarios en 1917 quiso hacerse jesuita, pero le recomendaron postergar la realización de su deseo con el fin de que se pudiera ocupar de su madre y su hermano menor.
Trabajando por las tardes, logró mantener a los suyos y al mismo tiempo estudiar en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica. En este período continuó dedicándose a los pobres, a quienes seguía visitando cada semana. El deber del servicio militar le hizo interrumpir sus estudios, pero luego pudo graduarse al inicio de agosto de 1923. El 14 de este mes entró al Noviciado de la Compañía de Jesús en Chillán, Chile. En 1925 se trasladó a Córdoba, Argentina.
En 1927 fue enviado a España para realizar sus estudios de filosofía y teología. Sin embargo, la expulsión de los jesuitas de este país en 1931 le obligó a partir a Bélgica y continuar la teología en Lovaina. Allí fue ordenado sacerdote el 24 de agosto de 1933. En 1935 obtuvo el doctorado en Pedagogía y Psicología. Después de realizar la experiencia de Tercera Probación en Drongen (Bélgica), regresó a Chile en enero de 1936.
Una vez que volvió a su patria, su celo apostólico se fue extendiendo paulatinamente a todos los campos. Comenzó su actividad como profesor de Religión en el Colegio San Ignacio y de pedagogía en la Universidad Católica y el Seminario Pontificio. Escribió varios artículos sobre educación y acerca del orden social cristiano.
Construyó una casa de Ejercicios Espirituales en un pueblo que hoy lleva su nombre. Fue director de la Congregación Mariana de los jóvenes del colegio, a quienes invitó a ser catequistas en medios populares. Dio Ejercicios Espirituales en incontables ocasiones. Fue director espiritual de muchos jóvenes, acompañando a varios en su respuesta a la vocación sacerdotal, y contribuyendo notablemente a la formación de muchos laicos cristianos. En 1941 el Padre Hurtado publicó su libro más famoso: «¿Es Chile un país católico?». En el mismo año se le confió el cargo de Asesor de la rama juvenil de la Acción Católica de la Arquidiócesis de Santiago, y al año siguiente, de toda la nación. Desempeñó el cargo con extraordinario espíritu de iniciativa, dedicación y sacrificio.
En octubre de 1944, mientras daba un retiro, sintió una imperiosa necesidad de llamar a la conciencia de sus auditores acerca de la necesidad que pasaban muchos pobres en la ciudad, y en especial muchos niños que vivían en las calles. Esto despertó una pronta reacción generosa. Fue el inicio de la iniciativa que ha hecho más conocido al P. Hurtado: se trata de aquella forma de actividad caritativa que ayuda a gente sin techo, dándole no sólo un lugar para vivir sino un verdadero hogar: el Hogar de Cristo.
A través de la contribución de benefactores y con la activa colaboración de laicos comprometidos, el Padre Hurtado abrió una primera casa de acogida para niños, luego una para mujeres y otra para hombres. Los pobres comenzaron a tener en el Hogar de Cristo un ambiente de familia en el cual vivir. Estas casas se fueron multiplicando y adquiriendo nuevas formas y características: en algunos casos se convirtieron en centros de rehabilitación, en otros, de educación artesanal y muchos otros. Todo se inspiraba en los valores cristianos, que empapaban la obra entera.
En 1945, el P. Hurtado viajó a Estados Unidos, y estudió cómo adaptar al país el movimiento «Boys Town». Los últimos años de su vida los dedicó al desarrollo de las varias formas en las que el Hogar de Cristo había llegado a existir y operar. En 1947 fundó la Asociación Sindical Chilena (ASICH), con el objetivo de promover un sindicalismo inspirado en la Doctrina Social de la Iglesia.
Entre el 1947 y 1950 escribió tres importantes libros: Sindicalismo, Humanismo Social y El Orden Social Cristiano en los Documentos de la Jerarquía Católica. En 1951 fundó la Revista Mensaje, conocida revista de los jesuitas chilenos dedicada a dar a conocer y explicar la doctrina de la Iglesia. Un cáncer al páncreas terminó con su vida en pocos meses. En medio de los grandes dolores solía repetir: «Contento, Señor, contento». Después de haber pasado su existencia manifestando el amor de Cristo a los pobres, fue llamado por Él el 18 de agosto de 1952.
Desde su regreso a Chile vivió solamente poco más de quince años: fue un tiempo de intenso apostolado, expresión profunda de su amor personal por Cristo y, precisamente por eso, caracterizado por una gran dedicación a los niños pobres y abandonados, por un celo ardiente por la formación de los laicos, y por un vivo sentido de justicia social cristiana.
El Padre Hurtado fue beatificado por Juan Pablo II el 16 de octubre de 1994.
Oremos
Padre Hurtado Apóstol de Jesucristo, servidor de los pobres y amigo de los niños... Bendecimos a Dios por tu paso entre nosotros. Tu supiste amar y servir tú nos llamas a vivir la fe comprometida, consecuente y solidaria. Haznos vivir siempre contentos aún en medio de las dificultades... Padre Hurtado amigo de Dios y de los hombres. Ruega por nosotros. Amén. |
San Agapito Praeneste
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San Agapito, mártir
En Palestrina, en el Lacio, san Agapito, mártir.
Según se dice, Agapito tenía apenas quince años cuando compareció ante el gobernador de Praeneste (Palestrina), Antíoco. Como se negase a abjurar de la fe, fue azotado, encarcelado y finalmente, decapitado, durante el reinado del emperador Aureliano. La leyenda ha bordado sobre las «actas», como en tantos otros casos. El relato legendario dice que Agapito pasó cuatro días en la cárcel sin comer ni beber, se le colocaron brasas sobre la cabeza y fue colgado por los pies sobre una hoguera humeante; además, se le bañó con agua hirviente y se le descoyuntó la mandíbula. Antíoco enfureció de tal modo al ver la constancia de la víctima, que cayó muerto de un síncope. Como las fieras del circo no tocasen al mártir, el verdugo tuvo que decapitarle. Estos hechos impresionaron tanto al tribuno Anastasio, que se convirtió instantáneamente al cristianismo.
En realidad, lo único que sabemos sobre san Agapito es que fue martirizado y sepultado en Palestrina, cerca de Roma, porque las «actas» son espurias. Es absolutamente cierta la existencia del culto primitivo de este mártir, ya que le mencionan los sacramentarios de la época, y a poco más de un kilómetro de Palestrina se conservan las ruinas de una basílica a él consagrada, en la que hay un epitafio que lleva su nombre. Además, en el siglo IX y en el X se le dedicaron varias iglesias.
Véase H. Delehaye, «Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum», pp. 448-449; A. Kellner, «Der hl. Agapitus von Praeneste» en «Studien und Mitteilungen» (1930), pp. 404-432.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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