***
Una ostra divisó una perla suelta que había caído en una grieta de una roca en el fondo del océano.
Tras grandes esfuerzos, consiguió recobrar la perla y depositarla sobre una hoja que estaba justamente a su lado.
Sabía que los humanos buscaban perlas, y pensó: “Esta perla les tentará, la tomarán y me dejarán a mí en paz”.
Sin embargo, llegó por allí un pescador de perlas cuyos ojos estaban acostumbrados a buscar ostras, no perlas depositadas cuidadosamente sobre una hoja.
De modo que se apoderó de la ostra -la cual no contenía perla, por cierto- y dejó que la perla rodara hacia abajo y cayera de nuevo en la grieta de la roca.
Sabes exactamente dónde mirar. Por eso no consigues encontrar a Dios.
***
Una mujer acudió al cajero de un banco y le pidió que le hiciera efectivo un cheque.
El cajero, después de llamar a un empleado de seguridad, pidió a la mujer que se identificara.
La mujer no salía de su asombro, pero al fin consiguió articular: “Pero, Ernesto... ¡si soy tu madre...!”.
Si crees que tiene gracia, ¿Cómo es que tú mismo no logras reconocer al Mesías?
***
No hay comentarios:
Publicar un comentario