martes, 16 de diciembre de 2014

21. Cuaderno de la sencillez. (Razones desde la otra orilla) José Luis Martín Descalzo

21. Cuaderno de la sencillez.

Cuanto más avanzo por la vida, tanto más me convenzo de que las cosas de este mundo son tanto más buenas cuanto más sencillas, que es la complicación lo que las envenena, que nos pierde la obsesión por aparentar que somos importantes y retorcemos todo, creyendo que con ello destacamos y salimos de la mediocridad.

Es todo lo contrario: lo mediocre son los perifollos, lo estéril es lo enrevesado, las personas son tanto menos felices cuanto más ponen la felicidad en cosas difíciles. En cambio, lo sencillo, el ver las cosas como son, el disfrutar de lo pequeño, el preferir ser amable a ser ilustre, el querer a la gente sin preguntarse mucho si se lo merecen o no, todo eso es lo que va llenando los rincones de nuestra alma de verdadera alegría.

Esto lo mido yo a diario a través de la gente que me escribe: la mayoría es gente simple, me cuentan sus cosas sin darse importancia, como si charlasen con un hermano. Esta gente, además, habla bien de todos cuantos les rodean: están orgullosos de sus padres: aprecian o, por lo menos, disculpan a sus educadores; me cuentan que, a pesar de sus problemas, están seguros de que la vida va a ir mejor o que, al menos, ellos están dispuestos a sacarle el máximo jugo.

Y me dicen todo esto sencillamente, sin tratar de convertir sus cartas en monumentos literarios.

No todos son así, claro: nunca faltan los retorcidos, los que, además de tener complejos, los cultivan cuidadosamente para que no dejen de crecer. Y hablan mal de todo el mundo, claro: parece que los pobres vinieron a caer en un nido de víboras. ¿Y el futuro? Lo ven negrísimo.

Si no hay dificultades, las inventan. Las que hay las multiplican. En fin: que si no sufren, no son felices.

Y todo esto suele multiplicarse en lo religioso: ¡Ay que ver lo difícil y lo complicado que lo vuelven algunos!

Su Dios parecen haberlo sacado de alguna civilización azteca, porque parece estar siempre hambriento de sangre y sacrificio.

Piensan que amarle es escalar una montaña de sacrificios diarios y se sienten en la obligación de acumular cada día toneladas de oraciones, porque si no nunca le tendrán contento. Y aun así, viven en el miedo. No se les ocurre, ni por equivocación, pensar en el cielo y, en cambio, todos los días ponen unas cuantas cucharadas de infierno en su vida cotidiana.

Y, claro, la religión no es toda vida y dulzura. También hay «noches oscuras», pero los santos sabían muy bien que, al hablar de las «noches oscuras»,

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