jueves, 15 de enero de 2015

47. La traición de las aristocracias (Razones desde la otra orilla) José Luis Martín Descalzo

47. La traición de las aristocracias
En el capítulo anterior comentaba ese miedo del hombre contemporáneo a «jugarse a una sola carta» su vida. Incluso en aquellas cuestiones que considera fundamentales. Hoy es la «provisionalidad» lo que impera, el jugar guardándose siempre un as en la manga, dispuestos a cambiar de juego según soplen los vientos.
Y en éste quisiera continuar con el tema preguntándome a mí mismo si una gran parte de responsabilidad en esto no la tendrán las diversas «aristocracias» -es decir, aquellos hombres y mujeres que, por unas u otras razones, han sido colocados por la sociedad en los puntos más visibles- que, al ponerse como ley de vida ese constante cambiarse de chaqueta, se han convertido en un escándalo nacional y han traicionado su más elemental deber de ejemplaridad.
Y uso la palabra «escándalo» porque es necesario llamar a las cosas por su nombre. Y no me refiero, es claro, a los pequeños viejos escandalillos que, en realidad, molestaban sólo a los puritanos. Hoy es toda la sociedad la que empieza a avergonzarse de una gran parte de sus grupos dirigentes.
¿Cómo, por ejemplo, creerán los jóvenes en la política o en la democracia si ven a sus parlamentarios saltar de escaño en escaño como ranas inquietas? Un hombre puede, desde luego, sentirse en un momento decepcionado del partido por el que apostó, por ver que éste ya no defiende la ideología que él deseaba sostener. Pero ¿no sería, en este caso, lo ético el confesar su error, renunciar a su escaño y retirarse a sus cuarteles privados? No, hay que defender ante todo el sueldo y la apariencia, y con el mayor impudor del mundo, se «ficha» por otro club político, tal vez por ese mismo al que ayer se atacaba. Esto ¿qué es sino traición?
¿Y qué pensar del espectáculo de esos matrimonios «superconocidisimos» que se casan y descasan como si cambiaran de pareja en un baile? El amor tiene, es cierto, caminos muy misteriosos, pero ¿quién confundiría el amor con el capricho elevado a ley al que parece que estamos asistiendo? Que esto ocurra en aquellos que -por sus niveles culturales, de educación o de prestigio social- tenían mayores obligaciones de ejemplaridad es algo que va mucho más allá de la inmoralidad de los casos concretos para convertirse en un simple cáncer social.
Y el caso número tres es la traición de quienes se llenaron la boca con las palabras «honradez», «honestidad», «austeridad» y hoy no es que se hayan entregado al deporte de ganar dinero (que es una triste escarlatina que, al parecer, pasan todos los que llegan al poder), lo grave es que parece divertirles el pasar sus excesos por las narices de aquellos a quienes engañaron.
¿Y qué pensamos -caso número cuatro- de aquellos intelectuales que se cansaron un día de trabajar en silencio y se están pasando con armas y bagajes al deporte mucho más productivo de llamar la atención y ya no publican libros, sino manifiestos más o menos explosivos, para que la prensa hable de ellos, al menos como habla de los héroes futbolísticos?
Lo grave del asunto es que, en todas estas y muchas otras historias, todos parecen olvidar su responsabilidad ante la sociedad que les ha encumbrado. No hace muchos meses José María Gironella ha escrito una interesante novela sobre la historia de un sacerdote que se seculariza y se casa. La titula 1,a duda inquietante. ¿Y cuál es la duda? ¿Tal vez la de ser fiel o no a la promesa hecha a Dios? ¿Tal vez miedo a dañar a la comunidad cristiana que ha dirigido? No, el protagonista de la novela no parece interesarse mucho por Dios y menos aún por la reacción de aquellos fieles que han creído en él y en su ministerio; los únicos proble- mas que se plantea son los personales. El resuelve su papeleta y que el mundo se pudra, dicho brutalmente.
No es un caso: es la filosofía imperante. Nadie parece medir el impacto social de sus actos. Y cuando todos decimos que este mundo es un desastre, nadie parece preguntarse por la partecita de corrupción que él mismo ha aportado,
En la Edad Media se habló mucho de «la traición de los clérigos», entendiendo por «clérigos» a todos los intelectuales. Hoy habría que hablar de la traición de una gran parte de las aristocracias: la del dinero, la del poder, la de la política, la de no pocos líderes religiosos, la de cuantos en el mismo periodismo no parecen preguntarse nunca no por sus errores, que todos los tenemos, sino por la sistemática frivolidad con la que elogiamos a los frívolos.
Un mundo medianamente sensato cubriría esas desnudeces con una capa de vergüenza, como hicieron los hijos de Noé con la, borrachera de su padre. Pero, hoy, ¿no hemos puesto todos los altavoces al servicio de todas las traiciones sólo porque sabemos que, con ello, se venden más ejemplares?
¡Qué triste, amigos, ver cómo quienes más debieron jugarse su vida a una carta -al servicio de sus ideas o de su amor- parezcan dedicados sólo a sacarse de la manga el as del éxito o del cotilleo!

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