Resumamos algunas de las cosas
dichas últimamente, antes de continuar con el plan de Dios: Plan que consiste
en irnos amasando –con sus manos divinas y a lo largo del tiempo– en lo más interior
de cada uno, para irnos salvando de esta forma; como la encarnación que somos
de Cristo, en cada hombre. Resumamos por
tanto dos grandes afirmaciones sobre esto:
*Dios crea, y al crear se
mete en la Creación. Y así, al encarnarse y llenar todo con su Amor, es esta misma energía
amorosa primigenia (dentro de lo creado) la que salva la Creación.
*Creación-Encarnación-Salvación,
son realidades que no se pueden separar; porque se encuentran unas dentro de
las otras, con una dinámica común en el tiempo.
En efecto, como yo soy creación y Dios se derrama en ella es por lo que Cristo (Dios
en el hombre) está conmigo: y como resultado ya siento “un rumor”, de pasos encarnados en mis adentros. Y
es así cómo me amasa Dios, poco a poco y a lo largo del tiempo: cómo amasa Dios
todas mis respuestas vitales a las interpelaciones de todo tipo que me llegan
durante mi vida; interpelaciones que proceden precisamente de su encarnación en
todas y cada una de mis múltiples circunstancias. O sea, es así cómo hace Dios que
me vaya creciendo la salvación por dentro; hasta terminar de amasar mi “cuerpo completo
de resurrección”.
Ahora, tras lo resumido y habiendo
asumido también todo lo anterior, deberíamos estar ya todos perplejos: pues, ¿cómo
es posible que alguien se pregunte todavía, si se salvará o no? Está claro que
quien se haga todavía esta pregunta, como
mínimo tiene miopía; porque yo me estoy salvando ya y ahora, en mi presente y en cada momento. O
sea, dentro de cada uno ya se está
produciendo la Salvación. Lo que pasa es que además de miopes estamos sordos, pues si nos
escucháramos mínimamente por dentro sentiríamos la sonoridad de toda la
Creación: no solo la de los pasos del Dios que salva, sino también los de la misma
Salvación. Estamos siendo salvados por el Amor, y lo somos
en nuestro interior.
La
Creación suena toda, pues es sonora de la presencia de Dios. La Creación, que
es Dios que se derrama, no es diferente de Dios; la
Creación es Dios en marcha, de Alfa hacia Omega. Y como Dios es Creación, y yo
soy creación, Dios es sonoro en mí. Todo vibra con la presencia de Dios,
y cuando algo suena en mí es Dios que se acerca. Pero es que yo además de ser
creación soy cristiano-creyente, y por tanto no solamente es que Dios suena
dentro de mí sino que además creo (de forma explícita y consciente) que me está salvando: El ruido, el ansia de búsqueda que siento dentro de mí,
es Dios que viene; pues ya está trabajando mi “cuerpo” para la eternidad. Dios va amasando
todo en mí, con sus manos llenas de amor de Padre y Salvador (día a día,
lágrima a lágrima, gozo a gozo... nevada a nevada y atardecer tras atardecer),
para que yo desemboque al final –con toda mi “vida” y mis ilusiones– en aquel
lugar donde todo es alegría y fiesta. Pero hay una gran dificultad para percibir
lo anterior –para que las personas del s. XXI sintamos lo resumido– y es que el
hombre de nuestro siglo está ajeno a sí mismo; está huido de sí: actualmente
solemos saber de todos y de todo, menos la profundidad de nosotros mismos. Si
supiéramos escucharnos y mirarnos por dentro, no solo veríamos la Creación viva
(al sentir como resuenan dentro de nosotros todos los árboles y toda la creación)
sino también a Dios empujándola (desde dentro) hacia el bien y la salvación. Dios empuja
todo hacia una tierra nueva y un cielo nuevo donde pueda caber Dios
completamente, ya que ahora todavía no cabe.
¿Y todo esto cómo sucede
dentro de mí, cuándo y cómo me salva Dios? ¿Es sólo en la meditación matutina,
en la misa, en la plegaria de la noche...? Estas últimas preguntas son típicas
de una religiosidad falsa: lo que Dios salva de mí no son los actos
de piedad sino las actitudes religiosas. Lo que nos salva a los humanos es
nuestra actitud religiosa ante la Creación: ante Cristo, que metido en ella (en
la Creación y dentro de mí) va salvándonos paso a paso. Lo que nos salva es nuestra actitud religiosa ante todo lo creado, pues
es por la Creación por donde viene Dios. Y lo creado es: no solo la
montaña, la sangre, la célula que muere, el cerebro que no funciona, el titubeo
espiritual en que vivo, el atardecer que me emociona, el aleluya de Haëndel que…;
sino además todos mis asombros ante lo creado. Todo esto es la Creación, y por
todo esto viene Cristo salvando. En efecto, Cristo viene salvando por
todo lo creado pero no como dicen algunas religiones de la tierra: que
Dios solo salva a los que van a misa, a los que escuchan a un cura que predica
bien, a los que repiten rezos y letanías...; y a estos, sin más compromisos ni
actitudes religiosas con todo lo encarnado: o sea, sin comprometerse con la
Creación y sus criaturas. Según S. Pablo, Cristo se metió en el corazón de la
Creación para salvar –punto a punto y paso a paso–; desde dentro de ella y de
nosotros. Dios me salva, en lo que soy
creación sometida a evolución; como realidad creada que camina. Dios salva, caminando dentro
del tiempo y salvando los frutos de nuestro caminar. Dios
salva a través de todo y en todo. Por eso, Dios –que también salva en una oración, en
la Eucaristía...
– nos salva básicamente por nuestra
actitud religiosa ante la sacramentalidad de todo lo creado. Cristo nos enseñó
a no circunscribir las cosas, a no limitarlas ni empequeñecerlas, pues Dios
–que está en la Creación– antes de crear
ya tenía el “designio”, ya tenía la “elección”: Dios nos eligió para...
Por eso, luego, cuando llega la Creación ya viene poblada de este deseo de
Dios. Por esto cuando tú llegas Dios ya te habita todo; y si le dejas trabajar
te coge punto por punto, detalle por detalle y los va salvando. ¿Y qué detalles
y qué puntos va salvándome?: las lágrimas que vierto, los temblores del alma
ante..., el problema que tengo con mi hijo y con..., la alegría que me crece esta
tarde por las venas, el atardecer que me conmueve..., la ternura que me crece
por el corazón al ver tanto indigente...
Por todo esto viene Dios salvándome, por todo esto está viniendo mi
eternidad.
Y debemos resaltar que, en todo lo que venimos diciendo hay una misma música de fondo: Dios es amor. Cuando Dios nos
“eligió”, antes de la Creación, precisamente nos eligió por amor; para que así podamos llegar a ser lo que tenemos que
ser (unos salvados). Y este es el mensaje cristiano: Cuando Dios crea,
crea por amor porque ama; cuando Dios se encarna en el corazón de la Creación, también
se da y se vierte en ella por amor; y cuando Dios nos salva también es por
amor. Es decir, la presencia de Dios en la Creación
se llama Amor; Dios está empapando y penetrando todas las rendijas de la creación
con su amor. Por esto, si pudiéramos intentar aventurar algunas partes en
la que no está Dios, solo sería posible intentarlo donde pareciera que no hay
amor; porque Dios es amor. Y por tanto, cuando las religiones crean estructuras
frías –como andamiajes, donde todo son líneas y cuadrículas rigidizadoras– a
estas estructuras no podemos llamarlas religión; o si se prefiere, podemos
llamarlas así pero sólo como algo puramente preparatorio y provisional.
Todo lo que es amor es
religioso (como religación con lo encarnado), y lo que no es amoroso no es
religioso. Dicho de otra forma, lo que hace que una
religión sea religión verdadera es el amor. Y por tanto, toda persona
que ama es creyente aunque no lo sepa, y toda persona que no ama no lo
es aunque crea serlo. Toda persona
que esté en el cogollo de la Creación –que es amor– ama; y toda persona que no
ama no está en el cogollo de la Creación, porque este cogollo es Amor.
Estamos en una época de
perturbación y andamiajes provisionales en el tema del amor, y esto va siempre
contra Cristo –por ser este el cogollo de la Creación– y por tanto contra la
misma Creación; y por esto no es una coincidencia, sino un efecto, el que donde
hemos estropeado la Creación como nunca también seamos como nunca ateos. La
ecología y la presencia de Dios van juntas: ecología es teología. Donde
el hombre destruya la Creación –en la que habita Dios– el hombre se hará ateo;
y será ateo aunque invoque mucho a Dios y por mucho que diga que tiene
visiones.
Todo se hizo
para que Cristo viniera; y Cristo viene dentro de todo lo creado, para que así
todo sea salvado. Lo que Cristo toca lo ingresa en la eternidad, y también
al revés: cuando Cristo vino la eternidad irrumpió dentro de nosotros; y esta
eternidad que va creciendo dentro de nosotros, no lo hace tanto por los hechos
religiosos –que son buenos en sí– cuanto por nuestra integración en la
Creación: Cuando mato una mariposa sin necesidad, estoy estropeando
mi salvación. ¿Lo entendemos, o todavía no? Cortar un pino sin necesidad tiene importancia,
porque la Creación está pensada para el hombre; pero para un hombre que la
piense desde la cúspide de la evolución, y como máximo pensante conocido. Por
eso el hombre, cuando es como debe ser, se da cuenta que todas las cosas necesitan y desean ser pensadas; pero pensadas
bien.
Un pino es pino cuando es pensado en
mí y en relación con el todo, porque yo soy el pensamiento globalizante del
pino. Sucede igual con los miembros del cuerpo de que habla San
Pablo, y del cuerpo místico de Jesús. Si alguien me aplastase el dedo gordo del
pie, yo no diría: ¡bah este me queda lejos y además el dedo no piensa, no sabe
quién es él! Sí que lo sabe. El dedo gordo sabe quién es porque forma parte de
mi integridad pensante; y esta integridad sabe que el dedo no puede ser
maltratado sin que le afecte a ella.
Pero no es sólo pensar (aunque
pensar sea saberse), pues aun cuando el hombre se sepa y sepa en sí toda la
Creación, aún tendrá que dar un paso más: no
basta que yo piense las cosas creadas, se trata de pensarlas bien; y pensarlas bien es sentirse solidario con ellas: es
amarlas. De la misma forma que mi dedo gordo es pensado en el cuerpo entero –que
lo considera suyo y se siente solidario con él–, cuando me lo pisan el que
protesta soy yo entero y no mi dedo. Lo curioso es
que cuando un hombre ama, piensa bien. Las
cosas no se quedan satisfechas sólo con ser pensadas, necesitan ser amadas en
el interior de las personas.
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