CUANTO MÁS
ME LLENO DE CRISTO, MÁS
PERSONA SOY (HN-14)
Siguiendo con el tema de la
salvación, iniciado al final del resumen anterior, un día le preguntaron a
Jesús: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”
Tratemos ahora de ver el significado de esta pregunta. En primer lugar
significa que el que pregunta no sabe –o al menos él cree que no lo sabe–, y
este es el primer fallo: no saber si se salvan muchos o pocos. Y si le
apretásemos un poco más, con un ¿por qué no lo sabes?, nos podría responder: ¡porque
sólo Dios lo sabe! Pero, ¿de dónde sabes tú que sólo Dios lo sabe? ¿Es que acaso estás pensando, que se salvan y se pierden los que quiere Dios?
Si nuestro interlocutor dice que sí, podremos afirmar rotundamente que no es
cristiano; porque la Salvación
no depende solo de Dios. ¿O es que sí depende solo de Él?, porque Cristo jamás lo
ha dicho así. Veamos la respuesta a esta pregunta: ¿quién es el que salva? Si
respondemos que Dios, habremos patinado; porque Cristo dice que Dios no salva mediante un acto puntual. Que
la salvación no depende de un acto puntual de Dios –acto mal llamado Juicio Final–
por el que se nos acepta o rechaza al final; porque Dios ya nos está salvando,
ahora y en todo momento, dentro de su plan de salvación. Por
tanto, ¿cómo se puede preguntar si son muchos o pocos los que se salvan, si ya estamos
siendo salvados? Repito: ¡estamos siendo salvados ya! Entonces, ¿cómo puedes
preguntar eso cuando Dios ya está salvando ahora, dentro de toda la creación y
también dentro de ti? Y por esto hay que cantar alegremente: ¡ya estamos en la
fiesta! Sí pero, aun admitiendo que Dios ya tiene en marcha su plan de
salvación, ¿qué pasará al final...? ¿Al final de qué?: La Salvación es
un proceso sin final medible, porque el
final es el infinito. Sí pero ¿no se
podría perder alguno en el camino?, y si fuera así ¿sería Dios quién le pierde?
No, y para aclararnos que somos nosotros los protagonistas de nuestra salvación
(si bien con Dios derramándose en nuestro interior) es por lo que Cristo
contesta a esa pregunta, poniendo el verbo donde toca. Cristo contesta: “Esforzaos”, por entrar por la puerta
estrecha. O sea, ¿quienes son los sujetos de salvación?: precisamente los
que preguntan, los que tienen que esforzarse por... Y, ¿cuál es el imperativo
que permite la salvación?: exactamente el esfuerzo personal, el “esforzaos” de
su respuesta. ¡Menuda respuesta! ¡Qué maestro! O sea, “todos los que se esfuerzan por... son salvados; acaban salvados”. Y dado que tú eres realmente el sujeto de tu
salvación ¿cómo puedes preguntarte si son muchos o pocos los salvados? ¿Ves la clave: Esfuérzate!
La salvación la hacemos nosotros con Dios dentro, porque Dios está en el
corazón de la creación y de cada uno. Además, y dado que se llama salvación
al hecho de que Dios vaya creciendo dentro de cada uno, el único que puede cortar mi salvación –mi
crecimiento interior– soy yo; en uso de mi libertad.
Juan, en el capítulo 10, verso 9, va a definir a Cristo como la puerta
estrecha. Cuando dice: “Yo soy la puerta,
y el que entrare por mí se salvará...”. Entonces, ¿son muchos los que se
salvan?: los que se salvan son
los que se esfuerzan en pasar por Cristo, en imitar a Cristo y en ser hombres
como Cristo.
Pero, ¿Cristo quién es? Cristo es “Dios en el hombre”, y tú mismo
serás cada vez más Cristo (tendrás cada vez más Dios dentro) en cuanto más hombre
de verdad vayas siendo. Y como todavía
no lo eres completamente, esfuérzate en ser cada vez más “hombre”, en ser cada
vez más Cristo. Y esto es todo lo que se nos pide. Entonces, ¿los mandamientos,
la Iglesia, la confesión, la misa de los domingos..., es que no cuentan? Pues depende de ti: Cristo era del siglo
primero y entonces todavía no se hablaba de misas, por tanto lo de las misas Cristo
no lo dijo. Pero no obstante debes mirar si estas te pueden ayudar, o no, a ser
cada vez más Cristo; y así verás si “cuentan” o no para ti.
Jesús nos dice: “Yo soy la
puerta...” Y no olvidemos que Jesús es aquel hombre en el cual todos los hombres
se hacen plenos: y esto gracias a que Jesús es hombre y Dios a la vez.
Insistamos una vez más, en que nuestro modelo de hombre es Jesús.
Yo voy siendo más hombre en la medida que Dios me va creciendo por dentro. Lo que hace que yo sea hombre cabal, y lo sea de
menos a más, es la cantidad de Dios que tenga dentro de mí.
Según Calcedonia (451), lo que hace que Cristo (Hombre-Dios) sea
verdadero Hombre es que es verdadero Dios. Y esto vale, por tanto, también para
mí. Lo que hace que el hombre –que yo– llegue a ser “verdadero Hombre” es que
sea “verdadero Dios”: a lo que llegaré cuando Dios me crezca completamente y me
ocupe todo por dentro. Y como Dios verdadero está en marcha –trabajando,
derramándose– dentro de la creación que soy yo, cuanto más yo deje crecer a
Dios dentro de mí más yo seré. Que es lo contrario de lo que dicen algunos:
cuanto más Dios tenga menos seré yo, al irme diluyendo en Él. Pues no, yo seré
más yo en la medida en que tenga más Dios dentro. Dios no despersonaliza
sino al revés, personaliza, y esta es la diferencia con el nirvana famoso;
pues hay religiones de la tierra –entre ellas la cristiana mal entendida– que
creen que acercarse a Dios es despersonalizarse: que cuando uno entra en la
eternidad se diluye como una gota en el océano. Esta dilución en la eternidad
pertenece al citado nirvana, mientras que en el cristianismo es todo lo
contrario. En el cristianismo, lo que nos hace más amigos de Dios es ser más
personas; porque Dios es un ser tan personal que además de ser uno, integra
tres personas a la vez en su unidad trinitaria.
Nuestra
personalización interior es nuestra divinización; y yo, cuanto más me divinice
más persona seré. En el paso por la vida se van amasando en nuestro
interior rasgos personales inconfundibles –de los que en los funerales se suelen
destacar preferentemente los más positivos–; y estos rasgos son más míos cuanto
más Dios tengo dentro.
Dios no despersonaliza sino todo lo contrario: cuando yo termine mi tiempo –cuando yo llegue al llenado
máximo posible de mi vaso con Dios– será entonces cuando haga la afirmación
total de mi personalidad. Por eso hemos dicho que cuando Dios termine de amasar
para siempre “la carne de mi vida”, la carne espiritualizada cósmica de la
eternidad (mi cuerpo de resurrección), no se le perderá entre los dedos ni un
solo detalle de mi ser a lo largo de toda mi existencia. Es decir, amasará para
siempre mi personalización interior: desde la primera hasta la última lágrima y
tanto el temblor de la vejez como el de los quince años, aquella primera
sinfonía que me conmovió…; también el primer amigo/a que me llevó loco, aquel
que me enseñó tantas cosas y me quería tanto... Todo esto estará amasado en
cada uno, pues Dios –que nos ama tanto y respeta tanto los detalles– perpetuará
cualquier rasgo de la persona para la eternidad.
Saquemos ahora un par de consecuencias de lo que estamos diciendo:
Primera: Gracias a la pregunta inicial ya sabemos una gran verdad: Todos
aquellos que viven temblando por la salvación, por su salvación, si tiemblan es
desde la paganía y no desde el cristianismo. El cristiano sabe –sin que
tenga que sentir orgullo alguno por esto, sino más bien agradecimiento
amoroso– que está siendo salvado; y que
le basta con esforzarse y seguir esforzándose siempre...
Segunda: Existe
el peligro de que cerremos puertas. Peligro que se produce, por ejemplo, cuando
alguien del s. XXI dice que quiere volver al pensamiento del s. XVII; pues
entonces estará cerrando las puertas de su tiempo, y al no hacer camino por
estos nuevos territorios no podrá recibir salvación alguna a través de ellos. O
sea, que por donde no admitamos a Dios en nuestro temblor característico del s.
XXI (en nuestro vibrar con nuestra época), por ahí no seremos salvados; y esto
es grave, pues por donde un hombre diga no y cierre sus puertas por ahí no es
salvado. Por donde tú no seas “nuevo”, por ahí no serás salvado. Y
poniéndolo aún más en la ternura: Por donde tú no llegues a sentir el
estremecimiento del gozo, porque no llegues a captar lo positivo de cada una de
tus circunstancias, por ahí no serás salvado; porque justo por donde Dios salva
las cosas, estas se ponen a cantar.
O lo que es lo mismo: Dios salva por donde tengas gozo contemplativo. Así
pues: el cristiano debe estar siempre gozoso, porque sabe que está siendo siempre salvado. Por tanto y volviendo a la pregunta del
principio, de si son muchos o pocos los que se salvan, Cristo responde
simplemente: “Esforzaos”..., y no nos
pide nada más. Nos dice que somos nosotros –los sujetos de la salvación– los
que tenemos que esforzarnos. O sea que no
soy yo el que he de preguntarle esto a Dios sino que, es Dios quien me está
preguntando a mí –en cada momento y circunstancia–: ¿me dejas que te salve?
¿quieres esforzarte? Por tanto yo
deberé contestar en libertad si quiero o no ser salvado, adecuando mi respuesta
a la interpelación de Dios que subyace en cada una de mis circunstancias; y deberé
tener como referencia algo muy concreto: preguntarme si me estoy esforzando, o
no, en pasar por la puerta que dice Cristo. Y ¿cuál es la puerta?: esforzarme
en ser como Cristo; un hombre radiante y luminoso que tiene a Dios como su “ser”.
Nos falta un último detalle, para
enganchar todo esto con el próximo resumen; que abordará la salvación como un
tema de amor.
Si aceptamos lo que se ha dicho anteriormente está claro que yo, al
intentar ser hombre por todos los caminos –en todos los momentos y
circunstancias, en todas mis relaciones con los hombres y las criaturas– estoy
comprometiéndome con toda la creación:
con las galaxias, los ríos, los peces, todo lo que fue y que ya está dentro de
mí como antecedente, y también con los hombres que vendrán.... Tomar en serio “ser
hombres”, es pensar que toda la creación puede sonar dentro de nosotros. Por esto el hombre que destroza el Amazonas no
puede hablar de Dios, ni tampoco el hombre que oprime a los demás puede hablar
de Él, por mucho que vayan a misa los domingos. Ser hombre es un tema muy serio
y difícil.
Y como cualquier circunstancia puede resonar dentro de nosotros, cuando
el hombre se toma en serio lo de ser hombre puede resonarle dentro cualquier
parte de la creación; y esto porque toda la creación está habitada por un único
Dios. Lo que equivale a decir: si yo maltrato
la creación, en cualquier lugar o criatura, estaré maltratando a Dios; y
por tanto no podré hablar ni de religión
ni de amor.
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