lunes, 18 de abril de 2016

San Murialdo - San Ricardo Pampuri (18 de abril)

San Murialdo

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Queridos  hermanos y hermanas,


nos estamos acercando a la conclusión del  Año Sacerdotal y, en este último miércoles de abril, quisiera hablar de  dos santos sacerdotes ejemplares en su donación a Dios y en el  testimonio de caridad, vivida en la Iglesia y para la Iglesia, hacia los  hermanos más necesitados: san Leonardo Murialdo y san Giuseppe  Benedetto Cottolengo. Del primero recordamos los 110 años de su muerte y  los 40 de su canonización; del segundo han comenzado las celebraciones  del 2° centenario de su Ordenación sacerdotal.

Murialdo nació en  Turín el 26 de octubre de 1828: es la Turín de san Juan Bosco, del mismo  san Giuseppe Cottolengo, tierra fecundada por muchos ejemplos de  santidad de fieles laicos y sacerdotes. Leonardo es el octavo hijo de  una familia sencilla. De niño, junto con su hermano, entró en el colegio  de los Padres Escolapios de Savona para el curso elemental, la escuela  media y la escuela superior; allí encontró educadores preparados, en un  clima de religiosidad fundado en una seria catequesis, con prácticas de  piedad regulares. Durante la adolescencia vivió, sin embargo, una  profunda crisis existencial y espiritual que le llevó a anticipar la  vuelta a la familia y a concluir sus estudios en Turín, inscribiéndose  en el bienio de filosofía. La “vuelta a la luz” sucedió – como él relata  – tras algunos meses, con la gracia de una confesión general, en la que  redescubrió la inmensa misericordia de Dios; maduró, entonces, a los 17  años, la decisión de hacerse sacerdote, como respuesta de amor a Dios  que le había aferrado con su amor. Fue ordenado el 20 de septiembre d  1851. Precisamente en aquel periodo, como catequista del Oratorio del  Ángel Custodio, fue conocido y apreciado por Don Bosco, el cual le  convenció de aceptar la dirección del nuevo Oratorio de San Luis en Porta  Nuova, que realizó hasta 1865. Allí entró en contacto también con  los graves problemas de los barrios más jóvenes, visitó sus casas,  madurando una profunda sensibilidad social, educativa y apostólica que  le llevó a dedicarse de forma autónoma a múltiples iniciativas a favor  de la juventud. Catequesis, escuela, actividades recreativas fueron los  fundamentos de su método educativo en el Oratorio. Don Bosco le quiso  consigo con ocasión de la Audiencia que le concedió el beato Pío IX en  1858.

En 1873 fundó la Congregación de San José, cuyo fin  apostólico fue, desde el principio, la formación de la juventud,  especialmente la más pobre y abandonada. El ambiente turinés de esa  época fue marcado por el intenso florecimiento de obras y actividades  caritativas promovidas por Murialdo hasta su muerte, que tuvo lugar el  30 de marzo de 1900.

Quiero subrayar que el núcleo central de la  espiritualidad de Murialdo es la convicción del amor misericordioso de  Dios: un Padre siempre bueno, paciente y generoso, que revela la  grandeza y la inmensidad de su misericordia con el perdón. Esta realidad  san Leonardo la experimentó no a nivel intelectual, sino existencial,  mediante el encuentro vivo con el Señor. Él se consideró siempre un  hombre agraciado por Dios misericordioso: por esto vivió el sentido  gozoso de la gratuidad al Señor, la serena conciencia de sus propios  límites, el deseo ardiente de penitencia, el compromiso constante y  generoso de conversión. Veía toda su existencia no sólo iluminada,  guiada, sostenida por este amor, sino continuamente inmersa en la  infinita misericordia de Dios. Escribió en suTestamento espiritual:  "Tu misericordia me rodea, oh Señor… Como Dios está siempre y en todas  partes, así es siempre y en todas partes amor, es siempre y en todas  partes misericordia". Recordando el momento de crisis que tuvo en su  juventud, anotaba: "He aquí que el buen Dios quería hacer resplandecer  una vez más su bondad y generosidad de forma totalmente singular. No  sólo me admitió de nuevo a su amistad, sino que me llamó a una elección  de predilección: me llamó al sacerdocio, y esto sólo pocos meses después  de mi vuelta a Él". San Leonardo vivió por eso la vocación sacerdotal  como don gratuito de la misericordia de Dios con sentido de  reconocimiento, alegría y amor. Escribió también: "¡Dios me ha elegido!  Me ha llamado, me ha incluso obligado al honor, a la gloria, a la  felicidad inefable de ser su ministro, de ser 'otro Cristo'... ¿Y dónde  estaba yo cuando me buscabas, Dios mío? ¡En el fondo del abismo! Yo  estaba allí, y allí vino Dios a buscarme; allí me hizo comprender su  voz...”

Subrayando la grandeza de la misión del sacerdote que  debe “continuar la obra de la redención, la gran obra de Jesucristo, la  obra del Salvador del mundo”, es decir, la de “salvar a las almas”, san  Leonardo recordaba siempre, a sí mismo y a los hermanos, la  responsabilidad de una vida coherente con el sacramento recibido. Amor  de Dios y amor a Dios: fue esta la fuerza de su camino de santidad, la  ley de su sacerdocio, el significado más profundo de su apostolado entre  los jóvenes pobres y la fuente de su oración. San Leonardo Murialdo se  abandonó con confianza a la Providencia, realizando generosamente la  voluntad divina, en el contacto con Dios y dedicándose a los jóvenes  pobres. De este modo él unió el silencio contemplativo con el ardor  incansable de la acción, la fidelidad a los deberes de cada día con la  genialidad de las iniciativas, la fuerza en las dificultades con la  serenidad del espíritu. Éste es su camino de santidad para vivir el  mandamiento del amor, hacia Dios y hacia el prójimo.

Con el mismo  espíritu de caridad vivió, cuarenta años antes de Murialdo, san  Giuseppe Benedetto Cottolengo, fundador de la obra llamada por él mismo  “Pequeña Casa de la Divina Providencia" y llamada hoy también  "Cottolengo". El próximo domingo, en mi Visita pastoral a Turín,  veneraré las reliquias de este Santo y de encontrar a los huéspedes de  la “Pequeña Casa".

Giuseppe Benedetto Cottolengo nació en Bra,  pequeña ciudad de la provincia de Cuneo, el 3 de mayo de 1786.  Primogénito de 12 hijos, de los que 6 murieron a tierna edad, mostró  desde pequeño gran sensibilidad hacia los pobres. Abrazó el camino del  sacerdocio, imitado también por dos de sus hermanos. Los año de su  juventud fueron los de la aventura napoleónica y de los consiguientes  malestares en el campo religioso y social. Cottolengo se convirtió en un  buen sacerdote, buscado por muchos penitentes y, en la Turín de esa  época, predicador de ejercicios espirituales y conferencias entre los  estudiantes universitarios, donde cosechaba siempre un éxito notable. A  la edad de 32 años fue nombrado canónico de la Santísima Trinidad, una  congregación de sacerdotes que tenía la tarea de oficiar en la Iglesia  del Corpus Domini y de dar decoro a las ceremonias religiosas de  la ciudad, pero en aquel puesto se sentía inquieto. Dios le estaba  preparando para una misión particular y, precisamente con un encuentro  inesperado y decisivo, le dio a entender cuál habría sido su futuro  destino en el ejercicio de su ministerio.

El Señor pone siempre  signos en nuestro camino para guiarnos según su voluntad al verdadero  bien. Para el Cottolengo esto sucedió, de forma dramática, la mañana del  domingo del 2 de septiembre de 1827. Llegó a Turín, procedente de  Milán, la diligencia, llena como nunca de gente, en la que se apretaba  una entera familia francesa en la que la mujer, con cinco niños, estaba  al final del embarazo y con la fiebre alta. Tras haber vagado por varios  hospitales, esa familia encontró alojamiento en un dormitorio público,  pero la situación de la mujer siguió agravándose y algunos se pusieron a  buscar un cura. Por un misterioso designio se cruzaron con Cottolengo, y  fue precisamente él, con el corazón abrumado y oprimido, quien acompañó  la muerte de esta joven madre, entre el desgarro de toda la familia.  Tras haber concluido este doloroso deber, con el sufrimiento en el  corazón, se reclinó ante el Santísimo Sacramento y rezó: “Dios mío, ¿por  qué? ¿Por qué me has querido testigo? ¿Qué quieres de mí? ¡Hay que  hacer algo!”. Levantándose, hizo resonar todas las campanas, encender  las velas y, acogiendo a los curiosos en la Iglesia, dijo: "¡La gracia  se ha hecho! ¡La gracia se ha hecho!" Desde aquel momento Cottolengo se  transformó: todas sus capacidades, especialmente su habilidad económica y  organizativa, se utilizaron para dar vida a iniciativas en apoyo de los  más necesitados.

Supo implicar en su empresa a decenas y decenas  de colaboradores y voluntarios. Trasladándose hacia la periferia de  Turín para expandir su obra, creó una especie de pueblo, en el que a  cada edificio que consiguió construir le asignó un nombre significativo:  "casa de la fe", "casa de la esperanza", "casa de la caridad". Puso en  marcha el estilo de las “familias”, constituyendo verdaderas y propias  comunidades de personas, voluntarios y voluntarias, hombres y mujeres,  religiosos y laicos, unidos para afrontar y superar juntos las  dificultades que se presentaban. Cada uno en esa Pequeña Casa de la  Divina Providencia tenía una tarea precisa: quien trabajaba, quien  rezaba, quien servía, quien enseñaba, quien administraba. Sanos y  enfermos compartían todos el mismo peso del día a día. También la vida  religiosa se especificó en el tiempo, según las necesidades y las  exigencias particulares. Pensó incluso en un seminario propio, para una  formación específica de los sacerdotes de la Obra. Estuvo siempre  dispuesto a seguir a la Divina Providencia, nunca a cuestionarla. Decía:  “Yo no soy bueno en nada y no sé siquiera que estoy haciendo. La Divina  Providencia sin embargo sabe ciertamente lo que quiere. A mí sólo me  toda secundarla. Adelante in Domino". Para sus pobres y los más  necesitados, se definirá siempre el “obrero de la Divina Providencia".

Junto a las pequeñas ciudadelas quiso fundar también cinco  monasterios de monjas contemplativas y uno de ermitaños, y los consideró  entre las realizaciones más importantes: una especie de “corazón” que  debía latir para toda la Obra. Murió el 30 de abril de 1842,  pronunciando estas palabras: "Misericordia, Domine; Misericordia,  Domine. Buena y Santa Providencia… Virgen Santa, ahora os toca a  Vos". Su vida, como escribió un periódico de su tiempo, fue “una intensa  jornada de amor”.

Queridos amigos, estos dos santos sacerdotes,  de los cuales he presentado algún rasgo, vivieron su ministerio en el  don total de la vida a los más pobres, a los más necesitados, a los  últimos, encontrando siempre la raíz profunda, la fuente inextinguible  de su acción en la relación con Dios, bebiendo de su amor, en la  convicción profunda de que no es posible ejercer la caridad sin vivir en  Cristo y en la Iglesia. Que su intercesión y su ejemplo sigan  iluminando el ministerio de tantos sacerdotes que se consumen con  generosidad por Dios y por el rebaño a ellos confiado, y que ayuden a  cada uno a entregarse con alegría y generosidad a Dios y al prójimo.









Dios todopoderoso y eterno, que al premiar a los santos nos ofreces una prueba de tu gran amor hacia los hombres, te pedimos que la intercesión y el ejemplo de los santos nos sirva siempre de ayuda para seguir más fielmente a Jesucristo, tu Hijo. Que vive y reina contigo.



San Ricardo Pampuri

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Ricardo Pampuri, O.H.   (1897-1930) 
HERMINIO FELIPE PAMPURI en religión Fr. Ricardo, décimo de once hijos,   nació el 2 de agosto de 1897 en Trivolzio (Pavia) de Inocencio y de Angela   Campari, y fue bautizado el día siguiente.
Huérfano de madre a los tres años, fue acogido y educado en casa de los   tíos maternos en Torrino, a las afueras de Trivolzio. En 1907 murió en   Milán también su padre.
Completó su Escuela Elemental entre dos pueblos cercanos y los estudios   medios en Milán, siendo alumno interno en el Colegio de San Agustín de   Pavía. Después de los Estudios del Liceo, se inscribió en la facultad de   medicina de la Universidad de Pavía.
Durante la primera guerra mundial, hizo el servicio militar en los años   1915-1920, prestando servicios sanitarios en zona de guerra primero como   sargento y después como oficial aspirante de médico.
Se graduó en medicina y cirurgía con el máximo de puntuación el 6 de   julio de 1921 en la mencionada Universidad.
Después de un peritaje junto a su tío médico y una breve suplencia en la   plaza médica de Vernate, fue nombrado médico rural de Morimondo (Milán). En   1922 hizo laudablemente un curso de perfeccionamiento en el Instituto   Obstétrico-ginecológico de Milán, y en 1923 el curso de habilitación para   oficial sanitario en la Universidad de Pavía.
Muy pronto comenzó a abrir la mente y el corazón a los ideales cristianos   de la santidad y del apostolado, y ya de niño hubiera querido seguir la vida   sacerdotal y misionera, pero fue siempre disuadido por lo delicado de su salud.
Desde la adolescencia fue siempre y en todas partes ejemplo claro de   cristiano que, aún viviendo en medio del mundo, profesó abiertamente y con   coherencia el mensaje evangélico y practicó con generosa dedicación las   obras de misericordia. Amaba la oración y permanecía constantemente en   íntima unión con Dios, aún durante su actividad externa.
Asiduo a la Mesa Eucarística, permanecía largos ratos delante del   sagrario en profunda adoración.
Muy devoto de la Santísima Virgen María, la honraba con el rezo del Santo   Rosario, aún más de una vez al día.
Fue socio activo y celoso del Círculo Universitario Severino Boecio de   Pavía, miembro de las Conferencias de San Vicente de Paúl, y terciario   franciscano.
Perteneció a la Acción Católica desde niño; cuando llegó a Morimondo,   fue para el párroco un eficiente colaborador: cofundador del Círculo de la   Juventud de Acción Católica, siendo su primer presidente, y organizador de   una banda de música. Tanto el primero como la segunda los puso bajo la   protección de San Pío X. También actuó como secretario de la Comisión   Misionera de la parroquia. Organizaba tandas de Ejercicios Espirituales en la   " Villa del Sagrado Corazón" de los Padres Jesuítas de Triuggio,   para los jóvenes del Círculo y para los trabajadores del campo y obreros,   cubriendo frecuentemente los gastos, y hasta invitaba también a colegas suyos   y amigos.
En el ejercicio de su profesión, además de ser muy estudioso y competente,   trabajaba con admirable solicitud, generosidad y caridad.
Visitaba a los enfermos sin excusarse jamás, ni de día ni de noche, en   cualquier lugar del territorio médico rural que le correspondía, aunque   fuese lugar poco accesible. Siendo sus enfermos en gran parte pobres, les   proporcionaba las medicinas, dinero, alimentos, vestidos, ropa y se extendía   su caridad hasta a los trabajadores y necesitados, tanto de Morimondo y sus   alquerías, como de otros pueblos y localidades.
Por eso, cuando, después de casi seis años, dejó la Plaza médica rural   para hacerse religioso, el sentimiento por haber perdido su "doctorcito   santo" fue vivísimo y general, hasta hacerse eco en la prensa local.
El Dr. Pampuri abrazó la vida religiosa hospitalaria en la Orden de San   Juan de Dios (Fatebenefratelli) para poder así conseguir más expeditamente   la perfección evangélica y al mismo tiempo continuar el ejercicio de la   profesión médica para el alivio del prójimo sufriente. Habiendo entrado en   la Orden en Milán el 22 de junio de 1927, después del año de Noviciado   cumplido en Brescia, emitió los votos religiosos el 24 de octubre de 1928.
Nombrado director del Gabinete de Odontología del Hospital de los Hermanos   de San Juan de Dios de Brescia, frecuentado preferentemente por gente pobre y   por obreros, Fr. Ricardo se prodigó incansablemente a su alivio con admirable   caridad, ganándose la estima y la veneración de toda la población.
Durante su vida religiosa, Fr. Ricardo, igual que en el mundo, fue para   todos modelo de perfección y de caridad: para los Hermanos, para los médicos,   para los enfermos, para el personal paramédico y auxiliar, y para tantos   cuantos le trataban. Ante todos aparecía en concepto de santidad.
Acto seguido de habérsele agravado la pleuritis contraída durante el   servicio militar, degenerada en broncopulmonitis específica, el 18 de abril   de 1930 fue trasladado de Brescia a Milán, donde murió santamente el 1 de   mayo a los 33 años de edad "dejando el recuerdo de un médico que supo   transformar la propia profesión en misión de caridad, y de un religioso que   reprodujo en sí mismo la figura del verdadero hijo de San Juan de Dios"   (Decreto de la heroicidad de sus virtudes, 12 junio 1978).
Después de su muerte, la fama de santidad que se percibía durante su vida,   se difundió ampliamente en Italia primero, y después por Europa y en los   otros continentes. Muchos fieles obtenían de Dios por su intercesión gracias   señaladas, hasta milagrosas.
Aprobados los dos milagros presentados, fue beatificado por Su Santidad   Juan Pablo II el 4 de octubre de 1981.
Posteriormente, reconocida como milagrosa la curación ocurrida el 5 de   enero de 1982 en Alcadozo (Albacete, España) en favor del niño de 10 años   Manuel Cifuentes Rodenas por intercesión del Beato Ricardo Pampuri, fue   aprobado el milagro. En la festividad de Todos los Santos, 1 de noviembre de   1989, es solemnemente canonizado.
"La vida breve, pero intensa, de Fr. Ricardo Pampuri es un acicate   para todo el pueblo de Dios, pero especialmente para los jóvenes, los   médicos, los religiosos.
A los jóvenes contemporáneos dirige él la invitación a vivir   gozosamente y con coraje la fe cristiana: en continua escucha de la Palabra de   Dios, en coherencia generosa con las exigencias del mensaje de Cristo en la   donación a los hermanos.
A los médicos, sus colegas, les dirige la llamada para que desarrollen con   entrega su delicado arte médico, desarrollado con los ideales cristianos,   humanos y profesionales, para que sea una auténtica misión de servicio   social, de caridad fraterna, de verdadera promoción humana.
A los religiosos y a las religiosas, pero especialmente a aquellos y a   aquellas que, humilde y ocultamente, viven su consagración entre las salas de   los hospitales y en las Casas de Cura, Fr. Ricardo recomienda mantener el   espíritu primigenio del propio Instituto, en el amor de Dios y de los   hermanos necesitados " (Homilía 4 octubre 1981).
El cuerpo de San Ricardo Pampuri se conserva y es venerado en la Iglesia   parroquial de Trivolzio (Pavía) y su fiesta se celebra el 1 de mayo.







Calendario de  Fiestas Marianas:  El Papa Urbano VI concede una indulgencia plenaria  a todos aquellos que visiten la Iglesia de Nuestra Señora de Loreto  (Siglo I).

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