Perseverar es difícil. La tenacidad es muy dura, pero qué satisfacción la de tener en las manos el fruto del propio trabajo.
Por: Olaf Oceguera, L.C. | Fuente: Gama - Virtudes y Valores
Por: Olaf Oceguera, L.C. | Fuente: Gama - Virtudes y Valores

Campaña sobre las Virtudes de san Pablo. Regala una suscripción gratis si aún no lo has hecho. http://es.catholic.net/virtudesyvalores/regalo.phpDe abril a junio, como preparación para la clausura del Año Paulino, desarrollaremos esta campaña.
El gran poeta latino Horacio cantaba en una de sus Odas: “Al hombre justo y tenaz en sus convicciones no lo moverán de sus propósitos ni la furia ardorosa de los malvados ni el aspecto amenazador de los tiranos”.
Esto fue lo que vivió también Saulo, hace unos dos mil años. “Anda a ver a ese Saulo, – le mandó a Ananías – y no temas... Yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por mi nombre.” (Hch 9,13-16). Si estas palabras no fueran del mismo Cristo, pensaríamos que se trata de una amenaza. Y eran verdad. “Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el abismo. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias.” (1Cor 11,24-28).
San Pablo se preguntaba “¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?” No pierde de vista el porqué de sus padecimientos y sinsabores. No sufre como un masoquista desenfrenado. “Siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda. Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos... Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio para ser partícipe del mismo” (1 Cor 9,19-23)
Cuando un hombre pierde muchas cosas, o todas, pero aún le queda su perseverancia, su valor, puede rehacerse completamente. Si uno mantiene fija su mira en el ideal por el que ha luchado, entonces persevera y es tenaz hasta conseguir lo que ama. Así aconsejaba el apóstol a su querido amigo Timoteo: “Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio” (2Tim 6,7).
El no terminar, el no perseverar, echa a perder proyectos que se perfilaban como obras de arte. ¡Cuantos magníficos propósitos hemos hecho en la vida! ¿Y de qué sirve empezar las cosas, si no se persevera? ¡Cuantas cosas habremos comenzado y no las hemos concluido! Perseverar es difícil. Ser tenaz es muy duro, pero qué satisfacción la de tener en las manos el fruto del propio trabajo.
Pablo, veía venir el final de su camino. El reloj de su vida estaba por detenerse. “Estoy apunto de ser inmolado y mi partida es inminente. Competí en noble competición y he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe; y desde hora me aguarda la corona de justicia que aquel día me entregará el Señor, el justo juez, y no sólo a mí, sino a todos aquellos que hallan esperado su manifestación” (2Tim 6,7-8).
La tenacidad nada tiene que ver con el “me gusta, me encantaría, me muero de ganas,” ni siquiera con el talento y las cualidades. El presidente Calvin Coolidge decía: “Nada más frecuente que el fracaso de los hombres talentosos”. El hombre tenaz es el que, sin olvidar que hay alguien que confía en él, riega con lágrimas y con sudor aquel camino que un día decidió emprender y no aparta la mirada de la persona que lo espera a las puertas de su hogar. “Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Fil 3,8).
Esto fue lo que vivió también Saulo, hace unos dos mil años. “Anda a ver a ese Saulo, – le mandó a Ananías – y no temas... Yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por mi nombre.” (Hch 9,13-16). Si estas palabras no fueran del mismo Cristo, pensaríamos que se trata de una amenaza. Y eran verdad. “Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el abismo. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias.” (1Cor 11,24-28).
San Pablo se preguntaba “¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?” No pierde de vista el porqué de sus padecimientos y sinsabores. No sufre como un masoquista desenfrenado. “Siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda. Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos... Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio para ser partícipe del mismo” (1 Cor 9,19-23)
Cuando un hombre pierde muchas cosas, o todas, pero aún le queda su perseverancia, su valor, puede rehacerse completamente. Si uno mantiene fija su mira en el ideal por el que ha luchado, entonces persevera y es tenaz hasta conseguir lo que ama. Así aconsejaba el apóstol a su querido amigo Timoteo: “Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio” (2Tim 6,7).
El no terminar, el no perseverar, echa a perder proyectos que se perfilaban como obras de arte. ¡Cuantos magníficos propósitos hemos hecho en la vida! ¿Y de qué sirve empezar las cosas, si no se persevera? ¡Cuantas cosas habremos comenzado y no las hemos concluido! Perseverar es difícil. Ser tenaz es muy duro, pero qué satisfacción la de tener en las manos el fruto del propio trabajo.
Pablo, veía venir el final de su camino. El reloj de su vida estaba por detenerse. “Estoy apunto de ser inmolado y mi partida es inminente. Competí en noble competición y he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe; y desde hora me aguarda la corona de justicia que aquel día me entregará el Señor, el justo juez, y no sólo a mí, sino a todos aquellos que hallan esperado su manifestación” (2Tim 6,7-8).
La tenacidad nada tiene que ver con el “me gusta, me encantaría, me muero de ganas,” ni siquiera con el talento y las cualidades. El presidente Calvin Coolidge decía: “Nada más frecuente que el fracaso de los hombres talentosos”. El hombre tenaz es el que, sin olvidar que hay alguien que confía en él, riega con lágrimas y con sudor aquel camino que un día decidió emprender y no aparta la mirada de la persona que lo espera a las puertas de su hogar. “Juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Fil 3,8).

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