Tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes. San Pablo nos invita a embrazar el escudo de la fe, tomar el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu.
Por: Eric Gilhooly, L.C. | Fuente: Gama - Virtudes y Valores
La caballería es todo un sector de la literatura, especialmente amado por los jóvenes. Sin duda alguna vez nos hemos ilusionado con castillos fantásticos, dragones feroces y, por supuesto, nosotros encarnando la figura del “príncipe valiente”. Lamentablemente estos sueños se van apagando con el paso del tiempo.
Pero la edad de la caballería no es algo enterrado en el pasado o confinada a los libros medievales. Vale más que las quimeras del Quijote. El valor del Cid o los guerreros de la mesa redonda del Rey Arturo tienen su fundamento en la fe eterna. Sus principios son válidos, inmunes a la erosión de los tiempos: defender a los débiles, a los desprotegidos, resguardar la dignidad del hombre y sostener la soberanía de Dios.
La víspera de la ceremonia, cuando su señor lo armaría caballero, el candidato velaba de rodillas toda la noche en la capilla. Sus armas eran puestas sobre el altar como símbolo de que siempre se usarían en el servicio del Señor Celestial. Los valores de la nobleza medieval se inspiran en el sacrificio de Cristo en la cruz, quien nos salvó cuando no nos podíamos salvar: “Cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos... siendo todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom. 5, 6 y 8).
Bien nos exhorta San Pablo: “Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes” (Ef. 6, 13). Luego el Apóstol de las gentes nos invita embrazar el escudo de la fe, tomar el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu. La vida del cristiano siempre será luchar, caer en el polvo mil veces y levantarse otras mil veces. No nos desanimemos, Cristo ya nos ha prometido la victoria final. “El Señor me librará de toda obra mala y me salvará guardándome para su Reino celestial” (2 Tim. 4, 18).
Sí, todavía el espíritu del Medioevo tiene lugar en nuestras vidas... Esto se da cuando nos centramos totalmente en Cristo. Y nadie se siente tan caballero como el que dobla la rodilla en la presencia de su Señor Eucarístico.
Por: Eric Gilhooly, L.C. | Fuente: Gama - Virtudes y Valores

La caballería ha inspirado héroes y poetas en todos los tiempos. Era un ideal, una visión del mundo, un reto para vivir más allá del egoísmo, en fin, algo que revolucionó el continente europeo. Miles seguían este modo de vida: los reyes de las leyendas, los cruzados, las órdenes militares… sus rasgos influyen aún hoy nuestra conducta.
La caballería es todo un sector de la literatura, especialmente amado por los jóvenes. Sin duda alguna vez nos hemos ilusionado con castillos fantásticos, dragones feroces y, por supuesto, nosotros encarnando la figura del “príncipe valiente”. Lamentablemente estos sueños se van apagando con el paso del tiempo.
Pero la edad de la caballería no es algo enterrado en el pasado o confinada a los libros medievales. Vale más que las quimeras del Quijote. El valor del Cid o los guerreros de la mesa redonda del Rey Arturo tienen su fundamento en la fe eterna. Sus principios son válidos, inmunes a la erosión de los tiempos: defender a los débiles, a los desprotegidos, resguardar la dignidad del hombre y sostener la soberanía de Dios.
La víspera de la ceremonia, cuando su señor lo armaría caballero, el candidato velaba de rodillas toda la noche en la capilla. Sus armas eran puestas sobre el altar como símbolo de que siempre se usarían en el servicio del Señor Celestial. Los valores de la nobleza medieval se inspiran en el sacrificio de Cristo en la cruz, quien nos salvó cuando no nos podíamos salvar: “Cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos... siendo todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom. 5, 6 y 8).
Bien nos exhorta San Pablo: “Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes” (Ef. 6, 13). Luego el Apóstol de las gentes nos invita embrazar el escudo de la fe, tomar el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu. La vida del cristiano siempre será luchar, caer en el polvo mil veces y levantarse otras mil veces. No nos desanimemos, Cristo ya nos ha prometido la victoria final. “El Señor me librará de toda obra mala y me salvará guardándome para su Reino celestial” (2 Tim. 4, 18).
Sí, todavía el espíritu del Medioevo tiene lugar en nuestras vidas... Esto se da cuando nos centramos totalmente en Cristo. Y nadie se siente tan caballero como el que dobla la rodilla en la presencia de su Señor Eucarístico.
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