Beato Darío Acosta Zurita, presbítero y mártir
fecha: 25 de julio
n.: 1908 - †: 1931 - país: México
canonización: B: Benedicto XVI 20 nov 2005
hagiografía: Conferencia del Episcopado Mexicano
n.: 1908 - †: 1931 - país: México
canonización: B: Benedicto XVI 20 nov 2005
hagiografía: Conferencia del Episcopado Mexicano
En Veracruz, México, beato Darío Acosta
Zurita, presbítero y mártir.
Ver más información en:
Mártires mexicanos (1915-1937)
Mártires mexicanos (1915-1937)

Nació el 13 de diciembre de 1908, (el acta
de nacimiento dice que el 20) en Naolinco, Veracruz, hijo del Sr. Leopoldo
Acosta y de la Sra. Dominga Zurita. Fue bautizado en la iglesia parroquial de
San Mateo Apóstol, el 23 de diciembre, con el nombre de Ángel Darío. El
ambiente familiar era cristiano y sencillo y su infancia transcurrió tranquila.
Su padre se desempeñaba como carnicero, era trabajador y honrado. Su madre,
mujer cristiana y de gran fortaleza, supo transmitir la fe con su ejemplo y se
preocupó de que recibiera una buena instrucción cristiana. Recibió la primera
Comunión a la edad de seis años y posteriormente el sacramento de la
Confirmación.
Desde niño conoció las limitaciones y los
sacrificios, ya que en las revueltas armadas por la revolución, su padre perdió
el ganado que poseía y los medios económicos necesarios para el sostenimiento
de su familia, enfermó de gravedad y al poco tiempo falleció. La joven viuda
tuvo que hacer frente a la situación de extrema pobreza en que quedó. Darío la
ayudó en el sostén de sus cuatro hermanos.
Desde pequeño, se distinguió por su
carácter noble, tranquilo y reflexivo, dócil y servicial, bondadoso y
responsable, sociable y extrovertido, cariñoso con su madre. Fue muy notable su
atractivo por las cosas de la Iglesia, gozaba ayudando de acólito y manifestaba
una devoción especial y una piedad firme.
Mons. Guízar y Valencia realizó una visita
a Naolinco en busca de vocaciones para su Seminario y Darío asistió invitado
por unos amigos, experimentando con toda certeza el llamado de Dios a la
vocación sacerdotal; pero al final del preseminario, el Obispo no lo seleccionó
entre los elegidos porque estaba todavía muy chico y por considerar que su
madre viuda lo necesitaba, por ser en su familia el mayor de los hijos varones.
Por ese motivo, Darío manifestó profunda tristeza y su madre, con gran
generosidad y empeño, buscó el apoyo del Sr. Cura Miguel Mesa, y llevó a su
hijo a Jalapa con el Sr. Obispo, para suplicarle que lo recibiera en su
Seminario, logrando que lo aceptara; primero como alumno externo; y al poco
tiempo, que le consiguiera una beca, por su excelente aprovechamiento y óptima
conducta.
Eran tiempos difíciles para la Iglesia por
la revolución y las continuas luchas por el poder que asolaban el país, y Mons.
Guízar decidió trasladar su Seminario a la ciudad de México. Darío se ganó muy
pronto la simpatía de sus superiores y condiscípulos, por su carácter ecuánime
y caritativo, su dedicación al estudio y sólida piedad. Darío tenía fama de ser
un excelente deportista, le gustaba mucho el fútbol y fue el capitán del equipo
por varios años. Tenía un carácter bondadoso y servicial.
Fue ordenado sacerdote el 25 de abril de
1931, de manos del Excmo. Sr. Guízar y Valencia y cantó su primera Misa el día
24 de mayo, en la ciudad de Veracruz. Fue notable la honda emoción que lo
embargó durante su ordenación sacerdotal y su primera Misa. El 26 de mayo,
Mons. Guízar lo nombró vicario cooperador de la parroquia de la Asunción, en la
ciudad de Veracruz, donde se desempeñaba como párroco el Sr. Cango. Justino de
la Mora. También estaban ahí de vicarios el P. Rafael Rosas y el P. Alberto
Landa.
Desde su llegada a Veracruz, fue notable
para la gente su fervor y bondad, su preocupación por la catequesis infantil y
dedicación al sacramento de la reconciliación. En sus predicaciones había
expresado: “La cruz es nuestra fortaleza en la vida, nuestro consuelo en la
muerte, nuestra gloria en la eternidad. Haciendo todo por amor a Cristo
crucificado, todo se nos hará más fácil. Si él sufrió tanto por nosotros en
ella, es preciso que también nosotros suframos por Él”
El vendaval de la persecución rugía con
gran violencia, y el párroco llamó en varias ocasiones a sus vicarios para
manifestarles la gravísima situación en que se encontraba la Iglesia y el
peligro constante que corrían sus vidas, por el simple hecho de ser sacerdotes,
dejándoles en absoluta libertad de ocultarse, si así lo consideraban; o de irse
a sus casas, si así lo deseaban. La respuesta que obtuvo de los tres fue
siempre: “Estamos dispuestos a arrostrar cualquier grave consecuencia por
seguir en nuestros deberes sacerdotales”. La disposición al martirio era
manifiesta y constantemente renovada en aquellos días en que el perseguidor
mostró todo su odio a Dios y a la Iglesia católica, al promulgar el decreto 197,
Ley Tejeda, referente a la reducción de los sacerdotes en todo el Estado de
Veracruz, para terminar con el “fanatismo del pueblo”, como lo había publicado
unos días antes el gobernador, Adalberto Tejeda, en el diario El Dictamen,
amenazando con la muerte a quienes no se sometieran. Además, de parte del
gobernador, fue enviada a cada sacerdote una carta exigiéndoles el cumplimiento
de esa ley. Al P. Darío le correspondió el número 759 y la recibió el 21 de
julio.
El P. Darío era consciente del peligro que
corría su vida, sin embargo, manifestó en todo momento una gran tranquilidad y
una serena alegría.
El sábado 25 de julio de 1931, muy
temprano, recibió el P. Darío la visita de su madre, que llegó a Veracruz en el
momento en que su hijo celebraba la Eucaristía, a la que asistió conmovida y
llena de gratitud. Era la primera vez que se veían después de su ordenación
sacerdotal.
Ese mismo día, 25 de julio, era la fecha
establecida por el gobernador para que entrara en vigor la inicua ley. Era un
día lluvioso, y en la parroquia de la Asunción todo transcurría normal. Las
naves del templo estaban repletas de niños que habían llegado de todos los
centros de catecismo, acompañados por sus catequistas. Había también un gran
número de adultos, esperando recibir el sacramento de la reconciliación. Eran
las 6.10 de la tarde, cuando varios hombres vestidos con gabardinas militares
entraron simultáneamente por las tres puertas del templo, y sin previo aviso
comenzaron a disparar contra los sacerdotes. El P. Landa fue gravemente herido,
el P. Rosas se libró milagrosamente, al protegerse en el púlpito y el P. Darío,
que acababa de salir del bautisterio, en donde había bautizado a un niño, cayó
acribillado por las balas asesinas, bañado en su propia sangre, cayó muerto
instantáneamente, alcanzando a exclamar: “¡Jesús!”.
Todo era confusión y caos, gritería de los
niños y de las personas mayores, que de manera atropellada, trataban de
refugiarse bajo las bancas o corrían buscando la puerta de salida. Al escuchar
los disparos, salió de la sacristía el Sr. Cura de la Mora pidiendo que a él
también lo mataran, pero los asesinos ya habían huido. El Sr. Cura se acercó
para darle los últimos auxilios al P. Darío. El cadáver fue conducido a la Cruz
Roja para seguir los procedimientos legales.
fuente: Conferencia del Episcopado Mexicano
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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