Santa Eufrasia, eremita
fecha: 24 de julio
fecha en el calendario anterior: 13 de marzo
†: s. V - país: Egipto
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 13 de marzo
†: s. V - país: Egipto
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En la Tebaida, en Egipto, santa
Eufrasia, virgen, que, siendo de familia senatorial, optó por hacer vida
eremítica en el desierto, en humildad, pobreza y obediencia.

Antigonus, pariente del emperador Teodosio
I, había muerto, dejando a una hija de un año de edad, llamada Eufrasia. El
emperador había tomado a la viuda y a la niña bajo su protección. Cuando la
pequeña cumplió cinco años, la comprometió en matrimonio con el hijo de un rico
senador -según era costumbre en aquel tiempo-, y aplazó la boda hasta que la
doncella llegara a la edad apropiada. La viuda de Antigonus comenzó a ser
solicitada en matrimonio con tanta asiduidad, que decidió alejarse de la corte
y, con su hija Eufrasia, partió a Egipto, donde se refugió en un convento.
Eufrasia, que entonces tenía siete años, se sintió atraída fuertemente hacia la
vida religiosa y rogó a las monjas que le permitieran permanecer con ellas. Su
madre, por complacerla y pensando que sólo se trataba de un capricho pasajero
le permitió quedarse, esperando que pronto se cansaría de aquella vida y
advirtiéndole que debería ayunar, acostarse en el suelo y aprenderse de memoria
la salmodia completa. Pero la niña era perseverante y, pasado un tiempo de
prueba, quiso seguir en el convento. Entonces la abadesa dijo a la madre: «Deja
a la niña con nosotras, pues la gracia de Dios está preparando su corazón».
-La piedad que vosotras le habéis inculcado y la que heredó de su padre Antigonus -repuso la madre con voz emocionada-, han abierto para mi hija el camino de la mayor perfección.
La buena mujer levantó en vilo a la niña y, llorando de alegría, la llevó ante una imagen del Salvador:
-¡Señor mío, Jesucristo! -clamó- ¡Recibe a mi hija y haz que sólo a Ti te busque, a Ti te ame; tómala para que solamente a Ti te sirva y a Ti sólo se encomiende!
Luego abrazó estrechamente a Eufrasia, murmurando:
-¡Quiera Dios, el que ha dado firmeza inquebrantable a las montañas, conservarte en Su santo temor!
Pocos días más tarde, la niña de ocho años vistió el hábito y su madre le preguntó si estaba satisfecha.
-¡Oh madre! -exclamó la pequeña novicia-, éste es el ropaje de novia que me han dado para hacer honor a mi amado Jesús.
-La piedad que vosotras le habéis inculcado y la que heredó de su padre Antigonus -repuso la madre con voz emocionada-, han abierto para mi hija el camino de la mayor perfección.
La buena mujer levantó en vilo a la niña y, llorando de alegría, la llevó ante una imagen del Salvador:
-¡Señor mío, Jesucristo! -clamó- ¡Recibe a mi hija y haz que sólo a Ti te busque, a Ti te ame; tómala para que solamente a Ti te sirva y a Ti sólo se encomiende!
Luego abrazó estrechamente a Eufrasia, murmurando:
-¡Quiera Dios, el que ha dado firmeza inquebrantable a las montañas, conservarte en Su santo temor!
Pocos días más tarde, la niña de ocho años vistió el hábito y su madre le preguntó si estaba satisfecha.
-¡Oh madre! -exclamó la pequeña novicia-, éste es el ropaje de novia que me han dado para hacer honor a mi amado Jesús.
No pasó mucho tiempo sin que la
bienaventurada mujer fuera a hacer compañía a su esposo en la otra vida. Entre
tanto, en la soledad del convento, Eufrasia crecía en gracia y hermosura.
Cuando la muchacha cumplió doce años, el emperador, posiblemente Arcadio,
recordó la promesa que había hecho su antecesor Teodosio I y envió un mensaje
al convento de Egipto, rogando a Eufrasia que regresara a Constantinopla para
cumplir el compromiso y casarse con el senador a quien la habían prometido. Por
supuesto, la jovencilit se negó a abandonar el convento y escribió una larga
misiva al emperador, suplicándole que la dejara en libertad para seguir su
vocación y pidiéndole la gracia de vender las propiedades heredadas de sus
padres para distribuir el dinero entre los pobres, así como dejar libres a
todos los esclavos de su casa. El emperador accedió a los deseos de Eufrasia,
quien prosiguió su vida habitual en el convento. Pero entonces comenzó a sufrir
tentaciones: sin cesar la atormentaban vanos pensamientos y malos deseos por
conocer el mundo que había abandonado. La abadesa, a quien había abierto su
corazón, le asignó algunas tareas duras y humillantes para distraer su atención
y alejar a los demonios que atormentaban tanto su cuerpo, como su alma. En una
ocasión, se le mandó cambiar de sitio un montón de piedras y, cuando la faena
estuvo concluida, le ordenaron repetir la operación y así sucesivamente hasta
treinta veces. En esto y en todo lo que se le ordenaba hacer, Eufrasia cumplía
con prontitud y cuidado: limpiaba las celdas de las otras monjas, acarreaba
agua para la cocina, cortaba la leña, horneaba el pan y cocinaba los alimentos.
A la monja que llevaba al cabo estas ocupaciones, generalmente se le dispensaba
de los oficios nocturnos, pero Eufrasia jamás dejó de ocupar su lugar en el
coro. A pesar de la rudeza de las faenas que realizaba, a la edad de veinte
años, su belleza estaba en todo su esplendor: era alta, esbelta y de hermoso
rostro lleno de expresión. No obstante, su mansedumbre y humildad eran extraordinarias.
Una doncella de la cocina le preguntó
cierta vez por qué en algunas ocasiones se quedaba sin comer toda la semana,
algo que nadie se atrevía a hacer sino la abadesa. La santa le dijo que lo
hacía por su voluntad y sin consentimiento de nadie; entonces la doncella la
llamó hipócrita, puesto que sólo trataba de llamar la atención con la esperanza
de que la nombraran superiora. Lejos de sentirse ofendida por tan injusta
acusación, Eufrasia se echó a los pies de aquella mujer, pidiéndole perdón y le
suplicó que orara por ella. Cuando la santa yacía en su lecho de muerte, Julia,
su hermana muy querida con quien compartía la celda, imploró a Eufrasia que le
obtuviera la gracia de estar con ella en el cielo, ya que habían sido
compañeras en la tierra. Tres días después de la muerte de Eufrasia, Julia
también falleció. La anciana abadesa que había recibido a Eufrasia en su
convento, no podía consolarse por la pérdida de aquellas dos hijas tan queridas
y no cesaba de rogar encarecidamente al cielo para que no tardase en ir a
reunirse con ellas. Un día, poco tiempo después, cuando las monjas entraron a
la celda de la abadesa la hallaron muerta; su alma había volado durante la
noche para reunirse con las otras dos. Según la costumbre rusa, se nombra a santa
Eufrasia en la preparación de la misa bizantina.
La notable biografía en griego, que es la
fuente por la que se conoce todo lo relativo a santa Eufrasia, ha sido impresa
en Acta Sanctorum, marzo, vol. u. Parece haber buenas razones para considerar
a] autor como más o menos contemporáneo y, en los rasgos principales, la obra
es un relato fidedigno. Ciertamente el ascetismo que refleja es el de aquella
época. Pocos años después de la fecha en que murió Eufrasia, san Simeón el
Estilita fundó el primer pilar. De Eufrasia, lo mismo que de su abadesa, se
asegura que tenían frecuentes éxtasis en los que permanecían erguidas en un
sitio, hasta que perdían el conocimiento y caían desmayadas. Etheria, al
relatar su peregrinación (e. 390) nos dice mucho de los ayunos que los ascetas
consideraban como cuestión de honor y resistencia y pasaban una semana sin
comer, de domingo a domingo. Es más, el texto íntegro del documento nos hace
recordar los ideales ascéticos expuestos en la vida de santa Melania la Menor,
que era una contemporánea. Véase también Dictionary of Saintly Women, de A.B.C.
Dunbar, vol. i. pp. 292-293.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla
con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=2523
Santos Boris y Gleb, mártires
fecha: 24 de julio
†: 1015 - país: Rusia
canonización: pre-congregación
hagiografía: Santi e Beati
†: 1015 - país: Rusia
canonización: pre-congregación
hagiografía: Santi e Beati
En Rusia, santos Boris y Gleb, mártires,
príncipes de Rus e hijos de san Vladimiro, que prefirieron morir antes que
oponerse por la fuerza a su hermano Svatopolk. Boris consiguió la palma del
martirio cerca de Pereislavia, junto al río Altam, y Gleb, poco después, junto
al río Dneper, cerca de Smolensko.

Eran dos de los doce hijos de san Vladimiro,
gran duque de Kiev, e introductor del cristianismo en Rusia. Vladimniro murió
el 15 de julio de 1015, y dejó el reino repartido entre sus hijos, o quizás no
claramente establecida la manera de tal división. El caso es que inmediatamente
uno de ellos, Sviatopolk, que había heredado el gran ducado de Kiev, proyectó
asesinar a los demás para quedarse con la herencia. Cumplió su proyecto sólo en
parte, ya que llegó a matar, por medio de sicarios, a Boris y Gleb.
Habían pasado sólo 9 días desde la muerte
de Vladimiro y Boris -de bautismo Román-, que volvía victorioso de una campaña
militar, fue interceptado por los sicarios. Ordenó no responder con violencia a
los asesinos para no entablar guerra con su hermano, y por este gesto de
mansedumbre fue asesinado. Era el 24 de julio. Poco más tarde, en septiembre,
su hermano Gleb -de bautismo David-, fue convocado a conferenciar a Kiev por el
hermano asesino, y el 5 de septiembre asesinado por los sicarios en el río
Dnieper.
Pero en el 1019, Jaroslav, el primogénito
de Vladimir y príncipe de Novgorod, venció a Sviatopolk y se apoderó de Kiev, a
la que gobernó por 35 años. Al año siguiente, es decir, en 1020, hizo trasladar
los cuerpos de Boris y Gleb a la iglesia de San Basilio en Visgorod, y fomentó
su culto y consideración como mártires, por la trágica muerte que padecieron.
En el siglo XII el metropolita griego de
Kiev realizó la canonización formal de los dos príncipes; la Iglesia católica
los ha aceptado en su calendario porque vivieron antes del cisma. En nuestros
criterios actuales posiblemente no deban ser considerados mártires, ya que los
motivos de la muerte no son muy explícitamnete relacionados con el odio a la
fe, sin embargo forman parte de esos casos muy frecuentes en el medioevo en que
una muerte violenta es percibida como martirio porque esconde una conezxxión
-aunque no demasiado visible- con la defensa de los valores del Evangelio. En
este caso el elogio del Martirologio Romano trata de destacar que murieron en
defensa del amor fraterno.
Sus nombres se citan siempre juntos, y en
la tradición rusa acabaron por confundirse en uno solo, Borisoglebsk, nombre
con el que se titulan muchos monasterios y pueblos.
Basado (no literalmente) en el artículo de
Ivan Sofranov en Enciclopedia dei Santi, a la que accedimos por Santi e beati.
fuente: Santi e Beati
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El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
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