El Dios brasilero es Moloc que devora a sus
hijos
2017-01-17
Se
dice que Dios es brasilero, no el Dios de la ternura de los humildes, sino el
Moloc de los amonitas que devora a sus hijos. Somos uno de los países más
desiguales, injustos y violentos del mundo. Teológicamente vivimos en una
situación de pecado social y estructural en contradicción con el proyecto de
Dios. Basta considerar lo que ocurrió en las prisiones de Manaus, Rondônia y
Roraima. Es pura barbarie: la furia decapita, perfora los ojos y arranca el
corazón.
No
hay una violencia en Brasil. Estamos asentados sobre estructuras
histórico-sociales violentas, oriundas del genocidio indígena, del colonialismo
humillante y del esclavismo inhumano. Y no hay cómo superar esas estructuras
sin antes superar esta tradición nefasta.
¿Cómo
hacerlo? Es un desafío que demanda una transformación colosal de nuestras
relaciones sociales. ¿Será posible todavía o estamos condenados a ser un país
paria? Veo que es posible, a condición de seguir, entre otros, estos dos
caminos elaborados desde abajo: la gestación de un pueblo, a partir de
los movimientos sociales, y la instauración de una democracia social de base
popular.
La
gestación de un pueblo: los que nos colonizaron no vinieron para crear una
nación, sino para fundar una empresa comercial a fin de enriquecerse rápidamente,
hacerse hidalgos (hijos de algo), regresar a Portugal y disfrutar de la riqueza
acumulada. Sometieron primero a los indios y después trajeron a los negros
africanos como mano de obra esclava. Se creó aquí una masa humana dominada por
las élites, humillada y despreciada hasta los días actuales.
Exceptuando
revueltas anteriores, a partir de los años 30 del siglo pasado hubo un cambio
histórico. Surgieron los sindicatos y los más variados movimientos sociales. En
su seno fueron surgiendo actores sociales conscientes, críticos, con voluntad
de modificar la realidad social y de gestar las semillas de una sociedad más
participativa y democrática.
La
articulación de esas asociaciones ha generado el movimiento popular brasilero.
Está haciendo de la masa un pueblo organizado que no existía antes como pueblo,
pero que ahora está naciendo. Obliga a la sociedad política a escucharlo, a
negociar, y a disminuir de esta manera los niveles de violencia estructural.
La
creación de una democracia social, de base popular: tenemos una democracia
representativa de bajísima intensidad, llena de vicios políticos, corrupta, con
representantes electos, en general, por las grandes empresas, a cuyos intereses
representan.
Pero
en contrapartida, como fruto de la organización popular, ya se han producido
partidos populares o segmentos de partidos progresistas e incluso
liberales-burgueses o tradicionalmente de izquierda que postulan reformas
profundas en la sociedad y buscan conquistar el poder del Estado, ya sea
municipal, estatal o federal.
Esta
democracia participativa se basa, fundamentalmente, en estas cuatro patas, como
las de una mesa:
- participación,
la más amplia posible, de todos, de abajo hacia arriba, de tal suerte que cada
uno se pueda considerar como ciudadano activo;
- igualdad,
que resulta de los grados de participación; ella da al ciudadano más
oportunidades de vivir mejor. Frente a las desigualdades existentes, hay que
fortalecer la solidaridad social;
-
respeto a las diferencias de todo orden; por eso, una sociedad
democrática debe ser pluralista, multiétnica, pluri-religiosa y con varios
tipos de propiedad;
-
valorización de la subjetividad humana; el ser humano no es solo un
actor social, es una persona, con su visión del mundo y que cultiva valores de
cooperación y solidaridad que humanizan las instituciones y las estructuras
sociales.
Esta
mesa está asentada además sobre una base, sin la cual no se sostiene: una nueva
relación con la naturaleza y con la Tierra, nuestra Casa Común, como recalca la
encíclica ecológica del Papa Francisco. En otras palabras, esta democracia
deberá incorporar el momento ecológico, fundado en otro paradigma. El vigente,
centrado en el poder y la dominación en función de la acumulación ilimitada, ha
encontrado una frontera insuperable: los límites de la Tierra y de sus bienes y
servicios no renovables. Una Tierra limitada no soporta un proyecto de
crecimiento ilimitado. Por forzar estos límites, asistimos al calentamiento
global y a los eventos extremos vividos en este año de 2017 con nevadas en casi
toda Europa que no ocurrían desde hace cien años.
Esta
conciencia de los límites, que crece más y más, nos obliga a pensar en un nuevo
paradigma de producción, de consumo y de reparto de los recursos escasos entre
los humanos y también con la comunidad de vida (la flora y la fauna que también
son creadas por la Tierra y necesitan sus nutrientes). Aquí entran los valores
del cuidado, de la corresponsabilidad y de la solidaridad de todos con todos,
sin los cuales el proyecto jamás prosperará.
A
partir de estas premisas podemos pensar en la superación de nuestras
estructuras sociales violentas. El resto es trampear con el cambio, para que
nada cambie.
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