lunes, 9 de enero de 2017

San Eulogio de Córdoba, presbítero y mártir - San Marcelino de Ancona, obispo (9 de enero)

San Eulogio de Córdoba, presbítero y mártir

fecha: 9 de enero
†: 859 - país: España
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Elogio: San Eulogio, presbítero y mártir, que en Córdoba, de Andalucía, fue decapitado por su preclara confesión de Cristo, el día 11 de marzo.
Patronazgos: patrono de caldereros y carpinteros.
Oración: Señor y Dios nuestro: tú que, en la difícil situación de la Iglesia mozárabe, suscitaste en san Eulogio un espíritu heroico para la confesión intrépida de la fe, concédenos superar con gozo y energía, fortalecidos por ese mismo espíritu, todas nuestras situaciones adversas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Se ha dicho que san Eulogio fue la mayor gloria de España en el siglo IX. Era descendiente de una familia que había tenido posesiones en Córdoba desde la época de los romanos. El santo tenía tres hermanos y dos hermanas. Córdoba se hallaba entonces ocupada por los moros, quienes la habían convertido en su capital. Los moros toleraban a los cristianos, aunque les imponían condiciones vejatorias. El culto público se les permitía mediante el pago de un impuesto mensual; pero el proselitismo se castigaba con la pena de muerte. Sin embargo, muchos cristianos ocupaban puestos de importancia; por ejemplo, José, hermano menor de san Eulogio, desempeñaba un alto cargo en la corte de Abderramán II.
Eulogio se educó con los sacerdotes de San Zoilo. Una vez que hubo aprendido todo lo que podían enseñarle, se puso bajo la dirección del ilustre escritor Esperandeo, abad de un monasterio. Allí conoció a Pablo Álvarez, de quien se hizo muy amigo y quien escribió más tarde la biografía del santo. Al terminar sus estudios, san Eulogio recibió la ordenación sacerdotal, en tanto que Álvarez se casó y abrazó la carrera de escritor. Los dos amigos sostuvieron una nutrida correspondencia, pero destruyeron por mutuo acuerdo las cartas, que eran demasiado íntimas y no suficientemente trabajadas. En su «Vida de San Eulogio», Álvarez le describe como muy piadoso y mortificado, versado en todas las ramas del saber, especialmente en la Sagrada Escritura; de rostro agradable; tan humilde, que con frecuencia se atenía a las opiniones de otros, mucho menos sabios que él, y tan amable, que se ganó el cariño de cuantos le trataron. Su gran descanso consistía en visitar los monasterios y los hospitales. Los monjes le tenían en tal estima que, con frecuencia, le pedían que redactase sus reglas. En esa forma, el santo estuvo en muchas casas religiosas de España y visitó los monasterios de Navarra y Pamplona para revisar sus constituciones y escoger las mejores reglas.
El año 850, estalló una súbita persecución contra los cristianos de Córdoba, ya sea porque éstos hubiesen combatido abiertamente a los mahometanos, ya porque trataran de convertir a algunos de ellos. La situación de los cristianos se complicó, pues un obispo andaluz, llamado Recaredo, en vez de defender a su grey, abrió a los lobos la puerta del redil. No sabemos por qué procedió en esa forma; tal vez se trataba de un «moderado» que prefería la paz y la tolerancia, al celo misionero y la persecución. En todo caso, dicho prelado fue el responsable de la aprehensión del obispo de Córdoba y de algunos miembros de su clero. En la prisión, Eulogio se ocupó en leer la Biblia a sus compañeros y en exhortarles a permanecer fieles a la fe. También escribió entonces su «Exhortación al Martirio», dedicada a las vírgenes Flora y María. En ella decía: «Sé que estáis amenazadas de ser vendidas como esclavas y de perder la virginidad; pero podéis estar seguras de que no es posible manchar la virginidad de vuestras almas, por mucho que atormenten vuestros cuerpos. Algunos cristianos cobardes os dirán, para desanimaros, que las iglesias están silenciosas, vacías y sin culto, a causa de vuestra obstinación, y que si cedéis durante algún tiempo, os dejarán practicar libremente vuestra religión. Os ruego que no olvidéis que el sacrificio que agrada verdaderamente a Dios es la contrición del corazón y que no tenéis derecho a volver atrás y renunciar a la fe que habéis confesado». Las doncellas no perdieron la virginidad y, antes de ser decapitadas, declararon que, en cuanto llegasen a la presencia de Jesucristo, le pedirían que sus hermanos alcanzasen la libertad. Seis días después de su muerte, los prisioneros quedaron libres. San Eulogio compuso entonces una narración en verso del martirio de las dos vírgenes, para animar a los cristianos a seguir su ejemplo. Su hermano José fue despedido de la corte y san Eulogio fue obligado a vivir con el traidor Recaredo, pero no por ello dejó de seguir instruyendo y alentando a los fieles con la predicación y con la pluma.
El año 852, otros cristianos fueron martirizados. En el mismo año, el Concilio de Córdoba prohibió entregarse espontáneamente a los perseguidores. El sucesor de Abderramán llevó adelante la persecución con mayor violencia que su padre; ello no hizo sino acrecentar el celo de san Eulogio, quien evitó que apostatasen muchos cristianos débiles y alentó a muchos otros al martirio. En los tres volúmenes de su obra titulada «Memorial de los Santos» describió los sufrimientos y la muerte de los mártires de la persecución. También escribió una «Apología» contra los que negaban que las víctimas de aquella persecución eran verdaderos mártires, alegando que no habían obrado milagros, que se habían entregado espontáneamente, que no habían sido torturados sino tan sólo decapitados y que los perseguidores no eran idólatras, sino que creían en el verdadero Dios. San Eulogio se defendía también a sí mismo, ya que él había aprobado y alentado a los mártires.
Cuando murió el arzobispo de Toledo, el clero y el pueblo eligieron a san Eulogio para sucederle; pero el santo fue ejecutado antes de su consagración.
Había en Córdoba una joven llamada Leocricia, convertida y bautizada por un pariente, aunque sus padres eran mahometanos. Esto constituía un crimen que se castigaba con la pena de muerte. Cuando los padres de la joven se enteraron de lo sucedido, la golpearon y maltrataron cruelmente para hacerla apostatar. La joven narró sus cuitas a san Eulogio, quien con la ayuda de su hermana Anulona, la ayudó a escapar y la escondió en casa de unos amigos suyos. Las autoridades descubrieron el sitio en que se hallaba la joven y llevaron ante el kadí a todos los que la habían ayudado a escapar. Sin amedrentarse por ello, Eulogio dijo al juez que estaba dispuesto a mostrarle el verdadero camino del cielo y declaró que Mahoma era un impostor. El kadí le amenazó con hacerle perecer a latigazos. El santo respondió que nada le haría renegar de su religión. Entonces, uno de los presentes habló en privado a san Eulogio, diciéndole: «Está bien que los ignorantes se precipiten a la muerte; pero un hombre de tu ciencia y de tu posición no debería alentarles con su ejemplo. Hazme caso; pliégate a las circunstancias y di una sola palabra. Después podrás practicar libremente tu religión y te prometo que no te molestaremos más». Eulogio replicó sonriendo: «Si sospecharas siquiera el premio que espera a quienes perseveran hasta el fin en la fe, cambiarías en el acto todas tus dignidades por él». En seguida empezó a predicar osadamente el Evangelio a los presentes. Para evitarlo, el juez le condenó inmediatamente a muerte. Uno de los guardias que le condujeron al sitio de la ejecución le abofeteó por haber hablado contra Mahoma; el santo presentó con gran mansedumbre la otra mejilla y recibió otro golpe. Al llegar al lugar del martirio, san Eulogio presentó el cuello al verdugo. Santa Leocricia sufrió el martirio cuatro días después.
Como lo hicimos notar en el artículo, casi la única fuente que poseemos sobre san Eulogio es la corta biografía latina escrita por su amigo Álvarez o Álvaro. Puede leerse dicha biografía en Acta Sanctorum, marzo, vol. II, y también en Migne, PL., vol. CXV, cc. 705-720 y en otras colecciones. Ver igualmente Gams, Kirchengeschichte von Spanien, vol. II, pp. 299-338, y el artículo Eulogius en el Kirchenlexikon. Cf. Dozy, Histoire des Musulmans d´Espagne, vol. II, pp. 1-174; y W. von Baudissin, Eulogius und Alvar (1872); J. Pérez de Urbel, Un Santo de la dominación Musulmana (1937).
N.ETF: El obispo Recaredo (o Recafredo) que menciona el escrito no era obispo de Córdoba sino -deduce Flórez en España Sagrada- Metropolitano con jurisdicción sobre Córdoba, ya que el obispo de Córdoba era Saulo, partidario de la causa de los mártires y confesor él mismo; encarcelado, aunque no muerto, por la fe. Ver sobre esto Flórez, España Sagrada, volumen X, pág. 272ss.
Imagen: mural en la Iglesia del Juramento, en Córdoba, España.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: 10-3-2013
Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_4792




San Marcelino de Ancona, obispo

fecha: 9 de enero
†: s. VI - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abel Della Costa

Elogio: En Ancona, en el Piceno, san Marcelino, obispo, que, según escribió el papa san Gregorio Magno, por gracia de Dios libró a la ciudad de un incendio.
A Marcelino de Ancona lo conocemos exclusivamente por una breve narración de San Gregorio Magno en sus Diálogos. Cuenta el santo Doctor:
«Cabeza de esta misma iglesia de Ancona fue Marcelo, varón de venerable vida. Contrajo una dolorosa gota, por lo cual sus familiares, si era necesario, lo tenían que trasportar en las manos. Cierto día, por culpa de una negligencia, la ciudad de Ancona se incendió. Como ardiera vehementemente, se acercaron todos a extinguir el fuego. Pero aunque arrojaban constantemente agua, las llamas crecían, tanto que ya parecía verse la muerte de la ciudad entera. El fuego iba invadiendo lugares cada vez más próximos. Una parte no pequeña de la ciudad se había consumido, y no pudiendo acercarse por sí mismo, venía el obispo conducido en andas: obligado a moverse por el peligro, decía a los familiares que lo transportaban: ponedme contra el fuego. Y así se hizo: fue puesto en el lugar donde todo el frente de las llamas parecía concentrarse, comenzó de modo admirable el propio incendio a retroceder, como si en su vuelta atrás exclamare que no puede avanzar más allá del obispo. Ocurrido esto, refrenada la llama en su límite, se enfrió, y no osó atacar a ningún otro edificio.»
San Gregorio Magno no hace una obra de crítica histórica ni biográfica, sino un relato de la vida de hombres ilustres y santos de Italia, con la vista puesta en mostrar la maravillosa obra de Dios en ellos a traves de milagros y hechos extraordinarios. No es raro, entonces que lo que más quisiéramos saber sobre nuestro santo no se nos cuente, sino el hecho ejemplar de la santidad que vence al poder destructivo de los elementos. Sobre este exclusivo párrafo transmitieron los hagiógrafos la noticia de san Marcelino, agregando en algunos casos detalles pintorescos. Por ejemplo, en Ancona pretendían poseer como reliquia el libro de oraciones que utilizó san Marcelino para orar ante las llamas (¡y que por tanto estaba chamuscado!).
En cuanto a la época en que vivió, parece que fue en el siglo IV, sin que se pueda especificar con mayor precisión. Tradiciones hagiográficas posteriores lo hacen de la noble familia local de Boccamajore, y tercer obispo de Ancona, sin que haya propiamente elementos para verificar estos datos. Su cuerpo se conserva como reliquia en una tumba preciosamente esculpida a mediados del s XVIII en la cripta de la catedral de Ancona.
El fragmento de san Gregorio Magno, fuente única sobre el santo, se encuentra en los Diálogos, libro I, cap. 6, transcripto in extenso por los bolandistas en Acta Santorum, enero, I, pág 590, de donde lo traduje. Allí mismo pueden verse algunos desarrollos de la leyenda, como el mencionado sobre el libro de oraciones.

Abel Della Costa
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Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_108

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