San Eulogio de Córdoba, presbítero y mártir
fecha: 9 de enero
†: 859 - país: España
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: 859 - país: España
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: San Eulogio, presbítero y mártir, que en Córdoba, de Andalucía, fue
decapitado por su preclara confesión de Cristo, el día 11 de marzo.
Patronazgos: patrono de caldereros y carpinteros.
refieren a este santo: San Abundio, San Fandila, Santos Jorge,
Aurelio y Sabigótona, Félix y Liliosa, Santos Rogelio y
Servideo, San Sisenando
Oración: Señor y Dios nuestro: tú que, en la
difícil situación de la Iglesia mozárabe, suscitaste en san Eulogio un espíritu
heroico para la confesión intrépida de la fe, concédenos superar con gozo y
energía, fortalecidos por ese mismo espíritu, todas nuestras situaciones
adversas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la
unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración
litúrgica).

Se ha dicho que san Eulogio fue la mayor
gloria de España en el siglo IX. Era descendiente de una familia que había
tenido posesiones en Córdoba desde la época de los romanos. El santo tenía tres
hermanos y dos hermanas. Córdoba se hallaba entonces ocupada por los moros,
quienes la habían convertido en su capital. Los moros toleraban a los
cristianos, aunque les imponían condiciones vejatorias. El culto público se les
permitía mediante el pago de un impuesto mensual; pero el proselitismo se
castigaba con la pena de muerte. Sin embargo, muchos cristianos ocupaban
puestos de importancia; por ejemplo, José, hermano menor de san Eulogio,
desempeñaba un alto cargo en la corte de Abderramán II.
Eulogio se educó con los sacerdotes de San
Zoilo. Una vez que hubo aprendido todo lo que podían enseñarle, se puso bajo la
dirección del ilustre escritor Esperandeo, abad de un monasterio. Allí conoció
a Pablo Álvarez, de quien se hizo muy amigo y quien escribió más tarde la
biografía del santo. Al terminar sus estudios, san Eulogio recibió la
ordenación sacerdotal, en tanto que Álvarez se casó y abrazó la carrera de
escritor. Los dos amigos sostuvieron una nutrida correspondencia, pero
destruyeron por mutuo acuerdo las cartas, que eran demasiado íntimas y no
suficientemente trabajadas. En su «Vida de San Eulogio», Álvarez le describe
como muy piadoso y mortificado, versado en todas las ramas del saber,
especialmente en la Sagrada Escritura; de rostro agradable; tan humilde, que
con frecuencia se atenía a las opiniones de otros, mucho menos sabios que él, y
tan amable, que se ganó el cariño de cuantos le trataron. Su gran descanso consistía
en visitar los monasterios y los hospitales. Los monjes le tenían en tal estima
que, con frecuencia, le pedían que redactase sus reglas. En esa forma, el santo
estuvo en muchas casas religiosas de España y visitó los monasterios de Navarra
y Pamplona para revisar sus constituciones y escoger las mejores reglas.
El año 850, estalló una súbita persecución
contra los cristianos de Córdoba, ya sea porque éstos hubiesen combatido
abiertamente a los mahometanos, ya porque trataran de convertir a algunos de ellos.
La situación de los cristianos se complicó, pues un obispo andaluz, llamado
Recaredo, en vez de defender a su grey, abrió a los lobos la puerta del redil.
No sabemos por qué procedió en esa forma; tal vez se trataba de un «moderado»
que prefería la paz y la tolerancia, al celo misionero y la persecución. En
todo caso, dicho prelado fue el responsable de la aprehensión del obispo de
Córdoba y de algunos miembros de su clero. En la prisión, Eulogio se ocupó en
leer la Biblia a sus compañeros y en exhortarles a permanecer fieles a la fe.
También escribió entonces su «Exhortación al Martirio», dedicada a las vírgenes Flora y María.
En ella decía: «Sé que estáis amenazadas de ser vendidas como esclavas y de
perder la virginidad; pero podéis estar seguras de que no es posible manchar la
virginidad de vuestras almas, por mucho que atormenten vuestros cuerpos.
Algunos cristianos cobardes os dirán, para desanimaros, que las iglesias están
silenciosas, vacías y sin culto, a causa de vuestra obstinación, y que si
cedéis durante algún tiempo, os dejarán practicar libremente vuestra religión.
Os ruego que no olvidéis que el sacrificio que agrada verdaderamente a Dios es
la contrición del corazón y que no tenéis derecho a volver atrás y renunciar a
la fe que habéis confesado». Las doncellas no perdieron la virginidad y, antes
de ser decapitadas, declararon que, en cuanto llegasen a la presencia de
Jesucristo, le pedirían que sus hermanos alcanzasen la libertad. Seis días
después de su muerte, los prisioneros quedaron libres. San Eulogio compuso
entonces una narración en verso del martirio de las dos vírgenes, para animar a
los cristianos a seguir su ejemplo. Su hermano José fue despedido de la corte y
san Eulogio fue obligado a vivir con el traidor Recaredo, pero no por ello dejó
de seguir instruyendo y alentando a los fieles con la predicación y con la
pluma.
El año 852, otros cristianos fueron
martirizados. En el mismo año, el Concilio de Córdoba prohibió entregarse
espontáneamente a los perseguidores. El sucesor de Abderramán llevó adelante la
persecución con mayor violencia que su padre; ello no hizo sino acrecentar el
celo de san Eulogio, quien evitó que apostatasen muchos cristianos débiles y
alentó a muchos otros al martirio. En los tres volúmenes de su obra titulada
«Memorial de los Santos» describió los sufrimientos y la muerte de los mártires
de la persecución. También escribió una «Apología» contra los que negaban que
las víctimas de aquella persecución eran verdaderos mártires, alegando que no
habían obrado milagros, que se habían entregado espontáneamente, que no habían
sido torturados sino tan sólo decapitados y que los perseguidores no eran
idólatras, sino que creían en el verdadero Dios. San Eulogio se defendía
también a sí mismo, ya que él había aprobado y alentado a los mártires.
Cuando murió el arzobispo de Toledo, el
clero y el pueblo eligieron a san Eulogio para sucederle; pero el santo fue
ejecutado antes de su consagración.
Había en Córdoba una joven llamada
Leocricia, convertida y bautizada por un pariente, aunque sus padres eran
mahometanos. Esto constituía un crimen que se castigaba con la pena de muerte.
Cuando los padres de la joven se enteraron de lo sucedido, la golpearon y maltrataron
cruelmente para hacerla apostatar. La joven narró sus cuitas a san Eulogio,
quien con la ayuda de su hermana Anulona, la ayudó a escapar y la escondió en
casa de unos amigos suyos. Las autoridades descubrieron el sitio en que se
hallaba la joven y llevaron ante el kadí a todos los que la habían ayudado a
escapar. Sin amedrentarse por ello, Eulogio dijo al juez que estaba dispuesto a
mostrarle el verdadero camino del cielo y declaró que Mahoma era un impostor.
El kadí le amenazó con hacerle perecer a latigazos. El santo respondió que nada
le haría renegar de su religión. Entonces, uno de los presentes habló en
privado a san Eulogio, diciéndole: «Está bien que los ignorantes se precipiten
a la muerte; pero un hombre de tu ciencia y de tu posición no debería
alentarles con su ejemplo. Hazme caso; pliégate a las circunstancias y di una
sola palabra. Después podrás practicar libremente tu religión y te prometo que
no te molestaremos más». Eulogio replicó sonriendo: «Si sospecharas siquiera el
premio que espera a quienes perseveran hasta el fin en la fe, cambiarías en el
acto todas tus dignidades por él». En seguida empezó a predicar osadamente el
Evangelio a los presentes. Para evitarlo, el juez le condenó inmediatamente a
muerte. Uno de los guardias que le condujeron al sitio de la ejecución le
abofeteó por haber hablado contra Mahoma; el santo presentó con gran
mansedumbre la otra mejilla y recibió otro golpe. Al llegar al lugar del
martirio, san Eulogio presentó el cuello al verdugo. Santa Leocricia sufrió
el martirio cuatro días después.
Como lo hicimos notar en el artículo, casi
la única fuente que poseemos sobre san Eulogio es la corta biografía latina
escrita por su amigo Álvarez o Álvaro. Puede leerse dicha biografía en Acta
Sanctorum, marzo, vol. II, y también en Migne, PL., vol. CXV, cc. 705-720 y en
otras colecciones. Ver igualmente Gams, Kirchengeschichte von Spanien, vol. II,
pp. 299-338, y el artículo Eulogius en el Kirchenlexikon. Cf. Dozy, Histoire
des Musulmans d´Espagne, vol. II, pp. 1-174; y W. von Baudissin, Eulogius und Alvar
(1872); J. Pérez de Urbel, Un Santo de la dominación Musulmana (1937).
N.ETF: El obispo Recaredo (o Recafredo) que menciona el
escrito no era obispo de Córdoba sino -deduce Flórez en España Sagrada-
Metropolitano con jurisdicción sobre Córdoba, ya que el obispo de Córdoba era
Saulo, partidario de la causa de los mártires y confesor él mismo; encarcelado,
aunque no muerto, por la fe. Ver sobre esto Flórez, España Sagrada, volumen X,
pág. 272ss.
Imagen: mural en la Iglesia del Juramento, en Córdoba, España.
Imagen: mural en la Iglesia del Juramento, en Córdoba, España.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 11177 veces
ingreso o última modificación relevante: 10-3-2013
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_4792
San Marcelino de Ancona, obispo
fecha: 9 de enero
†: s. VI - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abel Della Costa
†: s. VI - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: Abel Della Costa
Elogio: En Ancona, en el Piceno, san
Marcelino, obispo, que, según escribió el papa san Gregorio Magno, por gracia
de Dios libró a la ciudad de un incendio.

A Marcelino de Ancona lo conocemos
exclusivamente por una breve narración de San Gregorio Magno en sus Diálogos.
Cuenta el santo Doctor:
«Cabeza de esta misma iglesia de Ancona
fue Marcelo, varón de venerable vida. Contrajo una dolorosa gota, por lo cual sus
familiares, si era necesario, lo tenían que trasportar en las manos. Cierto
día, por culpa de una negligencia, la ciudad de Ancona se incendió. Como
ardiera vehementemente, se acercaron todos a extinguir el fuego. Pero aunque
arrojaban constantemente agua, las llamas crecían, tanto que ya parecía verse
la muerte de la ciudad entera. El fuego iba invadiendo lugares cada vez más
próximos. Una parte no pequeña de la ciudad se había consumido, y no pudiendo
acercarse por sí mismo, venía el obispo conducido en andas: obligado a moverse
por el peligro, decía a los familiares que lo transportaban: ponedme contra el
fuego. Y así se hizo: fue puesto en el lugar donde todo el frente de las llamas
parecía concentrarse, comenzó de modo admirable el propio incendio a retroceder,
como si en su vuelta atrás exclamare que no puede avanzar más allá del obispo.
Ocurrido esto, refrenada la llama en su límite, se enfrió, y no osó atacar a
ningún otro edificio.»
San Gregorio Magno no hace una obra de
crítica histórica ni biográfica, sino un relato de la vida de hombres ilustres
y santos de Italia, con la vista puesta en mostrar la maravillosa obra de Dios
en ellos a traves de milagros y hechos extraordinarios. No es raro, entonces
que lo que más quisiéramos saber sobre nuestro santo no se nos cuente, sino el
hecho ejemplar de la santidad que vence al poder destructivo de los elementos.
Sobre este exclusivo párrafo transmitieron los hagiógrafos la noticia de san
Marcelino, agregando en algunos casos detalles pintorescos. Por ejemplo, en
Ancona pretendían poseer como reliquia el libro de oraciones que utilizó san
Marcelino para orar ante las llamas (¡y que por tanto estaba chamuscado!).
En cuanto a la época en que vivió, parece
que fue en el siglo IV, sin que se pueda especificar con mayor precisión.
Tradiciones hagiográficas posteriores lo hacen de la noble familia local de
Boccamajore, y tercer obispo de Ancona, sin que haya propiamente elementos para
verificar estos datos. Su cuerpo se conserva como reliquia en una tumba preciosamente
esculpida a mediados del s XVIII en la cripta de la catedral de Ancona.
El fragmento de san Gregorio Magno, fuente
única sobre el santo, se encuentra en los Diálogos, libro I, cap. 6,
transcripto in extenso por los bolandistas en Acta Santorum, enero, I, pág 590,
de donde lo traduje. Allí mismo pueden verse algunos desarrollos de la leyenda,
como el mencionado sobre el libro de oraciones.
Abel Della Costa
accedida 553 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.orgindex.php?idu=sn_108
No hay comentarios:
Publicar un comentario