domingo, 6 de septiembre de 2020

Imitación de Cristo (Felicidad Espiritual)

PARTE TERCERA
FELICIDAD ESPIRITUAL.


Capítulo XXVII
EL AMOR PROPIO
 NOS APARTA DEL SUMO BIEN.

Jesucristo:
1. Hijo, conviene que lo des todo por el Todo y no seas nada de ti mismo. Debes saber que el amor propio te hace más daño que cualquier otra cosa en el mundo. Según sea el amor y el apego que tienes a las cosas estarás más o menos adherido a ellas. Si tu amor fuese puro, simple y ordenado no estarás cautivo de las cosas. No se debe desear lo que es ilícito tener. No se debe tener lo que te puede impedir y privar de la libertad interior. Es de sorprender que no te entregues tú mismo a Mí desde el fondo del corazón, con todo lo que puedes tener o desear.

2. ¿Por qué te desgastas con inútil tristeza?. ¿Por qué te fatigas con cuidados superfluos?. Compórtate según mi voluntad y no sufrirás menoscabo. Si buscas esto o aquello, si deseas estar aquí o allí por tu conveniencia o propia voluntad, nunca estarás tranquilo ni libre de preocupaciones porque en todas las cosas hay alguna falla y en todo lugar hay adversarios.

3. No hace provecho cualquier cosa alcanzada o multiplicada exteriormente sino más bien la deshechada y arrancada de raíz del corazón. No sólo entiendas lo anterior de las propiedades y riquezas sino también de la ambición de ser famoso o el deseo de vacías adulaciones que transcurren como el mundo. Poco importa el lugar si falta el fervor del espíritu, ni durará mucho la paz buscada sólo externamente si falta su verdadero fundamento en la disposición del corazón. Es decir, si no estás en Mí, puedes cambiar pero no mejorar. Porque manifestada la ocasión, y aceptada encontrarás lo que evitabas, y hasta más.

4. Oración para pedir la purificación del corazón y la sabiduría divina: Confírmame, Señor, en la gracia del Espíritu Santo. Dame energía para fortalecerme interiormente y para vaciar mi corazón de toda preocupación inútil y angustiosa, para que no me arrastre el deseo de cualquier cosa vulgar o valiosa; sino que mire todo como pasajero, y a mí mismo igual porque nada permanece bajo el sol, todo es vacío y aflicción para el espíritu (Ecl 2,17). Qué sabio es el que piensa así: Concédeme Señor la sabiduría celestial para que aprenda a buscarte y encontrarte sobre todas las cosas, sobre todo, apreciarte y amarte y entender lo demás como es, de acuerdo con tu Sabiduría. Dame prudencia para apartarme del adulador y paciencia para soportar al adversario. Porque la verdadera sabiduría consiste en no moverse por el ruido de las palabras, ni prestar atención a los cantos de sirena de los aduladores, porque así se transita con seguridad la vía comenzada.


Capítulo XXVIII
CONTRA LOS MURMURADORES
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Jesucristo:
1. Hijo, no te enojes si alguien tiene mala opinión de ti y dice lo que no quieres oir. Tú debes tener peor opinión de ti mismo y creer que nadie es tan débil como tú. No es poca sensatez, permanecer callado en tiempos difíciles y regresar a Mí sin perturbarse por las opiniones humanas.

2. No debe estar tu paz en la boca de las personas; porque te interpreten bien o mal, no serás por eso distinto de lo que eres. ¿Dónde está la verdadera paz y la verdadera gloria?. ¿Acaso no está en Mí?. Y quien no desea agradar a los demás ni teme desagradarlos, disfrutará de mucha paz. Brota toda inquietud del corazón y distracción de los sentidos, del amor desordenado y del temor sin motivo.


Capítulo XXIX
LLAMAR A DIOS Y
 BENDECIRLO CUANDO HAY DIFICULTADES.

Discípulo:
1. Bendito para siempre sea tu Nombre, Señor, que quisiste que venga sobre mí esta tentación y aflicción. No puedo huir de ella sino que tengo necesidad de refugiarme en Ti para que me ayudes y la conviertas en bien para mí. Señor, ahora estoy perturbado y no le va bien a mi corazón sino que me atormenta mucho esta pasión. Y ahora, Padre querido, ¿qué voy a decir?: Me siento atrapado por la angustia. Sálvame de éste momento (Jn 12,27). Pero he llegado a esta situación para que Tú seas reconocido cuando yo esté más humillado y sea liberado por Ti. Complácete, Señor, en liberarme porque, pobre de mí, ¿qué podré hacer?; ¿a dónde iré sin Ti?. Dame paciencia, Señor, también esta vez. Y en medio de todo esto ¿qué diré?. Señor, hágase tu voluntad (Mt 6,10). Yo bien merezco sufrir y padecer. Conviene que lo soporte. ¡Ojalá, con paciencia!. Porque tu mano omnipotente es capaz de quitar de mí esta tentación y mitigar su ímpetu, tal como frecuentemente lo has hecho antes conmigo, no vaya a ser que sucumba, Dios mío, Misericordia mía, mientras más dificultoso es para mí tanto es fácil para Ti este cambio por el poder de tu mano.

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