El Ciclo de un nuevo año
Comentario primero
Domingo 2º de Adviento A (07.12.2025): Mateo 3,1-12.EL REINO DE DIOS ES JESÚS DE NAZARET, lo afirmo y comento CONTIGO
Estamos ya en la segunda semana del Adviento católico romano vaticano. El protagonista de esta segunda etapa de la esperanza se llama Juan el Bautista o Bautizador, el hereje y blasfemo judío del que se hizo buen amigo el otro judío y laico de Galilea llamado Jesús de Nazaret. Y por estas razones, les fue como les fue al uno y al otro. No se deben romper las tradiciones de la religión ni conculcar los dogmas de la práctica religiosa. Quien la hace, la paga, se decía entre la gente.
El hecho de perdonar pecados correspondía, en rigurosa exclusividad, a los sacerdotes del único Templo de Jerusalén. Como ahora, y desde siglos y milenios, en la tradición católica el hecho de consagrar pan y vino y perdonar pecados sólo les corresponde en exclusividad absoluta a los sacerdotes (consultar Querida Amazonía número 88, con el texto de la nota incluido). Los Dogmas y Tradiciones dentro de los protocolos de las Religiones son intocables.
¿Intocables? Inamovibles, menos para personas como aquel Juan el Bautizador por perdonar pecados del que nos habla el Evangelista Mateo en su escrito (Mt 3,1-17). De este relato, la autoridad de la liturgia romana desea que no se nos lea hoy al pueblo Mt 3,13-17. Tal vez, en alguno de los próximos años se nos proponga la lectura y meditación de esta segunda parte de la preciosa narración que el Evangelista unió y la tradición católica desunió o divorció.
Aquel judío hereje y blasfemo que era Juan habla de Jesús de Nazaret de forma herética y blasfema y lo proclama como ‘el Reino de Dios’: “Juan el Bautista proclamaba en el desierto a los que por allá pasaban: convertíos, porque ha llegado el Reino de los Cielos” (Mt 3,1-2). Textualmente el Evangelista Mateo está afirmando, por boca de su Juan el Bautista, que Jesús de Nazaret es este Reino de los Cielos que esperaba el pueblo de Israel desde hacía tiempo, años y siglos. Como es de suponer, a este Juan no le debió de creer o hacer caso más que tres o cuatro de sus amigos. ¿Quiénes frecuentaban el desierto para oírle?
Uno de esos amigos debió de ser el propio Jesús de Nazaret, un galileo del norte del país que se atrevió a tomarse en serio esa tarea de perdonar pecados sin ser sacerdote del Templo de Jerusalén. Y además de perdonar estos pecados, este Jesús del Evangelista Mateo se atrevió a enmendarle la plana a todo el proyecto de Moisés y de su Dios del Sinaí y de los diez mandamientos. No en vano, el primer discurso de este Jesús será en un monte y serán las palabras fundamentales de su vida y mensaje: ‘Dichosos, felices, bienaventurados…’ (Mt 5-7).
Hace poquito tiempo, en los domingos del pasado octubre y noviembre, tuvimos la oportunidad de leernos la tercera etapa del Camino de Jesús desde Galilea a Jerusalén que nos relató el Evangelista Lucas. En un momento inolvidable de ese Camino (Lc 17,20-21) comprendimos que ‘el Reino de Dios’ está en los adentros de cada ser humano. Y ahora, Juan el Bautizador nos anuncia que ese Reino es el propio Jesús de Nazaret. Ambos, Reino de Dios y Jesús están dentro de cada ser humano. Somos, tú y yo, real y verdaderamente, templos y casas del Reino y del propio Jesús de Nazaret. ¿Blasfemia o Evangelio? La Buena Noticia. Carmelo Bueno Heras
Comentario segundo:
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mt 7,12)
CINCO MINUTOS para compartir el comentario de la 2ª página del Evangelio de Mateo 1,18-25
Leída y comentada la primera página del Evangelio de Mateo, nos adentramos en la segunda: Mt 1,18-25: La generación de Jesús el mesías fue de esta manera”. Así comienza un relato que sólo se leerá en este Evangelio y en ningún otro más de los cuatro Evangelios de la Biblia cristiana. ¿Sucedieron las cosas tal como están contadas aquí en este Evangelio según Mateo? Muy posiblemente, la narración de Mateo 1,18-25 es el comentario, imaginado por el Evangelista, de la afirmación realizada antes en Mateo 1,16: “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado mesías o cristo”. ¿Y no fue éste y así el dato de la historia que todos conocieron sobre José, María y Jesús? Un hombre y una mujer, casados y familia desde el nacimiento de su primer hijo, Jesús de Nazaret.
A partir de este hecho y después de la vida de estas personas y de su familia se fueron divulgando, diríamos hoy, diversas opiniones y creencias que acabaron por situar a estas tres personas en el ámbito del más allá y de la divinidad. ¿Cómo entender si no la presencia del ángel de Dios que maneja el desarrollo de la historia según las destrezas del credo del Evangelista y de sus lectores?
José es “hijo de David”, es decir, un hombre que pertenece a la familia del rey David. Y es un judío justo, es decir, un buen cumplidor de la Ley de Moisés. Y es también el esposo de María (Mt 1,19-20). Y de María se ha dicho antes que es la esposa de José y la madre de Jesús (Mt 1,18). Estos son los datos de la humanidad de aquella familia.
Partiendo de esta realidad, tan humana y humanizada, el Evangelista nos ha entretejido un texto para anunciarnos su experiencia de fe en Jesús, mesías o cristo, divinizado como Dios e hijo de Dios. Y esta divinización comienza con la aceptación de que en este Jesús se había cumplido el viejo anuncio de un profeta de Jerusalén: “Una virgen concebirá y parirá un hijo a quien llamarán Emmanuel” (Isaías 7,14).
En el texto original de Isaías no se habla de una ‘virgen’ (vetulah, en hebreo; parcenos, en griego), sino de una ‘mujer’ (almah, en hebreo; neanias, en griego). Cuando este texto hebreo de Isaías se traduce al griego en la llamada traducción de los Setenta o Septuaginta, la palabra ‘almah’ del original hebreo se traduce en griego como ‘parcenos’, virgen. Una vez más, esta traducción se convirtió en una traición al texto y mensaje original del profeta. Según el contexto histórico y literario del relato de Isaías, el hijo de esta mujer ya fue rey en su tiempo del siglo VIII a. dC. en Israel. Y además, nadie llamó a Jesús con el nombre de ‘Emmanuel’ (con nosotros Dios). Siempre se le llamó Jesús, ni de Belén, ni de Jerusalén, ¡de Nazaret!
La divinización de este Jesús se completa con la creencia mítica de su nacimiento, no de un hombre y una mujer (como así fue), sino por ‘obra y gracia’ de un Dios simbolizado en la presencia de su Espíritu Santo. Esta creencia mítico-simbólica expresada aquí y así por Mateo, la encontraremos contada de forma muy diferente por Lucas (1-2). Este hijo de María y José, nos adelanta ya Mateo en 1,21, murió condenado por haberse atrevido a perdonar pecados.
Carmelo Bueno Heras. En Madrid, 09.12.2018 y también en Madrid, 07.12.2025.
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