Santa Catalina de Suecia, virgen
fecha: 24 de marzo
n.: 1331 - †: 1381 - país: Suecia
otras formas del nombre: Catalina de Vastena (o Vadstena)
canonización: Conf. Culto: Inocencio VIII 1484
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 1331 - †: 1381 - país: Suecia
otras formas del nombre: Catalina de Vastena (o Vadstena)
canonización: Conf. Culto: Inocencio VIII 1484
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Vástena, en Suecia, santa Catalina,
virgen, hija de santa Brígida, que casada contra su voluntad, con consentimiento
de su cónyuge conservó la virginidad y, al enviudar, se entregó a la vida
piadosa. Peregrina en Roma y en Tierra Santa, trasladó los restos de su madre a
Suecia y los depositó en el monasterio de Vástena, donde ella misma tomó el
hábito monástico.
refieren a este santo: Santa Brígida de
Suecia

Catalina Ulfsdotter, fue
la cuarta de los ocho hijos de santa Brígida quien,
al igual que su hija, es conocida como «de Suecia», no porque pertenecieran a
una casa real sino simplemente por distinguirlas de homónimas. En esa familia
religiosa Catalina aprendió primeramente a amar a Dios y, a temprana edad, fue
confiada al cuidado de la abadesa de Risaberga. Catalina fue prometida en
matrimonio por sus padres a un devoto y noble joven, Edgardo von Kürnen, que
era de origen alemán. La boda se celebró efectivamente. A Santa Catalina se le
celebra en el oficio divino como a virgen, porque, según se dice, la joven
pareja, desde que salió de la iglesia, convino en vivir en perpetua continencia.
En su nuevo estado, la joven esposa llevó vida de austeridad que Edgardo
toleró, pero no alentó. Carlos, hermano de Catalina se mostró grandemente
encolerizado cuando ella trató de inducir a la esposa de éste a seguir su
ejemplo. Santa Brígida, a la muerte de su esposo, Ulf, se fue a vivir a Roma y
su hija Catalina, como después lo dijo a su homónima de Siena, desde aquel día
en que su madre salió de Suecia, se olvidó de lo que era sonreír. En 1350,
obtuvo el permiso de Edgardo para visitar a su madre en Roma, pero su hermano
Carlos escribió una violenta carta a Edgardo prohibiéndole que la dejara ir. La
carta llegó a manos de Catalina, pero ella no se asustó y se amparó bajo la
protección que le ofreció uno de sus tíos. Tenía entonces alrededor de diecinueve
años.
Santa Brígida había
deseado por largo tiempo una compañera, y, cuando su hija, después de algunas
semanas de estancia, le anunció que regresaba a casa, su madre le suplicó con
ahínco que no lo hiciera, sino que permaneciese en Roma para la causa de
Cristo. Lo que siguió no está del todo claro ni es fácil de entender. Catalina
estaba obligada a su esposo, a quien parecía tener profundo afecto, pero se
quedó en Roma, no sin pasar por momentos de gran desdicha. «Yo llevo una vida
desgraciada, enjaulada como un animal, mientras los otros van y nutren sus
almas en la Iglesia. Mis hermanos y hermanas, en Suecia, pueden servir a Dios
en paz». Por miedo a los desórdenes de la ciudad, cuando la madre de Catalina
salía de casa, ordenaba a ésta permanecer encerrada. En estas circunstancias,
puede suponerse muy razonablemente que el sueño que tuvo, en el que Nuestra
Señora le reprochaba por su inconformidad, fue producto de su depresión
nerviosa, aunque la pobre Catalina lo tomó muy en serio. Brígida, por otra parte,
creyó habérsele revelado que el esposo de su hija estaba a punto de morir, lo
que en realidad sucedió antes de terminar el año. Debido a esta revelación
Catalina pareció perder todo deseo de regresar a Suecia. Cuando se supo que
esta hermosa joven era viuda, algunos pretendientes empezaron a asediarla con
fines matrimoniales y a pesar de sus terminantes negativas, llegaron hasta
hacer planes para raptarla. Un día, cuando ella iba a orar a la iglesia de San
Sebastián, un conde romano, Latino Orsini, la asechó con sus sirvientes en una
viña, a un lado del camino. Pero repentinamente, un venado apareció y distrajo
tanto la atención del grupo, que santa Catalina pasó sin ser advertida. En otra
ocasión, los que intentaban raptarla quedaron ciegos temporalmente, así lo
testificó después, en presencia del papa, el que encabezaba el grupo. La
belleza exterior de la santa era un espejo en el que se reflejaba la gracia
interior de su alma. Su caridad era tan grande, que se extendía no solamente a
los hechos, sino a las palabras, de suerte que nunca se le oyó proferir una
palabra airada o impaciente o una crítica menos bondadosa. Años más tarde,
imploró a Dios que la Orden de Santa Brígida fuera siempre preservada del
veneno de la calumnia y previno a su sobrina Ingegerda, después abadesa de
Vadstena, contra los juicios faltos de caridad, diciendo que tanto el
murmurador como su oyente llevaban al demonio en sus lenguas. Evitaba toda
ostentación y llevaba puestas sus ropas hasta que se le caían a pedazos; sin
embargo, se decía que irradiaba tal esplendor hacia las cosas materiales que le
rodeaban, que la cabecera de su cama y el dosel parecían estar hechos de los
más delicados y exquisitos materiales.
Durante los siguientes
veinticinco años, la vida de santa Catalina se identificó casi con la de su
madre, en cuyas buenas obras tomó parte activa. Además de las oraciones vocales
a las que siempre había sido muy afecta, Catalina empleaba cuatro horas cada
día en la meditación de la Pasión. Cierto día, hallándose en oración en la
iglesia de San Pedro, se le acercó una mujer vestida de blanco y con un manto
negro, a quien tomó por una terciaria dominica. La desconocida le pidió que
rezara por una de sus compatriotas de quien ella recibiría valiosa ayuda y que
pondría sobre su cabeza una corona de oro. Poco tiempo después, llegaron las
noticias de la muerte de una cuñada que le dejaba en herencia la diadema de oro
que, como otras mujeres de su rango y país, usaba en las grandes ocasiones. La
tiara fue desbaratada y, del producto de su venta, santa Brígida y su hija
vivieron durante dos años. De vez en cuando hacían peregrinaciones a Asís y a
otros lugares y, finalmente, santa Brígida decidió hacer una postrera visita a
Tierra Santa en compañía de Catalina. Brígida murió poco después de su regreso
a Roma y su cuerpo se envió ese mismo año a Suecia para ser sepultado en la
iglesia de su convento, en Vadstena.
El monasterio no había
sido aún canónicamente erigido y sus religiosas vivían sin votos y sin hábito.
En Santa Catalina recayó entonces la tarea de formar la comunidad, de acuerdo a
la regla que su madre había elaborado por tan largo tiempo para que fuese
aprobada. Un año más tarde, regresó Catalina a Roma para activar la causa de la
canonización de su madre. Hasta después de cinco años volvió a Suecia, sin
haber conseguido aún la canonización (el «Gran Cisma» se había producido
mientras tanto). Logró, sin embargo, del papa Urbano VI, la ratificación de la
regla de Santa Brígida. Durante ese tiempo en Italia, santa Catalina Ulfsdotter
hizo amistad con santa Catalina
Benincasa de Siena, y el papa Urbano decidió enviarlas juntas a
una misión ante la reina Juana de Nápoles, que apoyaba al pretendiente al papado
que se llamaba a sí mismo Clemente VII. Se dice que Catalina se rehusó a ir a
la corte de la mujer que había seducido a su hermano Carlos; pero el beato Raimundo
de Cápua, en su vida de Santa Catalina de Siena, lo explica de
otra manera: él mismo, dice, disuadió al papa de enviar a las dos Catalinas a
un ambiente tan peligroso.
Parecía como si la obra
de Catalina estuviera terminada, porque inmediatamente después de su retiro final
a Vadstena, su salud empezó a desmejorar. Continuó la práctica que había
observado por tan largo tiempo de confesarse diariamente, pero el padecimiento
gástrico que sufría le hizo imposible recibir el Santísimo Sacramento. Pidió
entonces que el Cuerpo de Nuestro Señor le fuera traído a su cuarto de enferma
a fin de poder adorarlo y practicar sus devociones en su presencia.
Encomendando a Dios su alma en una última oración, murió pacíficamente el 24 de
marzo de 1381. Se dice que una brillante estrella apareció sobre la casa, en el
momento de su muerte y permaneció allí hasta su funeral. A sus exequias
asistieron todos los obispos y abades de Escandinavia, así como el príncipe, y
toda la población vecina. Santa Catalina no ha sido nunca formalmente canonizada,
pero su nombre fue anotado en el Martirologio Romano y su fiesta se celebra en
Suecia y otros lugares, así como por las religiosas de Santa Brígida. Se dice
que escribió un libro titulado: «La Consolación del Alma», que consistió en
extractos y máximas sacados de la Sagrada Escritura y de varios escritos
piadosos, pero no ha llegado a nosotros ninguna copia.
Existe una corta
biografía en latín de santa Catalina que fue escrita en los principios del
siglo XV por un monje de Vadstena, Ulf Birgersson. Puede encontrarse en el Acta
Sanctorum, marzo, vol. III, y fue uno de los primeros libros impresos en
Suecia. Un texto más crítico aparece en Scriptores rerum Sueciarum, vol. III.
Algunos de los documentos y colecciones de milagros conectados con su
proyectada canonización, han sido impresos en las dos obras nombradas. El texto
completo de los documentos de canonización, ha sido editado por I. Collijn,
«Processus Seu Negotium Canonizacionis b. Katerinae de Vadstenis» (1924-1946).
La vida de Santa Catalina estaba tan íntimamente ligada con la de su madre, que
quizás los mejores datos acerca de la hija serán encontrados en las biografías
de santa Brígida.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler»,
Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando
figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio
no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por
favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo
Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=987
Beato Diego José de Cádiz, religioso presbítero
fecha: 24 de marzo
n.: 1743 - †: 1801 - país: España
otras formas del nombre: Didaco de Cádiz
canonización: B: León XIII 23 abr 1894
hagiografía: «Franciscanos para cada día» Fr. G. Ferrini O.F.M.
n.: 1743 - †: 1801 - país: España
otras formas del nombre: Didaco de Cádiz
canonización: B: León XIII 23 abr 1894
hagiografía: «Franciscanos para cada día» Fr. G. Ferrini O.F.M.
En Ronda, en Andalucía, región de
España, beato Diego José de Cádiz (Francisco José) López-Caamaño, presbítero de
la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, predicador insigne y propugnador intrépido
de la libertad de la Iglesia.
Diego José nació en
Cádiz, en España, el 30 de marzo de 1743, hijo de José López Caamaño y Garcia
Pérez de Rendón, de Burgos, ambos ilustres. Huérfano de madre a los 9 años; fue
admitido al noviciado de los Hermanos Menores Capuchinos de Sevilla, donde
emitió la profesión religiosa el 31 de marzo de 1759; después de siete años en
los cuales realizó sus estudios filosóficos y teológicos fue ordenado sacerdote
en Carmona, a los 23 años de edad.

Impulsado por vocación y
por temperamento al apostolado activo, trabajó intensamente con la palabra y
los escritos para difundir la fe y excitar el fervor religioso del pueblo
español propugnando la cruzada contra los revolucionarios franceses
(1793-1795). De ello queda como testimonio su libro: «El soldado católico en
guerra de religión», dirigido en forma de carta a su sobrino Antonio, enrolado
como voluntario.
Propagador eficaz de la
devoción a la Santísima Trinidad y a nuestra Señora, la Madre del Divino
Pastor, fue elegido consultor y teólogo en varias diócesis, canónigo honorario
en muchos cabildos catedralicios, socio de universidades e institutos
culturales.
Fue capellán militar
modelo. La sana educación clásica, su innato buen sentido, la tradición
franciscana, lo salvaron del conceptismo gongorista que predominaba en su
tiempo; se mantuvo en la línea de la predicación evangélica recomendada por san
Francisco, que, siendo la más sencilla, es también la más sobria y la más
eficaz. Surgido también él, como san Antonio de Padua, del retiro voluntario en
el silencio humilde, se manifestó luego elocuente, con una elocuencia docta y
cálida (se conservan unos 3.000 sermones suyos) que le valió los títulos del
San Juan Crisóstomo del siglo XVIII o de Santo Tomás redivivo. Tuvo tanto
ascendiente sobre las tropas españolas que pudo impedir una revuelta contra los
franceses residentes en Málaga, provocada por la decapitación de Luis XVI.
Convencía a sus hombres insertando la piedad religiosa en la vida concreta de
ellos, por ejemplo, predicaba a los cadetes de caballería de Ocaña sus deberes
de soldados comentando cristianamente el reglamento militar. En los últimos
años del siglo, la figura atlética de Diego José, con su palabra vibrante,
sostuvo la reacción católica española contra las ideas y las armas de la
Revolución francesa.
Murió en Ronda (Málaga)
el 24 de marzo de 1801, a los 58 años, después de 32 años de intensa vida
misionera, dejando numerosos escritos y preciosas cartas espirituales. Fue
beatificado por León XIII el 23 de abril de 1894.
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Estas biografías de santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando
figura una fuente, esta ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio
no copia completa y servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por
favor, al citar esta hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo
Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=988
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