Beato Andrés Hibernón, religioso
fecha: 18 de abril
n.: 1534 - †: 1602 - país: España
canonización: B: Pío VI 22 may 1791
hagiografía: «Franciscanos para cada día» Fr. G. Ferrini O.F.M.
n.: 1534 - †: 1602 - país: España
canonización: B: Pío VI 22 may 1791
hagiografía: «Franciscanos para cada día» Fr. G. Ferrini O.F.M.
En la ciudad de Gandía, en la región de
Valencia, en España, beato Andrés Hibernón, religioso de la Orden de los
Hermanos Menores, que de joven fue expoliado por unos ladrones y después
cultivó admirablemente la pobreza.

Andrés Hibernón, nació en Alcantarilla,
cerca de Murcia, España, de familia oriunda de Cartagena, de mala situación
económica. Pasó la niñez en Alcantarilla y Valencia, en casa de sus tíos.
Fueron características suyas en la adolescencia una viva piedad, el espíritu de
trabajo, animado por la esperanza de mejorar la situación de pobreza de sus
padres y proveer a la dote de su hermana. Habiendo ahorrado una suma
determinada se fue para su casa, pero en el camino le robaron todo. Él, que ya
venía madurando el propósito de dedicarse a Dios, vio en este acontecimiento
una llamada divina, y entró como hermano religioso entre los Hermanos Menores
en Cartagena, en 1556. Después de siete años pidió licencia para pasar a la
reforma de san Pedro de Alcántara, donde la disciplina era más austera.
Una pobreza llevada al extremo, los
trabajos más duros, la petición de limosnas, las continuas penitencias dieron a
su vida un aura de santidad que suscitó la admiración de su cohermano san
Pascual Bailón, de san Juan de Rivera, Arzobispo de Valencia, de muchos
ilustres contemporáneos y sobre todo del pueblo que lo observaba, lo admiraba y
lo seguía. Fue de gran ayuda para sus cohermanos sacerdotes en la asistencia a
los moribundos y en la conversión de los mahometanos.
En el convento encontró la soledad, la
pobreza, la penitencia, todo lo que puede conducir a un alma a la más alta
perfección. Los trabajos más humildes y difíciles eran los suyos. La
recolección de limosna de casa en casa era para él el más grande apostolado. Para
todos tenía una buena palabra, una sonrisa, un consejo.
Los pobres encontraron en él un hermano y
un amigo siempre listo a consolarlos, a ayudarles, a orientarlos hacia personas
que pudieran darles un trabajo. Con su ardiente palabra y con la fuerza de sus
virtudes condujo hacia Dios a pecadores, condujo a la fe a mahometanos.
Recitaba oraciones, ganaba indulgencias, participaba en misas en sufragio de
las almas del purgatorio. Cuando hablaba del Pesebre de Jesús, de la Pasión,
muerte y resurrección de Cristo y de la dulcísima Madre celestial María, su
rostro se iluminaba y cuantos lo oían sentían gran gozo espiritual. Alimentaba
una filial devoción a Nuestra Señora, cada día recitaba la Corona de las siete
alegrías y el oficio parvo de la Virgen, y visitaba sus santuarios. Dios
glorificó la santidad de Andrés con el don de los milagros, bilocación,
profecía, multiplicación de los víveres, curación de los enfermos.
Con cuatro años de anticipación, predijo
el día y hora de su muerte. Recibió con devoción los últimos sacramentos.
Después de haber recitado con voz apagada la corona de la Virgen, se durmió
dulcemente en el Señor, en el convento de Gandía, el 18 de abril de 1602, a los
68 años de edad. Por su intercesión se realizaron numerosos milagros. Fue beatificado
por SS. Pío VI el 22 de mayo de 1791.
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Beata María de la Encarnación Avrillot, viuda y fundadora
fecha: 18 de abril
n.: 1566 - †: 1618 - país: Francia
otras formas del nombre: Bárbara Avrillot
canonización: B: Pío VI 5 jun 1791
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 1566 - †: 1618 - país: Francia
otras formas del nombre: Bárbara Avrillot
canonización: B: Pío VI 5 jun 1791
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Pontoise, cerca de París, en Francia,
beata María de la Encarnación (Bárbara) Avrillot, madre ejemplar de familia y
mujer sumamente devota, que introdujo el Carmelo en Francia, fundó cinco
monasterios y, muerto su esposo, abrazó la vida religiosa.

Bárbara Acarie -«la bella Acarie»-,
conocida más tarde con el nombre de María de la Encarnación, introdujo en
Francia la reforma carmelitana que había iniciado Santa Teresa en España.
También contribuyó a establecer en París a las Ursulinas y a las Oratorianas.
Bárbara era hija de Nicolás Avrillot, alto funcionario del gobierno. Su
extraordinaria piedad llamó la atención de las monjas del convento de
Longchamps, dirigido por una tía suya, donde se educó. Para prepararse a la
primera comunión, a los doce años, se mortificó severamente. Bárbara hubiese
querido abrazar la vida religiosa en el convento de las franciscanas de
Longchamps o como enfermera del hospital de París; pero sus padres tenían otros
planes sobre la única hija que se les había dado. Bárbara no tuvo mas remedio
que resignarse, diciendo humildemente: «Puesto que mis pecados me hacen indigna
de ser esposa de Cristo, trataré por lo menos de ser su esclava.» A los
diecisiete años, contrajo matrimonio con Pedro Acarie, un joven abogado de la
aristocracia que ocupaba un alto puesto en la tesorería real. Pedro era piadoso
y caritativo, como lo demostró ayudando a los católicos ingleses a quienes las
leyes isabelinas habían desterrado y privado de todo su haber; pero tenía un
temperamento un poco extravagante e hizo sufrir bastante a su esposa. Sin
embargo, el matrimonio fue en lo esencial feliz, y Bárbara fue una excelente
esposa y madre. Se preocupó tanto por la formación espiritual de sus seis
hijos, que alguien le preguntó si los estaba preparando para la vida religiosa.
Bárbara respondió: «Los estoy preparando simplemente para que cumplan la
voluntad de Dios, pues Él es el único que puede dar la vocación religiosa». Sus
tres hijas entraron más tarde en la Orden del Carmelo, uno de sus hijos fue sacerdote
y los otros dos practicaron en el mundo los principios cristianos en que habían
sido educados. Parece que Bárbara comunicó su piedad a toda su servidumbre,
cuyo bienestar procuraba constantemente. Cuando caían enfermos, atendía a sus
criados con verdadera ternura. Andrea Levoix, su doncella, la acompañaba en
todas sus devociones y obras de caridad.
Grandes pruebas materiales aguardaban a la
familia Acarie. Pedro había prestado su apoyo a la Liga Católica y, para
ayudarla, había contraído grandes deudas. Al subir al trono, Enrique IV le
desterró de París, y los acreedores se apoderaron de todas sus propiedades. La
familia llegó a tal grado de pobreza, que en ciertas ocasiones la beata no
tenia nada que dar de comer a sus hijos. Ella misma se encargo de llevar a la
corte el proceso de su marido, demostró que era inocente de la acusación de
conspiración contra el rey y consiguió que los acreedores concediesen nuevos
plazos. Así obtuvo que su marido volviese a París. Aunque naturalmente su
fortuna había disminuido, el buen nombre de la familia quedó a salvo. La
generosa e inteligente caridad de la Sra. Acarie empezó a ser tan conocida, que
muchas gentes le confiaban la distribución de sus limosnas. María de Medicis y
Enrique IV la tenían en alta estima, de suerte que la beata pudo obtener de
ellos el permiso y la ayuda necesarios para introducir a las carmelitas en
París. La bondad de su corazón alcanzaba a todos: alimentaba a los hambrientos,
tendía la mano a los caídos, ayudaba a los que habían venido a menos, asistía a
los agonizantes, instruía a los herejes y favorecía a todas las ordenes
religiosas.
Dos apariciones de santa Teresa le
movieron a interesarse por la introducción de las Carmelitas Teresianas en
Francia. Tres años después de la segunda visión, en noviembre de 1604, dichas
religiosas inauguraban su primer convento en París. En los cinco años
siguientes, se fundaron cuatro conventos más. La Sra. Acarie no sólo era el
alma de todo el movimiento, sino que se ocupaba también de preparar a las
jóvenes para la vida religiosa. Era, por decirlo así, una especie de maestra de
novicias casada. Sus principales consejeros de aquella época eran san Francisco de
Sales y Pedro de Berulle, el fundador de los oratorianos
franceses.
Nada tiene, pues, de sorprendente que,
poco después de la muerte de su esposo, ocurrida en 1613, haya solicitado la
admisión en la Orden del Carmelo como hermana lega. Pero solo fue religiosa
durante cuatro años. Esencialmente fue una mujer que se santificó en el estado
matrimonial, pues era ya santa mucho antes de tomar el hábito. Con el nombre de
María de la Encarnación, ingresó en el convento de Amiens, del que su hija
mayor fue poco después nombrada subpriora. La beata fue la primera en
prometerle obediencia. Aunque caminaba con mucha dificultad, pues había sido
operada tres veces de la pierna, veinte años antes, practicaba gozosamente los
mas humildes oficios, como el de limpiar las ollas de la cocina. Más tarde fue
trasladada a Pontoise, a raíz de ciertas dificultades con el P. de Berulle.
La vida exterior de la beata María de la
Encarnación estaba sostenida por una profunda vida mística. Durante la
contemplación, que en su caso rayaba en éxtasis, Dios le reveló grandes
verdades espirituales. Los efectos de estas gracias se habían manifestado ya
desde los primeros años de su vida matrimonial y le habían producido ciertas
dificultades en la familia y otras graves pruebas. Uno de los directores
espirituales que más la ayudaron fue el P. Benito Fitch, capuchino de Canfield,
en Essex. En 1618 la beata tuvo un ataque de apoplejía que la dejó paralítica e
hizo prever el desenlace próximo. La priora mandó que todas las religiosas se
reuniesen alrededor del lecho de la beata para recibir su bendición. La hermana
María de la Encarnación empezó por decir: «Señor, perdóname el mal ejemplo que
he dado»; después bendijo a las religiosas y añadió: «Si Dios se digna
admitirme en la felicidad eterna, le pediré que la voluntad de su Hijo se
cumpla en cada una de vosotras.» A las tres de la mañana del día de Pascua,
recibió el viático y murió durante la extremaunción. Tenia entonces cincuenta y
dos años. Fue beatificada en 1791.
Hay muchas biografías de la beata. La
primera de ellas fue la de Andre du Val (1621) . Mencionaremos entre las
principales las de Boucher, Cadoudal, Griselle, y el resumen de E. de Broglie
en la coleccion Les Saints. Pero la mejor biografía es sin duda la del P.
Bruno, La belle Acarie (1942) y contiene una extensa bibliografía. La
influencia que la beata ejerció en su época fue suficiente como para que la
mencionasen Pastor (Geschichte der Papste, vols. XI y XII) y H. Bremond
(Histoire litteraire du sentiment religieux en France, vol. II, pp. 193-262).
Es muy buena la biografía inglesa de L. C. Sheppard, Barbe Acarie (1953).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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