San Román Adame Rosales, presbítero y mártir
fecha: 21 de abril
n.: 1859 - †: 1927 - país: México
canonización: B: Juan Pablo II 22 nov 1992 - C: Juan Pablo II 21 may 2000
hagiografía: Mártires Mexicanos
n.: 1859 - †: 1927 - país: México
canonización: B: Juan Pablo II 22 nov 1992 - C: Juan Pablo II 21 may 2000
hagiografía: Mártires Mexicanos
En Nochistlán, en el territorio de
Guadalajara, en México, san Román Adame Rosales, presbítero y mártir, que en la
persecución contra la Iglesia fue martirizado por confesar a Cristo Rey.
Ver más información en:
Mártires mexicanos (1915-1937)
Mártires mexicanos (1915-1937)

Nacido en Teocaltiche, Jalisco, el 27 de
febrero de 1859, fue ordenado presbítero por su obispo, Don Pedro Loza y
Pardavé, el 30 de Noviembre de 1890, tras lo cual, le fueron conferidos
sucesivos nombramientos, hasta que el 4 de enero de 1914 llegó al que sería su
último destino, Nochistlán, Zacatecas. Prudente y ponderado en su ministerio,
fue nombrado Vicario Episcopal foráneo para las parroquias de Nochistlán,
Apulco y Tlachichila.
Quienes lo conocieron, lo recuerdan
fervoroso; rezaba el oficio divino con particular recogimiento; todas las
mañanas, antes de celebrar la Eucaristía, se recogía en oración mental. Atendía
con prontitud y de buena manera a los enfermos y moribundos, predicaba con el
ejemplo y con la palabra. Evitaba la ostentación; vivía pobre y ayudaba a los
pobres. Su vida y su conducta fueron intachables y la obediencia a sus
superiores constante. Edificó a su parroquia un templo al Señor San José y
algunas capillas en los ranchos; fundó la asociación de Hijas de María y la
cofradía Adoración Nocturna al Santísimo Sacramento.
En agosto de 1926, viéndose como todos los
sacerdotes de su época, en la disyuntiva de abandonar su parroquia o permanecer
en ella aún con la persecución religiosa, el anciano párroco de Nochistlán se
decidió por la segunda, ejerciendo su ministerio en domicilios particulares y
no pasó unos años cuando tuvo que abandonar su domicilio, manteniéndose desde
ese momento errante. La víspera de su captura, el 18 de abril de 1927, comía en
la ranchería Veladores; una de las comensales, María Guadalupe Barrón, exclamó:
«¡Ojalá no vayan a dar con nosotros!» A lo que sin titubeos, el párroco dijo:
«¡Qué dicha sería ser mártir!, ¡dar mi sangre por la parroquia!».
Un nutrido contingente del ejercito
federal, a las órdenes del Coronel Jesús Jaime Quiñones, ocupaban la cabecera
municipal, Nochistlán, cuando un vecino de Veladores, Tiburcio Angulo, pidió
una entrevista con el jefe de los soldados para denunciar la presencia del
párroco en aquel lugar. El coronel dispuso de inmediato una tropa con 300
militares para capturar al indefenso clérigo. Después de la media noche del 19
de abril; sitiada la modesta vivienda donde se ocultaba, el señor cura fue
arrancado del lecho, y sin más, descalzo y en ropa interior, a sus casi setenta
años, maniatado, fue forzado a recorrer al paso de las cabalgaduras la
distancia que separaba Veladores de Yahualica.
Al llegar a río Ancho, uno de los
soldados, compadecido, le cedió su cabalgadura, gesto que le valió injurias y
abucheos de sus compañeros. El Padre Adame estuvo preso, sin comer ni beber,
setenta horas. Durante el día era atado a una columna de los portales de la
plaza, con un soldado de guardia, y durante la noche era recluido en el
cuartel; conforme pasaban las horas, su salud se deterioraba. A petición del
párroco, Francisco Gonzáles, Jesús Aguirre y Francisco Gonzáles Gallo,
gestionaron su libertad ante el coronel Quiñones, quien, luego de escucharlos
dijo: «Tengo órdenes de fusilar a todos los sacerdotes, pero si me dan seis mil
pesos en oro, a éste le perdono la vida».
Con el dinero en sus manos, el coronel
quiso fusilar a quienes aportaron la cantidad, pero intervinieron Felipe y
Gregorio Gonzáles Gallo, para garantizar que el pueblo no sufriera represalias.
El azoro y el terror impuesto por los militares y la inutilidad de las
gestiones cancelaron las esperanzas de obtener la libertad del párroco.
La noche del 21 de abril, un piquete de
soldados condujo al reo del cuartel al cementerio municipal. Muchas personas
siguieron al grupo llorando y exigiendo la libertad del eclesiástico. Junto a
una fosa recién excavada, el sacerdote rechazó que le vendaran los ojos, sólo
pidió que no le dispararan en el rostro; sin embargo antes de fusilarlo, uno de
los soldados, Antonio Carrillo Torres, se negó repetidas veces a obedecer la
orden de preparen armas, por lo que se le despojó de su uniforme militar y fue
colocado junto al señor cura. Se dio la orden; «¡Apunte!», y enseguida la voz:
«¡Fuego!»; el impacto de las balas derrumbó al Padre Adame y, acto continuo, a
Antonio Carrillo. Quince minutos después, cuatro vecinos colocaron el cadáver
del mártir en un mal ataúd, y lo sepultaron en la fosa inmediata al lugar de la
ejecución, donde yacía el soldado Carrillo. Años después, fueron exhumados los
restos del sacerdote y trasladados a Nochistlán, Zacatecas, donde se veneran.
El párroco de Yahualica, Don Ignacio Íñiguez, testigo de la exhumación,
consignó que el corazón de la víctima se petrificó, y su rosario estaba
incrustado en él.
fuente: Mártires
Mexicanos
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