Beatos Ignacio de Acevedo y treinta y ocho compañeros, religiosos
mártires
fecha: 15 de julio
†: 1570 - país: Portugal
canonización: Conf. Culto: Pío IX 11 may 1854
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: 1570 - país: Portugal
canonización: Conf. Culto: Pío IX 11 may 1854
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Pasión de los mártires beatos Ignacio de
Acevedo, presbítero, y treinta y ocho compañeros religiosos de la Orden de la
Compañía de Jesús, que cuando se dirigían a las misiones del Brasil en una nave
llamada «San Jacobo», fueron asaltados por piratas y, en odio a la religión
católica, traspasados todos ellos con espadas y lanzas. Sus nombres son: Diego
de Andrade, presbítero; Gonzalo Henriques, diácono; Antonio Soares, Benito de
Castro, Juan Fernandes, Manuel Álvares, Francisco Álvares, Juan de Mayorga, Esteban
de Zudaire, Alfonso de Baena, Domingo Fernandes, otro Juan Fernandes, Alejo
Delgado, Luis Correia, Manuel Rodrigues, Simón Lopes, Manuel Fernandes, Álvaro
Mendes, Pedro Nunes, Luis Rodrigues, Francisco de Magalhaes, Nicolás Dinis,
Gaspar Álvares, Blas Ribeiro, Antonio Fernandes, Manuel Pacheco, Pedro de
Fontoura, Andrés Gonçalves, Mauro Vaz, Diego Pires, Marco Caldeira, Antonio
Correia, Fernando Sánchez, Gregorio Escribano, Francisco Pérez Godoy, Juan de
Zafra, Juan de San Martín, religiosos, y Juan, que se unió a ellos.
refieren a este santo: Beato Simón da
Costa

Tanto el padre como la madre del beato
Ignacio Acevedo, pertenecían a familias ricas y nobles. Ignacio nació en
Oporto, Portugal, en 1528 y, a los veinte años, entró en la Compañía de Jesús.
Fue un excelente novicio, pero las severas mortificaciones que practicaba le
hicieron enflaquecer tanto, que el P. Simón Rodríguez, provincial de Portugal,
le reprendió por ello. Ignacio fue nombrado rector del colegio de San Antonio,
en Lisboa, a los veinticinco años de edad. En el desempeño de ese cargo, no se
limitó al cumplimiento estricto de su deber, sino que emprendió numerosas obras
de beneficencia. Se cuenta que en una ocasión asistió personalmente a tres
enfermos que padecían de un mal tan repugnante, que los enfermeros del hospital
no se atrevían a acercarse a ellos; la caridad de Ignacio convirtió a los tres
desdichados. Tras de ejercer durante un breve período el cargo de
viceprovincial en Portugal, el P. Acevedo volvió a su puesto de rector del
colegio de San Antonio. Diez años después, fue nombrado rector del colegio de
Braga, que había fundado el célebre dominico Bartolomé Fernández.
Un estudiante japonés del colegio de
Lisboa había encendido en el corazón de Ignacio el deseo de predicar el
Evangelio a los paganos. Finalmente, en 1566, fue enviado como visitador al
Brasil para estudiar el estado de las misiones jesuíticas en dicho país. La
tarea duró dos años. Aunque los primeros misioneros habían llegado al Brasil
apenas diecisiete años antes, se hallaban ya establecidos en varias aldeas de
indígenas salvajes. A su vuelta a Roma, el P. Acevedo aconsejó a san Francisco
de Borja que enviase más misioneros. Este le nombró entonces superior de la
próxima expedición y le ordenó que escogiese a los hombres más capaces en las
provincias de España y Portugal. La expedición partió el 5 de junio de 1570. El
superior y cuarenta y dos o cuarenta y nueve misioneros se embarcaron en un
navío mercante llamado «San Jacobo»; el resto de los misioneros viajaron en un
barco de guerra, al mando de Don Luis de Vasconcelos, gobernador del Brasil.
Las dos naves se reunieron en Madeira
donde Don Luis decidió aguardar hasta que soplasen vientos favorables, pero el
capitán de «San Jacobo» quería proseguir hasta las islas Canarias. Esto puso al
P. Acevedo en un dilema: por una parte, en los barcos de guerra no había sitio
suficiente para todos los misioneros; por la otra, el superior no quería
separarse de sus súbditos, pues los mares estaban infestados de piratas.
Finalmente, determinó proseguir el viaje en «San Jacobo». Pero, a lo que parece,
presentía lo que iba a suceder, ya que antes de partir de Madeira pronunció una
conmovedora alocución sobre la gloria del martirio y previno a los misioneros
del peligro en que se hallaban. A unos cuantos kilómetros del puerto de
destino, «San Jacobo» fue interceptado por una fragata cuyo capitán era Jacques
Soury. Se trataba de un implacable hugonote francés, que había partido de La
Rochelle expresamente para impedir que los misioneros jesuitas llegasen al
Brasil. «San Jacobo» se defendió valientemente, y los misioneros colaboraron
cuanto pudieron en la defensa, aunque naturalmente no participaron en el
derramamiento de sangre. Pero, cuando el capitán fue herido de muerte, «San
Jacobo» tuvo que rendirse. Jacques Soury manifestó su odio al catolicismo,
condenando a muerte a los misioneros y perdonando al resto de la tripulación.
El beato Ignacio y sus treinta y ocho compañeros afrontaron el martirio con
heroísmo y fueron brutalmente asesinados a sangre fría, y al día siguiente
todavía fue asesinado uno más, el último del grupo, el beato Simón da
Costa. El P. Acevedo fue arrojado al mar con una imagen de
Nuestra Señora, que le había regalado san Pío V. Nueve de los mártires eran españoles
y el resto portugueses. Varios personajes de la época tuvieron revelaciones
acerca del martirio de los misioneros; los principales de entre ellos fueron
Don Jerónimo, hermano del P. Acevedo, que se hallaba en la India, y santa
Teresa de Jesús, que era pariente del beato Francisco Godoy, uno de los
mártires. La beatificación de los misioneros tuvo lugar en 1854.
Existen dos relatos de tipo popular: el
del P. Cordara, en italiano, y el del P. Beauvais, en francés (1854). Ver
también Astráin, Historia de la Compañía de Jesús en la Asistencia de España,
vol. II, p. 244; Brodrick, The Progress of the Jesuits (1946), pp. 220-230.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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