Saber
negociar es ser santo
Tender puentes en cambio de
construir muros

Puente Medioeval En Cerbaia (Wikicommons
Cc -Tuscanycalling)
VER
Con
frecuencia tengo que mediar entre grupos antagónicos que a duras penas aceptan nuestra
invitación a dialogar para dirimir sus diferencias y llegar a acuerdos comunes.
¡Qué difícil es! Nadie quiere ceder en sus posturas. Ceder en algo, pareciera
que es una derrota, y nadie quiere sentirse vencido, ni dar la impresión que
los otros tenían razón. Más que analizar los puntos de verdad que tengan los
otros, lo que se pretende es ganar, que se imponga lo que uno piensa y quiere.
Hay una enorme resistencia a ceder, porque pareciera que es una debilidad, una
cobardía, un abandono de aquello por lo que se ha luchado.
Esto
sucede entre grupos políticos y organizaciones, en la familia y en la Iglesia.
Así ha sido siempre: Caín no acepta a su hermano Abel; Jacob y Esaú
pelean por la primogenitura; los hermanos de José intentan deshacerse de él; los
apóstoles ambicionan el primer puesto; Pablo discute con Pedro y con otros
colaboradores, etc. Cada quien alega derechos, está convencido de su
postura y condena a los que son y piensan distinto. ¡Qué difícil es
armonizar las diferencias!
Cuando
yo insisto en que tendamos puentes, en vez de consolidar muros y encerrarnos en
nuestras posturas, me critican, diciendo que quiero quedar bien con todos, que
soy diplomático, que negocio la verdad, que me compran los poderosos, que no
soy profeta… ¡Hay tantos puntos de vista sobre una misma realidad! Es más sabio
escuchar y armonizar, que sólo condenar.
PENSAR
Me
llamó mucho la atención lo que dijo el Papa Francisco en su Misa del 9 de junio
pasado en Santa Marta, inspirándose en Mateo 5,20-26: “El pueblo estaba un poco
desorientado, un poco desbandado, porque no sabía qué hacer y los que enseñaban
la ley no eran coherentes. A este pueblo un poco encarcelado en esta jaula sin
salida, Jesús indica el camino para salir: salir siempre hacia arriba, superar,
ir hacia arriba. Es pecado no sólo matar, sino también insultar y regañar al
hermano. Y esto hace bien escucharlo, en esta época en la que nosotros estamos
muy acostumbrados a los calificativos y tenemos un vocabulario muy creativo
para insultar a los demás. Ofender es pecado, es matar, porque es dar una
bofetada al alma del hermano, a la dignidad propia del hermano. Decir frases
como: ‘no le hagas caso, este es un loco, este es un estúpido’, y muchas otras
palabras feas que decimos a los demás, es pecado. La generosidad, la santidad
es salir hacia arriba. Esta es la liberación de la rigidez de la ley y también
de los idealismos que no nos hacen bien.
Jesús
nos conoce muy bien y nos sugiere: ‘Si tú tienes un problema con un hermano,
ponte enseguida de acuerdo con él’. Así el Señor nos enseña un sano realismo:
muchas veces no se puede llegar a la perfección, pero al menos hagan aquello
que puedan, pónganse de acuerdo para no llegar al juicio. Es este el sano
realismo de la Iglesia católica: la Iglesia católica nunca enseña “o esto, o
esto”. Más bien la Iglesia dice: “esto y esto”. En definitiva, busca la
perfección: reconcíliate con tu hermano, no lo insultes, ámalo; pero si hay
algún problema, al menos pónganse de acuerdo, para que no estalle la guerra. He
aquí el sano realismo del catolicismo. No es católico, sino que es herético,
decir: «o esto o nada».
Jesús
nos enseña diciéndonos: Por favor, no se insulten y no sean hipócritas: van a
alabar a Dios con la misma lengua con la que insultan al hermano. No, esto no
se hace; pero hagan lo que puedan; al menos eviten la guerra entre ustedes,
poniéndose de acuerdo. Y me permito decirles esta palabra que parece un poco
rara: es la santidad pequeña de la negociación: no puedo todo, pero quiero
hacer todo; me pongo de acuerdo contigo; al menos no nos insultamos, no
declaramos la guerra y vivimos todos en paz. Pedimos al Señor que nos enseñe a
salir de todo tipo de rigidez y a reconciliarnos entre nosotros; que nos enseñe
a llegar a un acuerdo hasta el punto que podamos hacerlo”.
ACTUAR
Aprendamos
a dialogar, a escuchar con el corazón las razones de los otros, a ser humildes
para no presumir de tener toda la verdad, a aceptar que no todo se puede lograr
en un solo momento. La misericordia de Dios es paciencia con nuestras limitaciones.
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