San Cristóbal, mártir
fecha: 25 de julio
†: s. inc. - país: Turquía
otras formas del nombre: Christophorom Cristóforo, Probus, Reprobus, Cristopher, Kester, Kitts, Offero
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: s. inc. - país: Turquía
otras formas del nombre: Christophorom Cristóforo, Probus, Reprobus, Cristopher, Kester, Kitts, Offero
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Licia, san
Cristóbal, mártir.
patronazgo: patrono de los transportistas, especialmente de los que trabajan
en el río y la montaña, de los marineros, constructores de puentes, peregrinos,
viajeros, conductores, chóferes, aeronautas, porteadores, mineros, carpinteros,
sombrereros, tintoreros, encuadernadores, orfebres, cazadores de tesoros,
comerciantes de frutas, jardineros, atletas, de los niños; para proteger contra
la peste, la enfermedad, la epilepsia, la muerte súbita, incendio y daños por
agua, sequías, tormentas, tormentas eléctricas, granizo, problemas en los ojos,
dolor de muelas, heridas.
oración:
A ti
acudimos, san Cristóbal, para que nos acompañes a los largo de la vida y nos
alcances poder llegar al fin de cada día con salud bienestar y gracia de Dios.
Tú llevaste sobre tus hombros al Niño Jesús, que así quiso premiarte por tus
servicios ofrecidos a todos quienes te pedían ayuda en el camino. Ya que eres
abogado de los que están en camino, y especialmente de los conductores, rogamos
tu intercesión para que nos asistas en el viaje y nos obtengas del Señor, el
bien de regresar felices y agradecidos a nuestros hogares. Amén.
Ver más información
en:
Los 14 santos auxiliadores
Los 14 santos auxiliadores

Aunque
apenas puede dudarse de que existió en la antigüedad un mártir de nombre
Cristóbal, a ello se reduce en la práctica todo lo que sabemos de él. Quizás
por su nombre, que significa «el que lleva a Cristo», se fue tejiendo en torno
a él una leyenda, tan famosa en Oriente como en Occidente, que tomó su forma
definitiva al fin de la Edad Media. Reproducimos ese relato legendario
extrayéndolo de lo que transmite en el siglo XIII la «Leyenda Dorada», del
beato Jacobo de la Vorágine, que ha sido el principal vehículo por el que se
consolidó en la memoria popular los «hechos» de este santo. De ella procede la
creencia de que, quien mira una imagen de san Cristóbal no sufrirá daño alguno.
Por ello se acostumbraba poner en las puertas de las iglesias grandes estatuas
del santo, para que todos los que entraban en ellas viesen su imagen. San
Cristóbal era, en la antigüedad, el patrono de los viajeros y los cristianos le
invocaban contra las tempestades, las plagas y los peligros del mar. En la
actualidad, el santo es muy popular como patrono de los conductores de
automóviles. La primitiva leyenda no hablaba de que san Cristóbal se hubiese
dedicado a buscar un amo, ni de que hubiese pasado su vida transportando a los
que querían cruzar el río; pero sí menciona su estatura gigantesca y su
apariencia imponente y cuenta que su cayado había florecido en la tierra.
También atribuye gran importancia al incidente de Aquilina y Nicea y describe
todas las torturas a las que Cristóbal fue sometido antes de morir. El
Martirologio Romano afirma que fue martirizado en Licia, sin que pueda
especificarse ni un solo dato más.
Leyenda áurea
de san Cristóbal
Cristóbal
se llamaba Réprobo antes de su bautismo. Pero con el sacramento recibió el
nombre de Cristóbal, que significa portador de Cristo, porque había de llevar a
Cristo de cuatro modos: sobre los hombros, en el cuerpo por la penitencia, en
la mente por la devoción, y en la boca por la confesión de la fe y la
predicación.
Cristóbal
pertenecía a la tribu de Canaán. Era increíblemente alto y su rostro infundía
miedo. La anchura de sus espaldas era de doce codos. Las historias cuentan que,
cuando vivía en la corte del rey de Canaán, decidió partir en busca del más
grande príncipe de este mundo y entrar a su servicio. Tan lejos fue Cristóbal,
que llegó a la corte de un gran rey, que tenía fama de ser el mayor del mundo.
Guando el monarca le vio, le tomó a su servicio y le alojó en su palacio. En
una ocasión, un bardo cantó delante del soberano una canción en la que
mencionaba frecuentemente al demonio. Como el rey era cristiano, hacía la señal
de la cruz cada vez que oía mentar al diablo, y al ver aquello Cristóbal, se
preguntaba maravillado qué significaba esa señal y por qué la hacía el
soberano. Tanto se interesó por aquel misterio, que acabó por interrogar a su
amo. Como el rey rehusó revelarle el significado de la señal, Cristóbal le
suplicó y aun le amenazó con abandonar su servicio si no obtenía una respuesta.
Entoces el rey le respondió: «Siempre que oigo mentar al diablo tengo miedo de
que ejerza su poder sobre mí y el signo de la cruz me protege contra sus
acechanzas». Entonces Cristóbal dijo al rey: «¿De modo que temes al diablo? Eso
quiere decir que el diablo tiene más poder y es mayor que tú. Yo creía que tú
eras el príncipe más poderoso del mundo. Así pues, te encomiendo a Dios, porque
en este momento me voy a buscar al diablo para servirle».
Cristóbal
partió de la corte del rey y se apresuró a buscar al diablo. Pasando por un
desierto, vio una gran comitiva de caballeros. El más cruel y horrible de ellos
se acercó a Cristóbal y le preguntó a dónde iba. Cristóbal le respondió: «Voy a
buscar al diablo para servirle». Y el caballero le dijo: «Yo soy el que
buscas». Cristóbal se alegró mucho al saberlo e inmediatamente le prometió servirle
lealmente y tenerle por señor hasta la muerte. Un día que iban por un camino
real, encontraron una cruz plantada al borde. En cuanto el diablo vio la cruz,
echó a correr lleno de miedo y condujo a Cristóbal a través de un desierto para
alejarse de la cruz y, luego de dar un rodeo volvieron a tomar el camino real.
Cristóbal, muy asombrado, preguntó al diablo por qué había abandonado el camino
real y le había conducido a través de un desierto tan árido. Pero el diablo no
quería responderle. Entonces Cristóbal le dijo: «Si no me respondes, abandonaré
tu servicio». Viéndose obligado a contestarle, el diablo le dijo: «Hubo un
hombre llamado Cristo que fue crucificado. Y siempre que veo una cruz tengo
miedo y me echo a correr». Cristóbal declaró: «Eso quiere decir que Cristo es
más grande y más poderoso que tú. Veo, pues, que me he esforzado en vano por
encontrar al Señor más poderoso del mundo. En este mismo momento abandono tu
servicio. Prosigue tu camino, porque yo me voy en busca de Cristo».
Después
de mucho caminar y preguntar dónde podría encontrar a Cristo, Cristóbal llegó a
la morada de un ermitaño del desierto. El ermitaño le habló de Cristo, le
instruyó diligentemente en la fe y le dijo: «El Rey a quien buscas exige de ti
el servicio de ayunar frecuentemente». Cristóbal le respondió: «Pídeme otra
cosa, pues yo soy incapaz de ayunar». El ermitaño replicó: «Entonces tienes que
velar y hacer mucha oración». Y Cristóbal respondió: «No sé lo que es hacer
oración, de suerte que tampoco puedo obedecer este mandato». Entonces el
ermitaño le dijo: «¿Conoces el río profundo de peligrosa corriente en el que
han perecido muchas gentes?» Cristóbal respondió: «Sí, lo conozco muy bien». El
ermitaño replicó: «Como eres muy alto y erguido y tus músculos son muy fuertes,
debes irte a vivir a la orilla de ese río y transportar sobre tus hombros a
cuantos quieran atravesarlo. Ese servicio agradará sin duda al Señor
Jesucristo, a quien tú buscas. Espero que Él se te mostrará algún día».
Cristóbal partió hacia el río y se construyó una morada en la orilla. Para
vadear el río empleaba un enorme palo a manera de cayado, y transportaba sin
cesar a toda clase de gente de una orilla a otra. Y ahí vivió muchos días,
trabajando como hemos dicho.
Cierta
noche cuando dormía en su choza, oyó la voz de un niño que le llamaba:
«Cristóbal, ven a transportarme». Cristóbal se despertó y salió, pero no vio a
nadie. Volvió a entrar en su morada y oyó, por segunda vez, la misma voz;
inmediatamente acudió, pero no encontró a nadie. Al oír el llamado por tercera
vez, Cristóbal salió a buscar detenidamente y encontró, a la orilla del río, a
un niño que le pidió amablemente, que le transportase a la otra orilla.
Cristóbal subió al niño en sus hombros, tomó su cayado y empezó a vadear la
corriente. Pero las aguas empezaron a subir y el niño pesaba como el plomo.
Cuanto más avanzaba Cristóbal, más crecía la corriente y más pesado se hacía el
niño, de suerte que Cristóbal tuvo miedo de perecer ahogado. Sin embargo, con
gran esfuerzo pudo llegar a la otra orilla. Entonces dijo al pequeño: «Niño, me
has puesto en un grave peligro. Me pesabas como si cargase el mundo sobre mis
hombros. ¡Nunca había soportado un peso tan grande como el tuyo, que eres tan
pequeño!» Y el niño respondió: «No te maravilles por ello, Cristóbal. No has
cargado al mundo, pero llevaste sobre los hombros al Creador del mundo. Yo soy
Jesucristo, el Rey a quien sirves con tu trabajo. Y, para que sepas que digo la
verdad, planta tu cayado junto a tu casa, y yo te prometo que mañana tendrá
flores y frutos». Dicho esto, desapareció el niño. Cristóbal plantó su cayado
y, cuando se levantó a la mañana siguiente, el palo seco era como una palmera
llena de hojas, de flores y de dátiles.

Cristóbal
fue entonces a la ciudad de Licia. Como no entendía el idioma de los
habitantes, pidió al Señor que le ayudase y Dios le concedió el entendimiento
de aquella lengua extraña. Mientras Cristóbal hacía su oración en alta voz, las
gentes que lo observaban juzgaron que estaba loco y lo dejaron en paz. Cuando
Cristóbal empezó a entender el idioma de los habitantes de Licia, se cubrió el
rostro y escuchó lo que se hablaba. Así se enteró de lo que sucedía en la
ciudad y sin tardanza, se dirigió al sitio en que los jueces condenaban a
muerte a los cristianos y les reconfortó en Cristo. Entonces, los magistrados
le abofetearon. Cristóbal les dijo: «Si no fuese cristiano, me vengaría de esta
injuria». En seguida plantó su cayado en la tierra y pidió al Señor que lo
hiciese florecer y fructificar para convertir al pueblo. Y así sucedió
inmediatamente, y se convirtieron ocho mil hombres. Entonces, el rey envió a
dos caballeros para que trajesen prisionero a Cristóbal. Los caballeros
encontraron a Cristóbal en oración y no se atrevieron a comunicarle la orden
del rey. El monarca envió entonces a otros dos caballeros, los cuales se
arrodillaron a orar con Cristóbal. Cuando éste terminó su oración, preguntó a
los caballeros: «¿Qué buscáis?» Cuando los caballeros vieron el rostro de
Cristóbal, le dijeron: «El rey nos ha enviado para que te llevemos prisionero».
Cristóbal les dijo: «Si yo quisiera no podríais llevarme prisionero». Los
caballeros replicaron: «Si quieres quedar libre, vete pronto y nosotros diremos
al rey que no te hemos encontrado». Pero Cristóbal respondió: «No será así,
sino que iré con vosotros». Entonces Cristóbal convirtió a los caballeros a la
fe y les pidió que le atasen las manos a la espalda y le llevasen a la
presencia del rey. Cuando el monarca vio a Cristóbal, sintió tan gran temor que
se cayó del trono y sus servidores le ayudaron a levantarse. Entonces el rey
preguntó al prisionero su nombre y su país de origen. Cristóbal respondió:
«Antes de mi bautismo me llamaba Réprobo y ahora me llamo Cristóbal que
significa "portador de Cristo"; antes de mi bautismo era yo cananeo y
ahora soy cristiano». El rey replicó: «Tienes un nombre absurdo, porque das
testimonio de Cristo, un hombre que fue crucificado y no pudo salvarse, de
suerte que tampoco podrá defenderte a ti. ¿Por qué te niegas a sacrificar a los
dioses, maldito cananeo?» Cristóbal respondió: «Con razón te llamas Dagnus,
pues eres la ruina del mundo y discípulo del demonio. Tus dioses han sido
hechos por manos de hombres». Y el rey le dijo: «Tú te educaste entre bestias
salvajes; por ello hablas un idioma salvaje y dices palabras que los hombres no
entienden. Si ofreces sacrificios a los dioses, te colmaré de regalos y
honores; pero si te niegas, te destruiré y aplastaré con horribles penas y
torturas». Como Cristóbal se negase a ofrecer sacrificios a los dioses, el rey
le encarceló. También mandó decapitar a los caballeros que había enviado a
buscarle y se habían convertido al cristianismo.
En
seguida, envió al calabozo de Cristóbal a dos hermosas mujeres, llamadas Nicea
y Aquilina y les prometió ricos presentes si conseguían hacer pecar a
Cristóbal. Al ver a las mujeres, Cristóbal se arrodilló a hacer oración. Pero,
como ellas empezasen a abrazarle, Cristóbal se levantó y les dijo: «¿Qué queréis?
¿Para qué habéis venido?» Las mujeres, asustadas de la santidad que se
reflejaba en el rostro de Cristóbal, le dijeron: «Hombre de Dios, apiádate de
nosotras para que creamos en el Dios que tú predicas». Al enterarse de aquella
conversión, el rey mandó que trajesen a su presencia a las mujeres y les dijo:
«Os habéis dejado engañar. Pero juro por mis dioses que, si no les ofrecéis
sacrificios, pereceréis al punto de mala muerte». Y las mujeres respondieron:
«Si quieres que ofrezcamos sacrificios, manda limpiar la plaza y ordena que
todo el pueblo se reúna en ella». Cuando quedó cumplida la orden del rey, las
mujeres entraron en el templo y, enredando sus guirnaldas en el cuello de los
ídolos, los derribaron y los hicieron pedazos. En seguida dijeron a los
presentes: «Id a buscar a los médicos y a las brujas para que curen a vuestros
dioses». Entonces el rey mandó ahorcar a Aquilina y colgarle de los pies una
pesada roca para que se desgarrasen los miembros. Cuando Aquilina murió y pasó
al Señor, su hermana Nicea fue arrojada a una hoguera, pero salió de ella
totalmente ilesa. Entonces los verdugos le cortaron la cabeza y así murió.
Cristóbal
compareció de nuevo ante el rey, quien ordenó que le golpeasen con varillas de
hierro, que le colocasen sobre la cabeza una cruz de hierro al rojo vivo, que
le sentasen sobre una silla de hierro y encendiesen fuego debajo de ella y que
vertiesen sobre el mártir pez hirviente. Pero el asiento se derritió y
Cristóbal se levantó sin una sola herida. Viendo esto, el rey mandó que le
atasen a una gran estaca y que cuarenta arqueros disparasen sus flechas contra
él. Pero ninguno de los arqueros pudo dar en el blanco, porque las flechas se
desviaron en el aire y no tocaron a Cristóbal. El rey, creyendo que Cristóbal
había sido atravesado por las flechas, le dirigió la palabra; entonces una de
las flechas cambió súbitamente de dirección y fue a clavarse en el ojo del rey.
Cristóbal le dijo: «Tirano, yo voy a morir mañana. Haz un poco de lodo con mi
sangre, úngete con él el ojo y así recobrarás la vista». Entonces el rey mandó
que le cortasen la cabeza. Cristóbal hizo su oración, y el verdugo lo decapitó.
Tal fue el martirio de Cristóbal. Entonces el rey hizo un poco de lodo con su
sangre, se lo puso en el ojo, y dijo: «En el nombre de Dios y de Cristóbal». E
inmediatamente quedó curado. El rey creyó entonces en Dios y mandó que fuesen
decapitados todos los que blasfemasen de Dios o de san Cristóbal.
R. Hindringer, en Lexikon für Theologie
and Kirche, vol. V, cc. 934-936, y H. F Rosenfeld, Der hl. Christophorus (1937),
discuten los interesantes problemas relacionados con el santo. No cabe duda de
que existió un san Cristóbal, cuyo culto era tan popular en Oriente como en
Occidente. En Acta Sanctorum pueden verse varias recensiones griegas y latinas
del texto de la leyenda primitiva (julio, vol. VI ). Cf. igualmente Analecta
Bollandiana, vol. I, pp. 121-148 y vol. X, pp. 393-405; y H. Usener, Acta S.
Marinae et S. Christophori. Entre los manuscritos del Museo Británico hay un
texto sirio de la leyenda de San Cristóbal (Addit. 12, 174). Acerca de San
Cristóbal en el arte, cf. Künstle, Ikonographie, vol. II, pp. 154-160, y Drake,
Saints and their Emblems.
Cuadros. La iconografía del santo es inmensa, sólo dos muestras:
-Masaccio, fresco de 1420, en San Clemente, en Roma.
-Konrad Witz, panel de 1435, en Öffentliche Kunstsammlung, Basilea.
Cuadros. La iconografía del santo es inmensa, sólo dos muestras:
-Masaccio, fresco de 1420, en San Clemente, en Roma.
-Konrad Witz, panel de 1435, en Öffentliche Kunstsammlung, Basilea.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 6160 veces
ingreso o última
modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de
santo son propiedad de El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta
ha sido tratada sólo como fuente, es decir que el sitio no copia completa y
servilmente nada, sino que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta
hagiografía, referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=2543
San Cucufate, mártir
fecha: 25 de julio
†: s. IV - país: España
otras formas del nombre: Cugat, Cucuphas
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: s. IV - país: España
otras formas del nombre: Cugat, Cucuphas
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Barcelona, ciudad de la Hispania
Tarraconense, san Cucufate, mártir, que, herido con espada durante la
persecución desencadenada por el emperador Diocleciano, subió victorioso al
cielo.
refieren a este santo: San Félix de
Girona

Que Barcelona ponga su confianza en el
célebre Cugat (el nombre catalán de Cucufate), escribía Prudencio en su
Peristéphanon (IV, 33) y, el Martirologio Hieronymianum anuncia en el 15 y en
el 16 de febrero: «En España, en la ciudad de Barcelona, el nacimiento al cielo
de san Cucufate». Desde la Edad Media su fiesta se celebra el 25 de julio. La
hagiografía, como sucede casi siempre, adorna las vidas de los santos con
múltiples fantasías, por lo que se debe tener cuidado de no dar un crédito
absoluto a los relatos de algunos mártires célebres.
Parece que Cucufate era originario de
Scilla, no lejos de Cartago, en el África. Para escapar a la persecución de
Diocleciano, se fue a España, pero lo aprehendieron en Barcelona y le
condujeron ante el prefecto Daciano. Después de torturado con diversos
suplicios, fue decapitado.
En Valles, diócesis de Barcelona, existió
desde el siglo VIII una abadía llamada Colgat, dedicada a San Cucufate. Se
decía que allí reposaba el cuerpo del mártir y que la cabeza había sido llevada
a Francia. Este monasterio fue suprimido en 1835.
Fulrad, abad de Saint-Denis, consiguió
reliquias de san Cucufate y las depositó en uno de los monasterios que él había
fundado en Alsacia, llamado La Celle-de-Fulrad y que cambió su nombre por el
del santo. En 835, el abad Hilduino hizo transportar dichas reliquias a la gran
iglesia de Saint Denis. Así, la devoción a este santo se extendió por los
alrededores de París. Cerca de Rueil, en medio del bosque, existe un precioso
estanque con el nombre de san Cucufate. Según el abad Debeuf, existió en otro
tiempo una capilla donde se guardaron sus reliquias hasta el siglo XVIII;
«desde hace mucho -dice el abad-, el lugar casi está en ruinas por falta de
cuidado y todo lo cubre la hierba. Sin embargo, no deja de haber
peregrinaciones a ese lugar ni de encenderse velas». El pueblo la llama Saint
Quiquenfant. Muchos otros lugares que llevan el nombre de san Cucufate han sido
deformados en Guinefant, Couat, Cophan, etc...
Ver Acta Sanctorum, 25 de julio, vol. VI, pp. 149-162. Biblioth. hag. lat., 1997 y 1998. Delehaye, Comm.
martyrol, hieron, pp. 98-100 y 396; Origines du culte des martyrs, 1933, p.
367. Dom Felibien, Hist, de l'abbaye royal de St. Denis en France; 1706, pp.
53-89 y XXXVIII.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 1022 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino que
siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía, referirla
con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente enlace: http://www.eltestigofiel.org/lectura/santoral.php?idu=2544
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