Santos Valentina, Tea y Pablo, mártires
fecha: 25 de julio
†: 308 - país: Israel
otras formas del nombre: Dea por Tea
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: 308 - país: Israel
otras formas del nombre: Dea por Tea
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
santos Valentina, Tea y Pablo, mártires
durante la persecución llevada a cabo en tiempo del emperador Maximiano, siendo
prefecto Firmiliano. Valentina, virgen, por haber derribado de un puntapié el
ara levantada en honor de los dioses, fue arrojada al fuego junto con Tea,
virgen también, después de haber sido ambas cruelmente atormentadas, y así
volaron al encuentro del Esposo. Pablo, condenado a muerte, habiendo conseguido
un breve tiempo para orar, rogó encarecidamente por la salvación de todos y
seguidamente recibió la corona del martirio al ser decapitado.

En el reinado de Maximino II, Firmiliano,
el sucesor de Urbano en el gobierno de Palestina, llevó adelante con gran
crueldad la persecución contra los cristianos. En Cesarea, donde comparecieron
ante él noventa y siete confesores de la fe (hombres, mujeres y niños), mandó
que se quemase a todos con un hierro candente el tendón del pie izquierdo, que
se les arrancase el ojo derecho y se cauterizara la herida con fuego. Después,
los condenó a trabajos forzados en las canteras del Líbano. Muchos otros
cristianos de diferentes ciudades de Palestina comparecieron ante ese juez
brutal y fueron tratados en forma semejante.
Entre los cristianos arrestados en Gaza
durante una reunion en la que leían la Sagrada Escritura, figuraba una doncella
llamada Tea -o Dea-, originaria de dicha ciudad. El juez la amenazó con
prostituirla en un lupanar. Tea echó en cara al tirano su indecencia y
Firmiliano, enfurecido, la mandó azotar y torturar. Valentina, una joven
cristiana de Cesarea que se hallaba presente, gritó al juez: «¿Hasta cuándo vas
a seguir atormentando a mi hermana?» Al punto fue hecha prisionera y arrastrada
hasta el altar pagano. Valentina derribó a puntapiés el brasero y el incienso
que estaban ya preparados sobre el altar. Firmiliano, fuera de sí de rabia,
ordenó a los verdugos que la torturasen aún más que a Tea. Después mandó atar y
quemar vivas a las dos jóvenes.
También en Gaza, el 25 de julio de 308,
fue decapitado por causa de la fe un cristiano llamado Pablo. En el sitio de la
ejecución oró por sus compatriotas, por la propagación de la fe, por todos los
presentes, por el emperador, por el juez y por el verdugo.
Este relato procede de Eusebio, De Mart.
Palaestin., c. VIII, quien nombra a Valentina, pero no menciona el nombre de la
otra doncella. En algunos documentos posteriores se la llama Enata; pero, según
parece, el verdadero nombre de la joven era Dea. Véase el pasaje de la Vida de
San Porfirio que cita Delehaye en Origenes du culte des martyrs, p. 187, y el
Synaxarium eccl. Const., c. 822.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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Santa Olimpíada, viuda
fecha: 25 de julio
fecha en el calendario anterior: 17 de diciembre
n.: 361 - †: 408 - país: Turquía
otras formas del nombre: Olimpia, Olimpíadis
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 17 de diciembre
n.: 361 - †: 408 - país: Turquía
otras formas del nombre: Olimpia, Olimpíadis
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Nicomedia, de Bitinia, tránsito de
santa Olimpíada, que, habiendo enviudado cuando era aún joven, pasó el resto de
su vida piísimamente en Constantinopla, entre las mujeres consagradas a Dios,
sirviendo a los pobres. Permaneció siempre fiel a san Juan Crisóstomo, al que
acompañó en su exilio.
refieren a este santo: San Juan
Crisóstomo

Santa Olimpia -u Olimpíada-, a la que San Gregorio
Nazianceno llama «la gloria de las viudas en la Iglesia
oriental», fue para san Juan
Crisóstomo lo que santa Paula fue para san Jerónimo.
Olimpia pertenecía a una familia bizantina, tan rica como distinguida. Nació en
el año 361. A la muerte de sus padres, su tío, el prefecto Procopio, se encargó
de ella y, para gran gozo de la joven, confió su educación a Teodosia, hermana
de san Anfiloquio.
Era Teodosia tan extraordinaria que, según dijo san Gregorio a Olimpia,
constituía un modelo de virtud, de suerte que encontraría en ella un espejo de
todas las excelencias. Olimpia había heredado una cuantiosa fortuna y era
hermosa y de carácter atractivo. Así pues, su tío no tuvo dificultad alguna en
arreglar un matrimonio, agradable a ambas partes, entre ella y Nebridio, quien
había sido un tiempo prefecto de Constantinopla. San Gregorio escribió
disculpándose de no poder asistir al matrimonio a causa de su edad y mala
salud, y envió a la novia un poema lleno de buenos consejos. Según parece,
Nebridio era un hombre muy exigente; pero murió al poco tiempo. Inmediatamente,
surgieron otros pretendientes a la mano de Olimpia, entre los que se contaban
los personajes más distinguidos de la corte. El emperador Teodosio apoyaba la
causa de Elpidio, un español que era pariente próximo suyo; pero Olimpia
manifestó que estaba decidida a no volver a contraer matrimonio, diciendo: «Si
Dios hubiese querido que siguiese yo casada, no se habría llevado a Nebridio».
Teodosio siguió insistiendo, a pesar de todo. Como Olimpia no cediese, el
emperador acabó por poner la fortuna de la joven en manos del prefecto de la
ciudad, a quien constituyó tutor de Olimpia hasta que ésta cumpliese treinta
años. El prefecto llegó hasta impedir a Olimpia que fuese a ver al obispo y
acudiese a la iglesia. La santa escribió al emperador, quizá con demasiada
dureza, que le agradecía la hubiese librado del cuidado de la administración de
su fortuna, y que el favor sería completo si ordenaba que sus bienes fuesen
distribuidos entre los pobres y la Iglesia. Impresionado por esa carta,
Teodosio se informó de la vida que llevaba Olimpia y, el año 391, le devolvió
la administración de sus bienes.
Entonces, santa Olimpia se ofreció a
Nectario, obispo de Constantinopla, para recibir el diaconado, y se estableció
en una espaciosa casa con cierto número de vírgenes que querían consagrarse a
Dios. La santa se vestía sencillamente, vivía modestamente y era asidua en la
oración y generosa en la caridad, hasta el grado de que san Juan Crisóstomo
tuvo que aconsejarle en más de una ocasión que se moderase en la limosna, o más
bien que fuese discreta en darla para socorrer a aquéllos que más necesitaban
de su ayuda: «No fomentéis la pereza en quienes viven de vuestro dinero sin
verdadera necesidad, porque eso sería como arrojar vuestro dínero al mar». El
año 398, san Juan Crisóstomo sucedió a Nectario en la sede de Constantinopla.
En seguida, tomó a santa Olimpia y su comunidad bajo su protección. Gracias a
los consejos del obispo, las obras de beneficencia de santa Olimpia fueron
extendiéndose. De su casa dependían un orfanatorio y un hospital; y, cuando los
monjes que habían sido desterrados de Nitria llegaron a Constantinopla para
apelar contra Teófilo de Alejandría, santa Olimpia se encargó de alojarlos y
darles de comer. Entre los amigos de la santa se contaban san Anfiloquio, san
Epifanio, san Pedro de Sebaste y san Gregorio de Nissa. Paladio de Helenópolis
califica a Olimpia de «mujer extraordinaria», como «vaso precioso lleno del
Espíritu Santo». Pero el amigo más íntimo y afectuoso de santa Olimpia era san
Juan Crisóstomo, el cual, antes de partir al destierro el año 404, fue a
despedirse de ella; fue necesario arrancar por la fuerza a Olimpia de los pies
del santo para que le dejase partir.
Después de la partida del obispo, Olimpia
compartió las amarguras de la persecución con todos sus amigos, pues todos
estaban envueltos en ella. La santa compareció ante el prefecto de la ciudad,
Optato, que era pagano, acusada de haber incendiado la catedral. En realidad,
lo que querían los perseguidores era que la santa apoyase a Arsacio, el obispo
usurpador; pero Olimpia dio muestras de ser muy superior a Optato y quedó libre
por entonces. Durante el invierno, estuvo muy enferma y, en la primavera del
año siguiente, fue desterrada y anduvo errante de ciudad en ciudad. A mediados
del año 405, regresó a Constantinopla y compareció nuevamente ante Optato,
quien la condenó a pagar una multa enorme por haber negado su apoyo a Arsacio.
Ático, el sucesor de Arsacio, dispersó a la comunidad de viudas y vírgenes que
la santa dirigía y acabó con todas sus obras de beneficencia. Las enfermedades,
las más bajas calumnias y las persecuciones contra la santa se sucedieron unas
a otras. San Juan Crisóstomo la alentaba y reconfortaba escribiéndole desde el
destierro. Se conservan todavía diecisiete de sus cartas, que dejan ver los
infortunios por los que atravesaron ambos santos. «Esta familiaridad con el
sufrimiento debe regocijaros. Por haber vivido constantemente en la
tribulación, habéis avanzado en el camino de las coronas y los laureles. Habéis
sido con frecuencia víctima de enfermedades más crueles e insoportables que
muchas muertes. En realidad, nunca habéis estado sana. Os habéis visto cubierta
de calumnias, insultos e injurias, y las tribulaciones se han sucedido unas a
otras sin interrupción. El llanto os es cosa familiar. Una sola de esas penas
habría bastado para enriquecer vuestra alma». Y también: «Se necesita mucha paciencia
para soportar el verse despojado de todo bien y desterrado a tierras malsanas,
encadenado y prisionero, abrumado de insultos, burlas y menosprecios. Ni
Jeremías con toda su serenidad hubiese podido soportar esas pruebas. Pero peor
que estas pruebas, y peor que la pérdida de hijos muy queridos y aun que la
muerte misma, es la mala salud que es el más terrible de los males, humanamente
hablando». En otra carta escribe el santo: «No puedo dejar de llamaros
bienaventurada. La paciencia y dignidad con que habéis soportado vuestras
penas, la prudencia y sabiduría con que habéis sabido tratar los asuntos más
delicados, y la caridad que os ha movido a arrojar un velo sobre la malicia de
los que os persiguen, os han merecido un premio de gloria que, en adelante, os
harán encontrar vuestros sufrimientos leves y pasajeros en comparación del gozo
eterno».
Las cartas de San Juan Crisóstomo indican
también que solía confiar a santa Olimpia misiones muy importantes. No sabemos
dónde se hallaba la santa cuando supo que San Juan Crisóstomo había muerto en
el Ponto, el 14 de septiembre de 407. Santa Olimpia murió en Nicomedia, el 25
de julio del siguiente año, poco después de haber cumplido los cuarenta años.
Su cuerpo fue trasladado a Constantinopla, donde «llegó a ser tan famosa por su
bondad, que todos la consideraban como un modelo y los padres esperaban que sus
hijos se le asemejasen».
Las noticias que poseemos sobre esta noble
viuda provienen de Paladio, de las cartas de San Juan Crisóstomo y de los
escritos de algunos de sus contemporáneos. Pero existe también una biografía
griega, que fue publicada por primera vez en Analecta Bollandiana, vol. XV
(1896), pp. 400-423, junto con un relato de la traslación de las reliquias
(ibid., vol. XVI, pp. 44-51), escrito mucho después por la superiora Sergia.
Véase también el artículo de J. Bousquet, Vie d'Olympias la diaconesse, en
Revue de l'Orient chrétien, segunda serie, vol. I (1906), pp. 225-250, y vol.
II (1907), pp. 255-268.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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