Santa Pulqueria, emperatriz
fecha: 10 de septiembre
n.: 399 - †: 453 - país: Turquía
otras formas del nombre: Pulcheria Aelia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 399 - †: 453 - país: Turquía
otras formas del nombre: Pulcheria Aelia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Constantinopla, santa Pulqueria, defensora y promotora de la fe
ortodoxa.
refieren a este santo: San Flaviano de
Constantinopla, San Proclo de
Constantinopla

Como un indicio del papel importantísimo
que desempeñaron en los asuntos religiosos y eclesiásticos los emperadores
romano-bizantinos y de la influencia de las mujeres en la corte imperial (una
influencia no siempre benéfica), recordemos que los Padres del famoso Concilio
de Calcedonia, que hizo época, aclamaron a la emperatriz Pulqueria, como
«guardiana de la fe, pacificadora, pía, creyente y una segunda santa Elena».
Estos títulos no eran simples galanterías de los obispos orientales, sino signo
de que éstos sabían por experiencia la importancia de conservar la buena
voluntad del soberano imperial y de su corte.
Pulqueria era la nieta de Teodosio el
Grande y la hija del emperador Arcadio, el que murió en el año 408. La princesa
nació en el año 399. Tuvo tres hermanas: Flacilla, que era la mayor, murió muy
joven; Arcadia y Marina eran menores que Pulquería. El emperador dejó un hijo,
Teodosio II, que era tímido, bueno y devoto, incapaz para manejar los asuntos
públicos y sin la energía suficiente para la posición que ocupaba. A Teodosio
le interesaba más escribir o pintar que el arte de gobernar, y sus allegados le
daban el sobrenombre de «Calígrafo». En el año de 414, Pulquería, que sólo
tenía la edad de quince años, en nombre de su joven hermano, fue declarada
augusta, participante con Teodosio en el gobierno del imperio y encargada
también del cuidado y educación del príncipe.
Bajo el gobierno de Pulqueria, la corte
mejoró mucho de lo que había sido en tiempos de su madre, quien despertó la
justa cólera de san Juan Crisóstomo. Al convertirse en augusta, Pulqueria hizo
un voto de perpetua virginidad e indujo a sus hermanas a hacer lo propio.
Probablemente, los motivos de aquella decisión no fueron religiosos, ni en
parte, ni completamente. Era una mujer de negocios que veía las cosas tal como
eran y no quería que el hombre se casara con ella o con alguna de sus hermanas
llegara a meterse en los asuntos de la administración política o hiciera el
intento de arrebatar el trono a su hermano. Pero tampoco se puede decir que el
voto estuviese desprovisto de cierto sentido religioso, puesto que la soberana
había citado a Dios como testigo y no era de las que tomaban el nombre de Dios
en vano. Y Pulquería mantuvo su juramento, aun después de haberse casado, de
hecho. De todas maneras, resulta exagerado representar a la corte de aquel
tiempo como una especie de monasterio: el espectáculo de las jóvenes princesas
dedicadas la mayor parte del tiempo a hilar, bordar y a los ejercicios de
devoción en la iglesia no tenía nada de extraordinario y, si Pulqueria impedía
a los hombres el acceso a sus departamentos y a los de sus hermanas, era por
una medida de elemental prudencia, en vista de que las lenguas de la corte
andaban muy sueltas, y los oficiales bizantinos no se distinguían por su buena
conducta. Tenemos la impresión de que era una familia muy unida y muy
trabajadora, cuya primordial preocupación era el cuidado y la educación de
Teodosio. Por desgracia, como sucede a menudo con las gentes muy inteligentes y
capaces, Pulqueria estaba segura de bastarse a sí misma y (tal vez sin
intención al principio) aprovechó la ventaja de la falta de interés de su
hermano por los asuntos públicos para educarlo como un virtuoso cahallerito y
un joven estudioso, pero no un gobernante. Como se ha escrito irónicamente: «La
incapacidad de Teodosio para la administración era tan marcada, que apenas si
se le puede acusar de haber aumentado los infortunios de su reino por sus
propios actos». Si de los infortunios podía culparse a Teodosio, las buenas
fortunas podrían achacarse a la prudencia y el buen gobierno de Pulqueria. El
carácter resuelto de ésta y la tímida indiferencia de su hermano, se ponen de
manifiesto en un suceso que ocurrió cuando Pulqueria, para poner a prueba a
Teodosio, le presentó un decreto para la sentencia de muerte contra sí misma.
El joven lo firmó precipitadamente, sin haberlo siquiera leído.
Cuando Teodosio llegó a la edad de
contraer matrimonio, Pulqueria volvió a tomar en consideración las
complicaciones políticas y, debemos admitirlo, también la salvaguardia de sus
propios intereses y su ascendencia que, en las circunstancias, eran para el
bien y el progreso del estado; eligió para él a Atenaís, la más bella, muy
acaudalada y muy encumbrada hija de un filósofo de Atenas que aún era pagano.
Teodosio aceptó de buen grado a la joven, y ella no tuvo ningún reparo en
hacerse cristiana, de modo que, en el año 421, se casaron. Dos años más tarde,
Teodosio declaró augusta a su esposa Atenaís o Eudoquia, como se le había
puesto en el bautismo. Era inevitable que la augusta Eudoquia, tarde o
temprano, intentase menguar los poderes de su cuñada, la augusta Pulqueria. A
su debido tiempo, la ambiciosa hija del filósofo ejerció todas sus artes
femeniles sobre su débil y pusilánime esposo, hasta que consiguió que
desterrara a Pulqueria en Hebdomon. El exilio duró algunos años. Podemos creer
sin reparos, como dice Alban Butler, que santa Pulqueria «consideró el castigo
de su exilio como un favor del cielo y consagró todo su tiempo a Dios en la
plegaria y al prójimo en las buenas obras. Nunca se quejó por la ingratitud de
su hermano, ni por las inicuas intrigas de la emperatriz que todo se lo debía,
ni por las injusticias de sus ministros». Sin duda, que habría estado contenta
«con olvidarse del mundo y con que el mundo se olvidara de ella», pero no podía
pasar por alto que tenía muchas y muy graves responsabilidades en aquella gran
parte del mundo cuya capital era Constantinopla. Durante algún tiempo las cosas
marcharon bastante bien, hasta que más o menos por el año de 441, se produjo la
caída de Eudoquia. Se la había acusado, tal vez injustamente, de haber sido
infiel al emperador con un apuesto aunque gotoso oficial llamado Paulino, y fue
desterrada a Jerusalén, oculta bajo el disfraz de un peregrino. Ya nunca
regresó. En la corte hubo una reorganización general de las oficinas de
gobierno y todos los puestos cambiaron de mano; a Pulqueria se le llamó del
exilio, pero no para darle su antiguo cargo de supremo gobierno, ya que la
jefatura estaba ocupada ahora por Crisafio, un antiguo partidario y admirador
de Eudoquia. Bajo la administración de aquel hombre, el imperio de Oriente fue
de mal en peor durante diez años.
Por las presiones de Crisafio y sin
ninguna consideración por la firmeza de las ideas teológicas, ya que
anteriormente había favorecido a Nestorio, el emperador Teodosio brindó su
apoyo incondicional a Eutiques y a la herejía monofisita. En el año de 449, el
papa san León el
Grande apeló a santa Pulqueria y al emperador para que
rechazaran y combatieran el monofisismo; como respuesta, Teodosio aprobó las
actas del «infame Sínodo» de Efeso y expulsó a san Flaviano de la sede de
Constantinopla. Pulqueria se mantenía firme en la ortodoxia, pero su influencia
sobre su hermano se había debilitado. El papa escribió de nuevo; Hilario, el
archidiácono de Roma, escribió también; dejaron oír sus protestas y sus
consejos Valentiniano III, el emperador de Occidente, su esposa Eudosia, la
hija de Teodosio y Gala Plácida, su madre ... y, de repente, en medio de
aquella lluvia de apelaciones, murió el emperador Teodosio, como consecuencia
de los golpes que recibió al caer del caballo durante una partida de caza.

Santa Pulqueria, qué por entonces tenía
cincuenta y un años, instaló en el trono imperial a un general veterano de
humilde origen, siete años mayor que ella. Llevaba el nombre de Marciano; era
natural de Tracia y viudo. Pulqueria juzgó prudente y muy ventajoso para el
estado y para la estabilidad del trono, contraer matrimonio con Marciano y así
se lo propuso, con la única condición de que ella quedase en libertad para
mantener su voto de virginidad. El general veterano aceptó y ambos gobernaron
juntos como dos buenos amigos siempre de acuerdo en sus puntos de vista y sus
sentimientos, encaminados al progreso de la religión y el aumento del bienestar
público. Los emperadores dieron una calurosa bienvenida a los delegados que
envió el papa León a Constantinopla, y su celo en favor de la fe católica les
valió las más cálidas felicitaciones y encomios por parte de aquel Pontífice y
del Concilio de Calcedonia que, convocado en 451 bajo el patrocinio de los
emperadores, condenó a la herejía monofisita. Pulqueria y Marciano hicieron
todo lo que estaba a su alcance para que los decretos de aquella asamblea
quedaran establecidos en todo el imperio de Oriente, pero fracasaron
lamentablemente en Egipto y en Siria. La propia emperatriz santa Pulquería
escribió a un monje y a una abadesa de un convento de monjas de Palestina, con
el propósito de convencerlos de que el Concilio de Calcedonia no había
propiciado, como se afirmaba, una reavivación del nestorianismo, sino que
condenó aquel error juntamente con las opuestas ideas herejes de Eutiques. Por
dos veces con anterioridad, en 414 y 443, Pulqueria había perdonado el pago de
impuestos atrasados que abarcaban un período de sesenta años, y tanto ella como
su esposo procuraron contentar a su pueblo con bajos impuestos y los menores
gastos de guerra que fueran posibles. El admirable espíritu con que
desempeñaron sus deberes de gobernantes, se traduce en el lema de Marciano:
«Nuestra obligación de soberanos es cuidar de la raza humana». Por desgracia,
la magnífica sociedad no duró más de tres años, porque en el mes de julio del
453 murió santa Pulqueria.
Aquella gran emperatriz construyó muchas
iglesias, tres de ellas en honor de la Madre de Dios: la de Blakhernae, la de
Khalkopratia y la de Hodegetria, que figuraron entre las más famosas iglesias
marianas de la cristiandad. En la última de las iglesias mencionadas la
emperatriz instaló la famosísima pintura de la Virgen María que había sido
traída de Jerusalén y que se atribuye al Evangelista San Lucas. Pulqueria y
Teodosio fueron los primeros emperadores de Constantinopla con inclinaciones
griegas más que latinas; ella propició el establecimiento de la universidad
donde se enseñaba la lengua griega y había cursos sobre literatura y filosofía
de Grecia; fue ella quien redactó las reglas y principios sobre las
obligaciones y necesidades de los gobernantes, reunidos en el llamado Código de
Teodosio. Si tomamos en consideración los actos y virtudes de la emperatriz,
admitiremos que los elogios de san Próculo en su panegírico del papa san León y
de los padres del Concilio de Calcedonia, no eran meros cumplidos, sino
alabanzas que ella merecía. El Martirologio Romano menciona a santa Pulqueria
en la fecha de hoy; su nombre fue inscrito por el cardenal Baronio; su fiesta
se celebra entre los griegos, aunque en una época su culto se extendió por el
Occidente y su fiesta se observaba, por ejemplo, en todo Portugal y en el reino
de Nápoles.
Pulqueria desempeñó una parte importante
en la historia eclesiástica de su tiempo, pero no tiene una biografía propia.
Ver el Acta Sanctorum, sept., vol. III y vol. IV, pp. 778-782; a
Hefele-Leclercq, en Conciles, vol. II, pp. 375-377 y las acostumbradas
referencias en las diversas obras.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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