San David Uribe Velasco, presbítero y mártir
fecha: 12 de abril
n.: 1889 - †: 1927 - país: México
canonización: B: Juan Pablo II 22 nov1992 - C: Juan Pablo II 21 may 2000
hagiografía: Mártires Mexicanos
n.: 1889 - †: 1927 - país: México
canonización: B: Juan Pablo II 22 nov1992 - C: Juan Pablo II 21 may 2000
hagiografía: Mártires Mexicanos
En la aldea de San José, del territorio
Chilpancingo, en México, san David Uribe Velasco, presbítero y mártir, que en
tiempo de persecución contra la Iglesia padeció el martirio por confesar a
Cristo Rey.
Ver más información en:
Mártires mexicanos (1915-1937)
Mártires mexicanos (1915-1937)

Juan Uribe Ayala, padre de David, quiso
probar la firmeza de la decisión de su hijo de 14 años de ingresar al
seminario, y le advirtió que se acercaban tiempos muy difíciles para los
sacerdotes, ya que estaban siendo perseguidos, el joven David mostró claramente
su deseo de estar cerca de Cristo: «esto no me da miedo, ojalá tuviera la dicha
de dar mi vida por Jesús», dijo.
En 1909 inició sus estudios eclesiásticos;
a los dos años, su madre cayó gravemente enferma y, a juicio del sacerdote que
la auxilió, sólo un milagro podría devolverle la salud. Se le dio aviso a
David, quien al recibir el mensaje fue al sagrario, y con lágrimas en los ojos
rogó a Dios que prolongase la vida de su madre, siquiera siete años después de
su ordenación sacerdotal. Su súplica fue escuchada. El joven David, fue elegido
por el Ilmo. Y Rev. Sr. Antonio Hernández Rodríguez, para que lo acompañara en
su ministerio frente al Obispado de Tabasco, por lo que a petición suya, el Sr.
Obispo de Chilapa, D. Francisco Campos, ungió sacerdote a David el 2 de marzo
de 1913 y partió a su pueblo natal para celebrar su primera misa solemne.
Pasados unos días con su familia, el padre David comenzó a recibir diversas
encomiendas en diferentes partes del país y, cuando en 1914, el Gobierno del
Estado inició una verdadera persecución a la Iglesia, el señor Obispo y él, no
queriendo abandonar a sus ovejas, optaron por ocultarse, pero los perseguían
con saña y no estaban seguros en ninguna parte; además, el Gobierno ofreció una
fuerte suma de dinero al que los entregara vivos o muertos. El Sr. Hernández,
viendo que nada podía hacer, juzgó prudente retirarse de Tabasco y se
embarcaron hacia Veracruz.
Estando en alta mar se desató una terrible
tormenta que hundió la embarcación dejando a los dos sacerdotes con vida y a
cuatro personas más. Desfallecidos, llegaron a la ribera, en donde pidieron
posada; sin embargo, la casa a la que llegaron era propiedad de gente de
Gobierno que había ofrecido una fuerte suma de dinero por ellos, por lo que
tuvieron que emprender nuevamente la huida. Caminaron casi a tientas en la
oscuridad de la noche y, fatigados y exhaustos se apartaron un poco de la
vereda pretendiendo esperar ahí la luz del día. No bien habían reposado un poco
cuando oyeron voces y vieron que los buscaban varios individuos con
reflectores; providencialmente, aunque pasaron varias veces junto a ellos, no
los encontraron. Una vez repuestos, el padre David recibió diversas encomiendas
y en su camino visitó su casa. Posteriormente, se encontró con el General Encarnación
Díaz quien de inmediato lo hizo prisionero por el delito de «ser sacerdote».
Ocho días lo tuvieron preso e incomunicado y lo sentenciaron a muerte, pero fue
entonces reconocido por el Mayor Félix Ocampo, tío suyo, quien detuvo la
ejecución, consiguió el indulto, y lo puso fuera de peligro.
Durante la persecución religiosa, el padre
David -que habia sido nombrado párroco de Buenavista- acató con sumisión la
suspensión del culto público, pero permaneció en la casa cural, asegurando a
sus fieles que sólo a la fuerza lo harían salir y así sucedió. Hostigado
implacablemente, tuvo que trasladarse a la capital de la República pero,
afligido por haber dejado a los suyos, emprendió su regreso; pero en el camino
fue apresado. Mientras se giraban diversas recomendaciones para que el padre
David Uribe fuera dejado en libertad, se daba falsa información de su
localización, ya que se encontraba en una celda en la que pudo escribir:
«Declaro ante Dios que soy inocente de los delitos de que se me acusa. Estoy en
las manos de Dios y de la Santísima Virgen de Guadalupe. Decid a mis superiores
esto, y que pidan a Dios por mi alma. Me despido de familia, amigos y
feligreses de Iguala y les mando mi bendición... perdono a todos mis enemigos y
pido a Dios perdón a quien yo haya ofendido».
El 12 de abril de 1927 fue sacado de su
celda y conducido a la carretera, en donde se puso de rodillas y desde lo más
profundo de su alma imploró a Dios el perdón de sus pecados y la salvación de
México y de su Iglesia. Se levantó tranquilo y dirigiéndose a los soldados con
paternal acento, les dijo: «Hermanos, hínquense les voy a dar la bendición. De
corazón los perdono y sólo les suplico que pidan a Dios por mi alma. Yo, en
cambio, no los olvidaré delante de Él». Levantó firme su diestra y trazó en el
aire el signo luminoso de la cruz; después, repartió entre los mismos su reloj,
su rosario, un crucifijo y otros objetos. Colocaron de espaldas a la víctima
inocente y uno de ellos jaló el gatillo y de certera bala le atravesó el cráneo
destrozándole el ojo izquierdo. Instantáneamente cayó el cuerpo inerte y sin
vida. Al ser encontrado su cuerpo, manos piadosas lo sepultaron, pero al tercer
día fue llevado a Buenavista y por algún tiempo estuvo enterrado en su misma
casa. Más tarde los restos fueron colocados en el Ciprés del Altar Mayor de la
parroquia y poco después se colocaron en la pared izquierda del mencionado
templo, cerca de la puerta mayor, donde numerosas personas se encomiendan a su
intercesión.
fuente: Mártires
Mexicanos
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