Santa Lidvina, virgen
fecha: 14 de abril
n.: 1380 - †: 1433 - país: Países Bajos
otras formas del nombre: Lidwiga, Lidia, Liduina
canonización: Conf. Culto: León XIII 14 mar 1890
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 1380 - †: 1433 - país: Países Bajos
otras formas del nombre: Lidwiga, Lidia, Liduina
canonización: Conf. Culto: León XIII 14 mar 1890
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Schiedam, en Gueldres, santa Lidvina
o Liduina, virgen, que, por la conversión de los pecadores y la liberación de
las almas, soportó durante toda la vida enfermedades del cuerpo, confiada sólo
en Dios.
patronazgo: patrona de los enfermos y de la
atención pastoral a los enfermos.

El culto a la beata Lidvina se ha
extendido mucho más allá de las fronteras de su patria, pues se ha convertido
en la patrona de las almas escogidas que viven retiradas del mundo y hacen
penitencia por los pecados de los otros. El oficio de su fiesta dice que
Lidvina fue «un prodigio de miseria humana y de paciencia heroica». Lidvina,
que era la única hija en una familia de nueve hermanos, nació en Schiedam de
Holanda, el Domingo de Ramos de 1380. Su padre era un labrador que trabajaba de
velador para poder sostener a su familia. Se trataba de un cristiano tan
ejemplar y de miras tan elevadas, que se negó siempre a tocar los regalos que
más tarde, se hacían a su hija para que ésta pudiese repartirlos entre otras
gentes más pobres. Hasta los quince años, Lidvina no se distinguía de cualquier
otra muchacha buena, alegre y bonita, más que por el voto de castidad que había
hecho. En el invierno excepcionalmente severo de 1395 a 1396, sufrió una grave
enfermedad. Se había repuesto ya enteramente, cuando sus amigos la convidaron a
patinar en un canal helado. Uno de los miembros del grupo, que se había quedado
atrás, golpeó fuertemente a Lidvina por alcanzar a los otros; la joven cayó de
bruces y se rompió la clavícula derecha. Sus amigos la condujeron a su casa y le
prodigaron toda clase de cuidados; a pesar de ello, se presentaron
complicaciones y el estado de Lidvina fue empeorando. Se le formó un absceso
interno, que al reventar le produjo violentos vómitos y la dejó exhausta. A
ello siguieron terribles jaquecas y dolores en todo el cuerpo, acompañados de
fiebre y de una sed insaciable. La joven no encontraba descanso en ninguna
postura. Aunque eran tan pobres, sus padres acudieron a varios médicos, pero
todos se declararon incapaces de diagnosticar la enfermedad de Lidvina. Uno de
ellos, el Dr. Andrés de Delft, confesó que todos los remedios humanos serían
inútiles y no harían sino empobrecer aún más a la familia.
Al principio, Lidvina no se dio cuenta de
que se trataba de una vocación especial. Deseaba la salud y huía del
sufrimiento como lo hubiera hecho cualquiera otra joven de su edad y le
apenaban las dificultades y gastos que su enfermedad imponía a sus padres. Pero
la luz se fue haciendo poco a poco en ella, gracias al bondadoso P. Juan Pot,
quien, según parece, era el cura de la parroquia. El P. Pot visitó a la enferma
regularmente desde el principio y le fue enseñando, sencillamente, a pensar en
la Pasión de Cristo y a unir sus sufrimientos con los de Él. Así fue
aprendiendo Lidvina a meditar constantemente en la Pasión y, unos tres años más
tarde, empezó a comprender que Dios la había escogido como víctima por los
pecados ajenos. En cuanto comprendió de lleno esta tremenda verdad, aceptó su
vocación con entusiasmo. A partir de entonces, sus sufrimientos se convirtieron
en una fuente de gozo espiritual, de suerte que, si hubiese creído que con una
simple Avemaría podía recobrar la salud, no la hubiera recitado. A los dolores
de la enfermedad, empezó a añadir otras mortificaciones voluntarias, como la de
dormir sobre planchas de madera, en vez de usar el colchón de plumas que sus
padres le habían comprado. Cuando su enfermedad la clavó definitivamente en el
lecho, el P. Pot empezó a llevarle la comunión, primero dos veces al año y
después cada dos meses y en todas las grandes fiestas. Según la expresión de su
biógrafo, Brugman, «la meditación de la Pasión y la comunión eran como los dos
brazos con que Lidvina abrazaba a su Amado». Lidvina necesitaba realmente toda
esa ayuda espiritual, ya que, a los diecinueve años de edad, su enfermedad
empezó a presentar síntomas todavía más alarmantes. Los espasmos y vómitos
constantes le produjeron un síncope cardíaco que acabó de postrarla. De su
antigua belleza no quedaba nada, pues tenía una llaga desde la frente hasta la
mitad de la nariz, y el labio inferior le colgaba medio separado de la
mandíbula. Uno de los ojos estaba completamente ciego, en tanto que el otro era
tan sensible a la luz, que la enferma no podía soportar siquiera el reflejo del
fuego. Ya no podía levantarse del lecho; el único de sus miembros que
conservaba algún movimiento era el brazo izquierdo; en el hombro derecho se le
había formado otro absceso, que le producía una neuritis casi insoportable. A
todo esto vino a añadirse una fiebre terciana.
Parecía que la corrupción del sepulcro
había empezado en vida y que la beata estaba condenada a soportar esto hasta el
fin de sus días. Su caso había empezado a interesar, ya desde entonces, a los
especialistas, quienes hacían lo imposible por curarla. La fama de la
extraordinaria paciencia con que soportaba sus sufrimientos llegó a oídos de
Guillermo VI de Holanda y de su esposa, Margarita de Borgoña, quienes le
enviaron a su propio médico. Era éste un hábil y bondadoso doctor, a quien el
pueblo llamaba Godofredo Zonderdank («No-me-dé-las-gracias»), porque
acostumbraba decir esa frase de los pobres, a quienes no cobraba por
atenderles. El doctor Zonderdank y un colega consiguieron aliviar las llagas
gangrenosas que se habían formado en el cuerpo de Lidvina, pero eso le produjo
una inflamación general y la hidropesía. Sin embargo, Dios quiso evitar una
prueba a la beata: la de ser mal comprendida o descuidada por su familia. Los
padres de Lidvina, que tenían una piedad sencilla, no pudieron menos de
reconocer la santidad de su hija y empezaron a recibir el premio de ello desde
la tierra. Es un verdadero milagro que los repugnantes síntomas de la
enfermedad de la joven, cuya descripción detallada preferimos evitar al lector,
no hayan asqueado a quienes la rodeaban; pero la familia de la beata afirmaba
que su cuerpo despedía un fragante perfume y, aunque no había en la habitación
ninguna luz natural, con frecuencia estaba iluminada por una claridad
sobrenatural tan brillante, que más de una vez los vecinos creyeron que se
trataba de un incendio. Los elementos sobrenaturales empezaron a multiplicarse
en la vida de Lidvina.
Al principio de su enfermedad, podía comer
algunos alimentos sólidos, pero pronto tuvo que reducir su dieta a un poco de
vino del Mosela y agua. En los últimos diecinueve años de su vida, según
declararon los testigos, vivía únicamente de la sagrada comunión. La beata
poseía los dones de curación, de telepatía y de profecía. Hacia el año de 1407,
empezó a tener éxtasis y visiones místicas. Mientras su cuerpo entraba en un
estado cataléptico, su alma conversaba con Dios, con los santos y con su ángel
guardián, y era transportada a Roma, a Palestina y a las iglesias de la
localidad. Unas veces ayudaba al Señor a cargar la cruz hasta el Calvario,
otras veces presenciaba los sufrimientos de las almas del purgatorio y la
bienaventuranza de los santos del cielo. Sus biógrafos subrayan dos cosas: en
primer lugar, sus éxtasis no le hicieron perder nunca de vista su vocación y,
en segundo lugar, a ellos seguía siempre un aumento de sufrimientos. Aunque las
gentes aclamaban a Lidvina como santa, no le faltó la detracción y en forma
particularmente dolorosa. El nuevo párroco de Schiedam era Maese Andrés, un
premonstratense de Marienwerd, hombre mundano y sensual, absolutamente incapaz
de comprender a la beata. Lleno de prejuicios contra ella -creía que se trataba
de una hipócrita-, le negó durante algún tiempo la comunión y llegó hasta a
decir a los fieles que Lidvina era víctima de ilusiones diabólicas y que había
que orar por ella. Pero el pueblo de Schiedam, que amaba y veneraba a Lidvina,
habría echado de la ciudad al párroco, si las autoridades no lo hubiesen
impedido. Eso provocó una serie de investigaciones por parte de las autoridades
eclesiásticas, que demostraron la absoluta sinceridad de Lidvina. Desde
entonces, se le concedió que recibiese la comunión cada quince días. La beata
sufrió mucho cuando su joven sobrina, Petronila, murió a resultas de los golpes
que recibió al defenderla de los ataques de dos soldados. Finalmente, llegó la
hora en que Dios había determinado poner fin a los sufrimientos de su sierva.
La beata no había dormido prácticamente durante los últimos siete meses a causa
del dolor. Su estado empeoró rápidamente en la Pascua de 1433. Poco antes de
las tres de la tarde, el hermano menor de Petronila fue a toda prisa a buscar a
un sacerdote; pero, cuando volvió a los pocos momentos, Lidvina había muerto
ya, sola, tal como lo había deseado.
El culto de la beata había empezado
prácticamente durante su vida. Después de su muerte no hizo sino aumentar,
gracias a las biografías que escribieron su primo Juan Gerlac, Tomás de Kempis
y Brugman, así como a los incansables esfuerzos de un médico, el hijo de
Godofredo Zonderdank. Éste fue quien, para cumplir el último deseo de la beata,
construyó un hospital en el sitio que ocupaba la casa en que Lidvina había
vivido. Aunque muy frecuentemente se la llama «santa», Lidvina no ha sido
formalmente canonizada, pero su culto fue confirmado por León XIII en 1890.
Los bolandistas publicaron en Acta
Sanctorum (abril, vol. II) las dos versiones de la biografía escrita por
Brugman, así como algunos extractos de la de Tomás de Kempis. La biografía que
Juan Gerlac escribió en holandés, apareció en Delft en 1487. En la excelente
obra de Hubert Meuffels, Sainte Lydwine (colección Les Saints, 1925), hay una
amplia biografía. Esta última es sin duda la mejor de las biografías de tipo
popular y corrige en muchos aspectos las exageraciones y errores de la obra de
Huysmans, Sainte Lydwine de Schiedam, que ha tenido tantas ediciones. Existen
muchas otras biografías de menor importancia. Dom Vincent Scully tradujo al
inglés, en 1912, la biografía de Tomás de Kempis, con una excelente
introducción; en ella incluye una traducción del impresionante documento que
las autoridades de Schiedman publicaron en 1421, en el que afirman, entre otras
cosas, que «durante los últimos siete años Lidvina no ha comido ni bebido nada,
ni lo hace actualmente».
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
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que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
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