Santa Oportuna, abadesa
fecha: 22 de abril
†: c. 770 - país: Francia
otras formas del nombre: Opportuna de Montreuil
canonización: culto local
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: c. 770 - país: Francia
otras formas del nombre: Opportuna de Montreuil
canonización: culto local
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En la región de Séez, en Neustria, santa
Oportuna, abadesa, célebre por su abstinencia y austeridad.

Santa Oportuna nació cerca de Hyesmes, en
Normandía. Desde muy joven entró en un convento benedictino de las cercanías de
Almeneches. Recibió el velo de manos de su hermano san Crodegango,
quien era obispo de Séez. Como simple religiosa y, más tarde, como abadesa,
edificó a la comunidad por su piedad y austeridad. El hermano de santa Oportuna
murió asesinado; el hecho impresionó tan profundamente a la sierva de Dios, que
murió poco después, no sin dejar el recuerdo de una vida de humildad,
obediencia, mortificación y oración. Las leyendas que corrieron más tarde sobre
la santa y la fama de sus milagros, le alcanzaron gran popularidad en Francia.
Existe una «Vida» escrita por Adalelmus, obispo de Séez en el siglo X, pero la
prominencia concedida al elemento milagroso, no inspira confianza.
El mejor texto de la «Vita» mencionada
está en MabilIon, vol. III, pte. 2, pp. 222-231. Ver también L. de la
Sicotiére, La vie de Ste. Opportune (1867) y Duchesne, Fastes Episcopaux, vol.
II, pp. 231-234.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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Santa Senorina, abadesa
fecha: 22 de abril
n.: c. 924 - †: c. 982 - país: Portugal
canonización: culto local
hagiografía: P. Juan Croisset, SJ
n.: c. 924 - †: c. 982 - país: Portugal
canonización: culto local
hagiografía: P. Juan Croisset, SJ
En Basto, en Portugal, santa Senorina,
abadesa, de la que se narra que, por su intercesión, Dios proveyó de pan a las
monjas que pasaban necesidad.
De santa Senorina, abadesa de la Orden de
San Benito, nos ha llegado una «Vita» en un antiguo manuscrito del Legendario
de Coinbra, en el monasterio portugués de la Santa Cruz. Es ésta, con su
profusión de alabanzas y milagros, la única fuente para conocer a la santa. Fue
editada a inicios del siglo XVII por Tamayo Salazar en el Martirologio
Hispánico: también por los mismos años Antonio Yepes, en sus «Crónicas
Benedictinas», resume la vida de la santa, aunque no parece basarse exactamente
en la misma fuente (hace referencia a que posee un escrito en portugués con la
vida, pero no todo lo que dice coincide con Tamayo Salazar). Como sea, los dos
insisten en algunos puntos centrales: ingresó de pequeña al monasterio, vivió
cerca de 60 años, fue ejemplo para toda su comunidad, y su santidad se dejaba
ver en un manifiesto don de milagros. Podría acabarse aquí lo que podemos decir
de cierto sobre la santa, pero el Suplemento Hispánico al Año Cristiano de
Croisset nos ha dejado un elegante resumen de la Vita, que parece irresistible
reproducir. Sólo he modernizado la ortografía, no así la narración, que
perdería su gracia si pretendiéramos hacerla demasiado actual:

Santa Senorina, tan célebre por sus
heroicas virtudes como por sus maravillosos prodigios, nació al mundo por los
años 924. Fueron sus padres Hufo, Adulfo o Abulso Belfajar o Belfajer, Conde y
Señor del territorio de Vieira y de Basto, pueblos del Obispado de Braga en la
Provincia de Portugal, y Teresa, hermana de Gonzalo Soario, diestro militar,
que auxilió muchas veces a los reyes de León. Murió ésta, dejando a Senorina
casi de pecho; y penetrado el corazón de Hufo del mas vivo dolor así por la
pérdida de su amada consorte, como por ver a la niña sin madre en una edad tan
tierna, se le ocurrió el noble pensamiento de entregarla a su tía Godina, que
se hallaba Abadesa del Monasterio de San Juan de Vieira, señora de conocida
virtud, para que cuidase de su educación. No salieron frustradas las esperanzas
del Conde, pues aplicándose Godina con el mayor desvelo a dar a la ilustre niña
una crianza tan propia de su piedad como de su alto nacimiento, tuvo el gusto
de verla en su juventud como un templo vivo del Espíritu Santo, aspirando
siempre por llegar a la cumbre de la mas alta perfección, para lo cual ayunaba
casi todas los días, domaba los rebeldes apetitos de la carne con un áspero
cilicio, y con sangrientas disciplinas, gastando el tiempo restante o en
oración, o en santas conversaciones.
Esparcióse la fama de la eminente virtud
de Senorina por toda aquella región, y prendado un noble caballero de sus
relevantes cualidades, buscó medio para que llegase a entender que pretendía su
mano: mas la insigne virgen le hizo entender que eran otros sus designios.
Valióse el joven de todos los medios que pudo sugerirle la vehemencia de su
pasión; pero viendo inútiles todos sus recursos, se presentó al padre de la
santa, y manifestándole con tiernos suspiros y con abundantes lágrimas el
grande amor que profesaba a su hija, le rogó que se la concediese por esposa.
Admirado el conde de un afecto tan particular como el que manifestaba el
ilustre Caballero, considerando que en él concurrían todas las circunstancias
que pudiera apetecer para este caso, le despidió benignamente con la palabra de
que hablaría a su hija sobre el fin que le proponía. Habló con efecto el conde
a Senorina, ponderándola la ventajosa conveniencia que se la ofrecía con aquel
matrimonio; pero apenas oyó la insigne virgen semejante proposición, tan
opuesta a sus nobilísimas ideas, cuando respondió: Yo ya tengo por esposo a
Jesucristo, a quien es cosa abominable posponerle a otro alguno; y así no me
podrán separar de su amor ni las instancias de un padre, ni el afecto del joven
apasionado, ni todas las riquezas de este mundo. Quedó el padre lleno de
admiración al oír las expresiones de su hija, dichas con un extraordinario
fervor de espíritu; y no queriendo impedir su buen propósito, le prometió que
jamás le tocaría igual asunto.
Agradó tanto al Cielo la conformidad de
Hufo con la acertada determinación de su hija, que en la noche inmediata le
manifestó en sueños un ángel lo acepta que había sido al Señor su resignación:
previniéndole que mandase a Senorina, que abrazase cuanto antes el estado
religioso. Obedeció el conde inmediatamente el aviso superior; y habiendo hecho
presente a su hija y a su tía Godina la voluntad del Señor intimada por medio
del celestial oráculo, se procedió sin la menor dilación a que vistiese la
ilustre virgen el hábito benedictino. No es fácil poder explicar el gozo que
concibió Senorina viéndose con las insignias de esposa de Jesucristo, y desde
aquel punto todo su pensamiento y toda su ocupación fue dar todo el lleno a la
alta idea de perfección a que era llamada: adelantándose tanto en la carrera
que no solo sirvió de ejemplo, sino de admiración a todas las religiosas.
Leía Senorina con mucha frecuencia las
actas de los mártires, y meditando sobre la heroica constancia de aquellos
héroes de nuestra santa religión, y sobre la eterna felicidad que compraron con
su sangre, se encendió de tal modo en vivísimos deseos de padecer martirio, que
no pudiendo conseguir esta dicha, cayó en una profunda melancolía. Exploró la
abadesa la causa de la extraordinaria tristeza de su sobrina, y la hizo
entender con su gran prudencia, que la vida monástica en su severidad no era
otra cosa que un verdadero martirio; cuya corona podría conseguir por medio del
rigor de sus ejercicios religiosos, triunfando de los fuertes combates de los
enemigos del alma, aunque no batallase con los gentiles. Consolada Senorina con
estos consejos, emprendió aquel género de lucha, continuándola con tanto rigor
por todo el discurso de su vida, que no sin razón se la reputó por mártir, a
virtud del cruento sacrificio que hizo de su propio cuerpo, crucificándolo con
asombrosas penitencias.
Murió la abadesa Godina, y como a todas
las religiosas constaba la eminente virtud, y la consumada prudencia de
Senorina, la eligieron superiora a pesar de su humilde resistencia. El nuevo
empleo solo sirvió para que más brillase la virtud de la santa madre tan
abatida, tan mortificada, y tan exacta cuando Abadesa que cuando súbdita; sin
que se le observase la menor alteración en su dulzura, en su modestia, ni en su
apacibilidad: de manera que solo se conocía que era superiora en que iba
delante de todos los ejercicios más humildes, y más penosos de la observancia
regular. Quiso Dios manifestar la santidad de su fidelísima sierva con
maravillosos prodigios, de los cuales se referirán algunos para que se forme
idea de este don que le fue concedido. Caminaba en cierta ocasión Senorina con
algunas de sus hermanas por el territorio de Cariacedo, y habiéndose puesto a
rezar el Oficio Divino en un ameno sitio, era tanto el ronco estrépito de las
ranas, que les impedía enteramente la atención y la devoción. Mandólas la santa
que callasen en adelante, y obedecieron en tanto su precepto, que desde
entonces no se han visto semejantes animales en aquel territorio.
Hallábase la santa un día en el Oficio de
Completas, y habiendo oído cánticos dulcísimos en la región del aire,
preguntada por sus hijas qué significaba aquella suave melodía, les respondió
que en aquella misma hora conducían los ángeles con festiva música el alma de
su pariente san Rudesindo a la patria celestial, como se verificó puntualmente,
averiguado el tiempo en que murió el santo. También se debió a sus fervorosas
oraciones la conversión del agua en vino no pocas veces, y la tranquilidad de
muchas furiosas tempestades que amenazaban considerables daños.
Oyó la ilustre abadesa estando en oración
una voz que le dijo: "Ven escogida mía, que el Supremo Rey desea tu
hermosura; y conociendo por ella que se acercaba el fin de sus días, hizo
esfuerzos extraordinarios para purificar su inocencia. Recibió los últimos
sacramentos con aquella devoción que era propia de su espíritu; y habiendo dado
a sus hijas las mas celosas instrucciones sobre la observancia regular, murió
en el Señor el día 22 de abril del año 982, a los cincuenta y ocho años de
edad. Dieron sepultura a su venerable cuerpo en el mismo monasterio, cerca de
las reliquias de San Gervasio, y de Godina. Y dignándose el Señor hacer cada
día muchos milagros por la intercesión de su sierva, movieron éstos a Don
Pelayo, Obispo de Braga, a visitar su sepulcro, y habiendo conseguido en su
presencia un ciego de nacimiento la vista por mediación de la santa, elevó sus
reliquias a un sublime lugar, grabando en él un epitafio expresivo de los
ilustres hechos de Senorina, memorable entre ellos la milagrosa salud que
consiguió el Príncipe Don Alonso, hijo de Sancho I de Portugal, tan gravemente
enfermo, que estuvo en el último término de la vida, por lo que hizo Don Sancho
grandes donaciones al monasterio de la santa, cuyo cuerpo descansa hoy al lado
del altar mayor de la iglesia parroquial de Santa Senorina de Basto, la que fue
monasterio en los tiempos antiguos.
Ver Acta Sanctorum, abril, III, pág 74ss.,
que incluye al versión latina de la Vita editada por Tamayo Salazar. Por su
parte la versión de Yepes se encuentra en el tomo V de las Crónicas
benedictinas, bajo el año 977 (ya que comienza por coordinar la narración sobre
Senorina con el milagro de los coros angélicos en la muerte de san Rosendo,
ocurrida en el 977). La narración transcripta aquí proviene del «Suplemento á
la última edición del año christiano del Padre Juan Croiset añadido con los
santos de España...», por D. Julián Caparrós, Imp. de Joseph Garcia, 1793, pág.
271ss. Imagen: iglesia de Santa Senorina, en Basto, donde se encuentra el
cuerpo de la santa.
fuente: P. Juan Croisset, SJ
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El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
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