jueves, 25 de agosto de 2016

CURSO “EL HOMBRE NUEVO” (TODA CONVERSIÓN NACE EN LOS “AGUJEROS”, EN LOS “POZOS”, COMO FRUTO DE...)) (HN-28)

TODA  CONVERSIÓN  NACE  EN  LOS  “AGUJEROS”,   EN  LOS  “POZOS”, COMO FRUTO DE NUESTRAS EXPERIENCIAS NEGATIVAS AL CAMINAR POR ELLOS  (HN-28)

A lo largo de este curso, al principio hemos ido visitando y meditando pilares de la teología fundamental; y más tarde otros de la teología de la encarnación. Y es en los seis últimos resúmenes –pertenecientes a esta teología– donde hemos visto cómo el caminar del hombre puede identificarse con una línea recta pero discontinua; pues la línea de nuestro existir se va quebrando según aparecen “agujeros” y “pozos”: o sea, las experiencias negativas de la vida del hombre. Y esto es de lo que nos vamos a ocupar en este resumen y en algunos posteriores: vamos a pasar de hablar de los pequeños del Evangelio –o sea de los más grandes delante de Dios– a hacerlo de los pecadores y las malas compañías con las que convivía Jesús. También, y para dar perspectiva a estos temas, anticiparemos algo del contenido glorioso de los últimos capítulos del curso: sobre las fuentes de agua viva, y la fe como dimensión de la experiencia mística de Dios. Pero en tanto llegamos a los temas gloriosos aludidos, hemos de afrontar la negatividad; sobre la que deberemos caminar con pies muy asentados y lentos –tanto al exponer las ideas como al tratar de comprenderlas–, porque las experiencias negativas son la parte más oscura del curso. En efecto, cuando se trata de una teología lineal y gloriosa no suele haber muchos problemas porque el hilo se sigue más o menos, pero cuando la línea recta se dobla abruptamente y caemos en la oscuridad, uno se encuentra perdido del todo y no sabe cómo salir; hasta que con el paso del tiempo recuperamos otra vez altura y todo vuelve a marchar. Pero esta recuperación sólo será una tregua, hasta que una nueva caída nos sorprenda aún más; por lo que ni acabamos de acostumbrarnos ni aceptamos los “pozos” o caídas, aunque sepamos que al final volveremos a subir y a subir más todavía.  Para empezar, primero hay que entender bien lo que se quiere decir con las palabras negativo y negatividad. Pues en realidad, lo negativo no es negativo sino el lugar donde nace y crece lo positivo; y por tanto, sin lo negativo lo positivo no existiría. Es peligroso decir esto, porque alguien podría pensar que todo lo positivo tiene que haber pasado por un abismo o por un pozo; y que Dios mismo, siendo totalmente positivo, podría querer lo negativo de alguna manera. Acordémonos de lo que decía Jesús-Cristo: “Quien quiera conservar su vida la perderá, y el que pierda su vida la ganará” (Mt. 16, 25). Según esto, toda vida ganada nace en un “pozo”. Lo que sucede es que, por limitaciones de vocabulario, los humanos llamamos negativa a cualquier situación de pozo; de agujero, de nube del no saber, de noche oscura, de desierto, de ausencia de Dios... Palabras recuperadas gracias a los místicos, pues estos son los que más y mejor han hablado de estos pozos; pues han pasado por ellos. Los pozos son, los “lugares de siembra” de la positividad; y esta es la razón por la que los místicos, al haber pasado por ellos, sean los más positivos de los teólogos. La realidad es que los teólogos no suelen hablar demasiado de las negatividades. Incluso en cursos desarrollados aquí, en tanto se haya presentado algún concepto demasiado positivamente será el testigo de que lo habremos expuesto de forma superficial. Pero esto ya no debe pasarnos, porque ahora también podemos hablar del valor de las negatividades  –podemos entrar de lleno en los “pozos”–  sin correr riesgos de que no se nos entienda.  
    
Por tanto nuestro primer titular es: lo positivo arranca de lo negativo. Y como el lenguaje humano no permite expresar lo contradictorio, es por lo que ya San Juan de la Cruz trató de que lo  captásemos con su “entender no entendiendo”. Pues si uno solamente dice que entiende cuando entiende todo de golpe, es porque lo que puede ser entendido es pequeño. Y al contrario, cuando uno entiende no entendiendo más que un poco y muy poco a poco, es porque lo que trata de entender es tan infinitamente grande que no puede ser entendido más que por infinitésimos: o sea un infinitésimo detrás de otro y de cuando en cuando, por aquí y por allá. Además el que algo infinito no pueda ser entendido más que por infinitésimos dispersos, no quiere decir que ese infinito no exista sino que no cabe en el vaso de nuestro corto entender humano. Pero no nos preocupemos mucho si no podemos comprender esto ahora, pues bastará esperar unos cuantos años –o unas décadas– y veremos cómo todo el pensar humano seguirá su marcha por este nuevo camino. Para los que vengan de otras filosofías, quizá sientan dificultades para admitir que lo negativo puede no serlo; pero al menos ya estamos en una vertiente de la cultura en la que podemos experimentar lo siguiente: las grandes cosechas vienen de semillas que fueron sembradas y podridas en el pasado; en la humedad de los surcos y en la oscuridad de la noche.  Y a esto es a lo que llamamos negatividad o pozo: Un nido de vuelos posteriores”; donde  siempre hay semillas  sacrificándose en cada surco, y así se van convirtiendo en algo nuevo y volador.  

En el Evangelio de S. Marcos (8, 34), Jesús dice lo siguiente: “El que quiera venir detrás de mí que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga”. Esta "y" no es copulativa, sino consecutiva: El que quiera venir detrás de mí, deberá negarse a sí mismo y (en consecuencia) tomar su cruz; si es que quiere ser hombre de verdad (pues esto es lo que quiere decir seguirle). Todo seguimiento de Cristo –Hombre y Dios al mismo tiempo, y meta de todo hombre– lleva al hombre a su máxima altura: le lleva a ser hombre de verdad. Si quieres seguir a Cristo porque es hombre verdadero, o si quieres seguirle como hombre que desemboca en Dios, no te quedará más remedio que negarte a ti mismo. ¿Vemos el pozo? Todo seguimiento de Cristo, todo camino que lleve al hombre hasta Dios, pasa por un pozo inicial: el pozo de “la propia negación”. ¿Y eso por qué? Tratemos de dibujar el primer pozo (nido) de un hombre que camina a ser Hombre: que está en A, y quiere ir a B como meta. Podemos intentar señalar los dos puntos en un papel pero, la realidad es que el punto B no es dibujable; porque este ideal –al que debe llegar a ser– se pierde en el infinito. Si yo camino a ser el que debo ser, esta meta no es un punto que pueda realizarse completamente en esta tierra pues acaba en la eternidad. Por tanto, lo que se me pide es que me niegue a mí mismo en mi realidad terrena e histórica. O sea, el caminar del hombre hacia su plenitud pone su meta  final en Dios; lo que implica la negación de sí mismo durante toda su existencia. Y ahora viene la pregunta: ¿Y por qué razón he de ir yo al punto B estando a gusto en A? ¿qué necesidad tengo yo de caminar si estoy bien, instalado y feliz, donde estoy? La respuesta la da una experiencia humana fundamental y dolorosa: yo necesito seguir caminando porque no me basta con lo que voy siendo y teniendo; y, además, lo que no voy siendo todavía lo necesito como lo más mío y fundamental. O sea, yo soy y me siento pequeño en cada comparación sucesiva conmigo mismo. Por ejemplo, los alardes que hace el ser humano a lo largo de su vida –ponerse tacones, adornarse…– todo eso son búsquedas de sí mismo. La experiencia básica de todo ser humano es que no termina de coincidir consigo mismo: con eso que debe llegar a ser al final. Y si yo no soy todavía Yo, ¿qué he de hacer para llegar a serlo?: pues dejar cada yo actual y seguir caminando; ya que todo caminar hacia el futuro implica un descontento sucesivo con cada yo actual, y en cada descontento se produce al menos una negación propia. Negarse a sí mismo es una disposición del ser humano, pero no solamente como punto de partida. Esta negación es lo que llamamos ahora “pozo”: mientras me voy afirmando en una posición ya estoy teniendo ganas de pasar a otra, y percibo que resurgiré mejor en esa otra en tanto me niegue más en la primera.  Esta negación tan clara, a la que Cristo alude en San Marcos, la afirma San Juan de otra manera cuando dice: “Si el grano de semilla no cae en el surco no da fruto, y si cae en el surco da mucho fruto” (Jn. 12, 24). Esta es la belleza de una verdad que hoy está en auge: el hombre es un “todavía-no”;  el hombre es, un “ya pero todavía-no”. Y esto aunque se trate de un viejo de 99 años a punto de expirar, porque todavía no ha llegado a ser completamente sí mismo: “llegarse”, es la palabra. Gramaticalmente está muy bien dicho este "ya, pero todavía-no”, porque está comenzando a definir lo positivo con el “ya” (necesito empezar a ser el que quiero ser, y esto “ya”).  Y cuando yo llegue del todo al “Ya” que aspiro ser en el futuro, quedará desmontado para mí ese negativo “todavía-no” de la historia. Según esto, aquí sólo podemos hablar de Dios desde el “todavía-no”: desde la negatividad del “no ser todavía”.  Y al final, en el “Ya”, tampoco se puede hablar de Dios porque ya “se es” en Él.


Santo Tomás de Aquino, que era místico y teólogo, decía que de Dios sabemos más por lo que negamos que por lo que afirmamos; lo cual tiene unas consecuencias increíbles que los creyentes no terminamos de saber; y los incrédulos tampoco, aunque sean inteligentes. De Dios sabemos más por lo que negamos que por lo que afirmamos, porque a Dios no podemos alcanzarlo; solamente llegamos a él depurando conceptos y diciendo cosas como: Dios es bueno pero no bueno como la bondad que yo conozco, como la de mi padre o mi madre... Dios es grande pero no en el sentido de Km. cúbicos... se trata de una grandeza que yo no puedo imaginar. A Dios llegamos en la medida en que somos capaces de negar algo, no de afirmarlo; por eso Jesús habla de la destrucción de esa religión hecha por los hombres, la que dogmatiza sobre quién es Dios y como comportarnos con él. Pero ¡esto es un pozo!, es decir una kénosis. Sí, esta es la primera doctrina de Cristo: vaciar. Cristo con su doctrina (con la mano de Dios), cuando se introduce dentro de ti te vacía de todo aquello que no sea él; y esto aunque no nos agrade ser  pozo. Pero como a los hombres nos cuesta entender lo anterior, preferimos llegar a Dios a través de positividades y rechazamos los momentos duros de la vida; preguntándonos, ¿por qué Dios permitirá esto? Esto lo explicó muy bien Santo Tomás, con la teología negativa. Y sobre todo, hemos de liberarnos del concepto de que la negatividad es un castigo de Dios; porque si no, no podremos progresar y nunca entenderemos la pasión y la muerte de Cristo.

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