En Palestrina, en el Lacio, san Agapito, mártir.
En Útica, santos mártires llamados de la «Masa Cándida», que, más numerosos que los peces recogidos en sus redes por los apóstoles, aceptaron la muerte con gran fortaleza de fe por permanecer fieles a su obispo Cuadrado y confesar, a la vez, a Cristo como Hijo de Dios.
En Myra, de Licia, san León, mártir.
En Roma, en la vía Labicana, santa Elena, madre del emperador Constantino, que, entregada con singular empeño a ayudar a los pobres, acudía piadosamente a la iglesia mezclada entre los fieles, y habiendo peregrinado a Jerusalén para descubrir los lugares del nacimiento de Cristo, de su Pasión y Resurrección, honró el pesebre y la cruz del Señor con basílicas dignas de veneración.
En Metz, en la Galia Bélgica, san Fermín, obispo.
En Arlés, en la Provenza, san Eonio, obispo, que defendió a su iglesia de la herejía pelagiana y recomendó a su pueblo como sucesor suyo a san Cesáreo, que él mismo había ordenado presbítero.
En Bitinia, muerte de san Macario, hegúmeno del monasterio de Pelecete, que en tiempo del emperador León V sufrió muchas pruebas por la defensa de las sagradas imágenes, y falleció finalmente en el destierro.
En el monasterio de Cava dei Tirreni, en la Campania, beato Leonardo, abad, extraordinario hombre de paz.
En Ravena, en la Romaniola, beato Reinaldo de Concorezzo, obispo, insigne por su celo, prudencia y caridad.
En Mantua, de la Lombardía, beata Paula Montaldi, virgen, abadesa de la Orden de las Clarisas, que se distinguió por su devoción a la pasión del Señor y por su constante oración y austeridad.
En una nave anclada frente a la costa de Rochefort, en Francia, beato Antonio Banassat, presbítero y mártir, que, por ser párroco, en el furor de la Revolución Francesa fue detenido por quienes odiaban la fe, y emigró al Señor consumido por el hambre.
En Valdemoro, cerca de Madrid, en España, beato Francisco Arias Martín, presbítero y mártir, que, siendo novicio en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, durante la persecución religiosa cumplió en breve tiempo su camino de perfección.
En Barbastro, cerca de Huesca, también en España, beatos Jaime Falguerona Vilanova y Anastasio Bidaurreta Labra, religiosos de la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, mártires en la misma persecución, junto con otros compañeros que les habían precedido en días anteriores.
En Alcañiz, cerca de la región de Tortosa, otra vez en España, beato Martín Martínez Pascual, presbítero y mártir, miembro de la Sociedad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, que en la misma persecución y en el mismo día recibió la corona de la gloria.
En la localidad llamada Rafelbunyol, en la región de Valencia, de nuevo en España, beato Vicente María Izquierdo Alcón, presbítero y mártir, que recibió la muerte por parte de quienes odiaban la fe.
En Santiago de Chile, san Alberto Hurtado Cruchaga, presbítero de la Orden de la Compañía de Jesús, que fundó una obra para que los pobres sin techo y los vagabundos, sobre todo niños, pudiesen encontrar un verdadero y familiar hogar.
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