Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz
fecha: 14 de septiembre
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: FIesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que al día siguiente de la
dedicación de la basílica de la Resurrección, erigida sobre el Sepulcro de
Cristo, es ensalzada y venerada como trofeo pascual de su victoria y signo que
aparecerá en el cielo, anunciando a todos la segunda Venida.
refieren a este santo: Santa Elena
Oración: Señor, Dios nuestro, que has querido
realizar la salvación de todos los hombres por medio de tu Hijo, muerto en la
cruz, concédenos, te rogamos, a quienes hemos conocido en la tierra este
misterio, alcanzar en el cielo los premios de la redención. Por nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y
es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).

La fiesta del 14 de septiembre como
«fiesta de la santa Cruz» es muy antigua, se remonta al siglo IV, y está muy
bien atestiguada, como veremos; sin embargo, a lo largo del tiempo ha habido en
torno a ella tradiciones diversas que se han entremezclado y producido
desplazamientos en cuanto al sentido de lo que se festeja en la fecha. Hasta
hace algunas décadas había una fiesta el 3 de mayo, suprimida por SS Juan XXIII
en 1960, llamada «Inventio Santae Crucis», es decir, «descubrimiento de la
Santa Cruz», que rememoraba el momento en que se encontró la auténtica cruz de
Jesús (la Vera Cruz) y se expuso a la veneración del pueblo cristiano. Sin
embargo, como mostrará más tarde este artículo, en realidad esa fiesta, propia
de la Igelsia de Occidente, era un desdoblamiento de la de septiembre, que
evocaba, entre otros aspectos, la «inventio». Por ese motivo la fiesta de
septiembre había quedado, en Occidente, para celebrar un acontecimiento
posterior: la recuperación en el 614 del relicario con los fragmentos de la Vera
Cruz por el emperador Heraclio de manos de los persas.
Parece ser, sin embargo, que la fiesta
original tampoco conmemoraba el 14 de septiembre la «inventio» propiamente
dicha, sino que era una fiesta de la Santa Cruz que, nacida en relación a las
dedicaciones de las basílicas de Tierra Santa que en la actualidad se celebran
el día 13 de septiembre, conmemoraba a la santa cruz como tal, no en relación a
tal o cual acontecimiento histórico. Como sea, cualquiera puede ver por la
redacción del actual elogio del Martirologio Romano, que se ha querido despojar
esta fiesta de su relación directa con la «inventio», y más bien la Iglesia
propone celebrar en esta fecha el signo de la Cruz no sólo aparecido en al
historia hace 2000 años, sino también como señal para todos los pueblos que
presidirá escatológicamente la vuelta de Jesús en la gloria y majestad de su
Reino.
En este artículo se han recuperado
frangmentos de los correspondientes del Butler-Guinea que antes estaban en el
14 de septiembre cuando evocaba la recuperación del 614, y del 3 de mayo como
fiesta de la «inventio». Aunque ninguno de los dos artículos corresponde ya al
sentido de la fiesta actual, contienen material histórico de primer orden, y
que ayudará a penetrar en la densidad de la celebración que realizamos
nosotros.
La fiesta del 14 de septiembre conmemoraba
originalmente la solemne dedicación, que tuvo lugar el año 335, de las iglesias
que santa Elena indujo
a Constantino a construir en el sitio del Santo Sepulcro. Por lo demás, no
podemos asegurar que la dedicación se haya celebrado, precisamente, el 14 de
septiembre. Es cierto que el acontecimiento tuvo lugar en septiembre; pero,
dado que cincuenta años después, en tiempos de la peregrina Eteria, la
conmemoración anual duraba una semana, no hay razón para preferir un día
determinado a otro. Eteria dice lo siguiente: «Así pues, la dedicación de esas
santas iglesias se celebra muy solemnemente, sobre todo, porque la Cruz del
Señor fue descubierta el mismo día. Por eso precisamente, las susodichas santas
iglesias fueron consagradas el día del descubrimiento de la Santa Cruz para que
la celebración de ambos acontecimientos tuviese lugar en la misma fecha». De
aquí parece deducirse que en Jerusalén se celebraba en septiembre el
descubrimiento de la Cruz; de hecho, un peregrino llamado Teodosio lo afirmaba
así, en el año 530.
Por lo que se refiere a los hechos
históricos del descubrimiento de la Cruz, que son los que aquí interesan,
debemos confesar que carecemos de noticias de la época. El «Peregrino de
Burdeos» no habla de la Cruz el año 333. El historiador Eusebio de Cesarea,
contemporáneo de los hechos, de quien podríamos esperar abundantes detalles, no
menciona el descubrimiento, aunque parece no ignorar que había tres santuarios
en el sitio del Santo Sepulcro. Así pues, cuando afirma que Constantino «adornó
un santuario consagrado al emblema de salvación», podemos suponer que se
refiere a la capilla «Gólgota», en la que, según Eteria, se conservaban las
reliquias de la Cruz. San Cirilo, obispo de Jerusalén, en las instrucciones
catequéticas que dio en el año 346, en el sitio en que fue crucificado el
Salvador, menciona varias veces el madero de la Cruz, «que fue cortado en
minúsculos fragmentos, en este sitio, que fueron distribuidos por todo el
mundo». Además, en su carta a Constancio, afirma expresamente que «el madero
salvador de la Cruz fue descubierto en Jerusalén, en tiempos de Constantino».
En ninguno de estos documentos se habla de santa Elena, que murió el año 330.
Tal vez el primero que relaciona a la santa con el descubrimiento de la Cruz
sea san Ambrosio, en el sermón «De Obitu Theodosii», que predicó el año 395;
pero, por la misma época y un poco más tarde, encontramos ya numerosos
testigos, como san Juan Crisóstomo, Rufino, Paulino de Nola, Casiodoro y los
historiadores de la Iglesia, Sócrates, Sozomeno y Teodoreto. San Jerónimo, que
vivíá en Jerusalén, se hacía eco de la tradición, al relacionar a santa Elena
con el descubrimiento de la Cruz. Desgraciadamente, los testigos no están de
acuerdo sobre los detalles. San Ambrosio y san Juan Crisóstomo nos informan que
las excavaciones comenzaron por iniciativa de santa Elena y dieron por
resultado el descubrimiento de tres cruces; los mismos autores añaden que la
Cruz del Señor, que estaba entre las otras dos, fue identificada gracias al
letrero que había en ella. Por otra parte, Rufino, a quien sigue Sócrates, dice
que santa Elena ordenó que se hiciesen excavaciones en un sitio determinado por
divina inspiración y que ahí, se encontraron tres cruces y una inscripción.
Como era imposible saber a cuál de las cruces pertenecía la inscripción, Macario,
el obispo de Jerusalén, ordenó que llevasen al sitio del descubrimiento a una
mujer agonizante. La mujer tocó las tres cruces y quedó curada al contacto de
la tercera, con lo cual se pudo identificar la Cruz del Salvador. En otros
documentos de la misma época aparecen versiones diferentes sobre la curación de
la mujer, el descubrimiento de la Cruz y la disposición de los clavos, etc. En
conjunto, queda la impresión de que aquellos autores, que escribieron más de
sesenta años después de los hechos y se preocupaban, sobre todo, por los
detalles edificantes, se dejaron influenciar por ciertos documentos apócrifos
que, sin duda, estaban ya en circulación.
El más notable de dichos documentos es el
tratado «De inventione crucis dominicae», del que el decreto pseudogelasiano
(c. 550) dice que se debe desconfiar. No cabe duda de que ese pequeño tratado
alcanzó gran divulgación. El autor de la primera redacción del Liber
Pontificalis (c. 532) debió manejarlo, pues lo cita al hablar del papa Eusebio.
También debieron conocerlo los revisores del Hieronymianum, en Auxerre, en el
siglo VII. Aparte de los numerosos anacronismos del tratado, lo esencial es lo
siguiente: El emperador Constantino se hallaba en grave peligro de ser
derrotado por las hordas de bárbaros del Danubio. Entonces, presenció la
aparición de una cruz muy brillante, con una inscripción que decía: «Con este
signo vencerás» («in hoc signo vinces»). La victoria le favoreció, en efecto.
Constantino, después de ser instruido y bautizado por el papa Eusebio en Roma,
movido por el agradecimiento, envió a su madre santa Elena a Jerusalén para
buscar las reliquias de la Cruz. Los habitantes no supieron responder a las
preguntas de la santa; pero, finalmente, recurrió a las amenazas y consiguió
que un sabio judío, llamado Judas, le revelase lo que sabía. Las excavaciones,
muy profundas, dieron por resultado el descubrimiento de tres cruces. Se
identificó la verdadera Cruz, porque resucitó a un muerto. Judas se convirtió
al presenciar el milagro. El obispo de Jerusalén murió precisamente entonces, y
santa Elena eligió al recién convertido Judas, a quien en adelante se llamó
Ciríaco, para suceder al obispo. El papa Eusebio acudió a Jerusalén para
consagrarle y, poco después, una luz muy brillante indicó el sitio en que se
hallaban los clavos. Santa Elena, después de hacer generosos regalos a los
Santos Lugares y a los pobres de Jerusalén, exhaló el último suspiro, no sin
haber encargado a los fieles que celebrasen anualmente una fiesta, el 3 de mayo
(«quinto Nonas Maii»), día del descubrimiento de la Cruz. Parece que Sozomeno
(lib. u, c. i) conocía ya, antes del año 450, la leyenda del judío que reveló
el sitio en que estaba enterrada la Cruz. Dicho autor no califica a esa leyenda
como pura invención, pero la desecha como poco probable.
Otra leyenda apócrifa aunque menos
directamente relacionada con el descubrimiento de la Cruz, aparece como una
digresión, en el documento sirio llamado «La doctrina de Addai». Ahí se cuenta
que, menos de diez años después de la Ascensión del Señor, Protónica, la esposa
del emperador Claudio César, fue a Tierra Santa, obligó a los judíos a que
confesaran dónde habían escondido las cruces y reconoció la del Salvador por el
milagro que obró en su propia hija. Algunos autores pretenden que en esta
leyenda se basa la del descubrimiento de la Cruz por santa Elena, en tiempos de
Constantino. Mons. Duchesne opinaba que «La Doctrina de Addai» era anterior al
«De inventione crucis dominicae», pero hay argumentos muy fuertes en favor de
la opinión contraria. Dado el carácter tan poco satisfactorio de los
documentos, la teoría más probable es la de que se descubrió la Santa Cruz con
la inscripción, en el curso de las excavaciones que se llevaron a cabo para
construir la basílica constantiniana del Calvario. El descubrimiento, al que
siguió sin duda un período de vacilaciones y de investigación, sobre la
autenticidad de la cruz, dio probablemente origen a una serie de rumores y
conjeturas, que tomaron forma en el tratado «De inventione crucis dominicae».
Es posible que la participación de santa Elena en el suceso, se redujese
simplemente a lo que dice Eteria: «Constantino, movido por su madre ("sub
praesentia matris suae"), embelleció la iglesia con oro, mosaicos y
mármoles preciosos». La victoria se atribuye siempre a un soberano, aunque sean
los generales y los soldados quienes ganan las batallas. Lo cierto es que, a
partir de mediados del siglo IV, las pretendidas reliquias de la Cruz se
esparcieron por todo el mundo, como lo afirma repetidas veces san Cirilo y lo
prueban algunas inscripciones fechadas en Africa y otras regiones. Todavía más
convincente es el hecho de que, a fines del mismo siglo, los peregrinos de
Jerusalén veneraban con intensa devoción el palo mayor de la Cruz. Eteria, que
presenció la ceremonia, dejó escrita una descripción de ella. En la vida de san
Porfirio de Gaza, escrita unos doce años más tarde, tenemos otro testimonio de
la veneración que se profesaba a la santa reliquia y, casi dos siglos después
el peregrino conocido con el nombre, incorrecto, de Antonino de Piacenza, nos
dice: «adoramos y besamos» el madero de la Cruz y tocamos la inscripción.

En cuanto a los hechos del 614, la
tradición cuenta que, después de que el emperador Heraclio recuperó las
reliquias de la Vera Cruz de manos de los persas, que se las habían llevado
quince años antes, el propio emperador quiso cargar una cruz, como había hecho
Cristo, a través de la ciudad, con toda la pompa posible. Pero, tan pronto como
el emperador, con el madero al hombro, trató de entrar a un recinto sagrado, no
pudo hacerlo y quedó como paralizado incapaz de dar un paso. El patriarca
Zacarías, que iba a su lado, le indicó que todo aquel esplendor imperial iba en
desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso de Cristo cuando iba cargado con
la cruz por las calles de Jerusalén. Entonces, el emperador se despojó de su
manto de púrpura, se quitó la corona y, con simples vestiduras, descalzo,
avanzó sin dificultad seguido por todo el pueblo, hasta dejar la cruz en el
sitio donde antes se veneraba la verdadera. Los fragmentos de ésta se
encontraban en el cofre de plata dentro del cual se los habían llevado los
persas y, cuando el patriarca y los clérigos abrieron el cofre todos veneraron
las reliquias con mucho fervor. Los escritores más antiguos siempre se refieren
a esta porción de la cruz en plural y la llaman «trozos de madera de la
verdadera cruz». Por aquel entonces, la ceremonia revistió gran solemnidad: se
hicieron acciones de gracias y las reliquias se sacaron para que los fieles
pudiesen besarlas y, se afirma, que en aquella ocasión, muchos enfermos
quedaron sanos.
Existe una abundante literatura sobre cada
uno de los puntos que se han tratado en este artículo. Las referencias,
antiguas pero muy fundamentales, que trae el Butler-Guinea, son: Dom Leclercq
en Dictionnaire d'Archéologie chrétienne et de Liturgie, vol. VI, cc. 3131-3139; Acta Sanctorum, mayo, vol. I; Duchesne, Liber
Pontificalis, vol. I, pp. CVII-CIX y pp. 75, 167, 378; Kellner Heortology
(1908), pp. 333-341; J. Straubinger, Die Kreuzauffindungslegende (1912) ; A.
Halusa, Das Kreuzesholz in Geschichte und Legende (1926); H. Thurston en The Month,
mayo de 1930, pp. 420-429. Posiblemente la celebraciónd e mayo comenzó en la Galia. El Félire de
Oengus y la mayoría de los manuscritos del Hieronymianum hacen mención de la
fiesta; pero el manuscrito Epternach asigna como la fecha el 7 de mayo. Según
parece, esta última fecha se relaciona con la fiesta que se celebraba en
Jerusalén y Armenia en memoria de la cruz de fuego que apareció en el cielo el
7 de mayo del año 351, como lo cuenta san Cirilo en una carta al emperador
Constancio. Muy probablemente la fecha del 3 de mayo proviene del tratado
apócrifo De inventione crucis dominicae. La más antigua mención de la
celebración de la Santa Cruz en occidente parece ser la del leccionario de
Silos (c. 650), donde se lee: «Dies sanctae crucis».
Cuadros:
-Gianbattista Tiepolo, «Descubrimiento de la Santa Cruz», hacia 1745, en la Gallerie dell' Accademia, en Venecia.
-Piero della Francesca: «Descubrimeinto y prueba de la Santa Cruz», hacia 1460, en la Chiesa San Francesco, en Arezzo.
Cuadros:
-Gianbattista Tiepolo, «Descubrimiento de la Santa Cruz», hacia 1745, en la Gallerie dell' Accademia, en Venecia.
-Piero della Francesca: «Descubrimeinto y prueba de la Santa Cruz», hacia 1460, en la Chiesa San Francesco, en Arezzo.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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