La primera y única aparición, entre nosotros, de Jesús de Nazaret.
… y Tres. Que me devuelvan a la señora María. 328. Santa María Virgen de Valparaíso. Que me devuelvan a la señora María. 329. Santa María Virgen la Divina Providencia. Que me devuelvan a la señora María.
Y junto a esta jaculatoria me sigo identificando con esta otra que voy repitiendo como un nuevo mantra del aire de mis adentros: Vive Jesús en nuestros corazones. Siempre.
2025, 19.01. Domingo de la Palabra de Dios C: Juan 2,1-12. Leo y escribo Contigo. Dijo una mujer: Haced lo que él os diga
Tercera semana seguida en la que los maestros de la liturgia oficial católica nos proponen un texto evangélico de un Evangelista distinto. Estoy seguro de que las gentes del pueblo ya no distinguen si un relato evangélico del domingo pertenece al Evangelio de Juan o al de Lucas. Hace poquito tuve la oportunidad de comentárselo a un buen amigo sacerdote y me dijo con la más inocente naturalidad: ¡Y qué le importa a la gente si pertenece a uno u otro evangelio!... Me callé, por no blasfemar. Y una vez más constaté el atrevimiento de la ignorancia. Y algo más grave: Cuando en esta iglesia -que se dice de todos- se habla de ‘evangelizar’ no se desea enseñar-aprender a leer con sentido los Evangelios, sino dar a conocer la religión y sus enseñanzas dogmáticas sean o no buena noticia arraigada en el Evangelio. Y esto es lo que está sucediendo, por ejemplo, con el asunto del año del jubileo propuesto en el documento ‘Misericordiae vultus’ de Francisco, el papa. O lo de ‘Navidad y familia’ de Demetrio, obispo.
El domingo 19 de enero se leerá en la celebración católica de la misa el relato llamado ‘La boda de Caná’. De él ya comenté algo el pasado veinte de diciembre. Buena parte de lo que acabo de expresar en el párrafo anterior es lo que viene a suceder en esa primera aparición y actividad pública de Jesús tal y como le pareció oportuno comunicarnos al autor/autora del cuarto Evangelio. La religión judía -por muy de ‘la Ley y los Profetas’ que fuera- se había quedado vacía. Como vacías estaban las seis tinajas del agua purificadora de la sinagoga del pueblito de Caná. Así, diría hoy que también el mensaje evangélico propuesto en la liturgia católica se ha quedado vaciado de la buena noticia del Evangelio. Y esto pasa por no dejar que el Evangelio hable de tú a tú a cada persona que acude a la celebración para alimentar su fe. En esa celebración no alimentan su fe, sino la Religión del magisterio del Catecismo y de sus tradiciones. Se necesita urgentemente la presencia de creyentes en Jesús de Nazaret que nos compartan su vino como se aprende a hacerlo con este Jesús de carne y hueso.
Convertir el agua de una Religión en el vino de la experiencia de la fe en Jesús es el primer signo que realiza este hombre tan poco conocido todavía. Un signo que no aparece contado así en ningún otro Evangelio. Como tampoco aparece contado el séptimo y último signo, según este narrador, el de la conversión de la muerte en vida en la persona de Lázaro (Juan 11). De los otros cinco signos que pone el autor en las manos de Jesús nunca se habla en la liturgia dominical de los católicos. Estos cinco ignorados signos están contados en los capítulos cuatro a diez de este evangelio. Y me los volveré a meditar en mi eucaristía de este domingo.
Esta conversión del agua en vino (y también la de la muerte en vida), que es la conversión de una religión en experiencia de fe, se inicia en la profunda experiencia humana de ‘la escucha’. Una mujer dice con la serena naturalidad de la transparencia: Haced lo que él os diga (Juan 2,5). Pero todo lo que se debía hacer, vivir, pensar, comer, beber, vestir, mirar, tocar, o dejar de hacer y no comer, no tocar, no decir…, ¿no estaba ya prescrito con claridad en los cinco libros de la Ley y en los mensajes de los Profetas y hasta en los demás escritos de su Antiguo Testamento? Creo que esta mujer, una madre, cayó en la cuenta de que este laico de Galilea llamado Jesús de Nazaret había encarnado la buena noticia de la Vida en su misma vida. Para ella, y para el evangelista, Jesús tuvo y tenía razón y la Ley del Templo y sus sacerdotes, no. ¿Qué decía este Jesús de Juan? Amaos unos a otros. Siempre. Carmelo Bueno Heras. En Burgos, 17.01.2016 y en Madrid 19.01.2025.
CINCO MINUTOS con el Evangelio de Lucas para leerlo ordenadamente y desde el principio hasta el final. Semana 8ª (19.01.2025): Lucas 2,¿33-40.
¿Supieron que eran los padres de un blasfemo?
El Evangelista Lucas finaliza el relato de la purificación, según orientaba la Ley de Moisés, con los mensajes de un hombre y de una mujer que viven bajo la luz de esta Ley. Ya sabíamos que el hombre se llama Simeón, anciano y sabio, (2,33-35) y ahora nos enteraremos de que la mujer se llama Ana (2,36-38) y está vinculada existencialmente con el Templo de Jerusalén.
Por medio del lenguaje-ropaje del mito, el Evangelista pone en boca de ambos personajes, del Templo y del pueblo de la Ley, el impacto de la vida y la tarea de Jesús de Nazaret, que ahora es bebé de cuarenta días, pero que cuando esto se escribe lleva varias décadas fallecido. José y María, los padres de Jesús, vivieron con inmensa sorpresa los últimos tiempos de su hijo, apresado, condenado y ejecutado. ¿Supieron que eran los padres de un blasfemo?
Creo que desde esta perspectiva se comprenden bien las palabras que el narrador del mito pone en labios de Simeón cuando anuncia a María lo que esta mujer ya vivió mientras contemplaba las decisiones que fue tomando el hijo de sus entrañas: “A ti te atravesará una espada” (2,35). Lo que se está anunciando como una profecía para el día de mañana ya se había cumplido en la historia de la vida de Jesús y de sus padres.
La vida y muerte de Jesús, como también la vida y muerte de Juan el bautizador, despertó una profunda contradicción en las personas que lo conocieron, sobre todo en aquellas que se creyeron y sintieron profunda y religiosamente judías. Piadosas. Fieles a la Ley y al Templo.
La profetisa Ana (2,36-38) es el tipo exacto de estas personas creyentes que han puesto toda su esperanza en las promesas que se le atribuían a Yavé, el Dios de Israel, el salvador, el redentor, el Altísimo y poderoso. Esperaba esta profetisa la liberación de Jerusalén, la llegada de un Mesías que sería la presencia del Dios en quien creía: Redentor de Israel, Altísimo y Poderoso. Esta mujer, esposa y viuda, “hablaba del niño a todos los que esperaban la redención liberadora de Jerusalén” (2,38). Explícitamente, la liberación del dominio de Roma.
El texto de 2,39-40 confirma al lector que todo cuanto comenzó a anunciarse en 1,5 se acaba de cumplir. Las gentes de este pueblo de Israel pueden fiarse del Dios de su religión. Éste anunció desde antiguo por su ángel Gabriel (Libro del profeta Daniel en su capítulo noveno) que el Mesías (ungido, elegido, consagrado) liberaría a Jerusalén y a su pueblo de toda dominación esclavizadora. Pero…
Sin embargo, el Evangelista ya está anticipando a sus lectores que este mesías liberador llamado Jesús vive, aprende y crece en Nazaret, en la Galilea del norte, lejos del único templo de Jerusalén, ajeno a todo sacerdocio y muy dudoso cumplidor de la Ley que su Yavé había entregado en manos de Moisés. ¿Cómo es posible que un hombre así, un laico como Jesús, pueda ser ‘el mesías que todos esperaban’?
Después de contemplar a este Jesús en los anuncios y decisiones de su vida, ¿quiénes se fiaron de él? Casi nadie y desde el principio. ¡Qué bien nos confirmará esta realidad Lucas 4,14-30! Carmelo Bueno Heras. Madrid, 21.01.2018 y Madrid, 19.01.2025.
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