CAPÍTULO III
LAS IGLESIAS PARTICULARES
LAS IGLESIAS PARTICULARES
Incremento de las Iglesias jóvenes
19. La obra de implantación de la Iglesia en un determinado grupo de
hombres consigue su objetivo determinado cuando la congregación de los fieles,
arraigada ya en la vida social y conformada de alguna manera a la cultura del
ambiente, disfruta de cierta estabilidad y firmeza; es decir, está provista de
cierto número, aunque insuficiente, de sacerdotes nativos, de religiosos y
seglares, se ve dotada de los ministerios e instituciones necesarias para
vivir, y dilatar la vida del Pueblo de Dios bajo la guía del Obispo propio.
En estas Iglesias jóvenes la vida del Pueblo de Dios debe ir madurando por
todos los campos de la vida cristiana, que hay que renovar según las normas de
este Concilio: las congregaciones de fieles, con mayor conciencia cada día, se
hacen comunidades vivas de la fe, de la liturgia y de la caridad; los laicos,
con su actuación civil y apostólica, se esfuerzan en establecer en la sociedad
el orden de la caridad y de la justicia; se aplican oportuna y prudentemente
los medios de comunicación social; las familias, por su vida verdaderamente
cristiana, se convierten en semilleros de apostolado seglar y de vocaciones
sacerdotales y religiosas. Finalmente, la fe se enseña mediante una catequesis
apropiada, se manifiesta en la liturgia desarrollada conforme al carácter del
pueblo y por una legislación canónica oportuna se introduce en las buenas
instituciones y costumbres locales.
Los Obispos, juntamente con su presbiterio, imbuidos más y más del sentir
de Cristo y de la Iglesia, procuran sentir y vivir con toda la Iglesia.
Consérvese la íntima unión de las Iglesias jóvenes con toda la Iglesia, cuyos
elementos tradicionales deben asociar a la propia cultura, para aumentar con
efluvio mutuo de fuerzas de vida del Cuerpo místico. Por ello, cultívense los
elementos teológicos, psicológicos y humanos que puedan conducir al fomento de
este sentido de comunión con la Iglesia universal.
Pero estas Iglesias, situadas con frecuencia en las regiones más pobres del
orbe, se ven todavía muchas veces en gravísima penuria de sacerdotes y en la
escasez de recursos materiales. Por ello, tienen suma necesidad de que la
continua acción misional de toda la Iglesia les suministre los socorros que
sirvan, sobre todo, para el desarrollo de la Iglesia local y para la madurez de
la vida cristiana. Ayude también la acción misional a las Iglesias, fundadas
hace tiempo, que se encuentran en cierto estado de retroceso o debilitamiento.
Estas Iglesias, con todo, organicen un plan común de acción pastoral y las
obras oportunas, para aumentar en número, juzgar con mayor seguridad y cultivar
con más eficacia las vocaciones para el clero diocesano y los institutos
religiosos, de forma que puedan proveerse a sí mismas, poco a poco, y ayudar a
otras.
Actividad misionera de las Iglesias particulares
20. Como la Iglesia particular debe representar lo mejor que pueda a
la Iglesia universal, conozca muy bien que ha sido enviada también a aquellos
que no creen en Cristo y que viven en el mismo territorio, para servirles de
orientación hacia Cristo con el testimonio de la vida de cada uno de los fieles
y de toda la comunidad.
Se requiere, además, el ministerio de la palabra, para que llegue a todos
el Evangelio, El Obispo, en primer lugar, debe ser el heraldo de la fe que
lleve nuevos discípulos a Cristo. para cumplir debidamente este sublime
encargo, conozca íntegramente las condiciones de su grey y las íntimas
opiniones de sus conciudadanos acerca de Dios, advirtiendo también
cuidadosamente los cambios que han introducido las urbanizaciones, las
migraciones y el indiferentismo religioso.
Emprendan fervorosamente los sacerdotes nativos la obra de la
evangelización en las Iglesias jóvenes, trabajando a una son los misioneros
extranjeros, con los que forman un presbiterio aunando bajo la autoridad del
Obispo, no sólo para apacentar a los fieles y celebrar el culto divino, sino
también para predicar el Evangelio a los infieles. Estén dispuestos y cuando se
presente la ocasión ofrézcanse con valentía a su Obispo para emprender la obra
misionera en las regiones apartadas o abandonadas de la propia diócesis o en
otras diócesis.
Inflámense en el mismo celo los religiosos y religiosas e incluso los
laicos para con sus conciudadanos, sobre todo los más pobres.
Preocúpense las Conferencias Episcopales de que en tiempos determinados se
organicen cursos de renovación bíblica, teológica, espiritual y pastoral, para
que el clero, entre las variedades y cambios de vida, adquiera un conocimiento
más completo de la teología y de los métodos pastorales.
Por lo demás, obsérvese reverentemente todo lo que ha establecido este
Concilio, sobre todo en el Decreto del "ministerio y de la vida de los
presbíteros".
Para llevar a cabo esta obra misional de la Iglesia particular se requieren
ministros idóneos, que hay que preparar a su tiempo de modo conveniente a las
condiciones de cada Iglesia. pero como los hombres tienden, cada vez más, a
reunirse en Episcopales establezcan las normas comunes para entablar diálogo
con estos grupos. Y si en algunas regiones se hallan grupos de hombres que se
resisten a abrazar la fe católica porque no pueden acomodarse a la forma
especial que haya tomado allí la Iglesia, se desea que se les atienda particularmente,
hasta que puedan juntarse en una comunidad todos los cristianos. Cada Obispo
llame a su diócesis a los misioneros que la Sede Apostólica pueda tener
preparados para este fin o recíbalos de buen grado y promueva eficazmente sus
empresas.
Para que este celo misional florezca entre los nativos del lugar es muy
conveniente que las Iglesias jóvenes participen cuanto antes activamente en la
misión universal de la Iglesia, enviando también ellos misioneros que anuncien
el Evangelio por toda la tierra, aunque sufran escasez de clero. Porque la
comunión con la Iglesia universal se completará de alguna forma cuando también
ellas participen activamente del esfuerzo misional para con otros pueblos.
Fomento del apostolado seglar
21. La Iglesia no está verdaderamente fundada, ni vive plenamente, ni es
signo perfecto de Cristo entre las gentes, mientras no exista y trabaje con la
Jerarquía un laicado propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede penetrar
profundamente en la mentalidad, en la vida y en el trabajo de un pueblo sin la
presencia activa de los laicos. Por tanto, desde la fundación de la Iglesia hay
que atender, sobre todo, a la constitución de un laicado cristiano maduro.
Pues los fieles seglares pertenecen plenamente al mismo tiempo, al Pueblo
de Dios y a la sociedad civil: pertenecen al pueblo en que han nacido, de cuyos
tesoros culturales empezaron a participar por la educación, a cuya vida están
unidos por variados vínculos sociales, a cuyo progreso cooperan con su esfuerzo
en sus profesiones, cuyos problemas sienten ellos como propios y trabajan por
solucionar, y pertenecen también a Cristo, porque han sido regenerados en la
Iglesia por la fe y por el bautismo, para ser de Cristo por la renovación de la
vida y de las obras, para que todo se someta a Dios en Cristo y, por fin, sea
Dios todo en todas las cosas.
La obligación principal de éstos, hombres y mujeres, es el testimonio de
Cristo, que deben dar con la vida y con la palabra en la familia, en el grupo
social y en el ámbito de su profesión. Debe manifestarse en ellos el hombre
nuevo creado según Dios en justicia y santidad verdaderas. Han de reflejar esta
renovación de la vida en el ambiente de la sociedad y de la cultura patria,
según las tradiciones de su nación. Ellos tienen que conocer esta cultura,
restaurarla y conservarla, desarrollarla según las nuevas condiciones y, por
fin perfeccionarla en Cristo, para que la fe de Cristo y la vida de la Iglesia
no sea ya extraña a la sociedad en que viven, sino que empiece a penetrarla y
transformarla.
Únanse a sus conciudadanos con verdadera caridad, a fin de que en su trato
aparezca el nuevo vínculo de unidad y de solidaridad universal, que fluye del
misterio de Cristo. Siembren también la fe de Cristo entre sus compañeros de
vida y de trabajo, obligación que urge más, porque muchos hombres no pueden oír
hablar del Evangelio ni conocer a Cristo más que por sus vecinos seglares. Más
aún, donde sea posible, estén preparados los laicos a cumplir la misión
especial de anunciar el Evangelio y de comunicar la doctrina cristiana, en una
cooperación más inmediata con la Jerarquía para dar vigor a la Iglesia
naciente.
Los ministros de la Iglesia, por su parte, aprecien grandemente el
laborioso apostolado activo de los laicos. Fórmenlos para que, como miembros de
Cristo, sean conscientes de su responsabilidad en favor de todos los hombres; instrúyanlos
profundamente en el misterio de Cristo, inícienlos en métodos prácticos y
asístanles en las dificultades, según la constitución Lumen Gentium y el
decreto Apostolicam Actuositatem.
Observando, pues, las funciones y responsabilidades propias de los pastores
y de los laicos, toda Iglesia joven dé testimonio vivo y firme de Cristo para
convertirse en signo brillante de la salvación, que nos vino a través de Él.
Diversidad en la unidad
22. La semilla, que es la palabra de Dios, al germinar absorbe el jugo
de la tierra buena, regada con el rocío celestial, y lo transforma y lo asimila
para dar al fin fruto abundante. Ciertamente, a semejanza del plan de la
Encarnación, las Iglesias jóvenes, radicadas en Cristo y edificadas sobre el
fundamento de los Apóstoles, toman, en intercambio admirable, todas las
riquezas de las naciones que han sido dadas a Cristo en herencia (Cf. Sal.,
2,8). Ellas reciben de las costumbres y tradiciones, de la sabiduría y
doctrina, de las artes e instituciones de los pueblos todo lo que puede servir
para expresar la gloria del Creador, para explicar la gracia del Salvador y
para ordenar debidamente la vida cristiana.
Para conseguir este propósito es necesario que en cada gran territorio
sociocultural se promuevan los estudios teológicos por los que se sometan a
nueva investigación, a la luz de la tradición de la Iglesia universal, los
hechos y las palabras reveladas por Dios, consignadas en las Sagradas
Escrituras y explicadas por los Padres y el Magisterio de la Iglesia. Así
aparecerá más claramente por qué caminos puede llegar la fe a la inteligencia,
teniendo en cuenta la filosofía y la sabiduría de los pueblos, y de qué forma
pueden compaginarse las costumbres, el sentido de la vida y el orden social con
las costumbres manifestadas por la divina revelación.
Con ello se descubrirán los caminos para una acomodación más profunda en
todo el ámbito de la vida cristiana. Con este modo de proceder se excluirá toda
clase de sincretismo y de falso particularismo, se acomodarán la vida cristiana
a la índole y al carácter de cualquier cultura, y serán asumidas en la unidad
católica las tradiciones particulares, con las cualidades propias de cada raza,
ilustradas con la luz del Evangelio. Por fin, las Iglesias particulares
jóvenes, adornadas con sus tradiciones, tendrán su lugar en la comunión
eclesiástica, permaneciendo íntegro el primado de la cátedra de Pedro, que
preside a la asamblea universal de la caridad.
Es, por tanto, conveniente que las Conferencias Episcopales se unan entre
sí dentro de los límites de cada uno de los grandes territorios
socioculturales, de suerte que puedan conseguir de común acuerdo este objetivo
de la adaptación.
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